• ¿Quieres apoyar a nuestro foro haciendo una donación?, entra aquí.

El vínculo secreto entre Egipto y América Parte 6

ruftata

Hij@'e Puta
Registrado
2014/11/02
Mensajes
6.235
Sexo
Macho
A unos cuarenta y ocho kilómetros al nordeste de Ciudad de México se hallan las ruinas de la sagrada ciudad tolteca de Teotihuacán. Los primeros europeos que la vieron fueron Cortés y sus soldados, en circunstancias poco propicias, por no decir otra cosa peor. El 8 de noviembre de 1519, Cortés había entrado en la capital de los aztecas, Tenochtitlán, la actual Ciudad de México, y había quedado sobrecogido ante su extensión y su belleza. Aquella ciudad de pirámides y templos inmensos, palacios y canales, estaba construida en el centro de un enorme lago, y era tan elegante como Venecia. Resultaba claro que sus habitantes no eran salvajes, sino el fruto de una antigua civilización. Los aztecas declaraban que habían tomado por modelo la capital original de su patria perdida, que se alzaba en medio de un lago y estaba rodeada de canales concéntricos, lo que inevitablemente hace pensar en la Atlántida de Platón. Cortés aprovechó la primera oportunidad para detener al amistoso emperador Moctezuma, que moriría cautivo de los españoles. Fue al matar aztecas durante una de sus ceremonias religiosas cuando los españoles cosecharon tempestades. Durante la noche del 1 de julio de 1520 los aztecas sorprendieron a los españoles cuando trataban de huir y mataron a unos quinientos de ellos, así como a cuatro mil de sus aliados mexicanos. Los españoles la llamaron «la noche triste». Cortés y los supervivientes huyeron al norte y se encontraron en un valle cerca de un poblado indio llamado Otumba, completamente rodeado por las ruinas de una ciudad antigua que parecía estar enterrada bajo toneladas de tierra. Acamparon allí, entre dos grandes montículos. Al cabo de dos días tuvieron que enfrentarse a un inmenso ejército de indios mexicanos. Cortés mostró entonces su genio militar. Se dio cuenta de que el hombre ricamente ataviado que estaba en el centro del enemigo debía de ser el jefe y se lanzó directamente hacia él con su pequeña banda de guerreros. La ferocidad del ataque pilló a los indios por sorpresa y el jefe resultó muerto. Al correr la noticia, huyeron los ejércitos indios, que eran muy superiores en número, ya que había unos cien indios por cada español.



La ciudad de las pirámides enterradas era la antigua capital, Teotihuacán. Los indios que vivían allí nada sabían de su origen. Dijeron que la ciudad ya estaba allí al llegar los aztecas. Los dos inmensos montículos eran dos pirámides, llamadas la Casa (o Templo) del Sol y la Casa de la Luna. Estaban unidas por una gran avenida a la que los indios daban el nombre de el Camino de los Muertos, porque creían equivocadamente que los montículos eran tumbas. Más a lo lejos había otro gran montículo, el Templo de Quetzalcóatl. Charnay había empezado a excavarlo en 1883, pero lo había dejado. Sin embargo, se fijó en la increíble variedad de razas en las caras esculpidas en la cerámica: caucásicas, griegas, chinas, japonesas y negras. Un observador posterior también se fijó en que había caras mongoloides, y toda suerte de personas blancas, en particular tipos semíticos. Parecía que, en algún momento de la historia, la tierra de los aztecas y los mayas había sido un centro cosmopolita a nivel mundial. En 1884 un ex soldado que se llamaba Leopoldo Batres persuadió a su cuñado Porfirio Díaz, el dictador de triste memoria, a nombrarle inspector de monumentos y permitirle excavar en Teotihuacán. Más que la arqueología, a Batres le interesaba encontrar tesoros, o, en su defecto, cerámica o artefactos que pudieran venderse a museos europeos. Quedó desconcertado al ver la gran cantidad de tierra y escombros que cubrían la ciudad, y pensó que era como si sus habitantes la hubiesen enterrado deliberadamente para protegerla de los invasores sacrilegos. Sus excavaciones revelaron que probablemente la ciudad había sido abandonada después de alguna catástrofe que la había incendiado, toda vez que muchos edificios estaban llenos de esqueletos calcinados.



Las excavaciones de Batres resultaron muy lucrativas y continuaron durante más de dos decenios. Batres consiguió hacerse pasar por un arqueólogo serio publicando libros sin valor en los que discutía con otros arqueólogos, pero continuó saqueando siempre que se le presentaba la ocasión. La única aportación indiscutible que hizo a la arqueología fue la excavación de uno de los grandes montículos triangulares a los pies de los cuales había acampado Cortés casi cuatrocientos años antes. Contrató a gran número de trabajadores con mulas y cestos y pronto moverían diariamente hasta mil toneladas de tierra. Más adelante, incluso tendió un ferrocarril a los pies del montículo y se llevaba la tierra en vagones. Y lo que pronto empezó a aparecer fue una magnífica pirámide escalonada cuya base tenía más o menos la misma extensión que la de la Gran Pirámide de Gizeh, aunque la altura era sólo la mitad. Entre dos de los niveles superiores de la pirámide, Batres encontró dos capas de mica, mineral de aspecto cristalino que puede dividirse en placas finísimas. Como aquella inmensa cantidad valía mucho dinero, Batres se apresuró a extraerla y venderla.La pirámide no permitía albergar dudas sobre la veracidad de las historias que hablaban de sacrificios. En cada esquina de cada escalón se encontró el esqueleto sentado de un niño de seis años, enterrado vivo; la mayoría de ellos se convirtieron en polvo al ser desenterrados.



La cúspide de la pirámide era plana y en ella había restos de un templo, virtualmente destruido por el crecimiento de la vegetación durante siglos. Debajo de los escombros encontró Batres gran número de figuras humanas talladas en jade, jaspe, alabastro y huesos humanos, lo cual le convenció de que se trataba de un templo solar dedicado a Quetzalcóatl o Viracocha. También encontró un especie de flauta que producía una escala de siete notas distinta de la escala europea. La idea que tenía Batres de la excavación haría llorar a cualquier arqueólogo moderno. Su objetivo era sencillamente crear un monumento de aspecto impresionante. Pero los constructores de la Pirámide del Sol, a diferencia de los de las pirámides de Gizeh, no habían utilizado bloques sólidos, sino una mezcla de adobe y piedra; Empujados por el entusiasmo, a menudo los hombres de Batres perforaban lo que probablemente había sido el muro exterior, con el resultado de que tres de las caras de la pirámide están media docena de metros más adentro de lo que deberían estar. Por suerte, Batres no pudo terminar su obra devastadora. La pirámide tenía que estar terminada a tiempo para celebrar la reelección del dictador en 1910, pero aún quedaba por hacer mucho trabajo cuando Díaz fue derrocado y tuvo que huir a Francia. Batres no tardó en verse denunciado por arqueólogos y estudiosos, en particular por una dama norteamericana llamada Zelia Nuttal, que una vez Díaz había sido depuesto, pudo enumerar los delitos de Batres. Al igual que su cuñado el presidente, el inspector de monumentos sufrió una caída espectacular y desapareció de la historia de la arqueología.


Posteriores excavaciones de Teotihuacán permiten ver claramente que el yacimiento es tan misterioso como Gizeh. La primera y más obvia observación es que la planta de sus tres monumentos principales, las Pirámides del Sol y de la Luna, así como el Templo de Quetzacóatl, tienen mucho en común con la curiosa planta de las pirámide de Keops, Kefrén y Menkaura. La gran plaza de la Ciudadela, que es un complejo religioso, y el Templo del Sol se encuentran alineados a lo largo de la llamada Calle de los Muertos, mientras que el Templo de la Luna esta al final de la calle y no está alienado con los otros dos. Graham Hancock visitó Teotihuacán y reflexionó sobre sus misterios. Al igual que gran número de recientes autoridades en la materia, dijo que no le cabía ninguna duda de que la planta es astronómica. Gerald Hawkins, autor de Stonehenge Decoded, señala, en Beyond Stonehenge, que, si bien las calles forman una cuadrícula que mide seis kilómetros y pico de un lado a otro, se cruzan en ángulos de 89 grados en vez de 90. Además, la cuadrícula no está alineada con los cuatro puntos cardinales, como cabría esperar, sino que se tuerce hacia un lado de tal manera que la Calle de los Muertos se extiende del norte al nordeste y señala sorprendentemente la posición de las Pléyades. Puede que otro descubrimiento de Hawkins parezca todavía más significativo. Tras introducir los datos en su ordenador, descubrió un alineamiento con Sirio, la estrella perro, que, como ya hemos visto, en Egipto se asocia con Isis y que los dogon de Mali saben que tiene una compañera invisible, Sirio B. Y en su libro El misterio de Sirio, Robert Temple señala que los Nommos,los dioses anfibios de quienes los dogon afirman haber recibido su conocimiento de Sirio B, se parecen mucho a los seres anfibios que, según el historiador Beroso, fundaron la civilización babilónica y cuyo líder se llamaba Oannes. Ya hemos comentado la observación que hizo Le Plongeon sobre el parecido entre el nombre de este dios y la palabra maya oaana, que significa «el que tiene su residencia en el agua». Si está en lo cierto, esto parecería un argumento favorable a la existencia de una conexión entre América Central y las tierras del Oriente Medio. Si también recordamos la sugerencia de Robert Temple en el sentido de que los dogon recibieron su conocimiento del antiguo Egipto, entonces, una vez más tenemos, lo que parece un vínculo verosímil entre Egipto y América del Sur.



Le Plongeon también había señalado que muchas de las pirámides de Yucatán tenían 21 metros de altura y que sus planos verticales, es decir, el plano que se formaría si se cortara la pirámide por la mitad con un cuchillo enorme, podría inscribirse en un semicírculo. Dicho de otro modo, que la altura era el radio de un círculo cuyo diámetro era la base. Esto le hizo sospechar que con estas pirámides se quiso representar la Tierra, o, mejor dicho, la mitad superior del globo. Ya hemos señalado que John Taylor descubrió que la altura de la Gran Pirámide, al compararla con su base, es exactamente el radio de una semiesfera comparada con la circunferencia de su base, y que conjeturó que se pretendió que la pirámide fuese una representación de la Tierra. Dicho de otro modo, el método maya parecería más tosco, pero es igualmente eficaz para sugerir la Tierra. Gerald Hawkins se enteró de la existencia de Teotihuacán por un estudioso llamado James Dow, que formuló la teoría de que la ciudad se construyó sobre un «marco cósmico». Otro estudioso, Stansbury Hagar, también ha sugerido que Teotihuacán es un «mapa del cielo», y que la finalidad de la Calle de los Muertos es desempeñar el papel de la Vía Láctea, como lo desempeña el Nilo, según Robert Bauval, en relación con las «estrellas» de Orión de las pirámides de Gizeh. Graham Hancock conjetura que en un principio la Vía de los Muertos estaba llena de agua, con lo cual se parecería aún más al Nilo. Y un ingeniero llamado Hugh Harleston, que inspeccionó Teotihuacán en los decenios de 1960 y 1970, sacó la conclusión de que bien podía ser un modelo del sistema solar, con el Templo de Quetzalcóatl como el sol y todos los planetas representados a distancias proporcionalmente correctas, hasta llegar a unos montículos todavía no excavados que representarían Neptuno y Plutón.

Los constructores de Teotihuacán quizá conocían no sólo las distancias relativas de los planetas, sino incluso la existencia de planetas que a la sazón aún no se habían descubierto. Esto está en línea con la observación de Temple en el sentido de que los dogon sabían que Sirio era una estrella doble, que la luna estaba seca y muerta y que Saturno tenía un anillo a su alrededor. Harleston calculó seguidamente que la unidad básica que se utilizó en Teotihuacán era 1,059 metros. Señalando también la frecuencia de la cifra 378 metros entre indicadores de límites a lo largo de la Vía de los Muertos, Harleston señaló que 1,059 multiplicado por 378 y luego por 10.000 da una cifra muy exacta para el radio polar de la Tierra y parece corroborar la conjetura de Le Plongeon según la cual las pirámides se concibieron como modelos a escala de la Tierra. Todo esto parece un argumento a favor de los visitantes espaciales de Von Däniken. Pero lo que sugieren Schwaller de Lubicz, John West y Graham Hancock y Robert Bauval es bastante menos polémico. Según ellos los pueblos antiguos probablemente heredaron su conocimiento de una civilización que sabía muchas cosas. Tal vez estas cosas las trajeron a la Tierra los Nommos procedentes de las estrellas. De todos modos hay un misterio fascinante, que es lo que aquella gente de la antiguedad sabía y cómo aplicaban su conocimiento.



Pero en lo que se refiere a Teotihuacán, las investigaciones todavía dejan el asunto sumido en el misterio. No conocemos la fecha en que se construyó. Si lo construyeron los toltecas, entonces su fecha podría ser cualquiera entre el 500 d. de C. y el 1100. Pero algunas dataciones por el carbono han dado una fecha de los comienzos de la era cristiana… que es anterior a los toltecas. Los propios aztecas declararon que Teotihuacán fue construido al empezar la quinta edad, en el 3113 a. de C., por Quetzalcóatl. Sus cuatro edades (o «soles») anteriores duraron, respectivamente, 4.008, 4.010, 4.081 y 5.026 años, lo cual suma en total 17.125 años antes del comienzo del quinto sol. Dicho de otro modo, los aztecas datan los «comienzos» de la civilización en el 20.238 a. de C. También se dice que previeron que terminaría en medio de violentos terremotos el 24 de diciembre de 2012. De momento, falta excavar tanto en Teotihuacán que es imposible decir cuándo se trazó el emplazamiento original. Bien puede ser que, como en el caso de Stonehenge, se construyera en períodos muy separados unos de otros. Debemos tener en cuenta la posibilidad de que ya existiera cuando llegaron los toltecas, del mismo modo que ya existía cuando lo descubrieron los aztecas. Lo único que sabemos es que, al igual que el interior de la Gran Pirámide, parece ser que se trazó con una precisión extraña y desconcertante. Y¿por qué los constructores de la Pirámide del Sol quisieron instalar una capa de mica? Lo mismo cabe decir de una edificación llamada el Templo de Mica que no está lejos de la Pirámide del Sol. Debajo de su suelo hay dos enormes capas de mica, de más de ocho metros cuadrados. Es una suerte que Batres ya hubiera muerto cuando se descubrió el Templo de Mica, pues permitió a los arqueólogos descubrir un hecho curioso: que la química de la mica revela que no es mica del lugar, sino que procede de Brasil, a más de 3.000 kilómetros de allí.



¿Y cómo se transportaron capas de mica de más de ocho metros cuadrados? Asimismo, ¿por qué luego las colocaron debajo del suelo? ¿Qué función debían cumplir allí? Graham Hancock señala que la mica se usa como aislante en los condensadores, y que puede usarse para que las reacciones nucleares sean más lentas, pero cuesta ver cómo una capa subterránea de mica podría cumplir alguna función científica. Teotihuacán quiere decir «ciudad de los dioses» o, más literalmente y sorprendentemente, «ciudad donde los hombres se convierten en dioses». Esto hace pensar que tal vez tenía algún importante propósito ritual, quizá análogo a la idea de Bauval de que la finalidad de los «pozos de ventilación» de la Gran Pirámide es dirigir el alma del faraón hacia el cielo, donde se convierte en dios. Así pues, al igual que el complejo de Gizeh, la ciudad de Teotihuacán continúa siendo un misterio. De momento, sus complicadas medidas y la disposición de sus extraños edificios no tienen sentido. Lo único que parece razonablemente seguro, una vez más, es que se construyó teniendo presentes alineamientos astronómicos y que a ojos de los toltecas, o de quienquiera que la construyese, simbolizaba algún misterio divino cuya naturaleza cayó en el olvido hace mucho tiempo. Lo mismo ocurre en el caso del enigma más famoso de América del Sur, las líneas de Nazca. Las descubrió en 1941 un norteamericano que era profesor de historia y se llamaba Paul Kosok al sobrevolar casualmente el desierto cerca de la ciudad de Nazca, en Perú, en busca de canales de riego. Lo que vio desde el aire fue una serie de cientos de dibujos asombrosos en la arena: gigantescos pájaros, insectos, peces, mamíferos y flores, entre los que había una araña, un cóndor, un mono y una ballena. Nadie los había visto jamás porque no pueden verse desde el suelo. Y ocupan 518 kilómetros cuadrados de meseta. Se comprobó que los habían trazado moviendo las piedras pequeñas que forman la superficie del desierto y dejando al descubierto el suelo duro que hay debajo de ellas.



También hay enormes figuras geométricas y largas líneas que se extienden hacia el horizonte, algunas de la cuales terminan bruscamente en las cimas de las montañas. La llanura de Nazca es ventosa, pero las piedras de la superficie absorben calor suficiente para producir aire ascendente que protege el suelo. Llueve rarísimas veces. Debido a estos factores, los dibujos gigantescos han permanecido intactos durante siglos, posiblemente milenios. Algunos restos orgánicos encontrados en el lugar se han datado por el carbono en un período situado entre el 350 y el 500 d. de C., y la cerámica en el siglo I a. de C. Pero las líneas propiamente dichas no pueden datarse. Erich von Däniken sugeriría más adelante que las líneas largas eran las pistas de aterrizaje de las aeronaves de los antiguos viajeros del espacio, pero esta teoría pasa por alto el hecho de que un acroplano haría saltar las piedras en todas las direcciones; y lo mismo haría una nave espacial que despegase verticalmente. El 22 de junio de 1941, Kosok vio cómo el sol se ponía al final de una de las líneas que se extendían hacia lo lejos a través del desierto. Era el solsticio de invierno en el sur de Perú. Esto es, el momento en que el sol se cierne sobre el Trópico de Capricornio y se prepara para regresar al norte. Esto convenció a Kosok de que las líneas tenían alguna finalidad astronómica. Pero cuando Gerald Hawkins introdujo los diversos alineamientos en su ordenador, examinando un período que va del 5000 a. de C. al 1900 d. de C., se llevó una decepción: ninguna de las líneas señalaba de modo concluyente ciertas estrellas en momentos significativos, tales como el solsticio o el equinoccio. Al parecer, Kosok se había equivocado.

Pero más adelante, una investigadora, la doctora Phyllis Pitluga, del Adler Planetarium de Chicago, descubriría que eso no era totalmente cierto. Sus investigaciones demostraron que la araña gigantesca era un modelo de la constelación de Orión, y que la serie de líneas rectas que había a su alrededor seguían la trayectoria de las tres estrellas del Cinturón de Orión. Así pues, al igual que las pirámides de Gizeh, la araña de Nazca está relacionada con el Cinturón de Orión. Tony Morrison, un zoólogo que estudio las líneas con Gerald Hawkins, concluye en su libro Pathways to the Gods (1978) con una cita de un magistrado español, Luis de Monzón, que en 1586 escribió sobre las piedras trabajadas y los caminos antiguos que había cerca de Nazca: “Los indios viejos dicen que… tienen conocimiento de sus antepasados, que en tiempos muy antiguos, antes de que los gobernasen los incas, llegó al país otro pueblo al que llaman Viracochas, no muchos de ellos, y les siguieron indios que iban detrás de ellos escuchando su palabra, y ahora los indios dicen que debían de ser personas santas. Y en vista de ello, les construyeron caminos que pueden verse hoy”. Y aquí, sin duda, tenemos la clave del misterio de las líneas de Nazca: el legendario Viracocha, llamado también Quetzalcóatl y Kon-Tiki, cuyo retorno seguían esperando los indios al desembarcar Cortés. «Los indios viejos» construyeron las grandes figuras porque esperaban que Viracocha regresara, esta vez por el aire, y las figuras hacían de indicador. ¿Cómo hicieron las figuras? Muchos autores han conjeturado que los indios debían de poseer globos de aire caliente. Pero aunque esto fuera cierto, poca utilidad tendrían tales globos para los indios que estaban abajo en el suelo. No se puede trazar una figura de un 270 metros desde una altura de 300 metros.



Por otra parte, la construcción de dibujos gigantescos es factible. Se trata sencillamente de construir una versión enorme a partir de un pequeño dibujo o plano. Los antiguos britanos hicieron frente a una tarea parecida cuando labraron enormes figuras en la creta de los Downs, y lo mismo cabe decir de Gutzon Borglum, el artista que talló los rostros gigantescos de presidentes norteamericanos en el monte Rushmore. Tampoco es totalmente cierto que las líneas del desierto no puedan verse desde el suelo, toda vez que en la zona de Nazca hay muchas colinas y montañas, que permitirían a los artistas adquirir un sentido de la perspectiva. Tony Morrison ha señalado que aunque las piedras de las figuras de Nazca son de color oscuro a causa de los elementos, las huellas que un automóvil deja en el desierto son de color amarillo y las líneas de Nazca debían de ser muy visibles al principio. Es improbable, por supuesto, que la única finalidad de las líneas y las figuras fuese hacer de indicadores. Puede que también fueran símbolos de fertilidad y que en el lugar se celebrasen danzas y rituales. Sin embargo, el comentario que Luis de Monzón hizo en 1586 en el sentido de que los indios construyeron caminos a Viracocha, sin duda ofrece la explicación más obvia y sencilla del objetivo de las líneas. Hemos visto cómo, en las postrimerías del siglo XIX, muchos arqueólogos respetables creían que la Esfinge era mucho más antigua que las pirámides y cómo los egiptólogos modernos han adoptado una actitud cada vez más prudente y han sustituido lo que consideran un romanticismo irresponsable por una especie de clasicismo desapasionado. Lo mismo sucedió en el campo de la arqueología sudamericana. En 1922, Byron Cummings, de la Universidad de Arizona, se fijó en una colina grande y llena de vegetación que había junto a la carretera de Ciudad de México a Cuernavaca y que aparecía cubierta por una capa de lava sólida. Al quitar la lava, para lo cual a menudo usó dinamita, descubrió una pirámide truncada, probablemente la más antigua que se conoce. Era la versión mexicana de la Pirámide Escalonada de Zoser.



Un geólogo neozelandés dijo que el campo de lava tenía entre 7.000 y 2.000 años de antigüedad, y Byron Cummings decidió que 7.000 años probablemente estaban más cerca de la realidad. Los estudiosos modernos prefieren datarla entre el 600 a. de C. y el 200 d. de C. En su libro sobre la arqueología en América, Conquistadores Without Swords (1967), Leo Deuel afirma que si bien puede que hubiera seres humanos en México hace diez mil años o más, los agricultores y los constructores aparecieron alrededor del 2000 a. de C. En general, Deuel se hace eco de la actitud de la mayoría de los arqueólogos: que dicen que vincular las pirámides de América del Sur a las de Egipto es puro romanticismo, porque hay varios miles de años entre ellas. Sin embargo, como hemos visto, puede que no haya comprendido la antigüedad de la tradición a la que pertenecían los olmecas, los toltecas y los mayas. Las ruinas de Tiahuanaco parecen demostrar, más claramente que otras, que la civilización en América del Sur puede ser mucho más antigua de lo que suponemos. Graham Hancock viene a decir lo mismo cuando comenta el calendario maya, que a su vez tenía su origen en los olmecas, que parece son los que hicieron las gigantescas cabezas negroides que se parecen curiosamente a la cara de la Esfinge de Egipto . El calendario europeo calcula que la duración del año es de 365 3/4 días. La cifra correcta es 365,2422. Pero los mayas calculaban que el año duraba 365,2420, cifra que es infinitamente más exacta que nuestro calendario, el occidental. Calcularon el tiempo que tardaba la luna en dar la vuelta alrededor de la Tierra casi con tanta exactitud como un ordenador moderno: 29,528395 días. Su astronomía es de una perfección comparable con la nuestra.





A pesar de ello, se trata de la misma gente que, aparentemente, ignoraba el principio en que se basa la rueda. Hancock sugiere que la respuesta es que la astronomía maya no la crearon los propios mayas, sino que era el legado de un pasado lejano. Todo lo que sabemos de las civilizaciones de América Central y América del Sur induce a pensar que no crecieron aisladas del resto del mundo. Hubo un momento en que estuvieron conectadas con Europa y el Oriente Medio, quizá incluso con la India. Las leyendas sugieren que unos hombres blancos llevaron la civilización a América del Sur poco después de alguna gran catástrofe que oscureció el sol. Documentos y tradiciones sugieren que tal catástrofe ocurrió alrededor del 10500 a. de C. Aunque no podemos mostrarnos dogmáticos sobre la fecha de la catástrofe que cayó sobre Tiahuanaco en los Andes, sí sabemos la fecha de la que cayó sobre Egipto. La arqueología indica que la agricultura empezó varios milenios antes de la era que solemos asignar a los primeros agricultores. Antes del 13000 a. de C. aparecen hojas de hoz y piedras para moler trigo entre las herramientas del paleolítico final. La inexistencia de restos de pescado en este período hace suponer que el hombre había aprendido a alimentarse de la agricultura. Luego, según parece, una serie de desastres naturales, entre los que hubo tremendas inundaciones en el valle del Nilo, pusieron fin a la «revolución agrícola» hacia 10500 a. de C. West conjetura que ésta es la fecha en que tuvo lugar la destrucción de la Atlántida y en que los supervivientes llegaron a Egipto y construyeron la versión más antigua de la Esfinge.



Es la fecha en que, según Bauval, los «protoegipcios» proyectaron y posiblemente empezaron a construir las pirámides de Gizeh. Es también la fecha que Nature en 1971 y The New Scientist en 1972 dieron para la última inversión de los polos magnéticos terrestres. Todo esto sugiere como mínimo que la fecha en la que los «dioses blancos» llegaron del este a México fue el 10500 a. de C. Si es verdad, y si la tradición según la cual Viracocha fundó la ciudad sagrada de Teotihuacán se basa en la realidad, entonces Teotihuacán fue también como mínimo proyectada al mismo tiempo que las pirámides de Gizeh, y el conocimiento que se observa en su trazado geométrico fue traído de una civilización que se hallaba en trance de destrucción. Ahora sabemos que los egipcios concedían especial importancia a Sirio, la estrella perro, y a la constelación de Orión, en cuya parte trasera se encuentra. También sabemos que el abad Brasseur estaba convencido de que Sirio era la estrella sagrada de los mayas. Tenemos razones para creer que la araña de la llanura de Nazca representa la constelación de Orión, que tenía igual importancia para los egipcios. A medida que van acumulándose «coincidencias» como éstas, se hace cada vez más difícil no sacar la conclusión de que las civilizaciones del norte de África y de la América Central y la América del Sur tenían algún origen común y que este origen común se halla tan profundamente enterrado en el pasado que nuestra única probabilidad de entenderlo reside en descifrar las señales, casi invisibles, que ha dejado.
 
Volver
Arriba