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Efecto Antronio: Columna de opinión genera ardor anal a niveles insospechados.

JLTorrente

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Por Avelino Jiménez

Hace un año y medio hice esta columna y la mordaza protocolar de lo políticamente correcto obligatorio impidió, creo yo, que saliera publicada. Ahora ya la realidad se impuso y reconoce que lo que aquí se dice es justo y necesario también.

Hace 30 años más o menos, junto con el crecimiento del estándar de vida de nuestro país, por todos conocido, empezó a ser la meta de muchos extranjeros que se entusiasmaron con venir a buscar éxito para ellos también. Ha habido diferentes oleadas por países. Primero peruanos, argentinos, dominicanos, haitianos, colombianos, venezolanos y permanentemente personas venidas de otros continentes diferentes a la América nuestra que han inmigrado en menor número.

El problema no es la migración, en mi opinión, sino la estampida inmigratoria, que hemos recibido. No podemos seguir haciendo política con la canción de Chito Faro, ni con la boina del Che, ni con un romanticismo mal entendido de lo que plantea Pepe Mujica cuando habla de una América Latina única – idea excelente-, ni con el agradecimiento por los exiliados chilenos que encontraron amparo en diferentes latitudes contra los atropellos de la dictadura desde 1973.

No creo que las cifras que pretenden demostrar que no hay impacto económico, ni mayor gasto en salud, educación, menor oferta de trabajo para los nacionales, puedan ser consideradas reales. Porque se tiene buenas cifras, creíbles, cuando son fenómenos legales, transparentes, a la vista. Lo que aquí no ocurre. En una explosión, o aluvión, de inmigración hay mucha entrada ilegal, con industrias mafiosas, cuando menos bajo cuerda, de acarreo, desconsideración y abuso, tanto para los que llegan como para el país y también para los que vivimos él.

No hay peor ciego que el que no quiere ver. El centro está lleno de inmigrantes, hay comunas donde se han concentrado, y ocupan casas subdivididas por piezas, que han cambiado la fisionomía y el estilo de vida de quienes viven allí, en donde los jóvenes se van pero los mayores no pueden, ciudades donde levantan campamentos y barrios en lugares privados, aparecen tipos nuevos de delitos. Frente a la Biblioteca nacional, un edificio histórico símbolo de la cultura, perdido porque en su frente está lleno de comercio ambulante, fritanguerías, y artículos varios de comerciantes ilegales extranjeros y chilenos etc. Y poco a poco se va extendiendo por lo más insospechados lugares de Chile.

Se dice que la inmigración mejora la raza, hay muy buenos chistes al respecto, y han aparecido campeones deportivos en corto tiempo de hecho, que mejoran la productividad, que son más trabajadores y más honrados, que los chilenos son flojos hay trabajos que no les gusta hacer y no cumplen porque no tienen disciplina, que nos conviene la llegada de inmigrantes porque levantan la bajísima natalidad del país (como si lo que necesitáramos fuera más gente), que las tasas de delito de los extranjeros es menor que la de los nacionales. Y así, un interminable listado de puras y simples opiniones porque, se refieren a un hecho cuyas cifras no se sabe cuánto lo representan realmente, ya que es esencialmente clandestino.

No es verdad que los inmigrantes llegan a enriquecer el país donde arriban a buscar un mejor lugar donde instalar su vida. También, en este caso buscan su propio beneficio, el que no han sabido construir como comunidad, por cualquiera de los múltiples motivos para que ello ocurra, no lo han conseguido en su propia nación. Si respetaran al país al que migran, no solo que lo desean conseguir, en este caso Chile, no entrarían en tropel y transgrediendo sus normas, establecidas en los requisitos de ingreso. Porque una comunidad establece normas para manejar el flujo de ingreso a extranjeros racionalizando las mejores condiciones para que eso ocurra. El que viene para acá y su primera acción es vulnerar nuestras decisiones respecto al ingreso, no está mostrando afecto por nosotros, está centrado en sus propias condiciones y aspiraciones.

Nosotros tenemos que respetarnos: Si efectivamente fuéramos ese país que gusta a los demás al punto que vienen en masa a Chile, es porque ha habido un trabajo y un acierto en eso, en construirlo, un sacrificio, dolores, sufrimientos, luchas. Debemos y tenemos que cuidarlo. Si fuera verdad que estamos haciendo algunas cosas bien, no dejemos que los que vienen de entrada haciendo las cosas ilegalmente, mal, y como parte de una industria del abuso impongan sus términos. Lo mismo deberían hacer los chilenos que se van a otros países, no entrar en ellos reventando la chapa ni saltando la muralla.

No me siento protegido por la actitud general de nuestra política ante la ola explosiva inmigrante, y tengo menor confianza en que puedo construir un futuro consonante con lo que me gustaría y la identidad que tengo. Por supuesto, quizás ni si quiera imagino la maravilla de comunidad que resulta de esta inmigración y no soy capaz de prever. Desearía, que hubiera un programa computacional capaz de hacer una simulación de lo que sería el Chile de hoy en estos últimos 30 años, si es que no hubiera habido esta explosión migratoria, que ilustrara cómo hubiera sido nuestro país ahora si hubiéramos tenido el mismo progreso, pero entre nosotros. Para tener una respuesta diferente, para cotejar, para tener otro ángulo, que no sea la pura polarización que existe sobre el tema; me gustaba Chile antes de esta situación. Lo siento, entiendo que otros creerán otra cosa, pero no tienen por qué ser sentimientos excluyentes. En una de esas el computador proyecta que lo mejor que le pudo pasar al país es el baldazo inmigratorio, tal como ha sido incluso: en importante medida ilegal.

Esto no tiene nada que ver con xenofobia, compasión, solidaridad como el trabajo del Padre Felipe Berrios en el norte con inmigrantes, o el agradecimiento por los servicios humanitarios que hicieron a los chilenos que también migraron en situaciones de emergencia. La falta de respeto por las comunidades a la que uno llega obvio que puede despertar reacciones xenofóbicas. Pero tener identidad es natural y defenderla flexiblemente es indispensable para la existencia. Negar, o peor reprimir el derecho a estimarse, a valorar su historia, definir su estilo de vida y conservarlo, es absurdo e ignorante.

En todo el mundo, ahora convertido en una nuez, la gente va de un extremo a otro de la Tierra fácilmente, lo que en el pasado era absolutamente diferente. Así que estamos en la era de las migraciones y el desplazamiento global. Hay dos principios que se equilibran mutuamente: el derecho de cada persona a vivir en cualquier punto del planeta y, la condición natural ineludible en la naturaleza de tener una identidad, ser alguien como persona, a la vez de pertenecer a una identidad grupal.Identidades grupales como las familias, cualquiera forma que estas tomen, religiones, partidos políticos, clubes deportivos, razas, por su puesto las naciones. Estas identidades tienen un orden, se organizan, ponen normas, deciden, se coordinan. Hay una afirmación que es pertinente hacerla respecto a estas inmigraciones masivas: el crecimiento inorgánico es el preámbulo de la crisis.


Fuente: https://www.ilustrado.cl/2019/08/18/la-inmigracion-explosiva-de-chile/



Don Avelino Jimenez y su look a lo Letelier: The Best Yissus :lol3:

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Moraleja: No todo el que pinta de soyero lo es, o por lo menos, hay soyeros pensantes :sisi3:


Pero cuanto ardor en los comentarios, incluidos venecos mostrando cómo realmente son :lol2:

De culto.
 
Última edición:
Buena columna, por fin alguien se atreve a decirlo en un medio de comunicación formal, aunque sea en una web poco conocida como esa.

Y pensar que esto mismo lo venimos diciendo acá desde hace dos o tres años, y recién ahora el resto se está dando cuenta, cuando probablemente ya es tarde. :nonono:

Como siempre el Forazo a la vanguardia :hands:
 
maravilloso ver el tenor de las respuestas, (porque no son antronianos, verdad? :unsure: ) ya al fin, tarde,pero al fin se va diciendo las cosas como son y parando la tontera de romantizar esta inmigracion callampera
 
Tenemos un aparato comunicacional que exacerba la endofobia, con el cual se envalentona a la gentuza extranjera que viene a mal vivir, haciéndole creer que está por sobre el chileno y que es superior en todo aspecto. Así como por un lado tenemos chilenos que se han tragado el asunto de la endofobia, también tenemos extranjeros que creen que Chile les debe dar de todo, y que nosotros estamos en la obligación de mantenerlos bien.

La ramera FARC que despotricó sobre Sebastián Izquierdo, no apareció porque sí, se ha propiciado el ambiente para que sea así. Gentuza que piensa así como ella... hay harta en el país, viviendo del Estado e instalada en tomas.

Buena columna.

:cafe3:

PD: cabe elaborar un dossier de la endofobia, con nombres de todos los políticos y periodistas basura. Lo haría yo, pero no tengo mucho tiempo.
 
Csm, este culeao se compró todo el tongo del LIBRO DE LA VERDAD, e invoca cifras y datos "oficiales" ¿Sabrá este conchesumadre que le están metiendo datos añejos, y que con esa treta manipulan a la opinión pública?

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Gerónimo Poblete

Hacer una columna que desestima las cifras y datos oficiales porque sí para luego tratar de camuflar una evidente xenofobia bajo una sarta de idioteces sin respaldo alguno.

Gran trabajo Sr Avelino, digno de ilustrados de la talla de Gustavo Hasbun e Ivan Moreira.


Ahueonáo culeao :nonono:

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Soazo Meriand

Jajaja!!! M dan risa! Tienen 40 años d atraso respcto a Venezuela. Salimos d nuestro pais a la fuerza e igual vivimos aqui. Primero: aprendan a expresarse. Segundo: Su universidad la fundo un venezolano. Tercero la UCV es universidad reconocida a nivel mundial. Ultimo: una vez salga el dictador nos iremos corriendo a nuestra Patria grande y Rica! Escribanlo... bueno: si alguno sabe hacerlo d manera correcta! Jajajajaja!!!!!!!!!


Basura culeá :lol3:
 
Última edición:
Aprovecho para poner ésto que leí en oa mañana.

En el año 376 después de Cristo, en la frontera del Danubio se presentó una masa enorme de hombres, mujeres y niños. Eran refugiados godos que buscaban asilo, presionados por el avance de las hordas de Atila. Por diversas razones -entre otras, que Roma ya no era lo que había sido- se les permitió penetrar en territorio del imperio, pese a que, a diferencia de oleadas de pueblos inmigrantes anteriores, éstos no habían sido exterminados, esclavizados o sometidos, como se acostumbraba entonces. En los meses siguientes, aquellos refugiados comprobaron que el imperio romano no era el paraíso, que sus gobernantes eran débiles y corruptos, que no había riqueza y comida para todos, y que la injusticia y la codicia se cebaban en ellos. Así que dos años después de cruzar el Danubio, en Adrianópolis, esos mismos godos mataron al emperador Valente y destrozaron su ejército. Y noventa y ocho años después, sus nietos destronaron a Rómulo Augústulo, último emperador, y liquidaron lo que quedaba del imperio romano.

Y es que todo ha ocurrido ya. Otra cosa es que lo hayamos olvidado. Que gobernantes irresponsables nos borren los recursos para comprender. Desde que hay memoria, unos pueblos invadieron a otros por hambre, por ambición, por presión de quienes los invadían o maltrataban a ellos. Y todos, hasta hace poco, se defendieron y sostuvieron igual: acuchillando invasores, tomando a sus mujeres, esclavizando a sus hijos. Así se mantuvieron hasta que la Historia acabó con ellos, dando paso a otros imperios que a su vez, llegado el ocaso, sufrieron la misma suerte. El problema que hoy afronta lo que llamamos Europa, u Occidente (el imperio heredero de una civilización compleja, que hunde sus raíces en la Biblia y el Talmud y emparenta con el Corán, que florece en la Iglesia medieval y el Renacimiento, que establece los derechos y libertades del hombre con la Ilustración y la Revolución Francesa), es que todo eso -Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Newton, Voltaire- tiene fecha de caducidad y se encuentra en liquidación por derribo. Incapaz de sostenerse. De defenderse. Ya sólo tiene dinero. Y el dinero mantiene a salvo un rato, nada más.

Pagamos nuestros pecados. La desaparición de los regímenes comunistas y la guerra que un imbécil presidente norteamericano desencadenó en el Medio Oriente para instalar una democracia a la occidental en lugares donde las palabras Islam y Rais –religión mezclada con liderazgos tribales– hacen difícil la democracia, pusieron a hervir la caldera. Cayeron los centuriones -bárbaros también, como al fin de todos los imperios- que vigilaban nuestro limes. Todos esos centuriones eran unos hijos de puta, pero eran nuestros hijos de puta. Sin ellos, sobre las fronteras caen ahora oleadas de desesperados, vanguardia de los modernos bárbaros –en el sentido histórico de la palabra– que cabalgan detrás. Eso nos sitúa en una coyuntura nueva para nosotros pero vieja para el mundo. Una coyuntura inevitablemente histórica, pues estamos donde estaban los imperios incapaces de controlar las oleadas migratorias, pacíficas primero y agresivas luego. Imperios, civilizaciones, mundos que por su debilidad fueron vencidos, se transformaron o desaparecieron. Y los pocos centuriones que hoy quedan en el Rhin o el Danubio están sentenciados. Los condenan nuestro egoísmo, nuestro buenismo hipócrita, nuestra incultura histórica, nuestra cobarde incompetencia. Tarde o temprano, también por simple ley natural, por elemental supervivencia, esos últimos centuriones acabarán poniéndose de parte de los bárbaros.

A ver si nos enteramos de una vez: estas batallas, esta guerra, no se van a ganar. Ya no se puede. Nuestra propia dinámica social, religiosa, política, lo impide. Y quienes empujan por detrás a los godos lo saben. Quienes antes frenaban a unos y otros en campos de batalla, degollando a poblaciones enteras, ya no pueden hacerlo. Nuestra civilización, afortunadamente, no tolera esas atrocidades. La mala noticia es que nos pasamos de frenada. La sociedad europea exige hoy a sus ejércitos que sean oenegés, no fuerzas militares. Toda actuación vigorosa -y sólo el vigor compite con ciertas dinámicas de la Historia- queda descartada en origen, y ni siquiera Hitler encontraría hoy un Occidente tan resuelto a enfrentarse a él por las armas como lo estuvo en 1939. Cualquier actuación contra los que empujan a los godos es criticada por fuerzas pacifistas que, con tanta legitimidad ideológica como falta de realismo histórico, se oponen a eso. La demagogia sustituye a la realidad y sus consecuencias. Detalle significativo: las operaciones de vigilancia en el Mediterráneo no son para frenar la emigración, sino para ayudar a los emigrantes a alcanzar con seguridad las costas europeas. Todo, en fin, es una enorme, inevitable contradicción. El ciudadano es mejor ahora que hace siglos, y no tolera cierta clase de injusticias o crueldades. La herramienta histórica de pasar a cuchillo, por tanto, queda felizmente descartada. Ya no puede haber matanza de godos. Por fortuna para la humanidad. Por desgracia para el imperio.

Todo eso lleva al núcleo de la cuestión: Europa o como queramos llamar a este cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social, está roído por dentro y amenazado por fuera. Ni sabe, ni puede, ni quiere, y quizá ni debe defenderse. Vivimos la absurda paradoja de compadecer a los bárbaros, incluso de aplaudirlos, y al mismo tiempo pretender que siga intacta nuestra cómoda forma de vida. Pero las cosas no son tan simples. Los godos seguirán llegando en oleadas, anegando fronteras, caminos y ciudades. Están en su derecho, y tienen justo lo que Europa no tiene: juventud, vigor, decisión y hambre. Cuando esto ocurre hay pocas alternativas, también históricas: si son pocos, los recién llegados se integran en la cultura local y la enriquecen; si son muchos, la transforman o la destruyen. No en un día, por supuesto. Los imperios tardan siglos en desmoronarse.

Eso nos mete en el cogollo del asunto: la instalación de los godos, cuando son demasiados, en el interior del imperio. Los conflictos derivados de su presencia. Los derechos que adquieren o deben adquirir, y que es justo y lógico disfruten. Pero ni en el imperio romano ni en la actual Europa hubo o hay para todos; ni trabajo, ni comida, ni hospitales, ni espacios confortables. Además, incluso para las buenas conciencias, no es igual compadecerse de un refugiado en la frontera, de una madre con su hijo cruzando una alambrada o ahogándose en el mar, que verlos instalados en una chabola junto a la propia casa, el jardín, el campo de golf, trampeando a veces para sobrevivir en una sociedad donde las hadas madrinas tienen rota la varita mágica y arrugado el cucurucho. Donde no todos, y cada vez menos, podemos conseguir lo que ambicionamos. Y claro. Hay barriadas, ciudades que se van convirtiendo en polvorines con mecha retardada. De vez en cuando arderán, porque también eso es históricamente inevitable. Y más en una Europa donde las élites intelectuales desaparecen, sofocadas por la mediocridad, y políticos analfabetos y populistas de todo signo, según sopla, copan el poder. El recurso final será una policía más dura y represora, alentada por quienes tienen cosas que perder. Eso alumbrará nuevos conflictos: desfavorecidos clamando por lo que anhelan, ciudadanos furiosos, represalias y ajustes de cuentas. De aquí a poco tiempo, los grupos xenófobos violentos se habrán multiplicado en toda Europa. Y también los de muchos desesperados que elijan la violencia para salir del hambre, la opresión y la injusticia. También parte de la población romana –no todos eran bárbaros– ayudó a los godos en el saqueo, por congraciarse con ellos o por propia iniciativa. Ninguna pax romana beneficia a todos por igual. Y es que no hay forma de parar la Historia. «Tiene que haber una solución», claman editorialistas de periódicos, tertulianos y ciudadanos incapaces de comprender, porque ya nadie lo explica en los colegios, que la Historia no se soluciona, sino que se vive; y, como mucho, se lee y estudia para prevenir fenómenos que nunca son nuevos, pues a menudo, en la historia de la Humanidad, lo nuevo es lo olvidado. Y lo que olvidamos es que no siempre hay solución; que a veces las cosas ocurren de forma irremediable, por pura ley natural: nuevos tiempos, nuevos bárbaros. Mucho quedará de lo viejo, mezclado con lo nuevo; pero la Europa que iluminó el mundo está sentenciada a muerte. Quizá con el tiempo y el mestizaje otros imperios sean mejores que éste; pero ni ustedes ni yo estaremos aquí para comprobarlo. Nosotros nos bajamos en la próxima. En ese trayecto sólo hay dos actitudes razonables. Una es el consuelo analgésico de buscar explicación en la ciencia y la cultura; para, si no impedirlo, que es imposible, al menos comprender por qué todo se va al carajo. Como ese romano al que me gusta imaginar sereno en la ventana de su biblioteca mientras los bárbaros saquean Roma. Pues comprender siempre ayuda a asumir. A soportar.

La otra actitud razonable, creo, es adiestrar a los jóvenes pensando en los hijos y nietos de esos jóvenes. Para que afronten con lucidez, valor, humanidad y sentido común el mundo que viene. Para que se adapten a lo inevitable, conservando lo que puedan de cuanto de bueno deje tras de sí el mundo que se extingue. Dándoles herramientas para vivir en un territorio que durante cierto tiempo será caótico, violento y peligroso. Para que peleen por aquello en lo que crean, o para que se resignen a lo inevitable; pero no por estupidez o mansedumbre, sino por lucidez. Por serenidad intelectual. Que sean lo que quieran o puedan: hagámoslos griegos que piensen, troyanos que luchen, romanos conscientes –llegado el caso– de la digna altivez del suicidio. Hagámoslos supervivientes mestizos, dispuestos a encarar sin complejos el mundo nuevo y mejorarlo; pero no los embauquemos con demagogias baratas y cuentos de Walt Disney. Ya es hora de que en los colegios, en los hogares, en la vida, hablemos a nuestros hijos mirándolos a los ojos.

https://www.zendalibros.com/los-godos-del-emperador-valente/
 
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