Supr3me
Hij@'e Puta
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Musica para ambientar este tema
Ya creo que llego el momento de presentarle (a quienes no lo conozcan) al autor de mi firma: Jack Donovan
Mi acercamiento fue desde los grupos anarquistas mas alternativos, donde algunos hablaban de este compadre, y me intereso por que trata sobre todo temas de la masculinidad, y los nuevos tiempos, y como enfrentarse a ello.
Ya se que para muchos, esta sola introducción los va a poner "a la defensiva" pero leerlo fue pura naturalidad y sentido común, al punto que me imagine que yo también podría haber escrito las mismas cosas o conclusiones, solo que este compadre las tiene mucho mas ordenadas y estructuradas.
Creo que a un montón de antronianos, sobre todo en estos tiempos les puede servir.
Primero que todo decir que es bien complicado encontrar de sus traducciones, y algunos de sus escritos han sido traducidos precisamente acá en Chile.
Yo el libro que tengo se llama "Un cielo sin aguilas" y voy a ir pasando sus articulos aca escribiendolos, pero antes pondre algunos que ya se encuentran en internet, revisando su traduccion.
LA VIOLENCIA ES ORO - JACK DONOVAN
A mucha gente le gusta pensar que “no son violentas”.
Generalmente, dicen “aborrecer” el uso de la violencia, y la violencia es vista de forma negativa por la mayoria de las personas.
Muchos fallan en diferenciar entre la violencia justa y la violencia injusta. A algunos mojigatos vanidosos, que se las dan de su supuesta superioridad moral, les gusta pensar que se han elevado por encima de la desagradable y violenta cultura de sus ancestros. Dicen que “la violencia no es la respuesta”. Dicen que “la violencia no resuelve nada.”
Están equivocados. Todos y cada uno de ellos confía en la violencia. Cada día.
En la jornada electoral, personas de todas las esferas de la sociedad hacen fila para depositar sus votos, y al hacerlo, esperan "influir" en quién será aquel que porte el hacha de la autoridad. Los que quieren acabar con la violencia –como si eso fuera posible o incluso deseable— a menudo buscan desarmar a sus conciudadanos.
Esto en realidad no acaba con la violencia. Apenas le da a la mafia del estado el monopolio de la violencia. Esto te hace sentir “más seguro”, siempre y cuando no hagas enojar al jefe.
Todos los gobiernos –de izquierda, de derecha u otros— son por naturaleza coercitivos. Tienen que serlo.
El orden exige violencia
Una regla que no es apoyada por la amenaza de violencia no es más que una mera sugerencia. Los Estados dependen de leyes que son impuestas por hombres listos a llevar la violencia contra los infractores de la ley. Todo impuesto, todo código y todo requerimiento de licencia necesita de una progresión creciente de sanciones que, al final, deben resultar en la confiscación forzosa de la propiedad o en el encarcelamiento por parte de hombres armados y preparados a usar la violencia en caso de resistencia o no cooperación. Cada vez que una ama de casa se levanta y pega el grito en el cielo pidiendo penas mas duras por conducir en estado de ebriedad, o a la venta de cigarrillos a menores, o tener un pitbull o no reciclar; ella está pidiendo al Estado que use la fuerza para imponer su voluntad. Ella ya no lo esta pidiendo amablemente.
La viabilidad de cada ley familiar, las prohibiciones al porte de armas, la ley de tránsito, la ley de inmigraciones, la ley de importaciones y exportaciones, y las regulaciones financieras dependen de la voluntad y los medios del grupo para ejecutar esa orden, por medio de la fuerza.
Cuando un ambientalista protesta para que “salven a las ballenas”, él o ella está en efecto haciendo el argumento de que salvar a las ballenas es tan importante que vale la pena hacerle daño a los humanos que le hacen daño a las ballenas. El pacífico ambientalista está solicitando al leviatán que autorice el uso de la violencia con el interés de proteger leviatanes. Si los jefes de Estado estuviesen de acuerdo y expresaran, de hecho, que es muy importante “salvar a las ballenas”, para luego rehusarse a penalizar a aquellos que dañan a las ballenas y declinara el imponer por la fuerza estas penalidades bajo la amenaza de una policía violenta o de acción militar; el sentimiento expresado por este político sería un gesto insignificante. Aquellos que querrían hacerle daño a las ballenas estarían en la libertad de hacerlo, como se dice, con impunidad –sin castigo.
Sin acción, las palabras se quedan en palabras. Sin violencia, las leyes son solo palabras.
La violencia no es la única respuesta, pero es la última respuesta
Uno puede hacer todos los argumentos morales, éticos y apelaciones a la razón, a la emoción, a la estética y a la compasión. Las personas ciertamente son movidas por estos argumentos y cuando están lo suficientemente convencidas —teniendo en cuenta, por supuesto, que no sean excesivamente inconvenientes— la gente a menudo escoge moderar o cambiar sus comportamientos.
Sin embargo, la sumisión voluntaria de muchos inevitablemente da lugar a una vulnerabilidad que espera ser explotada por cualquiera que se encoja de hombros ante las normas sociales y eticas. Si todo hombre entrega las armas y se niega a recogerlas, el primer hombre en levantarlas puede hacer lo que sea que quiera. La paz solo puede ser mantenida sin violencia siempre y cuando todos se apeguen al contrato, y para mantener la paz, cada persona en cada sucesiva generación –incluso cuando la guerra haya sido ya olvidada— siga aceptando el acuerdo en permanecer pacífica. Por siempre y para siempre.
Ningún delincuente preguntará jamás, “¿O que?”, porque en una sociedad verdaderamente no violenta, la mejor respuesta que se tiene a la mano es “O si no, pensaremos que no eres una muy buena persona y no querremos compartir más contigo”. Nuestro buscapleitos es libre de responder, “No me importa. Tomaré lo que quiera".
La violencia es la última respuesta a la pregunta, “¿O que?”
La violencia es el patron de oro, la reserva que garantiza el orden.
En realidad, es mejor que un patron de oro, porque la violencia tiene valor universal. La violencia trasciende los caprichos de la filosofía, de la religión, de la tecnología y de la cultura. La gente dice que la música es el idioma universal, pero un puñetazo en la cara duele igual, sin importar el idioma que hables o la música que escuches. Si estás atrapado en un cuarto conmigo y yo agarro un tubo y hago como si fuera golpearte con él, sin importar quién seas, tu cerebro de mono inmediatamente entenderá “¿O que?”. Así es como cierto orden es alcanzado.
El entendimiento práctico de la violencia es tan básico para la vida y el orden humano como la idea de que el fuego quema. Puedes usarlo, pero debes respetarlo. Puedes irte en su contra y a veces puedes controlarla, pero jamás puedes, por más que quieras, lograr que desaparezca como si nada. Como los incendios, algunas veces es abrumadora y no sabes que viene sino hasta cuando es demasiado tarde. A veces es más grande que tú. Pregúntale al indígena, al Cherokee, al inca, a los Romanov, a los judíos, a los confederados, a los bárbaros y a los romanos.
Todos ellos bien conocen el “¿O que?”.
El conocimiento básico de que el orden requiere de la violencia no es una revelación, aunque para algunos sí parezca. La sola noción puede poner a unos apopléjicos, otros intentarán rebatirlo furiosamente con todo tipo de argumentos enredados y rebuscados, simplemente porque no suena “bonito”.
Algo no necesita ser “bonito” para que sea verdad. La verdad no se acomoda a las fantasías ni a los sentimentalismos.
Nuestra compleja sociedad confia en la violencia por encargo, hasta el punto en que la persona promedio del sector privado pueda pasarse la vida sin siquiera tener que entender ni pensar profundamente acerca de la violencia. Estamos removidos de ella.
Podemos darnos el lujo de percibirla como un problema abstracto y distante que es resuelto a través de una magnánima estrategia y por la programación social. Cuando la violencia viene a tocarnos la puerta, simplemente hacemos una llamada y la policía viene a “detener” la violencia.
Pocos civiles rara vez se toman el tiempo para pensar que, esencialmente, lo que estamos haciendo es pagarle a una banda armada una tarifa de protección para que venga y ejerza ordenadamente la violencia en nuestro nombre y favor. Cuando aquellos que ejercen la violencia hacia nosotros son llevados pacíficamente, la mayoría de nosotros no hacemos realmente la conexión, ni siquiera nos reafirmamos a nosotros mismos que la razón por la cual un perpetrador se deja arrestar es por el arma en el cinto del oficial o el entendimiento implícito de que eventualmente será casado por más oficiales quienes tienen la autoridad de matarlo si es estimado como una amenaza. Es decir, si se le considera una amenaza para el orden.
Hay aproximadamente dos y medio millones de personas encarceladas en los Estados unidos. Más del noventa por ciento de ellas son hombres. La mayoría de ellos no se entregaron. La mayoría de ellos no intentan escapar de noche porque hay alguien en la torre de vigilancia, listo a disparar al menor movimiento. Muchos son criminales “no violentos”.
Amas de casa, contadores, celebridades, activistas y una amplia gama de veganos, todos juntos pagan juiciosamente el dinero de sus impuestos e indirectamente "por encargo" gastan miles de millones para alimentar un gobierno armado que mantiene el orden a traves de la violencia.
Es cuando nuestra violencia ordenada y legitimada da paso a una violencia desordenada y deslegitimada, como en el desorden sobreviniente a un desastre natural, que estamos forzados a presenciar cuánto dependemos de aquellos quienes mantienen el orden a través de la violencia. Las muchedumbres saquean porque pueden y matan porque piensan que se pueden salir con la suya. Lidiar con la violencia y encontrar hombres violentos que te protejan de otros hombres violentos, de repente se vuelve una preocupación real y urgente.
Un amigo una vez me contó una historia sobre un incidente vivido por la familia de un amigo que era policía. Esta historia expresa muy bien el punto.
Unos adolescentes estaban todos pasando el rato en el centro comercial, justo afuera de una librería. Estaban molestando y estaban hablándole a unos policías que estaban rondando por ahí. El policía era un tipo relativamente grande, no alguien con quien te meterías en particular. Uno de los chicos le dijo al policía que él no sabía por qué la sociedad necesita a la policía.
El agente se le acercó e inclinándosele al larguirucho chico, le dijo: “¿tienes cualquier duda en tu mente de si yo podría o no romperte los brazos y quitarte el libro que tienes en las manos si se me diera la gana?”
El adolescente, obviamente sacudido por la brutalidad de lo que acababa de oír, respondió: “No”.
“Es por esto que necesitas policías, amigo”.
George Orwell escribió en sus “Notas sobre el Nacionalismo” que, para el pacifista, la verdad que reza “Aquellos que rechazan" la violencia pueden hacerlo porque otros están cometiendo violencia en su nombre”, puede ser obvia pero les es imposible de aceptar. Mucha irracionalidad fluye de la incapacidad de aceptar nuestra dependencia pasiva de la violencia para garantizar nuestra protección. Las fantasías escapistas como las evocadas por el “Imagine” de John Lennon corrompen nuestra habilidad de ver el mundo tal y como en realidad es y no nos dejan ser honestos con nosotros mismos sobre la naturalidad de la violencia para el animal humano. No hay evidencia que apoye la idea de que el hombre sea una criatura inherentemente pacifista. Hay evidencia sustancial que apoya la noción de que la violencia ha sido siempre parte de la existencia humana. Todos los días, arqueólogos descubren otra calavera primitiva con evidencias de daños de armas o de traumas fruto de la fuerza bruta. Los primeros códigos legales eran chocantemente espeluznantes. Si nos sentimos menos amenazados hoy, si nos sentimos como si viviéramos en una sociedad no-violenta, es solo en razón a que hemos cedido tanto poder sobre nuestras vidas al Estado. Algunos denominan esto “razón”, pero podríamos llamarlo también “pereza”. Una pereza peligrosa, parecería, dado cuán poco las personas de hoy dicen confiar en los políticos.
La violencia no viene de las películas, ni de la música, ni de los videojuegos. La violencia viene de la gente. Es hora de que las personas despierten de su neblina de los 60s y empiecen a ser honestos en cuanto a la violencia otra vez. Las gente es violenta, y eso está bien. No puedes derogarla o hablar con rodeos de ello. Basados en la evidencia disponible, no hay razón para creer que la paz mundial será alguna vez alcanzada o que la violencia podrá alguna vez ser acabada.
Es hora para dejar de preocuparnos y empezar a amar el hacha de batalla.
La historia nos enseña que si no lo hacemos nosotros, alguien más lo hará.
Si quieren que siga con mas artículos, díganlo, así me motivo y me doy la pega de hacerlo, mientras vea que valdra la pena.
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