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El combate de laguna del desierto.

Hespektro

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Carabineros chilenos observan movimientos

El Laudo Arbitral de 1902 dejó estipulado que todo el territorio que se extendía al sudoeste del Lago San Martín y al oeste del cerro Juan Martínez de Rozas pertenecía a la República de Chile, por lo que los 530 kilómetros cuadrados en los que hoy se encuentra la Laguna del Desierto quedaban bajo su jurisdicción.
El 28 de febrero del año siguiente, el encargado británico de la demarcación, capitán H. A. Crosthwait, colocó el Hito 62 y trazó un mapa de la región sin que ninguna de las partes hiciese cuestiones. Uno de los integrantes de la comisión demarcadora era el danés Andreas Madsen, quien años más tarde publicó un pequeño libro titulado Cazando pumas en la Patagonia, en cuyos mapas señalaba a Laguna del Desierto fuera del territorio argentino.

En 1921 llegaron al lugar los primeros colonos chilenos encabezados por Vicente Ovando Vargas, quienes dos años después descubrieron la Laguna del Desierto en un valle de increíble hermosura y grandes recursos en el que comenzaron a asentarse numerosas familias de ese origen para dedicarse a labores agrícolas y ganaderas.
En 1929 Chile creó la provincia de Aysén y eso incrementó la afluencia de pobladores, por lo que en 1934 y 1937, el gobierno de ese país comenzó a otorgar títulos de propiedad.

Nuevos actos de soberanía tendrían lugar en años posteriores. A principios de 1945, concurrió a Laguna del Desierto una Comisión Especial del Registro Civil de Magallanes para otorgar a los colonos documentos de identidad; ese mismo año el Ministerio de Obras Públicas ordenó al explorador Juan Augusto Grosse efectuar un relevamiento del sector con su correspondiente inventario y en 1947, se hizo presente el agrimensor de la Oficina de Tierras de Punta Arenas, don Fernando Fuentes para efectuar algunas mediciones.
Vivían en la región, por entonces, numerosas familias chilenas, entre ellas las de Sepúlveda, Knight, Gómez, Vera, Segura, Carrasco, Barrientos, Bahamonde, Azocar, Levicán, Márquez, Lagos, Miranda y Mansilla.

Todo anduvo bien hasta que en 1947 un estudio trimetrogónico encargado por el gobierno de Chile a la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, modificó los conocimientos geográficos de la zona, oportunidad que aprovechó la Argentina para iniciar un nuevo reclamo, basado en estudios y teorías desarrolladas por el perito Francisco P. Moreno entre 1896 y 1902, quien aseguraba que el límite entre ambos países debía correr sobre lo que dio en llamar el “encadenamiento principal de Los Andes”.
El relevamiento norteamericano había permitido determinar que existía otro cordón montañoso al oeste del cerro Juan Martínez de Rozas (el Cordón Mariano), en territorio que el Laudo Arbitral de 1902 había otorgado de común acuerdo a Chile, al oeste de Laguna del Desierto argumento que sería hábilmente utilizado por Buenos Aires. Esbozados los primeros términos del reclamo, el gobierno de Santiago se mantuvo firme en su posición, argumentando que el territorio en cuestión le había sido otorgado en un laudo arbitral aceptado de común acuerdo por ambos países y que el mismo se encontraba poblado por colonos chilenos con sus respectivos títulos de propiedad.

Comenzaron entonces los problemas cuando a fines de 1949 un pelotón de la Gendarmería Argentina procedente de Río Turbio, entró en el valle para notificar a sus pobladores que debían dirigirse a Río Gallegos a presentar allí sus documentos y “regularizar su situación”, todo ello bajo la amenaza de confiscar sus propiedades. Recuérdese que la laguna se encontraba en una región otorgada a Chile en 1902.

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El sargento (carabinero) Manríquez yace gravemente herido. Detrás un gendarme argentino (Revista "Gente")

Unos meses después, el prefecto de Punta Arenas, teniente coronel Luis Jaspard Da Fonseca, pudo comprobar en persona las reiteradas apariciones de uniformados argentinos en el lugar, e incluso el sobrevuelo de aviones militares, situación que lo llevó a redactar un detallado informe que elevó a la V División del Ejército, basado en las observaciones que había efectuado en Laguna del Desierto una patrulla encabezada por el teniente Tucapel Vallejos Reginatto1, quien dejó asentado que no había establecimientos chilenos en territorio argentino. Finalmente, en 1957, el presidente de la Comisión Chilena de Límites, general Gregorio Rodríguez Tascón, recorrió la zona acompañado por el coronel Arturo Araya Arce.

Por más de una década reinó la calma en el lugar, con los colonos dedicados a sus faenas y la emisora regional chilena Radio Minería, de Mario Gómez López, acercando información y música a los pobladores e incluso, haciendo las veces de enlace entre ellos y el puesto de carabineros. El matrimonio de Celedonio y Teresa Mansilla había facilitado parte de su predio para construir allí la única pista de aterrizaje del área, permitiendo aterrizar allí al avión de Ernesto Hein Águila, que hacía las veces de transporte, correo y ambulancia, evacuando enfermos y heridos. Como veremos a continuación, Hein Águila desempeñaría un rol importante en los acontecimientos que tendrían lugar en 1965.
Pero la calma no iba a durar mucho tiempo.

En 1961, los gendarmes argentinos reaparecieron, coincidiendo con la inauguración del retén de carabineros del Lago O’Higgins.
Cuatro años después, en octubre de 1965, los pequeños hijos de la familia Díaz Sepúlveda jugaban en el descampado que se extendía frente a su casa cuando más allá de la primera línea de árboles notaron movimientos extraños. Alarmados, corrieron hacia la vivienda y dieron aviso a sus padres, el argentino Ramón Díaz y la chilena Juana Sepúlveda2, a quienes informaron que había gente extraña en el bosque.
Cuando el matrimonio salió a ver lo que ocurría, se toparon con una partida de gendarmes que recorría el área para informar nuevamente a los lugareños que debían dirigirse a Río Gallegos a regularizar su situación. Los recién llegados notificaron al matrimonio Díaz y a los moradores de la propiedad contigua, donde vivía el hermano de Juana, Héctor Sepúlveda, a quien amenazaron con adoptar medidas si no cumplía con la directiva. Tanto Héctor como Juana Sepúlveda poseían títulos de propiedad otorgados por el gobierno de su país y por esa razón, eran concientes de que nada tenían que hacer en Río Gallegos. Sin embargo, para evitar una situación desagradable, prefirieron no decir nada a efectos de no contradecir a los uniformados.

Los gendarmes se retiraron y como los Sepúlveda no acataron la intimación, algunos días después regresaron para advertir que en caso de no cumplir con la directiva, serían desalojados por la fuerza, dándoles para ello una semana de plazo.
Tras una reunión familiar, los Sepúlveda decidieron evaluar la situación con otros pobladores, entre ellos Purísimo Vera, un chileno que habitaba en cercanías del río Las Vueltas y Domingo Sepúlveda, hermano de los anteriores, con quienes decidieron acudir al cercano retén de carabineros de Lago O’Higgins para informar lo que estaba ocurriendo y solicitar protección.

Enterados los carabineros, decidieron cursar la correspondiente notificación al gobierno y este dispuso el envío al área de un pelotón para investigar. Al frente del grupo fue designado el mayor Miguel Reinaldo Torres Fernández, prefecto de Coihaique, quien debía comandar una sección de once efectivos, entre quienes se encontraban el teniente Hernán Merino Correa, el sargento segundo Miguel Manríquez Contreras, el cabo Víctor Meza Durán y los efectivos Julio Soto Jiménez y José Villagrán.

El pelotón chileno se puso en marcha el 11 de octubre, el mismo día en que llegaban noticias que la gendarmería trasandina había actuado con violencia contra un colono chileno en el Valle de California, Alto Palena (otra región en disputa), hecho que agravaba aún más la situación.
Era evidente que la Argentina estaba llevando a cabo operaciones más o menos violentas en la región y por esa razón, era necesario reforzar los puestos de vigilancia fronterizos y poner a las Fuerzas Armadas en estado de alerta. Prueba de ello fue la suspensión del viaje del presidente Eduardo Frei Montalva a Mendoza y su pedido de explicaciones ante la actitud agresiva de las tropas trasandinas.

Nunca hubo respuesta, ni siquiera con la breve visita del Canciller argentino Zavala Ortiz, a quien su par chileno, Gabriel Valdés Subercaseaux, hizo saber del malestar de La Moneda. Sin embargo, al comunicar Zavala Ortiz la molestia chilena al Presidente Illía, éste dispuso el traslado inmediato del alférez que dirigía la patrulla argentina responsable del incidente de Palena, medida que fue suficiente para cambiarle el ceño a Santiago y Frei Montalva viajó, finalmente, a Mendoza, donde fue bien recibido el día 30 de octubre3.

En el marco de las buenas relaciones que se intentaban mantener, los representantes de ambos gobiernos firmaron importantes acuerdos respecto a la delimitación de las fronteras y el posible arbitraje para el diferendo del Canal de Beagle, conviniendo “…en que debía esperarse un pronunciamiento de la Comisión Mixta sobre el límite en Laguna del Desierto antes de cualquier nueva resolución o medida al respecto”4.
Lo que en Chile ignoraban era que las FF.AA. argentinas azuzadas por sectores del nacionalismo conformados por elementos civiles y militares, ejercían marcada influencia sobre el débil presidente Arturo Illia cuestionando, entre otras cosas, los acuerdos firmados en Mendoza.

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Por esa razón, los generales Osiris Villegas y Julio Alsogaray, comandante de la V División de Ejército y director general de la Gendarmería Nacional respectivamente, expidieron instrucciones tendientes a garantizar la soberanía argentina en los territorios del Alto Palena, Laguna del Desierto y el Canal de Beagle, al tiempo que la Cancillería despachaba una nota de protesta por la presencia de carabineros en el segundo de aquellos puntos. Mientras esto ocurría, el 1º de noviembre de 1965 partió desde El Palomar, a bordo de dos aviones DC-3 de la Fuerza Aérea Argentina, el Escuadrón “Buenos Aires” de la Gendarmería Nacional con la misión de reforzar los destacamentos de la provincia de Santa Cruz que iban a ser movilizados. Los aparatos aterrizaron en un terreno sin pistas, en plena montaña, y una vez en tierra, los hombres debieron salvar a pie un cordón montañoso, transportando con ellos todos sus pertrechos.

El 3 de noviembre un segundo pelotón de Gendarmería recibió instrucciones de ponerse en marcha desde Río Turbio en dirección a la laguna, se trataba del Escuadrón 43 con el que debían reunirse la sección proveniente de Buenos Aires. La operación se completó a las 15.30 del 5 de noviembre, constituyendo ambas secciones el denominado Escuadrón “Laguna del Desierto”, que inició su desplazamiento al día siguiente, en medio de un clima poco propicio y con víveres insuficientes.
El avance comenzó al amanecer, con las primeras luces del día, en dirección a la laguna El Cóndor, donde la tropa llegó cerca del mediodía para hacer levantar un vivac. Se resultó entonces dividir a la fuerza, dejando al grueso en el lugar y adelantando una la patrulla al mando del teniente Luis Alberto Quinado, integrada el alférez Eduardo Martín y 10 gendarmes. Era el “espectacular pelotón” del que habla la Corporación de Defensa de la Soberanía de Chile, con el que viajaban, además, dos corresponsales de la revista “Gente”

La sección se desplazaba hacia el oeste cuando fue divisada por Hein Águila en momentos en que sobrevolaba la región en dirección a la pista de aterrizaje del matrimonio Mansilla. Hein también vio aviones argentinos sobre el retén del Lago O’Higgins y por esa razón, decidió dirigirse a Santiago para pasar la novedad a las autoridades. En vista de ello, la Cancillería chilena se apresuró a adoptar medidas y el ministro del Interior, Bernardo Leighton, puso en estado de alerta a todas las unidades y fuerzas de seguridad.
Ese mismo día (5 de noviembre) llegó a Laguna del Desierto un nuevo pelotón de carabineros encabezado por el capitán Juan Bautista González y el sargento primero Héctor Carrillo, quienes procedieron a recorrer el sector en busca de elementos foráneos. En esas estaban cuando llegó hasta ellos el carabinero Igor Víctor Schaf, portando la orden de replegarse hasta la casa de doña Juana Sepúlveda, una pobladora del lugar, en tanto el mayor Torres debía permanecer en el retén con el resto de su fuerza.

Mientras tanto en Santiago el gobierno cursó una nota a su embajada en Buenos Aires, solicitándole que iniciara negociaciones con la Cancillería y el Ministerio de Defensa de ese país a efectos de retirar las fuerzas que ambas naciones mantenían en el territorio en disputa. Mucho sorprendió al embajador Hernán Videla Lira, el tato afable de las autoridades argentinas, quienes accedieron a lo solicitado dando por superado el asunto en una declaración conjunta que fijaba un plazo de 48 horas para el retiro de los respectivos efectivos a efectos de que la Comisión Mixta de Límites pudiese trabajar sobre el terreno sin presiones de ninguna índole.
Pero ese mismo día tuvo lugar un suceso que pudo haber desatado la guerra.

Cerca de las 16.30 hs., los hijos del matrimonio Díaz Sepúlveda jugaban frente a su casa cuando descubrieron la presencia de hombres armados que avanzaban por el bosque. Como había ocurrido en octubre, corrieron a avisar a sus padres quienes, al comprobar la presencia de una fuerza invasora, se encaminaron presurosamente hacia el retén de carabineros para dar la voz de alerta. Sin embargo, para su sorpresa, los uniformados chilenos fueron extremadamente lentos a la hora de reaccionar y cuando lo hicieron, se encontraron con un pelotón de gendarmes, que los rodeaba y a algunos de sus cuadros avanzando mientras les apuntaban con sus fusiles.

La versión chilena que habla de 90 efectivos argentinos (a veces son 100, a veces 60, otras 80) desplazándose hacia el puesto militar chileno ocupado solamente por 5 carabineros, es absurda. Por empezar, ¿dónde estaba el grueso de la gente que comandaba el capitán Juan Bautista González, que hasta hacía unas horas habían estado patrullando el área?, ¿solamente cinco carabineros se encontraban en el retén mientras los diez restantes se hallaban en casa de Juana Sepúlveda?

Eran las 19.50 cuando los carabineros, al ver avanzar a sus oponentes, salieron al exterior con la intención de dialogar; se produjeron entonces movimientos confusos y los argentinos abrieron fuego abatiendo al teniente Hernán Merino Correa e hiriendo de gravedad al sargento Miguel Manríquez, que al intentar responder la acción recibió al menos dos disparos que lo dejaron tendido de espaldas contra un árbol, con los ojos muy abiertos, observando como sus compañeros deponían las armas (20.00 hs.).
Los argentinos se sorprendieron al ver que ninguno de sus oponentes había atinado a disparar y que se habían rendido rápidamente.

Cuando una nación hace alarde de ser la “Prusia de América”, que obtiene las cosas “por la razón o por la fuerza”; que su raza es “indómita e invencible” y que su ejército ha sido “siempre vencedor y jamás vencido”, estas razones no alcanzan.
“¡Ustedes tienen la culpa por no haberse ido antes de aquí...!”, vociferó un suboficial de la Gendarmería parado junto al cuerpo sin vida de Merino mientras apuntaba con su ametralladora a sus oponentes.


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El cuerpo sin vida del teniente Hernán Merino Correa yace en la espesura

Mientras el sargento enfermero de la GN Marco López procedía a brindar los primeros auxilios a Merino y Manríquez, sus compañeros fueron desarmados y hechos prisioneros, el puesto de carabineros ocupado y la bandera chilena arriada en tanto los letreros que señalaban que aquella dependencia pertenecía a la República de Chile eran arrancados para ser arrojados lejos.
Del resto de los carabineros nada se supo, algo de extrañar porque las ráfagas de metralla y los disparos debieron escucharse desde la chacra de doña Juana Sepúlveda, donde supuestamente habían sido enviados.

Los argentinos se llevaron a los prisioneros a punta de ametralladora hacia Río Turbio, entre ellos el herido Manríquez, y desde ahí se los despachó por avión a Río Gallegos para ser alojados en las celdas del Batallón de Ingenieros de Combate 181, con asiento en esa ciudad.
Una vez que la fuerza argentina se hubo retirado, llegó a la zona un nutrido contingente de 700 carabineros fuertemente armados, con órdenes de resistir una invasión argentina (¡¿?!), algo que suena realmente increíble: la invasión ya se había producido, la enseña chilena había sido arriada y el personal de la fuerza detenido y conducido a Río Gallegos ¡y las fuerzas de Chile esperaban un ataque!
Según la Corporación de Defensa de la Soberanía, entre esos efectivos se encontraban “…el Coronel Adrián Figueroa y el Capitán Rodolfo Stange, posterior Director General de Carabineros y, precisamente, uno de los Senadores que años más tarde se opondría a las revisiones territoriales con Argentina”6. Esos dos personajes, completamente desconocidos para la opinión pública rioplatense, tendrían cierta participación en la urticante cuestión de límites entre ambos países, caracterizándose por su postura intransigente.
Según la página en cuestión y como suele ser su costumbre al intentar justificar tanta inacción ante semejante serie de atropellos, siempre hay algo que impide a los chilenos actuar. Stange habría esperado hasta el último minuto una orden de ataque proveniente de Santiago que, cosa curiosa, nunca se emitió.

Carabineros de Chile esperaron la orden de La Moneda para atacar a los invasores... pero la orden jamás llegó 7.

Poco después del incidente, cuando la patrulla de gendarmes regresaba a Río Turbio, cazas argentinos persiguieron durante un buen trecho a un avión chileno en el que viajaba el dirigente nacionalista Dr. Jorge Vargas, integrante del Comité Patria y Soberanía, que se dirigía al lugar para imponerse de los acontecimientos, con la intención de elevar un informe. Como la fantasía chilena siempre necesita algo de revancha, “una segunda aeronave argentina se habría accidentado en el lugar”, versión fabulosa carente de veracidad.
Las exequias de Hernán Merino Correa fueron impresionantes. Sus restos, conducidos por aire, llegaron al aeropuerto de Cerrillos para ser trasladados desde ahí a la capital, a bordo de un vehículo militar, donde fueron recibidos por altos funcionarios del gobierno, de las fuerzas armadas y de seguridad.
Los funerales que se le dispensaron no tuvieron parangón, con las multitudes congregándose frente a su féretro en la capilla ardiente montada en el edificio de la Escuela de Carabineros y en la Catedral de Santiago, donde tuvo lugar el responso, lo mismo a lo largo del trayecto de sus restos hasta su última morada.
Merino fue sepultado con honores en el Cementerio General de Santiago, en presencia de las autoridades nacionales encabezadas por el propio presidenteEduardo Frei. Con el tiempo, fue trasladado al Panteón de los Mártires de Carabineros en cuya cripta, que se convirtió en una suerte de punto de peregrinación de patriotas, nacionalistas y turistas, fue inscripta la leyenda “¡Siempre viven, los que por la patria mueren!”.
Con el paso del tiempo, su nombre le fue impuesto a escuelas e instituciones y en la actualidad, una muestra con fotografías y objetos personales adornan el museo del Cuartel General del arma a la que perteneció.

La ira popular recorrió el país de una punta a otra mientras la prensa gráfica, radial y televisiva cubría el acontecimiento con grandes titulares, algunos de los cuales decían: “Metralleta en mano, los carabineros defienden el sur de Chile, pisoteado por gorilas” (“Clarín” de Santiago), “Chile ante una nueva agresión del gorilismo” (“Ultima Hora”); “Los gorilas no nos echarán el moño” (“La Tercera”); “Unánime condenación del ataque argentino” (“Diario Ilustrado”) o el absurdo “La mano del Pentágono tras la agresión gorila” del comunista “El Siglo”.
Mientras el sargento Manríquez convalecía en un hospital y los carabineros prisioneros regresaban a sus hogares, hubo movilizaciones de protesta frente a la embajada y los consulados argentinos donde se quemaron banderas, se arrojaron huevos y se profirieron insultos y amenazas de toda índole al tiempo que largas columnas de manifestantes recorrían las calles al grito de “¡asesinos, asesinos!” e “¡invasores!” y portaban carteles con leyendas revanchistas. Como en tantas otras oportunidades, se tacharon los nombres de calles y paseos que tuvieran que ver con la Argentina, se pintarrajearon los monumentos a San Martín y se arrojaron al Mapocho, río que divide a Santiago en dos, los bustos de Mitre y Sarmiento.
Sin embargo, eso fue todo. Pese a la violación de su territorio, descubierto y poblado por chilenos y sometido a litigio, pese a que su bandera había sido arriada y sus fuerzas atacadas, el gobierno de Chile solo emitió un tibio comunicado y para asombro de la opinión pública propia e internacional, acordó el retiro de sus fuerzas de la zona.
El comunicado en cuestión, firmado por el ministro de Relaciones Exteriores,Gabriel Valdez Subercaseaux, decía entre otras cosas:

1º "De conformidad con el Tratado de Límites del 23 de julio de 1881 y el Laudo Arbitral de S. M. Británica del 20 de noviembre de 1902, el territorio denominado "Laguna del Desierto", situado ente el hito 62, en la ribera sur del lago O'Higgins, y el Monte Fitz Roy, es incuestionablemente chileno, como ha sido oficialmente reconocido por el Gobierno Argentino en varios documentos oficiales publicados en ese país".

11º “El avance de Gendarmería, violando territorio chileno, trajo además, como gravísima consecuencia, el incalificable ataque a cuatro carabineros que se aprestaban a regresar a su Retén, en cumplimiento de instrucciones recibidas. El Gobierno de Chile rechaza categóricamente la afirmación argentina de que estos cuatro hombres hubiesen abierto fuego contra el importante destacamento de Gendarmería que se aproximaba, veinte veces superior en número. Ocurrió precisamente lo contrario. Fueron los gendarmes los que dispararon contra nuestros Carabineros en una acción que no tiene excusas ni precedentes en la historia de nuestros conflictos limítrofes”.


Los patéticos intentos por justificar tamaña inacción que distintos medios han hecho y siguen haciendo a lo largo de los años, denigran a quienes los esgrimen.
No vale la pena reparar en las sandeces que los foristas escriben en Internet, repitiendo como loros los inconsistentes argumentos elaborados para justificar los hechos. Las que si resultan ridículas, son las excusas de las que aún se sirven ciertos medios de difusión que se precian de poseer algún prestigio, insistiendo una y otra vez en que el pelotón argentino “cuadruplicaba” a los carabineros. La Corporación de Defensa de la Soberanía, que reproduce algunas de las imágenes publicadas oportunamente por la revista “Gente”, ha ido todavía más lejos al colocar una fotografía en la que se ven a varios gendarmes socorriendo al gobernador de Santa Cruz, rescatado después de un accidente, algunos años después del enfrentamiento. En la misma se aprecian a varios uniformados en tareas de salvamento, elemento que para ellos es prueba suficiente de que la patrulla que atacó a los carabineros en Laguna del Desierto llegaba al centenar de hombres (¿?).

En Argentina, actualmente, se ha llegado al descaro de decir que su Gendarmería nunca ha tenido cerca de Laguna del Desierto los más de cien hombres que atacaron a los Carabineros Chilenos en 1965. Sin embargo, sólo en esta fotografía de la revista argentina "Gente", con gendarmes rescatando al Gobernador de Santa Cruz luego de un accidente, por aquellos días y muy cerca del lugar de los hechos de 1965, captamos más de 40 uniformados sólo dentro del marco de encuadre. ¿Cuántos no alcanzaron a salir en la imagen? ¿20, 40 o 100 más?8

¿Cómo se debe calificar a alguien que esgrime semejante argumento? Es lógico que si el gobernador de una provincia se ha accidentado en un punto remoto del territorio nacional se desplieguen efectivos de todas las armas, e incluso civiles, para localizarlo y rescatarlo, además, en la fotografía en cuestión, apenas se ven unos pocos uniformados. Y además, la pregunta que nos hacemos entonces es: ¿100 efectivos argentinos contra solo 5 chilenos en territorio propio o en disputa y no hubo reacción?
Al no poder responder esa (y otras) preguntas, la polémica página adopta actitudes folletinescas cuando al analizar los hechos que se sucedieron en los días que siguieron al incidente, intenta ridiculizar a los argentinos en una actitud propia de adolescentes frustrados.

Conforme pasaron los días, se fueron sabiendo detalles francamente patéticos sobre la extraña euforia de guerra que había tomado posesión de autoridades y ciudadanos argentinos, comparable sólo al triste espectáculo de 1982 tras la invasión a islas Falkland y antes del castigo británico9.

En primer lugar, mienten descarada e intencionadamente al hablar de “euforia de guerra comparable a lo que aconteció en 1982” ya que, después de un par de días, el incidente dejó de ser noticia en la Argentina (algo que se puede comprobar con solo consultar los diarios de la época), sin que se le diera más trascendencia de la que realmente tuvo. Había sido uno más de los tantos incidentes fronterizos que Chile no respondía. Nadie salió a saltar y a vivar en las calles ni llenó Plaza de Mayo, ni fue a enrolarse masivamente a los cuarteles ya que, para el argentino medio, esa cuestión no revistió la más mínima importancia. ¿Y es justamente Chile el que habla de triste espectáculo cuando se refiere a la guerra de Malvinas (que por simple rencor llaman Falklands)? ¿Y que espectáculo dieron ellos al rehuir toda confrontación con los argentinos, como lo muestra la misma Corporación de Defensa de la Soberanía en su sitio?

Si Laguna del Desierto era territorio chileno o no, eso no tiene la más mínima importancia, lo que si es seguro es que para ellos, en especial su gobierno y sus fuerzas armadas, lo era y por esa razón su inacción y pasividad resultan inexplicables. Un incidente así, en cualquier otro lugar del mundo hubiese desencadenado una guerra o, al menos, un serio enfrentamiento armado, pero en este caso (como en tantos otros) nada ocurrió.
Lejos de retirarse y pese a los acuerdos que suscribieron ambas naciones después del incidente, al tiempo que los carabineros evacuaban la zona, la gendarmería argentina levantó en el lugar otros tres puestos de avanzada ¡aún cuando se trataba de una zona en litigio! Y todavía se iban a producir nuevos incidentes que tuvieron como víctimas a colonos chilenos, según veremos más adelante.
El tiempo pasó y en 1994 el territorio de Laguna del Desierto, que por el Laudo de 1902 había sido otorgado a Chile, fue sometido a un nuevo arbitraje y quedó definitivamente del lado argentino, con sus 532 km2 de increíble belleza y notables recursos.
Una vez más, tanto la razón como la fuerza quedaron en simples bravatas.

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Teniente de Carabineros Hernán Merino Correa muerto durante el combate de Laguna del Desierto

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Merino abatido por los gendarmes argentinos

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El Sargento de Carabineros Miguel Manríquez yace gravemente herido contra el tronco de un árbol. Así lo retrataron reporteros argentinos de la revista "Gente"

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Los argentinos se apoderan del retén de Carabineros y proceden al arriado de su bandera

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Un gendarme argentino observa un cartel en el retén de Carabineros antes de proceder a su retiro

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Los gendarmes argentinos han arriado la bandera chilena

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Los gendarmes vigilan después del combate. Un reportero observa de brazos cruzados

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Los gendarmes se llevan prisioneros a los carabineros. En primer plano el mayor Miguel Reinaldo Torres Fernández

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Superado el incidente, los carabineros son devueltos a Chile. En la fotografía, el sargento Manríquez convalece confortado por su madre

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Exequias de Merino en Santiago. El presidente Frei consuela a su madre. A su lado su prometida

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Funerales de Merino. A la izquierda su madre

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Funerales de Merino

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Notas:

1 Futuro general del Ejército y ministro de Agricultura de su país.
2 Hija de los colonos Ismael Sepúlveda Rivas y Sara Cárdenas Torres, establecido en el lugar en 1927.
3 Corporación de Defensa de la Soberanía, Chile, “La invasión argentina al territorio de Laguna del Desierto en 1965” (http://www.soberaniachile.cl/invasio...sierto_en_1965. html).
4 Ídem.
5 Esta es la risible versión que ofrece la Corporación de Defensa de la Soberanía de Chile en su sitio.
6 Corporación de Defensa de la Soberanía, Chile, op. cit.
7 Ídem.
8 Ídem.
9 Ídem.
 
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