telestai
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Quisiera hacer un sobrevuelo a la invasividad autocomplaciente y de tolerancia cero para con el otro que practican mimos, chinchineros, raperos de micro y anarcopunketas vendiendo hamburguesas de soya y queques mágicos a la salida del metro operan con la altanería que ellos le suelen endilgar a la sociedad –fascista, cómo no–.
Incendios y reforma laboral aparte, una de las cosas más terroríficas del verano ha sido la casa tomada por unos mimos en La Serena. Vi la noticia haciendo eso que Aristóteles señalaba como lo propio de la tragedia: catarsis, que es la liberación resultante de los sentimientos de terror y compasión que se experimentan al ver una desgracia ajena que podría ser nuestra. Y eso que no tengo casa en La Serena.
El otro día vi a unos vende-soya siendo conminados a retirarse en términos sorprendentemente civilizados por parte de dos carabineros que en toda ley y con facilidad podrían haberlos detenido. Pero sólo les pidieron que se fueran porque estaban ejerciendo el comercio ilegal y estorbando notoriamente la circulación desde y hacia la estación de metro en una hora punta y calurosa, olorizando de paso la calle con su altanería vegui. “Mírate la guata, paco reculiao”, fue la respuesta de una ofuscada burger-punketa.
La prepotencia que emana de la sensación de supremacía cultural es siempre deleznable y debe uno resistirla. Con poder, gente así se comportaría muy estalinistamente con quienes no comulgan con su arte o su cuscús.
Suelen operar así los mimos, que creen venir a curar la gravedad y la infelicidad de la sociedad con su rutina jote, latera y más denigrante que Chadwick con Ulloa. Una cosa es la necesidad nacional de despolicializar lo público, de levantar controles y dejar que fluya la vida comunitaria y la cultura callejera, y otra tener que mamarse sin chistar toda clase de invasiones y pasadas a llevar en nombre de lo cultural o de un blandengue brío antisistema. “No me digái lo que tengo que hacer”, quisiera uno decirle a ese mimo, a ese profeta nutricional o a ese tamborilero corta-conversaciones que nos lanza su perorata o performance sin mediar más provocación que nuestro libre andar por el espacio público.
Volviendo a los mimos de La Serena: ocuparon la casa de una mujer porque la pillaron deshabitada, vendieron hasta la cama y les importó un pico todo. Entiendo que no representan al mimerío común, que su mimicidad respondía a una maniobra distractiva, como las cuñas irresponsables de los ministros Santelices o Ubilla (s), pero igual por algo eligieron la impunidad del mimo para parapetarse. La dueña de la casa tomada no era ninguna Matías Pérez Cruz, más bien eran estos tonys de cara blanca quienes, al modo del desubicado del Ranco, imponían su usurpación sin modales, con agresiva suficiencia. (A propósito, ¿no será ya tiempo de una izquierda nueva en Chile que proponga una gran Reforma Balnearia?).
Un último descargo: hay un payaso con guitarra que se pasea por Santiago invadiendo las mesas de bares que dan a la calle para hostigarte a medio metro con su show, mezcla de Joe Vasconcellos desafinado, Pin Pon agresor y stand-up fome heredero del peor bullying colegial. Me lo he fumado dos veces, pero la tercera, estando yo con unos amigos y unas cervezas, me opuse. “No, gracias”, le dije con gentileza cortante. “Pero escucha primero, socíito”, me respondió, a lo que reiteré el “no, gracias”. “No seái cerrado, hermano, escucha el arte”, insistió. “No me interesa, ya te he escuchado, no soy tu hermano, déjanos conversar”, repliqué. “Schhh, estái relajao”, me espetó entonces y se fue amagando un guitarrazo mientras aludía a mi infelicidad y mi fascismo o algo así.
https://www.latercera.com/la-tercera-pm/noticia/mimos-y-ministros/533553/