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El mundo necesita más minerales críticos y los gobiernos no están ayudando

Walter Nelson

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El mundo necesita más minerales críticos y los gobiernos no están ayudando Las empresas mineras siempre han sido importantes. Sin el mineral de hierro y el cobre que desentierran, no habría acero para construir ni cableado para transportar la energía eléctrica. Hoy las mineras tienen una responsabilidad adicional.
Según el Comité de Transición Energética, el mundo necesitará 6.500 millones de toneladas de metales de aquí a 2050, y no solo de litio, cobalto y níquel, los tan cacareados metales de las baterías, sino también de acero, cobre y aluminio. Como esa producción es varias veces superior a la capacidad actual, las mineras tendrán que invertir más y excavar más deprisa. Por desgracia, las mineras invierten mucho menos que antes, como confirman sus últimos resultados, publicados esta semana. La mayor minera del mundo, BHP, invirtió el año pasado menos de la mitad que hace una década. En parte, esto se debe a razones sensatas: las mineras son conscientes, y con razón, de que la suya es una industria de auge y caída. La última vez que derrocharon dinero, durante la bonanza china de hace 20 años, se produjo un espectacular desplome. Los mercados son volátiles.
Mientras que los precios del cobre se mantienen relativamente altos, los del cobalto, el níquel y el litio han b a j a d o d r á s t i c a m e n t e, a m e d i d a que ha aumentado la oferta. Pero últimamente las decisiones de inversión también se han visto entorpecidas por la burocracia. Los gobiernos insisten en que quieren fomentar la transición ecológica; sin embargo, sus acciones a menudo dicen lo contrario. La retórica oficial se desvive por subrayar lo mucho que los políticos valoran los metales críticos. Estados Unidos quiere almacenarlos en caso de que peligre el suministro exterior, del mismo modo que ha acumulado una enorme reserva de emergencia de petróleo crudo. Su Asociación para la Seguridad de los Minerales pretende colaborar con los aliados para garantizar los recursos y canalizar la inversión hacia la extracción de metales. Otros países han diseñado sus propias estrategias para los minerales críticos. Pero todo este trabajo se está viendo socavado por el nacionalismo de los recursos y un ecologismo equivocado. Un problema evidente es que muchos países quieren controlar sus recursos, incluso a costa de ahuyentar la inversión privada. El año pasado, Chile anunció planes para que una empresa estatal produjera litio. Otros, como Kirguistán, Madagascar, México y Namibia, cobran cánones altísimos, prohíben las exportaciones y recurren a otras formas de intervención estatal. Los políticos dicen que quieren garantizar que una mayor parte de la riqueza procedente de las materias primas se quede en casa. Pero con demasiada frecuencia estas políticas corren el riesgo de ser contraproducentes, ya que las empresas que se ven obligadas a competir con el Estado, o a entregar sus beneficios, deciden retirarse. En 2022, SQM, el mayor productor mundial de litio, pagó US$ 5.000 millones al fisco chileno. Esto equivalía a 1,3 veces su beneficio neto. A largo plazo, este tipo de medidas solo conseguirá que más proyectos dejen de ser rentables. El momento de la verdad Otro problema es que el proceso de obtención de permisos es escandalosamente lento.
Los plazos medios de las minas, desde el descubrimiento de un yacimiento hasta la producción comercial, se extienden a lo largo de casi 16 años; la simple obtención de un permiso puede llevar casi una década. Estados Unidos tiene un retraso de casi 300 proyectos mineros, y muchos grandes proyectos llevan años en el limbo de la concesión de licencias, sin resolución a la vista. En lugares como Chile, mientras tanto, la obtención de permisos es cada vez más lenta. Los gobiernos podrían agilizar el proceso reduciendo el número de departamentos y organismos a los que hay que consultar. Hacer previsible el calendario de aprobaciones también ayudaría a garantizar que los proyectos no se retrasen y que el capital no se inmovilice innecesariamente. Una última complicación es la multiplicación de normas en distintas jurisdicciones. La mezcolanza de normas eleva el costo de construcción de nuevas minas. A veces estas requieren infraestructuras periféricas, como plantas desalinizadoras, que pueden costar US$ 1.000 millones cada vez. Por ejemplo, Anglo American, una empresa minera mundial, tiene que cumplir al menos nueve normas diferentes sobre prácticas éticas en todo el mundo, algunas de las cuales pueden ser incompatibles entre sí. Lo ideal sería que los países pudieran recurrir a un conjunto unificado de normas de sostenibilidad y presentarlas como parte de su información financiera obligatoria. Gran Bretaña ha adoptado este enfoque, y otros países deberían seguirlo. Si los mineros no invierten, la transición energética tardará más. Traducido del inglés por El Mercurio Inversiones. Solo obtener un permiso lleva muchísimo tiempo, dice el semanario británico. Se refiere, por ejemplo, al caso chileno y a la relación del Estado con SQM. D E R E C H O S E X C L U S I V O S En lugares como Chile, mientras tanto, la obtención de permisos es cada vez más lenta. Los gobiernos podrían agilizar el proceso reduciendo el número de departamentos y organismos a los que hay que consultar. LA SEGUNDA.

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La Secretaria del Tesoro estadounidense visitará Chile con la vista en los "minerales críticos"​


 
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