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La caída de la Compañía Británica de las Indias Orientales parte 3

ruftata

Hij@'e Puta
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Se especula que la insurrección general estaba prevista para finales de mayo y que la rebelión de Meerut se había adelantado a los acontecimientos. Pero para hablar de un levantamiento generalizado, habría sido preciso encontrar las pruebas de un complot e identificar a los jefes. No obstante hemos visto cómo la rebelión de Meerut era la respuesta a un acontecimiento muy preciso del que los británicos eran los instigadores. Se trataba del castigo infligido a los ochenta y cinco culpables de rechazar la utiliza de los famosos cartuchos de grasa. Hemos visto también que luego han ido a pedir apoyo y patrocinio al Emperador en Delhi. También se ha sospechado de Rusia, que, creando dificultades a los ingleses, se vengaba así de la derrota sufrida en Crimea a manos de las tropas de la coalición anglo-franco-turca. Sea como sea, en el momento de la insurrección los ingleses disponían de numerosas tropas en la zona oriental, que podían ser dirigidas contra las Indias, como ocurrió con un cuerpo expedicionario de quince mil hombres, que, bajo el mando de sir James Outram, había sido transportado rápidamente a Bombay. Otro cuerpo expedicionario que se dirigía a China pudo ser desviado de su ruta ante la petición de lord Canning. Hicieron escala en Ceilán y fueron enviados a Calcuta, en el otro extremo de la zona sensible de la depresión del Ganges. Estos dos ejércitos formarán las partes de una tenaza que permitirá pacificar el norte de la India. Este período será aprovechado por los ingleses. Termina el 30 de mayo en Lucknow, un importante puesto británico, situado en la provincia de Apud, a cuatrocientos kilómetros al sudeste de Delhi y a ciento cincuenta kilómetros de la frontera de Nepal. El «jefe comisionado» residente en Aoud, sir Henry Lawrence no se vio sorprendido por la rebelión de los contingentes cipayos que estalló ese día. Conociendo a fondo el país y bien informado sobre lo que pasaba, sir Henry Lawrence preveía desde hacía algún tiempo lo peor. De hecho sus telegramas a Calcuta lo atestiguan. En su zona el residente ha tomado medidas de precaución. Se ha visto tanto más obligado a hacerlo, cuanto que, una semana antes de Meerut, un regimiento cipayo, el 7.° regimiento de Aoud, se había rebelado por el mismo asunto de los cartuchos. El regimiento ha podido ser desarmado y sir Henry ha preparado una eventual resistencia acumulando stocks de víveres. Dispone, por otra parte, de un regimiento europeo, el 32 de infantería, en una buena posición alrededor de un viejo fuerte sij y de la residencia en donde, desde la primera señal de alarma, se han refugiado los setecientos civiles británicos, entre ellos quinientas mujeres y niños.



Pero todo lo que puede esperar sir Henry Lawrence, brigadier general desde el 30 de mayo, cosa que le confiere plenos poderes civiles y militares, es mantenerse, en espera de ayuda. Porque inmediatamente en todo el país la rebelión es general y se propaga a través de Aoud y de Rohilkland. Desde el 31 de mayo al 14 de junio, una docena de guarniciones se rebelan. Por todas partes se produce la matanza de los ingleses. Algunas veces, sin embargo, la intervención de un potentado local salva la vida de los civiles británicos, como es el caso de Azamgarth y de Nowgong. En Benarés, la ciudad santa a orillas del Ganges, doscientos cincuenta ingleses logran desarmar a dos mil cipayos, pero estos triunfos son escasos. Por todas partes, la marea cipaya se impone a los británicos. En Allahabad, el pequeño contingente inglés, que ocupa este importante nudo de comunicaciones, logra atrincherarse en el fuerte. Será liberado diez días más tarde por refuerzos llegados de Calcuta. El 3 de junio, el regimiento 41 de la Native Infantry se amotina en Sitapur. Los escasos supervivientes europeos se refugian en Lucknow. Cinco días después, el 8 de junio, Faizabad y Sultampur caen en manos de los rebeldes. Sir Henry Lawrence escribe: «Me temo que cada puesto avanzado ha sucumbido y que nosotros debemos esperar ser asediados por los amotinados y sus aliados». Durante este período sir Henry Lawrence parece haber sido el único que se ha dado cuenta de lo que se tramaba. El coronel Inglis, que se encontraba a la cabeza del regimiento de Lucknow, contará más tarde que Lawrence había sido prevenido por un indígena de que el motín estallaría a las nueve de la noche y que, encontrándose sentado a la mesa, como todas las noches a esa hora, oyendo sacar el cañón a las nueve como de costumbre, se volvió hacia el indígena y le dijo riendo: «Vuestros amigos no son puntuales a la cita». Inglis dice: «Apenas había respondido yo, cuando oímos una descarga de fusil que venía del sido de los acantonamientos. Pedimos inmediatamente los caballos y recuerdo que sir Henry, esperando su caballo, se mantenía derecho sobre la escalinata de la residencia, iluminada su silueta por la claridad de la luna. Esa noche, un destacamento compuesto de unos sesenta cipayos se encontraban de guardia en la residencia bajo el mando de un oficial indígena. Desde que se había dado la alarma, el oficial en cuestión, un subadar, puso a sus hombres en fila a una decena de metros de nosotros y, saludando, preguntó si se les debía ordenar que cargaran las armas. La pregunta iba dirigida a mí y yo la repetí a sir Henry, quien asintió. Di orden de cargar los fusiles y, en el silencio de la noche, alterado sólo por los disparos lejanos y dispersos que nos habían alarmado, oí el ruido característico de las armas al cargarlas. Pienso que sir Henry fue el único de entre nosotros cuyo corazón no aceleró los latidos. Entonces les dijo mientras que las armas de los cipayos parecían dirigidas contra nosotros: “Voy a ir a echar fuera a esos alborotadores. Os quedaréis en vuestro puesto e impediréis que nadie arme gresca aquí; si no, cuando vuelva, os colgaré”».

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Y el coronel Inglis añadirá: «No sé si fue por la arenga de sir Henry, pero debo decir que la guardia se quedó en su puesto y que, mientras por todas partes ardían los bungalows, nadie pudo entrar en la casa y que la residencia de sir Henry fue la única que aquella noche no fue depredada o incendiada». Toda la atención del mundo entero, en aquella época y durante varias semanas, va a estar centrada en aquella parte de la India, donde Lucknow y otro puesto británico, situado a menos de ochenta kilómetros de allí, van a convertirse en los símbolos de esta rebelión de los cipayos. Se trata de Cawnpore. La insurrección estalla en Cawnpore el 5 de junio. Desde hace una semana sir Henry Lawrence se encuentra asediado en Lucknow por los cipayos rebeldes. Así pues, no podrá hacer nada por Cawnpore aunque la guarnición que se encuentra allí no esté demasiado alejada de él. Cawnpore es una ciudad de sesenta mil habitantes situada en la orilla sur del río Ganges. Hay en ella una gran mayoría de indígenas en relación con la débil guarnición británica y todos están bajo las órdenes de un anciano general, sir Hugh Wheeler. Este ha tomado sus precauciones. Desde el 11 de mayo ha fortificado un cuartel que se encuentra en medio de los acantonamientos. Allí, durante varias semanas, el general Wheeler, sus tropas y numerosos civiles, muchos de ellos venidos de los alrededores, incluso de Lucknow, hasta un total de ochocientos o novecientos británicos, van a sufrir los incesantes ataques de tres o cuatro mil rebeldes. La única superioridad de los ingleses es la artillería, porque disponen de una decena de cañones contra tres o cuatro que tienen los cipayos. Pero las condiciones de ludia son terribles, ya que el calor es sofocante, las instalaciones son precarias y no aseguran más que una débil protección. Por otra parte no se puede esperar ningún socorro del exterior, ya que sir Henry Lawrence no puede moverse de Lucknow en donde resiste como puede a la marea desencadenada de los cipayos, y la única guarnición que podría intervenir, la de Allahabad, está a doscientos kilómetros y se encuentra también en plena crisis, al menos hasta el 18 de junio en que se logrará levantar el asedio.



La resistencia de Cawnpore va a durar veintiún días. Son días de sufrimiento que van a costar la vida a doscientos cincuenta británicos, mientras que los cuatrocientos civiles, entre ellos ciento veinticinco mujeres y niños, padecerán incontables sufrimientos. El martirio que les espera luego va a ser todavía más horrible. La tragedia de Cawnpore marcó todo el resto de la lucha. Dicha tragedia está dominada sobre todo por una extraña figura cuyo nombre pertenece tanto a la leyenda como a la historia. Se trata de Nana Sahib. Dhondu Pant es el nombre verdadero de aquél a quien llaman Nana Sahib, el hijo adoptivo de Badjee Rao, el último señor de esta población que ocupa Aoud y el Rohilkland. A la muerte de Badjee Rao, los británicos, aplicando la política definida por lord Dalhousie, cortaron los víveres a Nana Sahib, negándole el derecho a tocar la pensión que se concedía a su padre adoptivo. Nana Sahib intentó hacer valer su causa ante los británicos y envió con esta finalidad a un personaje que luego será visto a su lado muy a menudo, Azim-Oolah-Khan, de religión musulmana, mientras que el Nana, como se le llama a menudo, es un brahmán. Azim-Oolah-Khan, medio abogado, medio encargado de relaciones públicas, se quedará algún tiempo en Inglaterra, donde su prestancia y su charla le valdrán numerosos triunfos femeninos, pero su misión terminará en un fracaso, al igual que las tentativas del residente británico en Bithour, la capital de Nana Sahib, quien se esforzará vanamente en convencer a sus compatriotas para que se arrepientan de una decisión de cuyos peligros se había dado cuenta. Exteriormente Nana Sahib, que ha sido profundamente herido por la actitud de los ingleses, guarda una serenidad perfecta e incluso un aparente abandono que engaña a los que le rodean y da seguridad a los ingleses. Pero, desde esta época, comienza para él una actividad febril que va a llevarle a tomar contacto con numerosos feudales ante las barbas de los ingleses, que no parecen asombrarse de que el señor de Bithour viaje de esta forma, cosa que entonces era poco acostumbrada para un hombre de su rango en la India. De esta forma, Nana Sahib visitó Delhi, Lucknow y encontró una favorable acogida por parte de numerosos señores feudales que, después de la aplicación de la «doctrina Dalhousie», se encontraban en el mismo estado de frustración y rebeldía. Este peregrinaje de Nana Sahib, aunque todavía sea difícil seguir todas sus peripecias, fue bastante fructuoso y ganó a su causa a numerosos príncipes y jefes de diferentes castas y dinastías.

Los más entusiastas fueron, como se preveía, las otras dos dinastías de Maharajás: la del rajá de Boensla y la del de Sattarah, que tenían los mismos problemas que él. También ellos habían intentado luchar por su causa en Inglaterra y habían fracasado, por lo que también ellos habían comenzado a hacer agitación. La anexión del reino de Aoud decidió a uno y otro a unirse a Nana Sahib que se convirtió así en el jefe del complot, antes de ser el símbolo de la rebelión. Un jefe del que los británicos ni siquiera sospechaban y que iba a hacerles pagar caros su descuido e iniquidad. La confianza de los ingleses en Nana Sahib era tal, que cuando la situación se puso tensa en Cawnpore, le pidieron que les prestase su apoyo provisionalmente. Eel recaudador de las finanzas en Cawnpore pone su casa a su disposición y les ruega que se instale en ella con sus hombres, para asegurar la guardia del arsenal donde están encerradas las ciento setenta mil libras del Tesoro. El 4 de junio, el motín estalla en Cawnpore. El primer gesto de Nana Sahib es apoderarse del dinero que los ingleses le han confiado tan imprudentemente para que lo guardara. Y como los amotinados quieren dirigirse hacia Delhi, Nana Sahib les reúne, se pone a su cabeza, y les lanza el día 6 hacia la ciudad. Ha sonado la hora de los pillajes y los incendios. Nana Sahib se ha levantado la máscara que le cubría y Cawnpore va a ser su venganza. «Matad a todos los ingleses y os daré a cada uno un brazalete de oro y todo el botín». Tal es la promesa que Nana Sahib parece haber hecho a los cipayos de Cawnpore. La minúscula guarnición del general Wheeler y el grupo de civiles van a asfixiarse progresivamente y una semana después del comienzo del sitio, el 14 de junio, Wheeler siente ya que no podrá mantenerse durante mucho tiempo: «Estamos sitiados desde el 6 de junio por Nana Sahib y todas las tropas indígenas que se han sublevado el 4 por la mañana. El enemigo posee varios cañones del veinticuatro y varios otros. Nosotros no tenemos más que ocho piezas del nueve. Nuestra resistencia ha sido magnífica y las pérdidas crueles. ¡Pedimos socorro, socorro!». Esta llamada, escrita por la propia mano de Wheeler, llegará a Lucknow gracias a un mensajero indio que conseguirá franquear sin obstáculos los ochenta kilómetros que separan Cawnpore de la guarnición de sir Henry Lawrence.



Pero sir Henry Lawrence debe escoger entre echar una mano a Wheeler, que pide ayuda, y correr al mismo tiempo el peligro de debilitar sus fuerzas, comprometiendo la precaria seguridad de los europeos asediados en Lucknow, o hacerse el sordo a la petición de ayuda de Wheeler. Al final decide esto último, a pesar de las objeciones de sus propios consejeros. Desde entonces la suerte de Cawnpore está decidida. Cada día el pequeño reducto, al que quedará unido indefinidamente el nombre de Wheeler, es sometido a un bombardeo implacable que derriba poco a poco las murallas tras de las cuales se abriga la guarnición. Es un infierno y el aire tórrido está impregnado de polvo. Los víveres, y el agua sobre todo, se hacen escasos. Ya no se tiene con qué cuidar a los heridos para evitar la epidemia. los muertos, entre los cuales hay a menudo mujeres y niños, son arrojados a un pozo, el famoso pozo de Cawnpore, que todavía no ha terminado de desempeñar su triste papel. Se comen caballos y perros. Los niños, que no comprenden lo que pasa, son los más desgraciados. Tras tres semanas Cawnpore ya no puede más. Nana Sahib, que está perfectamente al corriente de la situación del general Wheeler y los suyos, lanza un ataque general el 23 de junio, aniversario de la conquista de Plasey, que aseguró la conquista de Bengala por los ingleses. Pero en su agonía, la guarnición de Cawnpore encuentra todavía suficientes fuerzas para rechazar el asalto. Entonces Nana va a intentar otra cosa. El 25 de junio, una mujer que agita una bandera blanca se presenta ante las fortificaciones británicas. Esta mujer, una eurasiàtica, es llevada a presencia del general Wheeler al que entrega un mensaje con esta inscripción: «A los representantes de Su Muy Graciosa Majestad, la Reina Victoria» La mensajera explica que los rebeldes retienen a sus hijos como rehenes y que, si su misión fracasa, corren peligro de pagarlo con su vida. Es una propuesta de rendición: «Todos aquéllos que no tengan ninguna relación con las acciones de lord Dalhousie y que quieran deponer las armas, podrán dirigirse con total seguridad a Allahabad...». La oferta es tentadora. Sin embargo, Wheeler se huele la trampa. Sus oficiales le hacen ver que ya no quedan víveres más que para tres días. Durante todo el día, sin embargo, Wheeler se reserva su decisión y no la acepta más que a la caída de la tarde. El contacto con los rebeldes se toma inmediatamente. Se ponen finalmente de acuerdo sobre los términos de la rendición: Toda la guarnición será evacuada. Los cañones y el tesoro serán entregados. Los hombres conservarán sus armas individuales de sesenta disparos. Unos barcos llevarán a la guarnición hasta Allahabad, descendiendo el Ganges. La evacuación está prevista para la mañana del 27. Parece el final de esta pesadilla.



Al principio todo parece ir bien y muchos apenas pueden creerlo. Del fuerte al embarcadero hay algo más de un kilómetro, a lo largo del cual se alinea el cortejo con sus carros tirados por bueyes, y elefantes. Los heridos son llevados sobre parihuelas. En el río comienza el embarque. La actitud de los rebeldes no parece alarmante, aunque se hayan producido uno o dos incidentes a la salida, en especial cuando varios cipayos han intentado apoderarse de las joyas de algunas mujeres inglesas. Son las nueve de la mañana. Los ingleses están embarcados y de repente todo ocurre. Algunos han oído un toque de corneta, otros un disparo, que nadie sabe de dónde ha partido. Este simple disparo, cuyo eco ha retumbado en la montaña que domina el río, provoca entre los británicos el efecto que sus nervios a flor de piel no podían dejar de sentir. Entonces se ponen a tirar en todas direcciones. Se produce el drama y el ataque de los cipayos, que matan sin piedad. Únicamente cuatro británicos, a bordo de uno de los barcos, consiguen escapar. Todos los demás, incluido el general Wheeler, mueren. Más de cien mujeres y niños son capturados y son llevados en cautividad a Cawnpore, donde serán desde entonces rehenes de Nana Sahib. Esta matanza se produce el 27 de junio. La víspera, el 26, han llegado a Londres las primeras noticias de la rebelión de los cipayos: cosa que demuestra hasta qué punto estaban desplazados en el tiempo los acontecimientos en esta mitad del siglo XIX, debido a la lentitud de las transmisiones. El 29 de junio el Parlamento británico se reúne para examinar las medidas a tomar con el fin de paliar la insurrección de Meerut y la toma de Delhi. En el mismo momento, sir Henry Lawrence, en Lucknow, y pese a la proximidad de Cawnpore, ignora absolutamente lo que acaba de ocurrir allí, se ve amenazado por un ataque de los rebeldes. Un fuerte contingente de cipayos ha sido observado en Chinhut, a unos quince kilómetros de Lucknow. Según los informes, son unos quinientos, con cincuenta caballos y un cañón de pequeño calibre. En realidad son más de cinco mil hombres, ochocientos hombres a caballo, y su artillería comprende diez cañones y un mortero arrastrado por un elefante. Sir Henry, creyendo en los informes que le han llegado, decide ir al encuentro del enemigo y entablar combate.

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