"La idea de los carismas o de los dones especiales, que pueden ser transmitidos a la descendencia, es una idea muy antigua de la humanidad", señala el sociólogo y profesor de la Universidad de Santiago (Usach), Nino Bozzo.
El sociólogo explica que el sistema de la monarquía se basaba en el supuesto de que "los hijos o los parientes de los monarcas debían tener las mismas cualidades de éstos", y la gente así lo creía y lo aceptaba. "En términos de legitimidad histórica, el pasado siempre sacraliza las acciones", afirma Bozzo.
De acuerdo al profesor, ello "es parte del pensamiento mágico. Este está basado en la idea de que lo semejante atrae lo semejante. Y en esa visión se inscribe lo de los apellidos".
Bozzo aclara desde un principio que este pensamiento mágico, este pensamiento tradicional, no es un problema de racionalidad -"hasta los seres más racionales andan consultando el horóscopo", ejemplifica-, explicando: "este modo de pensar responde a una lógica que establece coincidencias, similitudes", que la mayoría de las personas acepta.
A juicio del sociólogo, esta lógica proviene en gran parte de un fuerte sentimiento monárquico existente en Chile; situación que explicaría el relativo sometimiento y resignación de la población hacia lo que dictamine el que detenta el poder.
"La idea del rey es muy fuerte en nuestro país; la idea de que alguien tiene que mandar y los demás obedecer. No hay que olvidar que la nuestra, así como las demás sociedades latinoamericanas, son sociedades producto de conquista y colonización".
En este contexto, los apellidos de connotación social, política, económica -los apellidos vinculados con el poder-, crean en la gente, y en los mismos que los ostentan, una suerte de seguridad, de complicidad.
Y estas posiciones necesitan redes, canales, lazos, nexos, para funcionar. "En situaciones de inestabilidad -plantea el sociólogo-, ¿dónde se busca seguridad?: en la familia, en las mayores lealtades que generan las redes sociales".
Si se examina la Historia de Chile, "la sucesión presidencial es casi una sucesión monárquica; de padres a hijos, de tíos a sobrinos. La hermana de Aníbal Pinto -Enriqueta- es la mujer de Manuel Bulnes; Bulnes es sobrino de Prieto; Federico Errázuriz Zañartu es padre de Felipe Errázuriz Echaurren...", describe Bozzo.
Y esta especie de esquema presidencial genealógico se ha dado, según el sociólogo, porque en las Repúblicas el servicio público, el servicio al Estado fue una de las carreras profesionales de las familias más ricas y educadas del país, "que vieron en este servicio una manera de conservar cuotas de poder, sirviendo a los demás".
Esta sucesión familiar no ha sido necesariamente ininterrumpida: "Hay personas que se escapan, como Gabriel González Videla; pero aun así, los nietos de éste han continuado la tradición del poder en el campo político o empresarial, como el de su nieto, Juan Claro González", actual presidente de la Confederación de la Producción y el Comercio.
El sociólogo no puede dejar de reconocer en el historiador Alfredo Jocelyn Holt a uno de los examinadores más lúcidos de esta situación en Chile, al señalar que el concepto del gatopardismo de la sociedad chilena, desarrollado por éste, indica muy bien "cómo las élites se han cedido el paso las unas a las otras, abriéndose, haciendo concesiones", para no debilitarse ante las otras clases.
LA HERENCIA
En un artículo titulado "¿Meritocracia o herederos?", el sociólogo y ex portavoz del Gobierno de Frei Ruiz Tagle, José Joaquín Brunner, reconoce que las elites son más diversificadas de las que fueran sus antecesoras en los siglos pasados.
No obstante, no puede dejar de admitir que aun cuando así sea -en términos corporativos, militares, políticos y de conocimientos-, "las puertas de acceso a la elite gerencial y política continúan siendo descomunalmente estrechas; puesto que sólo unos pocos colegios, unas pocas universidades y unas pocas carreras controlan los certificados que son necesarios para ingresar en estos grupos de poder".
La observación de J.J. Brunner no sólo es válida en la medida en que proviene de un intelectual interesado en ver reconocidas sus aptitudes, sino también es útil para la democracia en general: "Por cierto -escribe- nada hay más contrario a la meritocracia, a la carrera abierta a los talentos, a una sociedad abierta e igualitaria, que el peso de las herencias, de los apellidos, de las relaciones familiares y, en general, de los criterios de adscripción estamental"; aquello que brinda mejores y más amplias oportunidades a aquellos que el sociólogo francés Pierre Bourdiez llamara "los herederos".
A juicio del profesor Nino Bozzo, las incursiones en política de la esposa de Joaquín Lavín responden a este concepto. "Por asociación -explica-; al igual que el prestigio de los Frei: por asociación. Es decir por la idea de que la función social de una persona es transmisible a otra", de su misma familia. "Yo creo que Frei Ruiz Tagle fue elegido por asociación simplemente; porque era hijo de Frei Montalva; y se suponía que este Frei era tan inteligente como lo había sido el padre".
La investigadora y profesora de Historia de la Universidad de Chile, Alejandra Araya, afirma que el fenómeno de los clanes de poder familiares en América Latina obedece a un proceso amplio en el tiempo; proceso de conformación de estructuras de poder que proviene desde antes de la Independencia.
"Las redes familiares, en el sentido político -define Araya-, son oligarquías; pequeños grupos de poder que dominan lo productivo y que se alían estratégicamente con el elemento extranjero durante el tránsito del siglo XIX -ingleses fundamentalmente, que traen el capital comercial o mercantil-, pero que de algún modo toman como uno de sus proyectos la conformación de un Estado nacional que les permita seguir teniendo el poder que tenían desde la Colonia".
La investigadora, especialista en el período colonial de la Historia de Chile, señala que durante todo el siglo XIX se plantea una estructura y una función determinadas para los miembros de estas familias: "un hijo va a continuar con el negocio familiar, otro se va a aliar con el Estado, otro va a ser el doctor, otro el abogado". Y de este modo, los vástagos de la progenie se convertirían en una especie de capital político para estos grupos.
En este contexto, el apellido es otro capital no menos importante. Si bien se conservan los de los primeros españoles enviados por el monarca hispánico, y con ellos después el de los criollos favorecidos, también se incorporan los de aquellos que traen los capitales frescos.
Y esta seña va cobrando fuerza, esta marca, este distintivo, va adquiriendo caracteres incluso hasta mesiánicos: "los llamados, los elegidos", se llaman, dice la historiadora. Y hasta hoy. "Sobre todo en una sociedad que, desde el punto de vista cultural y mental, aún es muy provinciana. Aquí opera el `te conozco'", constata la especialista.
Araya señala que "es casi una práctica social aprender, saber, qué filiación hay, qué relación parental. Eso le permite al grupo clasificar. Tiene que ver con prácticas culturales y políticas que son efectivas y con estrategias de poder eficientes; si no, no se mantendrían. Uno no puede entender estas sociedades sin pensar en un pasado colonial".
Araya plantea que el de Frei es un ejemplo interesante: "El apela a un padre como figura casi mítica, a la honorabilidad, a los proyectos. Pero Frei es Ruiz Tagle, y Ruiz Tagle es Larraín; está conectado con otras familias... con las que en el período colonial se conoció como `el grupo de los 800'".
De acuerdo a Araya, este antecedente podría explicar por qué "el apellido funcionaría casi como una fórmula mágica. Si es Frei, debería tener características especiales. Pero la actitud o la capacidad política no se adquiere por el apellido". Al menos no debería ser así en una sociedad moderna, con ciudadanos realmente modernos, al menos en el sentido de ejercitar un pensamiento que haya superado los resabios monarquistas.
Para la investigadora esto no es así: "en la mayoría de los países latinoamericanos no hay una práctica democrática moderna. No hay relaciones de ciudadanía: son relaciones clientelares, de súbditos".
Araya afirma que en Chile, en particular, el momento de inflexión de esta constante ocurrió durante el gobierno de Arturo Alessandri, en la década del 30 del siglo XX.
"Con Alessandri ya no es suficiente ser quienes somos. Con él se obliga a los demás grupos a cambiar las estrategias que venían usando. El hace campaña, antes tenías cohecho y acarreo de gente; en el momento de Alessandri comienza a primar el poder de la oratoria y el convencimiento, de los programas, de los primeros eslabones del sistema de partidos políticos".
Cuarenta años más tarde, este avance en la evolución del pensamiento político y de la educación cívica se desmoronaría con el advenimiento de la dictadura militar de Pinochet, que convirtió las libertades civiles y el ejercicio democrático en un apéndice molesto para los nuevos depredadores.
Araya, plantea que ante ello "tienes que volver a educar en el lenguaje de una sociedad democrática. Qué es el Estado nacional, qué es la democracia, qué es el sistema de partidos, qué es el liberalismo. Se pierde mucho si se dejan de usar ciertos términos, porque pierdes los conceptos", concluye.
Entre tanto, los dueños de los apellidos siguen invirtiendo sus haberes.