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Grandes Mafiosos : hoy el DON LUCKY LUCIANO

jesucristo rey

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Lucky Luciano y el nacimiento de la mafia moderna

Llegó a ser el gánster más importante de Estados Unidos o, por lo menos, uno de ellos. Lo que le distingue de otros nombres más conocidos por el público es, precisamente, su discreción: junto a su socio, el también invisible Meyer Lansky, reorganizó y modernizó todas las actividades de las bandas en EE UU.

Nacido como Salvatore Lucania en 1897 en los alrededores de Palermo, Luciano emigró a Estados Unidos en 1906. Al año siguiente, con un arresto por hurto, comenzaron sus visitas a las comisarías por diversos motivos. Con solo diez años de edad, ya había montado su primer negocio de “protección”, con una especial predilección por los chavales judíos del barrio, ya que eran los menos propensos a ofrecer resistencia. Hasta que un día se produjo una excepción, y fue con un chico especialmente canijo que, pese a verse superado en número y en tamaño, les dijo claramente a Luciano y sus matones por dónde podían meterse sus amenazas. Hay muchísimas versiones sobre aquel encuentro, que difieren sobre lo que se dijo o si se llegó a las manos o no, pero de lo que no cabe duda es de que Luciano quedó impresionado por la dureza que emanaba de los ojos de aquel que había creído una víctima fácil, y de que entre ambos se estableció una conexión inmediata que los convertiría en amigos de por vida. Luciano había conocido a Meyer Lansky.

Antes de alcanzar la mayoría de edad, Luciano ya estaba embarcado en otras iniciativas que, en cierto modo, podían considerarse el embrión de sus actividades de adulto. Consciente de la abundancia de drogadictos que había en su vecindario de Nueva York (en la calle Diez Este), se hizo con una botella de opio y comenzó a venderla por dosis. Cuando se le terminaba, usaba los beneficios para comprar otra y seguir con el negocio. En la tercera botella, fue detenido y sentenciado a año y medio en un reformatorio. Cinco años después, fue arrestado de nuevo, esta vez por vender heroína, pero se libró de la cárcel revelando a los agentes el escondite de un alijo y delatando a alguno de sus competidores, lo que le dejó libre y con el campo despejado.

En 1916, antes de cumplir veinte años, ya era uno de los miembros principales del Five Points Gang, la banda de matones italianos más poderosa de los años anteriores a la Prohibición, y se le relacionaba con varios asesinatos.

No tardó en convertirse, junto con Lansky y otros futuros jefes como Jack ‘Legs’ Diamond, Dutch Schultz o Frank Costello, en uno de los jóvenes protegidos de Arnold Rothstein, el gánster más poderoso de Nueva York –“el J P. Morgan del submundo”, según se le conocía–, permanentemente atento a la caza de nuevos talentos.
Pero Luciano mantuvo siempre un pie fuera; como dijo el mafioso Joe Bonnano, “Lucky vivía en dos mundos”. Mientras se revelaba como una pieza de enorme importancia entre las bandas italianas, no tenía reparos en hacer negocios de forma paralela con sus amigos judíos de la infancia, Meyer Lansky y Ben ‘Bugsy’ Siegel, y continuó haciéndolo cuando se convirtió en uno de los hombres de confianza de Joe ‘The Boss’ Masseria, uno de los principales jefes de bandas de Nueva York. Ni Masseria ni Bonnano habrían estado dispuestos a hacer negocios con delincuentes de otra etnia. Ni siquiera se fiaban de sus compatriotas. De hecho, sus prejuicios y luchas continuas por el poder hacían muy frecuentes los enfrentamientos entre bandas. Una de las peores fue la guerra Castellamarese que estalló entre la banda de Masseria y la de Salvatore Maranzano, que duró dos años y costó docenas de vidas.
Luciano contemplaba todo aquello con una mezcla de desprecio y desconcierto: tantos rencores, asesinatos y prejuicios raciales no hacían más que llenar las calles de sangre y llamar la atención de la prensa, que presionaba a su vez para que se reforzara la acción policial. En conjunto, un desastre para los negocios. Era necesario cambiar la manera de pensar. El pastel era lo bastante grande como para que todo el mundo sacara enormes tajadas si se avenían a trabajar juntos. Pero para ello había que eliminar algunos obstáculos, principalmente los viejos jefes que jamás habrían aceptado que las cosas se desarrollaran de esa manera.
El primero fue Joe Masseria, a quien Luciano consideraba responsable del estallido de la guerra Castellamarese por su falta de sentido práctico. El enfrentamiento había terminado en 1931 con la victoria de Maranzano, pero Masseria seguía siendo un enemigo a considerar. Luciano le acompañó a comer a un lugar de confianza, el restaurante Nuova Villa Tammaro, en Coney Island, y tras el almuerzo los dos hombres se quedaron un rato jugando a las cartas. Cuando el restaurante se vació, Luciano se excusó para ir al lavabo. En cuanto salió del comedor, cuatro pistoleros entraron en el local y descargaron veinte balazos sobre Masseria, de los que seis resultaron mortales.

Fin de una época

Luciano incorporó el negocio de Masseria al suyo propio, y cesó, aparentemente, cualquier hostilidad con Maranzano. De hecho, este cimentó el nuevo ambiente de paz nombrándole su segundo, y a continuación puso en marcha su proyecto de reorganización del crimen organizado donde él reinaría como jefe de jefes, una idea que luego Luciano iba a aprovechar, pero con algunos cambios significativos. Porque Maranzano parecía estar desarrollando unos peligrosos delirios de grandeza. Semanas después de la muerte de Masseria, reunió a todos los jefes de Nueva York en un rancho de su propiedad en Buffalo, donde expuso su plan: el territorio neoyorquino se dividiría en cinco áreas, cada una controlada por una familia, con él como capo di tutti capi. No se quedó ahí, sino que nombró a algunas personas que habían sido desleales hacia él durante la guerra de bandas y, aunque llamó públicamente a Luciano su amigo, comenzó a hacer planes para librarse del peligro que veía en aquel joven y ambicioso recién llegado.
Lo que Maranzano no sabía era que Luciano contaba con una extensa red de espías en todas las familias, empezando por la suya propia. El 10 de septiembre de 1931, Maranzano estaba dando los últimos toques a una trampa con la que liquidaría a Luciano y a Vito Genovese cuando cuatro hombres con placas de agentes del gobierno entraron en su despacho. En realidad, eran pistoleros que acabaron con él a tiros y puñaladas. Poca duda había de que los habían enviado Lansky y Siegel siguiendo instrucciones de Luciano: ningún pistolero italiano se habría atrevido a atentar contra el jefe de jefes. El reinado de Maranzano había durado un total de cuatro meses.
Aquí es donde se produjo el verdadero golpe de efecto de Luciano, cuando no hizo el menor intento de apoderarse del trono vacante; adoptó una política de vivir y dejar vivir, respetando la división de las actividades criminales en áreas, pero rechazando la idea de que un jefe mandase más que otro. Con todo, a nadie se le escapaba que Lucky era el número uno, aunque en raras ocasiones ejerciese como tal. Su estrategia le había otorgado suficientes méritos como para que nadie le discutiera el puesto: las bandas se concentraron en la prostitución, las drogas, la lotería ilegal, el juego, la extorsión, la usura y la corrupción sindical, y los beneficios fluyeron libremente, sin el obstáculo de la sangre.
El nuevo sindicato del crimen contaba, eso sí, con una cúpula directiva, la Comisión, formada por los jefes de las principales bandas, donde tanto italianos como judíos dejaban de lado cualquier suspicacia étnica a la hora de tratar asuntos de peso o que requerían atención inmediata. Luciano gustaba de mantenerse en segundo plano y dar su opinión cuando se la pedían. Pero era una opinión que solía ser decisiva, del mismo modo que su parte del pastel era una de las más grandes: vivía en un lujoso apartamento del Waldorf Astoria y vestía trajes exclusivos, pero discretos.

Pero aquella situación idílica comenzó a tambalearse con la llegada a la fiscalía de Thomas A. Dewey, decidido a emprender una limpieza ejemplar en el mundo del crimen. Su primer objetivo fue Dutch Schultz, al que hizo la vida imposible hasta tal punto que el impulsivo gánster llegó a planear su asesinato; lo que consiguió fue ser asesinado él mismo por sus socios del sindicato, conscientes de que matar a un fiscal habría significado el fin de todos ellos. Luciano fue el siguiente objetivo: en junio de 1936 le llevó a juicio bajo cargos de prostitución organizada, acusándole de tener intereses en más de 300 burdeles. Contaba para ello con el testimonio de varias prostitutas que habían trabajado para su banda e incluso prestado servicios al propio Luciano en el Waldorf. Algunas procedían de otros estados, lo que permitió a Dewey convertir la acusación en un caso federal. Luciano no pudo ofrecer un testimonio creíble en su defensa y fue condenado a una sentencia de 30 a 50 años.

Parecía el fin de Lucky, pero en esta ocasión vinieron en su ayuda los acontecimientos internacionales. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, creció la preocupación por la infiltración de espías alemanes en los muelles de Nueva York, que suministraban información a submarinos nazis sobre los mercantes que salían del puerto e incluso participaban en actos de sabotaje. Los agentes destinados a investigar no sacaron nada en claro: los trabajadores de los muelles, buena parte de los cuales eran italianos, se negaban a colaborar. Por medio de Lansky, se acordó una reunión con Luciano, que accedió a utilizar su considerable influencia para hacer correr la voz de que los trabajadores debían cooperar con la Marina de Estados Unidos. Además, cuando en 1943 se produjo la invasión de Sicilia, el mafioso envió órdenes a la isla para que se informara a los aliados de los principales emplazamientos del mando nazi.
Como recompensa, Luciano fue liberado en 1946 pero, al no haber obtenido nunca la ciudadanía estadounidense, el perdón trajo consigo la deportación a Italia. Ese mismo año viajó desde Sicilia a Cuba con pasaporte falso para estar presente en la gran reunión de la Mafia en La Habana (la excusa era acudir a un concierto del cantante Frank Sinatra), donde se sentarían las bases del negocio de los casinos al amparo de la dictadura de Batista. La intención de Luciano era permanecer allí de incógnito hasta que un nuevo giro del destino le permitiera regresar a Estados Unidos; pero los federales le detectaron en 1947 y exigieron al gobierno cubano su inmediata deportación a Italia.
Años de exilio y muerte
Tras la reunión en La Habana de 1946, Luciano estableció su nueva base en Nápoles, donde montó un negocio de tráfico de drogas a Estados Unidos. La mercancía llegaba camuflada entre productos italianos, como vino o aceite de oliva. En 1957, organizó una gran reunión de familias en el Grand Hotel des Palmes, en Palermo, para reorganizar la cooperación entre las mafias americana y siciliana. Las familias de Estados Unidos estaban ya excesivamente fichadas por la policía como para seguir con un negocio tan impopular, así que acordaron alquilar sus territorios a los sicilianos. Para evitar suspicacias, Luciano recurrió de nuevo a la figura de la Comisión, pero en esta ocasión no fue suficiente para impedir las guerras que se produjeron en la década siguiente.
De todos modos, Luciano estaba cada vez más cerca del retiro. Comenzó a distanciarse de Lansky, porque pensaba que el porcentaje que le mandaban de Estados Unidos era cada vez menor, y sufrió una serie de ataques cardíacos que minaron seriamente su salud. Rompió su reserva habitual y concedió varias entrevistas, en las que hablaba de su participación en el crimen organizado de la manera más ventajosa para él. No quería cerrarse ninguna puerta ante un posible regreso a Estados Unidos, que seguía considerando su verdadera patria. Pero un ataque al corazón definitivo lo mató en el aeropuerto de Nápoles el 26 de enero de 1962. Solo entonces el gobierno estadounidense autorizó su vuelta para que el fundador de la Mafia moderna pudiera ser enterrado en el cementerio de St. John, en su añorada ciudad de Nueva York.

funeral del DON


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¿Así que los tanos fueron para los gringos como los venecos para nosotros?
 

Lucky Luciano y el nacimiento de la mafia moderna

Llegó a ser el gánster más importante de Estados Unidos o, por lo menos, uno de ellos. Lo que le distingue de otros nombres más conocidos por el público es, precisamente, su discreción: junto a su socio, el también invisible Meyer Lansky, reorganizó y modernizó todas las actividades de las bandas en EE UU.

Nacido como Salvatore Lucania en 1897 en los alrededores de Palermo, Luciano emigró a Estados Unidos en 1906. Al año siguiente, con un arresto por hurto, comenzaron sus visitas a las comisarías por diversos motivos. Con solo diez años de edad, ya había montado su primer negocio de “protección”, con una especial predilección por los chavales judíos del barrio, ya que eran los menos propensos a ofrecer resistencia. Hasta que un día se produjo una excepción, y fue con un chico especialmente canijo que, pese a verse superado en número y en tamaño, les dijo claramente a Luciano y sus matones por dónde podían meterse sus amenazas. Hay muchísimas versiones sobre aquel encuentro, que difieren sobre lo que se dijo o si se llegó a las manos o no, pero de lo que no cabe duda es de que Luciano quedó impresionado por la dureza que emanaba de los ojos de aquel que había creído una víctima fácil, y de que entre ambos se estableció una conexión inmediata que los convertiría en amigos de por vida. Luciano había conocido a Meyer Lansky.

Antes de alcanzar la mayoría de edad, Luciano ya estaba embarcado en otras iniciativas que, en cierto modo, podían considerarse el embrión de sus actividades de adulto. Consciente de la abundancia de drogadictos que había en su vecindario de Nueva York (en la calle Diez Este), se hizo con una botella de opio y comenzó a venderla por dosis. Cuando se le terminaba, usaba los beneficios para comprar otra y seguir con el negocio. En la tercera botella, fue detenido y sentenciado a año y medio en un reformatorio. Cinco años después, fue arrestado de nuevo, esta vez por vender heroína, pero se libró de la cárcel revelando a los agentes el escondite de un alijo y delatando a alguno de sus competidores, lo que le dejó libre y con el campo despejado.

En 1916, antes de cumplir veinte años, ya era uno de los miembros principales del Five Points Gang, la banda de matones italianos más poderosa de los años anteriores a la Prohibición, y se le relacionaba con varios asesinatos.

No tardó en convertirse, junto con Lansky y otros futuros jefes como Jack ‘Legs’ Diamond, Dutch Schultz o Frank Costello, en uno de los jóvenes protegidos de Arnold Rothstein, el gánster más poderoso de Nueva York –“el J P. Morgan del submundo”, según se le conocía–, permanentemente atento a la caza de nuevos talentos.
Pero Luciano mantuvo siempre un pie fuera; como dijo el mafioso Joe Bonnano, “Lucky vivía en dos mundos”. Mientras se revelaba como una pieza de enorme importancia entre las bandas italianas, no tenía reparos en hacer negocios de forma paralela con sus amigos judíos de la infancia, Meyer Lansky y Ben ‘Bugsy’ Siegel, y continuó haciéndolo cuando se convirtió en uno de los hombres de confianza de Joe ‘The Boss’ Masseria, uno de los principales jefes de bandas de Nueva York. Ni Masseria ni Bonnano habrían estado dispuestos a hacer negocios con delincuentes de otra etnia. Ni siquiera se fiaban de sus compatriotas. De hecho, sus prejuicios y luchas continuas por el poder hacían muy frecuentes los enfrentamientos entre bandas. Una de las peores fue la guerra Castellamarese que estalló entre la banda de Masseria y la de Salvatore Maranzano, que duró dos años y costó docenas de vidas.
Luciano contemplaba todo aquello con una mezcla de desprecio y desconcierto: tantos rencores, asesinatos y prejuicios raciales no hacían más que llenar las calles de sangre y llamar la atención de la prensa, que presionaba a su vez para que se reforzara la acción policial. En conjunto, un desastre para los negocios. Era necesario cambiar la manera de pensar. El pastel era lo bastante grande como para que todo el mundo sacara enormes tajadas si se avenían a trabajar juntos. Pero para ello había que eliminar algunos obstáculos, principalmente los viejos jefes que jamás habrían aceptado que las cosas se desarrollaran de esa manera.
El primero fue Joe Masseria, a quien Luciano consideraba responsable del estallido de la guerra Castellamarese por su falta de sentido práctico. El enfrentamiento había terminado en 1931 con la victoria de Maranzano, pero Masseria seguía siendo un enemigo a considerar. Luciano le acompañó a comer a un lugar de confianza, el restaurante Nuova Villa Tammaro, en Coney Island, y tras el almuerzo los dos hombres se quedaron un rato jugando a las cartas. Cuando el restaurante se vació, Luciano se excusó para ir al lavabo. En cuanto salió del comedor, cuatro pistoleros entraron en el local y descargaron veinte balazos sobre Masseria, de los que seis resultaron mortales.

Fin de una época

Luciano incorporó el negocio de Masseria al suyo propio, y cesó, aparentemente, cualquier hostilidad con Maranzano. De hecho, este cimentó el nuevo ambiente de paz nombrándole su segundo, y a continuación puso en marcha su proyecto de reorganización del crimen organizado donde él reinaría como jefe de jefes, una idea que luego Luciano iba a aprovechar, pero con algunos cambios significativos. Porque Maranzano parecía estar desarrollando unos peligrosos delirios de grandeza. Semanas después de la muerte de Masseria, reunió a todos los jefes de Nueva York en un rancho de su propiedad en Buffalo, donde expuso su plan: el territorio neoyorquino se dividiría en cinco áreas, cada una controlada por una familia, con él como capo di tutti capi. No se quedó ahí, sino que nombró a algunas personas que habían sido desleales hacia él durante la guerra de bandas y, aunque llamó públicamente a Luciano su amigo, comenzó a hacer planes para librarse del peligro que veía en aquel joven y ambicioso recién llegado.
Lo que Maranzano no sabía era que Luciano contaba con una extensa red de espías en todas las familias, empezando por la suya propia. El 10 de septiembre de 1931, Maranzano estaba dando los últimos toques a una trampa con la que liquidaría a Luciano y a Vito Genovese cuando cuatro hombres con placas de agentes del gobierno entraron en su despacho. En realidad, eran pistoleros que acabaron con él a tiros y puñaladas. Poca duda había de que los habían enviado Lansky y Siegel siguiendo instrucciones de Luciano: ningún pistolero italiano se habría atrevido a atentar contra el jefe de jefes. El reinado de Maranzano había durado un total de cuatro meses.
Aquí es donde se produjo el verdadero golpe de efecto de Luciano, cuando no hizo el menor intento de apoderarse del trono vacante; adoptó una política de vivir y dejar vivir, respetando la división de las actividades criminales en áreas, pero rechazando la idea de que un jefe mandase más que otro. Con todo, a nadie se le escapaba que Lucky era el número uno, aunque en raras ocasiones ejerciese como tal. Su estrategia le había otorgado suficientes méritos como para que nadie le discutiera el puesto: las bandas se concentraron en la prostitución, las drogas, la lotería ilegal, el juego, la extorsión, la usura y la corrupción sindical, y los beneficios fluyeron libremente, sin el obstáculo de la sangre.
El nuevo sindicato del crimen contaba, eso sí, con una cúpula directiva, la Comisión, formada por los jefes de las principales bandas, donde tanto italianos como judíos dejaban de lado cualquier suspicacia étnica a la hora de tratar asuntos de peso o que requerían atención inmediata. Luciano gustaba de mantenerse en segundo plano y dar su opinión cuando se la pedían. Pero era una opinión que solía ser decisiva, del mismo modo que su parte del pastel era una de las más grandes: vivía en un lujoso apartamento del Waldorf Astoria y vestía trajes exclusivos, pero discretos.

Pero aquella situación idílica comenzó a tambalearse con la llegada a la fiscalía de Thomas A. Dewey, decidido a emprender una limpieza ejemplar en el mundo del crimen. Su primer objetivo fue Dutch Schultz, al que hizo la vida imposible hasta tal punto que el impulsivo gánster llegó a planear su asesinato; lo que consiguió fue ser asesinado él mismo por sus socios del sindicato, conscientes de que matar a un fiscal habría significado el fin de todos ellos. Luciano fue el siguiente objetivo: en junio de 1936 le llevó a juicio bajo cargos de prostitución organizada, acusándole de tener intereses en más de 300 burdeles. Contaba para ello con el testimonio de varias prostitutas que habían trabajado para su banda e incluso prestado servicios al propio Luciano en el Waldorf. Algunas procedían de otros estados, lo que permitió a Dewey convertir la acusación en un caso federal. Luciano no pudo ofrecer un testimonio creíble en su defensa y fue condenado a una sentencia de 30 a 50 años.

Parecía el fin de Lucky, pero en esta ocasión vinieron en su ayuda los acontecimientos internacionales. Con el estallido de la Segunda Guerra Mundial, creció la preocupación por la infiltración de espías alemanes en los muelles de Nueva York, que suministraban información a submarinos nazis sobre los mercantes que salían del puerto e incluso participaban en actos de sabotaje. Los agentes destinados a investigar no sacaron nada en claro: los trabajadores de los muelles, buena parte de los cuales eran italianos, se negaban a colaborar. Por medio de Lansky, se acordó una reunión con Luciano, que accedió a utilizar su considerable influencia para hacer correr la voz de que los trabajadores debían cooperar con la Marina de Estados Unidos. Además, cuando en 1943 se produjo la invasión de Sicilia, el mafioso envió órdenes a la isla para que se informara a los aliados de los principales emplazamientos del mando nazi.
Como recompensa, Luciano fue liberado en 1946 pero, al no haber obtenido nunca la ciudadanía estadounidense, el perdón trajo consigo la deportación a Italia. Ese mismo año viajó desde Sicilia a Cuba con pasaporte falso para estar presente en la gran reunión de la Mafia en La Habana (la excusa era acudir a un concierto del cantante Frank Sinatra), donde se sentarían las bases del negocio de los casinos al amparo de la dictadura de Batista. La intención de Luciano era permanecer allí de incógnito hasta que un nuevo giro del destino le permitiera regresar a Estados Unidos; pero los federales le detectaron en 1947 y exigieron al gobierno cubano su inmediata deportación a Italia.
Años de exilio y muerte
Tras la reunión en La Habana de 1946, Luciano estableció su nueva base en Nápoles, donde montó un negocio de tráfico de drogas a Estados Unidos. La mercancía llegaba camuflada entre productos italianos, como vino o aceite de oliva. En 1957, organizó una gran reunión de familias en el Grand Hotel des Palmes, en Palermo, para reorganizar la cooperación entre las mafias americana y siciliana. Las familias de Estados Unidos estaban ya excesivamente fichadas por la policía como para seguir con un negocio tan impopular, así que acordaron alquilar sus territorios a los sicilianos. Para evitar suspicacias, Luciano recurrió de nuevo a la figura de la Comisión, pero en esta ocasión no fue suficiente para impedir las guerras que se produjeron en la década siguiente.
De todos modos, Luciano estaba cada vez más cerca del retiro. Comenzó a distanciarse de Lansky, porque pensaba que el porcentaje que le mandaban de Estados Unidos era cada vez menor, y sufrió una serie de ataques cardíacos que minaron seriamente su salud. Rompió su reserva habitual y concedió varias entrevistas, en las que hablaba de su participación en el crimen organizado de la manera más ventajosa para él. No quería cerrarse ninguna puerta ante un posible regreso a Estados Unidos, que seguía considerando su verdadera patria. Pero un ataque al corazón definitivo lo mató en el aeropuerto de Nápoles el 26 de enero de 1962. Solo entonces el gobierno estadounidense autorizó su vuelta para que el fundador de la Mafia moderna pudiera ser enterrado en el cementerio de St. John, en su añorada ciudad de Nueva York.

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Excelente aporte!!!
 
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