Sucedió en San Carlos de Ñuble, hospital púbico de la zona. Cuando ingresé a pabellón yo llevaba ya varias semanas sin poder orinar. No es que mi cuerpo no produciera orina, al contrario: no podía excretarla. En la terminología médica el caso se conoce como cistitis, yo solo sentía un dolor tremendo y casi ganas de llorar.
Estando ya sobre la camilla, con mi entrepierna al aire y mis calzoncillos (amarillos, limpios, maraca Milano) esparcidos por el suelo, el médico me preguntó si quería o no la anestesia (local), ¿se puede sin anestesia? sí, pero no te preocupes, seguirás consciente y no sentirás dolor. No hay nada de malo en utilizar la anestesia. ¿Estás seguro?
Mi pene fue penetrado por una variedad de instrumentos insólitos. Microcámaras tubulares con nanotecnología alemana, pipetas flexibles, mangueras diminutas y otros plásticos similares (con forma de tubo). A través de una maquinita con pantalla, yo y el matasanos podíamos ver el interior de mi pene, los surcos por donde debería correr la orina. También se nos habían allegado algunos polizontes: enfermeros gays, tens experimentadas y enfermeras debutantes.
Yo sentía todo y cada segundo de la navagación era más ameno y había buena conversación aunque (yo me daba cuenta) el horizonte se nos estaba viniendo encima y el capitán lo sabía. ¿Quién era el capitán? Pronto nos encontramos con el resto de la flota y pudimos comprender. Una roca tremenda se había sedimentado en uno de los ríos que formaban el Delta de Lagónoda, impidiendo el paso de las aguas y formando canales arremolinados en las orillas.
Las maniobras fueron complejas. Debimos arrendar varias herramientas y contratar mano de obra local. El río en cuestión, y por sobretodo la roca maciza, exigían un esfuerzo considerable. Pasadas dos horas los ingenieros proyectaron un diagrama de disparo válido, se perforó la roca, se montaron las cargas y se dispuso el detonador en manos del matasanos.
No!, les dije yo, no se lo den al matasanos, dénselo al capitán ¡TSHUASSSSHSHSHSHSHSHSHSSHSHSHSHSHSHSHSHSHHSSH!...
...¡sssszzuzusshshshzzhuhsshzhzzzszztzrrttrzzhztrtrshsushuuu! Mi pene, básicamente, había explotado; los cálculos del doctor eran incorrectos. ¿Dónde estaba el capitán? Las enfermeras se habían maravillado por una onda incontrolable de orina que salió chorreando las cortinas, la camilla, mis calzoncillos amarillos y los demás instrumentos de la sala. Se calcularon 4 litros de orina, expedidos en 5 seg. En ese momento crítico de mi pene habían salido 800 ml por segundo. (Continúa)