Pero claro, mi debut, parece sueño, pero pasó. Año 2004, enero, nos quedamos solos en Santiago varios amigos de colegio (ya universitarios, luego de un año sin vernos). Carretes de sol a sol, de día jugando Winning Eleven, Tony Hawk y tocando música en la casa de un amigo con la media casa, absolutamente solo, nos fuimos a vivir cinco allá, en la noche llegaban las minas. Y fiesta.
Un día fuimos a un pub, puros hombres, llama el dueño de casa que llegó su “hermana” de intercambio, alemana, maometana, y que andaba con ganas de salir con una suiza y una gringa, pero que hablaban inglés. He ahí el problema, el único que hablaba inglés Perfecto era yo, estaba raja curado durmiendo sobre la mesa y era de tallas muy pesadas. Corrieron el riesgo y las llevaron al pub.
Llegan, me despiertan por el idioma, nos presentamos, y cuando escucho que una era alemana la empiezo a vacilar con los nazis. Queda la zorra, todos indignados conmigo, y nos fuimos a la casa del carrete y yo encerrado en la pieza durmiendo, castigado.
Pasan dos horas, despierto, me asomo, y nadie hablaba con nadie, y las otras minas no andaban malas. Me lamento pero había que impulsar el plan de acción, me fui a la cocina, hice unos copetes producidos, apague la música, pedí disculpas públicas y empecé a bailar. Se prendió el tema, hice de traductor y de la nada la gringa y la suiza me llevan a la pieza.
Me dan besos las dos y la gringa tira: con una te tienes que quedar, y elegí a la suiza, que me hizo debutar, la mina a toda raja en todo sentido. Tenía tatuajes y era bacan para la época. La loca no le daba color a nada. Al final el weveo era tal, que sus respectivas familias cacharon que andaban como bandera de batalla y las sacaron de nuestro radar.
Si, suena a Oliver Atom sin piernas, pero aquel verano fue maravilloso de sol a sol, decenas de asados, carretes, nos tomamos la cava de vino del papá del dueño de casa y cuantos jugos más
