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Hitler Fue Lo Maximooooo

Estado
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Boulderdash dijo:
Pero murieron seis millones? como tantos judios? si en alemania habian como 200 mil y en austria unos trecientos mil, de donde salieron tantos judios??? la unica forma de reuinir esa cifra es que alemania hubiera tenido el control absoluto de europa cosa que no fue, ademas cuantos alemanes murieron? cuantos rusos murieron?? porque judios?? simple porque los yankees que eran anticomunista no les combenian que ellos se tomaran como martires asi que elijieron a los judios

jaja, ¿Y los Derechos Humanos que tanto defiendes en contra de Fidel Castro wn?

¿Que paso?

Doble Standard?

lol

Matar condena a quien sea, crea lo que crea.

Matar nunca se justificara para ningún fin.
 
jaja, ¿Y los Derechos Humanos que tanto defiendes en contra de Fidel Castro wn?

¿Que paso?

Doble Standard?

lol

Matar condena a quien sea, crea lo que crea.

Matar nunca se justificara para ningún fin.


en too caso matar a alguien no tiene justificacion
 
Virtuajats dijo:
jaja, ¿Y los Derechos Humanos que tanto defiendes en contra de Fidel Castro wn?

¿Que paso?

Doble Standard?

lol

Matar condena a quien sea, crea lo que crea.

Matar nunca se justificara para ningún fin.


En que parte dice que estoy justificando las muertes, creo que todas las muertes fueron injustificables, los de los alemanes, los de los rusos ,los de los ingleses los de los estados unidos, estoy diciendo el hecho porque si murieron mas rusos mas que judios, se le da mas relevancia a los judios??
 
Algunos parrafos del libro mi lucha

Mi padre era un leal y honrado
funcionario, mi madre, ocupada en los quehaceres del hogar, tuvo siempre para sus hijos invariable
y cariñosa solicitud. Poco retiene mi memoria de aquel tiempo, pues, pronto mi padre tuvo que
abandonar ese pueblo que había ganado su afecto, para ir a ocupar un nuevo puesto en Passau, es
decir, en Alemania.

A la edad de 13 años perdí repentinamente a mi padre. Un ataque de apoplejía tronchó la
existencia del hombre, todavía vigoroso, dejándonos sumidos en el más hondo dolor.
Al principio nada cambió exteriormente.
Mi madre, siguiendo el deseo de mi difunto padre, se sentía obligada a fomentar mi
instrucción, es decir, mi preparación para la carrera de funcionario. Yo personalmente me hallaba
decidido, entonces más que nunca, a no seguir de ningún modo esa carrera.

Mi madre, bajo la impresión de la dolencia
que me aquejaba, acabó por resolver mi salida del colegio para hacer que ingresara en una
academia.
Felices días aquéllos, que me parecieron un bello sueño. En efecto, no debieron ser más que
un sueño, pues dos años después, la muerte de mi madre vino a poner un brusco fin a mis
acariciados planes.
Este amargo desenlace cerró un largo y doloroso período de enfermedad que desde el
comienzo había ofrecido pocas esperanzas de curación; con todo, el golpe me afectó
profundamente. A mi padre le veneré, pero por mi madre había sentido adoración.
La miseria y la dura realidad me obligaron a adoptar una pronta resolución. Los escasos
recursos que dejara mi padre fueron agotados en su mayor parte durante la grave enfermedad de mi
madre y la pensión de huérfano que me correspondía no alcanzaba ni para subvenir a mi sustento;
me hallaba, por tanto, sometido a la necesidad de ganarme de cualquier modo el pan cotidiano.

Mi vida en el hogar paterno se diferenció poco o nada de la de los demás. Sin
preocupaciones podía esperar todo nuevo amanecer y no existían para mí los problemas sociales. El
ambiente que rodeó mi juventud era el de los círculos de la pequeña burguesía, es decir, un mundo
que muy poca conexión tenía con la clase netamente obrera, pues, aunque a primera vista resulte
paradójico, el abismo que separaba a estas dos categorías sociales, que de ningún modo gozan de
una situación económica desahogada, es a menudo más profundo de lo que uno pueda imaginarse.
El origen de esta –llamémosle belicosidad- radica en que el grupo social que no hace mucho saliera
del seno de la clase obrera, siente el temor de descender a su antiguo nivel de gente poco apreciada,
o que se le considere como perteneciente todavía a él. A esto hay que añadir que para muchos es
agrio el recuerdo de la miseria cultural de la clase proletaria y del trato grosero de esas gentes entre
sí, lo cual, por insignificante que sea su nueva posición social, llega a hacerles insoportable todo
contacto con gente de un nivel cultural ya superado por ellos.

Así ocurre que, apenas considera posible el “parvenu” aquello que es frecuente entre
personas de elevada situación que, descendiendo de su rango, se acercan hasta el último prójimo.
No se olvide que “parvenu” es todo aquel que por propio esfuerzo sale de la clase social en que vive
para situarse en un nivel superior. Ese batallar, con frecuencia muy rudo, acaba por destruir el
sentimiento de conmiseración. La propia dolorosa lucha por la existencia anula toda comprensión
para la miseria de los relegados.
En este orden quiso el destino ser magnánimo conmigo, constriñéndome a volver a ese
mundo de pobreza y de incertidumbre que mi padre abandonara en el curso de su vida. El destino
apartó de mis ojos el fantasma de una educación limitada propia de la pequeña burguesía.
Empezaba a conocer a los hombres y aprendía a distinguir los valores aparentes o los caracteres
exteriores brutales, de lo que constituía su verdadera mentalidad.


Viena, la ciudad que para muchos simboliza la alegría y el medio-ambiente de gentes satisfechas,
tienen sensiblemente para mí solo, el sello del recuerdo vivo de la época más amarga de mi vida.
Hoy mismo Viena me evoca tristes pensamientos. Cinco años de miseria y de calamidad encierra
esa ciudad para mí, cinco largos años en cuyo transcurso trabajé primero como peón y luego como
pequeño pintor para ganarme el miserable sustento diario, tan verdaderamente miserable que nunca
alcanzaba a mitigar el hambre; el hambre, mi más fiel camarada que casi nunca me abandonaba,
compartiendo conmigo inexorable, todas las circunstancias de la vida. Si compraba un libro, exigía
ella su tributo; adquirir un billete para la Opera, significaba también días de privación. ¡Que
constante era la lucha con tan despiadada compañera! Y sin embargo en esa época aprendí más que
en todos los tiempos pasados. Mis libros me deleitaban. Leía mucho y concienzudamente en todas
mis horas de descanso. Así pude en pocos años cimentar los fundamentos de una preparación
intelectual de la cual hoy mismo me sirvo.

Pero hay algo más que todo esto: En aquellos tiempos me formé un concepto del mundo,
concepto que constituyó la base granítica de mi proceder de aquella época. A mis experiencias y
conocimientos adquiridos entonces, poco tuve que añadir después; nada fue necesario modificar.


Al finalizar el siglo XIX, Viena se contaba ya entre las ciudades de condiciones sociales más
desfavorables. Riqueza fastuosa y repugnante miseria caracterizaban el cuadro de la vida en Viena.
En los barrios centrales se sentía manifiestamente el pulsar de un pueblo de 52 millones de
habitantes con toda la dudosa fascinación de un Estado de nacionalidades diversas. La vida de la
Corte, con su boato deslumbrante, obraba como un imán sobre la riqueza y la clase del resto del
Imperio. A tal estado de cosas se sumaba la fuerte centralización de la monarquía de los Habsburgo
y en ello radicaba la única posibilidad de mantener compacta esa promiscuidad de pueblos,
resultando, por consiguiente, una concentración extraordinaria de autoridades y oficinas públicas en
la capital y sede del Gobierno. Sin embargo, Viena no era sólo el centro político e intelectual de la
vieja monarquía del Danubio, sino que constituía también su centro económico. Frente al enorme
conjunto de oficiales de alta graduación, funcionarios, artistas y científicos, había un ejército mucho
más numeroso de proletarios y frente a la riqueza de la aristocracia y del comercio reinaba una
sangrante miseria. Delante de los palacios de la Ringstrasse, pululaban miles de desocupados y en
los trasfondos de esa vía triunphalis de la antigua Austria, vegetaban vagabundos en la penumbra y
entre el barro de los canales.


En ninguna ciudad alemana podía estudiarse mejor que en Viena el
problema social. Pero no hay que confundir. Ese “estudio” no se deja hacer “desde arriba”, porque
aquel que no haya estado al alcance de la terrible serpiente de la miseria jamás llegará a conocer sus
fauces ponzoñosas. Cualquier otro camino lleva tan sólo a una charlatanería banal o a una mentida
sentimentalidad. Ambas igualmente perjudiciales, una porque nunca logra penetrar el problema en
su esencia y la otra porque no llega ni a rozarlo. No sé qué sea más funesto: si la actitud de no
querer ver la miseria, como lo hace la mayoría de los favorecidos por la suerte o encumbrados por propio esfuerzo, o la de aquéllos no menos arrogantes y a menudo faltos de tacto, pero dispuestos
siempre a dignarse a aparentar que comprenden la miseria del pueblo. Esas gentes hacen siempre
más daño del que puede concebir su comprensión desarraigada de instinto humano; de ahí que ellas
mismas se sorprendan ante el resultado nulo de su acción de “sentido social” y hasta sufran la
decepción de un airado rechazo, que acaban por considerar como una prueba de la ingratitud del
pueblo.

NO CABE EN EL CRITERIO DE TALES GENTES COMPRENDER QUE UNA ACCIÓN
SOCIAL NO PUEDE EXIGIR EL TRIBUTO DE LA GRATITUD PORQUE ELLA NO
PRODIGA MERCEDES, SINO QUE ESTÁ DESTINADA A RESTITUIR DERECHOS.

También yo debí en la gran urbe experimentar en carne propia los defectos de ese destino y
saborearlos moralmente. Algo más me fue dado observar todavía: la brusca alternativa entre la
ocupación y la falta de trabajo y la consiguiente eterna fluctuación entre las entradas y los gastos,
que en muchos destruye, a la larga, el sentimiento de economía, así como la noción para un sistema
razonable de vida. Parece como si el organismo humano se acostumbrara paulatinamente a vivir en
la abundancia en los buenos tiempos y a sufrir hambre en los malos. Así se explica que aquél que
apenas ha logrado conseguir trabajo, olvide toda previsión y viva tan desordenadamente que hasta
el pequeño presupuesto semanal de gastos domésticos resulta alterado; al principio el salario
alcanza en lugar de para siete, sólo para cinco días, después únicamente para tres y por último
escasamente para un día, despilfarrándolo todo en la primera noche.
A menudo la mujer y los hijos se contaminan de esa vida, especialmente si el padre de
familia es en el fondo bueno con ellos y los quiere a su manera. Resulta entonces que en dos o tres
días se consume en casa, en común, el salario de toda la semana. Se come y se bebe mientras el
dinero alcanza, para después soportar hambre también conjuntamente durante los últimos días. La
mujer recurre entonces a la vecindad y contrae pequeñas deudas para pasar los malos días del resto
de la semana. A la hora de la cena se reúnen todos en torno a una paupérrima mesa, esperan
impacientes el pago del nuevo salario y sueñan ya con la felicidad futura, mientras el hambre
arrecia.... Así se habitúan los hijos desde su niñez a este cuadro de miseria.

Pero el caso acaba siniestramente cuando el padre de familia desde un comienzo sigue su
camino solo, dando lugar a que la madre, precisamente por amor a sus hijos, se ponga en contra.
Surgen disputas y escándalos en una medida tal, que cuando más se aparta el marido del hogar, más
se acerca al vicio del alcohol. Se embriaga casi todos los sábados y entonces la mujer, por espíritu
de propia conservación y por la de sus hijos, tiene que arrebatarle unos pocos céntimos, y esto
muchas veces en el trayecto de la fábrica a la taberna; y sí por fin el domingo o el lunes llega el
marido a casa, ebrio y brutal, después de haber gastado el último céntimo, se suscitan con
frecuencia escenas..... ¡de las que Dios nos libre!


En cientos de casos observé de cerca esa vida, viéndola al principio con repugnancia y
protesta, para después comprender en toda su magnitud la tragedia de semejante miseria y sus
causas fundamentales. ¡Víctimas infelices de las malas condiciones de vida!
Cuánto agradezco hoy a la Providencia haberme hecho vivir esa escuela; en ella ya no me
fue posible prescindir de aquello que no era de mi complacencia. Esa escuela me educó pronto y
con rigor.
Para no desesperar de la clase de gentes que por entonces me rodeaban fue necesario que
aprendiese a diferenciar entre su manera de ser y su vida y las causas del proceso de su desarrollo.
Sólo así se podía soportar ese estado de cosas y comprender que el resultado de tanta miseria,
inmundicia y degeneración no eran ya seres humanos, sino el triste producto de unas leyes más
tristes todavía. En medio de ese ambiente mi propia y dura suerte me libró de capitular en
quejumbroso sentimentalismo ante los resultados de un proceso social semejante.
Ya en aquellos tiempos llegué a la conclusión de que sólo un doble procedimiento podía
conducir a modificar la situación existente:
ESTABLECER MEJORES CONDICIONES PARA NUESTRO DESARROLLO A
BASE DE UN PROFUNDO SENTIMIENTO DE RESPONSABILIDAD SOCIAL
APAREJADO CON LA FERREA DECISIÓN DE ANULAR A LOS DEPRAVADOS
INCORREGIBLES.

Del mismo modo que la Naturaleza no concentra su mayor energía en el mantenimiento de
lo existente, sino más bien en la selección de la descendencia como conservadora de la especie, así
también en la vida humana no puede tratarse de mejorar artificialmente lo malo subsistente –cosa de
suyo imposible en un 99% de casos, dada la índole del hombre- sino por el contrario debe
procurarse asegurar bases más sanas para un ciclo de desarrollo venidero.
Durante mi lucha por la existencia, en Viena, me di cuenta de que la obra de acción social
jamás puede consistir en un ridículo e inútil lirismo de beneficencia, sino en la eliminación de
aquellas deficiencias que son fundamentales en la estructura económico-cultural de nuestra vida y
que constituyen el origen de la degeneración del individuo o por lo menos de su mala inclinación.
El Estado austríaco desconocía prácticamente una legislación social humna y de ahí su
ineptitud patente para reprimir ni las más crasas transgresiones.

No sabría decir lo que más me horrorizó en aquel tiempo: si la miseria económica de mis
compañeros de entonces, su rudeza moral o su ínfimo nivel cultural.


En mis años de experiencia en Viena me ví obligado, queriendo o sin quererlo, a definir mi
posición en lo relativo a los sindicatos obreros.
El hecho de que la socialdemocracia supiera apreciar la enorme importancia del movimiento
sindicalista le aseguró el instrumento de su acción y con ello el éxito. No haber comprendido
aquello le costó a la burguesía su posición política. Había creído que con una “negativa”
impertinente podría anular un desarrollo lógico inevitable.
Es absurdo y falso afirmar que el movimiento sindicalista sea en sí contrario al interés
patrio. Si la acción sindicalista tiende y logra el mejoramiento de las condiciones de vida de aquella
clase social que constituye una de las columnas fundamentales de la nación, obra no sólo como noenemiga
de la patria o del Estado, sino “nacionalistamente” en el más puro sentido de la palabra .
Mientras existan entre los patrones individuos de escasa comprensión social o que incluso
carezcan de sentimiento de justicia y equidad, no solamente es un derecho, sino un deber el que sus
dependientes, representando una parte de la nacionalidad, velen por los intereses del conjunto frente
a la codicia o el capricho de uno solo

MIENTRAS EL TRATO ASOCIAL O INDIGNO DADO AL HOMBRE PROVOQUE
RESISTENCIAS, Y MIENTRAS NO SE HAYAN INSTITUIDO AUTORIDADES
JUDICIALES ENCARGADAS DE REPARAR DAÑOS, SIEMPRE EL MAS FUERTE
VENCERA EN LA LUCHA, POR ELLO ES NATURAL QUE LA PERSONA QUE
CONCENTRA EN SÍ TODA LA FUERZA DE LA EMPRESA, TENGA AL FRENTE A UN
SOLO INDIVIDUO EN REPRESENTACIÓN DEL CONJUNTO DE TRABAJADORES.

Sobrecogido por el cúmulo de mis impresiones de las obras arquitectónicas de aquella
capital y por las penalidades de mi propia suerte no pude en el primer tiempo de mi permanencia
allí darme cuenta de la conformación interior del pueblo en la gran urbe; y fue así que no obstante
existir en Viena alrededor de 200.000 judíos, entre sus dos millones de habitantes, yo no me había
dado cuenta de ellos.
Mal podría afirmar que me hubiera parecido particularmente grata la forma en que debí
llegar a conocerlos. Yo seguía viendo en el judío sólo la cuestión confesional y por eso,
fundándome en razones de tolerancia humana mantuve aún entonces mi antipatía por la lucha
religiosa. De ahí que considerase indigno de la tradición cultural de un gran pueblo el tono de la
prensa antisemita de Viena. Me impresionaba el recuerdo de ciertos hechos de la Edad Media, que
no me habría agradado ver repetirse.



Debió, pues, llegar el día en que ya no peregrinaría por la gran urbe hecho un ciego, como
en los primeros tiempos, sino con los ojos abiertos, contemplando las obras arquitectónicas y las
gentes. Cierta vez, al caminar por los barrios del centro, me vi de súbito frente a un hombre de largo
caftán y de rizos negros. ¿Será un judío?, fue mi primer pensamiento. Los judios en Linz no tenían
ciertamente esa apariencia. Observé al hombre sigilosamente y a medida que me fijaba en su
extraña fisonomía, estudiándola rasgo por rasgo, fue transformándose en mi menta la primera
pregunta en otra inmediata. ¿Será también un alemán?.

Naturalmente que ya no era dable dudar de que o se trataba de elementos alemanes de una
creencia religiosa especial, sino de un pueblo diferente en sí; pues desde que me empezó a
preocupar la cuestión judía, cambió mi primera impresión sobre Viena. Por doquier veía judíos y
cuanto más los observaba, más se diferenciaban a mis ojos de las demás gentes. Y si aún hubiese
dudado, mi vacilación hubiera tenido que tocar definitivamente a su fin, debido a la actitud de una
parte de los judíos mismos.
Se trataba de un gran movimiento que tendía a establecer claramente el carácter racial del
judaísmo; el sionismo.


Un grave cargo más pesó sobre el judaísmo ante mis ojos cuando me di cuenta de sus
manejos en la prensa, en el arte, la literatura y el teatro. Comencé por estudiar detenidamente los
nombres de todos los autores de inmundas producciones en el campo de la actividad artística en
general. El resultado de ello fue una creciente animadversión de mi parte hacia los judíos. Era
innegable el hecho de que las nueve décimas partes de la literatura sórdida, de la trivialidad en el
arte y el disparate en el teatro gravitaban en el debe de una raza que apenas si constituía una
centésima parte de la población total del país.
Con el mismo criterio comencé también a apreciar lo que en realidad era aquella mi
preferida “prensa mundial”, y cuanto más sondeaba en este terreno, más disminuía el motivo de mi
admiración de antes. El estilo se me hizo insoportable, el contenido cada vez más vulgar y por
último la objetividad de sus exposiciones me parecía más mentira que verdad. ¡Eran, pues, judíos
los autores!


Desde entonces no pude más y nunca volví a tratar de eludir la cuestión judía; por el
contrario, me impuse ocuparme en delante de ella. De este modo, siguiendo las huellas del elemento
judío a través de todas las manifestaciones de la vida cultural y artística, tropecé con él
inesperadamente donde menos lo hubiera podido suponer:
¡Judíos eran los dirigentes del partido socialdemócrata!

SI FRENTE A LA SOCIALDEMOCRACIA SURGIESE UNA DOCTRINA
SUPERIOR EN VERACIDAD, PERO BRUTAL COMO AQUELLA EN SUS MÉTODOS,
SE IMPONDRÍA LA SEGUNDA, SI BIEN CIERTAMENTE, DESPUÉS DE UNA LUCHA
TENAZ.
Como la socialdemocracia conoce por propia experiencia la importancia de la fuerza, cae
con furor sobre aquellos en los cuales supone la existencia de ese casi raro elemento, e
inversamente, halaga a los espíritus débiles del bando opuesto, cautelosa o abiertamente, según la
calidad moral que tengan o que se les atribuya. La socialdemocracia teme menos a un hombre de
genio, impotente y falto de carácter, que a uno dotado de fuerza natural, aunque huérfano de vuelo
intelectual. Esta es una táctica que responde al preciso cálculo de todas las debilidades humanas y
que tiene que conducir casi matemáticamente al éxito, si es que el partido opuesto no sabe que el
gas asfixiante se contrarresta sólo con el gas asfixiante. A los espíritus pusilánimes hay que
recalcarles que en esto se trata del ser o del no ser.
EL METODO DEL TERROR EN LOS TALLERES, EN LAS FABRICAS, EN LOS
LOCALES DE ASAMBLEAS Y EN LAS MANIFESTACIONES EN MASA, SERÁ
SIEMPRE CORONADO POR EL ÉXITO MIENTRAS NO SE LE ENFRENTE OTRO
TERROR DE EFECTOS ANÁLOGOS.
*
**
COMO CONSECUENCIA DEL HECHO DE QUE LA BURGUESIA EN INFINIDAD
DE CASOS, PROCEDIENDO DEL MODO MAS DESATINADO E INMORAL, OPONIA
RESISTENCIA HASTA A LAS EXIGENCIAS MAS HUMANAMENTE JUSTIFICADAS,
AUN SIN ALCANZAR O SIN ESPERAR SIQUIERA PROVECHO ALGUNO DE SU
ACTITUD, EL MAS HONESTO OBRERO RESULTABA IMPELIDO DE LA
ORGANIZACIÓN SINDICALISTA A LA LUCHA POLÍTICA.
El rechazo rotundo de toda tentativa hacia el mejoramiento de las condiciones de trabajo
para el obrero, tales como la instalación de dispositivos de seguridad en las máquinas, la
prohibición del trabajo para menores, así como también la protección para la mujer –por lo menos
en aquellos meses en los cuales lleva en sus entrañas al futuro ciudadano- contribuyó a que la
socialdemocracia, que recibía complacida todos esos casos de despiadado proceder, cogiese a las
masas en su red. Nunca podrá reparar nuestra “burguesía política” esos errores, pues negándose a
dar paso a todo propósito tendente a eliminar anomalías sociales, sembraba odios y justificaba
aparentemente las aseveraciones de los enemigos mortales de toda la nacionalidad en el sentido de
ser el partido socialdemócrata el único defensor de los intereses del pueblo trabajador.
En mis años de experiencia en Viena me ví obligado, queriendo o sin quererlo, a definir mi
posición en lo relativo a los sindicatos obreros.
El hecho de que la socialdemocracia supiera apreciar la enorme importancia del movimiento
sindicalista le aseguró el instrumento de su acción y con ello el éxito. No haber comprendido
aquello le costó a la burguesía su posición política. Había creído que con una “negativa”
impertinente podría anular un desarrollo lógico inevitable.
Es absurdo y falso afirmar que el movimiento sindicalista sea en sí contrario al interés
patrio. Si la acción sindicalista tiende y logra el mejoramiento de las condiciones de vida de aquella
clase social que constituye una de las columnas fundamentales de la nación, obra no sólo como noenemiga
de la patria o del Estado, sino “nacionalistamente” en el más puro sentido de la palabra .
Mientras existan entre los patrones individuos de escasa comprensión social o que incluso
carezcan de sentimiento de justicia y equidad, no solamente es un derecho, sino un deber el que sus
dependientes, representando una parte de la nacionalidad, velen por los intereses del conjunto frente
a la codicia o el capricho de uno solo
MIENTRAS EL TRATO ASOCIAL O INDIGNO DADO AL HOMBRE PROVOQUE
RESISTENCIAS, Y MIENTRAS NO SE HAYAN INSTITUIDO AUTORIDADES
JUDICIALES ENCARGADAS DE REPARAR DAÑOS, SIEMPRE EL MAS FUERTE
VENCERA EN LA LUCHA, POR ELLO ES NATURAL QUE LA PERSONA QUE
CONCENTRA EN SÍ TODA LA FUERZA DE LA EMPRESA, TENGA AL FRENTE A UN
SOLO INDIVIDUO EN REPRESENTACIÓN DEL CONJUNTO DE TRABAJADORES.
De ese modo la organización sindicalista podrá lograr un afianzamiento de la idea social en
su aplicación práctica de la vida diaria, eliminando con ello motivos que son causa permanente de
descontento y quejas.
La socialdemocracia jazz pensó mantener el programa inicial del movimiento corporativo
que había abarcado. Y en efecto fue así. Bajo su experta mano, en pocos decenios supo hacer de un
medio auxiliar creado para defensa de derechos sociales, un instrumento destructor de la economía
nacional. Los intereses del obrero no debían obstaculizar los propósitos de la socialdemocracia en lo
más mínimo.
Ya a principios del presente siglo, el movimiento sindicalista había dejado de servir a su
idea inicial; año tras año fue cayendo cada vez más en el radio de acción de la política
socialdemócrata para ser a la postre sólo un ariete de la lucha de clases. Debía a fuerza de
constantes arremetidas demoler los fundamentos de la economía nacional laboriosamente cimentada
y con ello prepararle la misma suerte al edificio del Estado. La defensa de los verdaderos intereses
del se hacía cada vez más secundaria, hasta que por último la habilidad política acabó por establecer
la inconveniencia de mejorar las condiciones sociales y el nivel cultural de las masas, so pena de
correr el peligro de que una vez satisfechos sus deseos, esas muchedumbres no pudieran ser ya
utilizadas indefinidamente como una fuerza autómata de lucha.
*
**
A medida que fui formando criterio sobre el carácter exterior de la socialdemocracia,
aumentó en mí el ansia de penetrar la esencia de su doctrina. De poco podía servirme en este orden
la literatura propia del partido porque cuando trata de cuestiones económicas es errónea en asertos y
demostraciones, y es falaz en lo que a sus fines políticos se refiere.
SOLO EL CONOCIMIENTO DEL JUDAÍSMO DA LA CLAVE PARA LA
COMPRENSIÓN DE LOS VERDADEROS PROPÓSITOS DE LA
SOCIALDEMOCRACIA.





DEDICATORIA
El 9 de noviembre de 1923, a las 12’30 del día, poseídos de inquebrantable fé en la resurrección de
su pueblo, cayeron en Munich frente a la Feldhernhalle y en el patio del antiguo Ministerio de
Guerra, los siguientes:
ALFARTH, Felix Comerciante 5 de julio 1901
BAURIEDL, Andreas Sombrerero 8 de agosto 1900
CASELLA, Theodor Empleado Bancario 4 de mayo 1879
EHRLICH, Wilhelm Empleado Bancario 19 de agosto 1894
FAUST, Martín Empleado Bancario 27 de enero 1901
HECHENBERGER, Ant. Cerrajero 28 de septiembre 1902
KOERNER, Oskar Comerciante 4 de enero 1875
KUHN, Karl Empleado de hotel 26 de julio 1897
LAFORGE, Karl Estudiante de ingeniería 28 de octubre 1904
NEUBAUER, Kurt Empleado doméstico 27 de marzo 1899
PAPE, Klaus von Comerciante 16 de agosto 1904
PFORDTEN, Theodor von der Consejero en el Tribunal
Regional Superior
14 de mayo 1873
RICKMERS, Joh. Ex capitán de caballería 7 de mayo 1881
SCHEUBNER-RICHTER, Max.
Erwin von
Doctor en ingeniería 9 de enero 1884
STRANSKY, Lorenz Ritter von Ingeniero 14 de marzo 1899
WOLF, Wilhelm Comerciante 19 de octubre 1898
Autoridades llamadas nacionales se negaron a dar una sepultura común a estos héroes.
Dedico esta obra a la memoria de todos ellos para que el ejemplo de su sacrificio alumbre
incesantemente a los prosélitos de nuestro movimiento.
Landsberg am Lech, 16 de octubre de 1924

ADOLF HITLER
 
Boulderdash dijo:
Algunos parrafos del libro mi lucha

Mi padre era un leal y honrado
funcionario, mi madre, ocupada en los quehaceres del hogar, tuvo siempre para sus hijos invariable
y cariñosa solicitud. Poco retiene mi memoria de aquel tiempo, pues, pronto mi padre tuvo que
abandonar ese pueblo que había ganado su afecto, para ir a ocupar un nuevo puesto en Passau, es
decir, en Alemania.

A la edad de 13 años perdí repentinamente a mi padre. Un ataque de apoplejía tronchó la
existencia del hombre, todavía vigoroso, dejándonos sumidos en el más hondo dolor.
Al principio nada cambió exteriormente.
Mi madre, siguiendo el deseo de mi difunto padre, se sentía obligada a fomentar mi
instrucción, es decir, mi preparación para la carrera de funcionario. Yo personalmente me hallaba
decidido, entonces más que nunca, a no seguir de ningún modo esa carrera.

Mi madre, bajo la impresión de la dolencia
que me aquejaba, acabó por resolver mi salida del colegio para hacer que ingresara en una
academia.
Felices días aquéllos, que me parecieron un bello sueño. En efecto, no debieron ser más que
un sueño, pues dos años después, la muerte de mi madre vino a poner un brusco fin a mis
acariciados planes.
Este amargo desenlace cerró un largo y doloroso período de enfermedad que desde el
comienzo había ofrecido pocas esperanzas de curación; con todo, el golpe me afectó
profundamente. A mi padre le veneré, pero por mi madre había sentido adoración.
La miseria y la dura realidad me obligaron a adoptar una pronta resolución. Los escasos
recursos que dejara mi padre fueron agotados en su mayor parte durante la grave enfermedad de mi
madre y la pensión de huérfano que me correspondía no alcanzaba ni para subvenir a mi sustento;
me hallaba, por tanto, sometido a la necesidad de ganarme de cualquier modo el pan cotidiano.

Mi vida en el hogar paterno se diferenció poco o nada de la de los demás. Sin
preocupaciones podía esperar todo nuevo amanecer y no existían para mí los problemas sociales. El
ambiente que rodeó mi juventud era el de los círculos de la pequeña burguesía, es decir, un mundo
que muy poca conexión tenía con la clase netamente obrera, pues, aunque a primera vista resulte
paradójico, el abismo que separaba a estas dos categorías sociales, que de ningún modo gozan de
una situación económica desahogada, es a menudo más profundo de lo que uno pueda imaginarse.
El origen de esta –llamémosle belicosidad- radica en que el grupo social que no hace mucho saliera
del seno de la clase obrera, siente el temor de descender a su antiguo nivel de gente poco apreciada,
o que se le considere como perteneciente todavía a él. A esto hay que añadir que para muchos es
agrio el recuerdo de la miseria cultural de la clase proletaria y del trato grosero de esas gentes entre
sí, lo cual, por insignificante que sea su nueva posición social, llega a hacerles insoportable todo
contacto con gente de un nivel cultural ya superado por ellos.

Así ocurre que, apenas considera posible el “parvenu” aquello que es frecuente entre
personas de elevada situación que, descendiendo de su rango, se acercan hasta el último prójimo.
No se olvide que “parvenu” es todo aquel que por propio esfuerzo sale de la clase social en que vive
para situarse en un nivel superior. Ese batallar, con frecuencia muy rudo, acaba por destruir el
sentimiento de conmiseración. La propia dolorosa lucha por la existencia anula toda comprensión
para la miseria de los relegados.
En este orden quiso el destino ser magnánimo conmigo, constriñéndome a volver a ese
mundo de pobreza y de incertidumbre que mi padre abandonara en el curso de su vida. El destino
apartó de mis ojos el fantasma de una educación limitada propia de la pequeña burguesía.
Empezaba a conocer a los hombres y aprendía a distinguir los valores aparentes o los caracteres
exteriores brutales, de lo que constituía su verdadera mentalidad.


Viena, la ciudad que para muchos simboliza la alegría y el medio-ambiente de gentes satisfechas,
tienen sensiblemente para mí solo, el sello del recuerdo vivo de la época más amarga de mi vida.
Hoy mismo Viena me evoca tristes pensamientos. Cinco años de miseria y de calamidad encierra
esa ciudad para mí, cinco largos años en cuyo transcurso trabajé primero como peón y luego como
pequeño pintor para ganarme el miserable sustento diario, tan verdaderamente miserable que nunca
alcanzaba a mitigar el hambre; el hambre, mi más fiel camarada que casi nunca me abandonaba,
compartiendo conmigo inexorable, todas las circunstancias de la vida. Si compraba un libro, exigía
ella su tributo; adquirir un billete para la Opera, significaba también días de privación. ¡Que
constante era la lucha con tan despiadada compañera! Y sin embargo en esa época aprendí más que
en todos los tiempos pasados. Mis libros me deleitaban. Leía mucho y concienzudamente en todas
mis horas de descanso. Así pude en pocos años cimentar los fundamentos de una preparación
intelectual de la cual hoy mismo me sirvo.

Pero hay algo más que todo esto: En aquellos tiempos me formé un concepto del mundo,
concepto que constituyó la base granítica de mi proceder de aquella época. A mis experiencias y
conocimientos adquiridos entonces, poco tuve que añadir después; nada fue necesario modificar.


Al finalizar el siglo XIX, Viena se contaba ya entre las ciudades de condiciones sociales más
desfavorables. Riqueza fastuosa y repugnante miseria caracterizaban el cuadro de la vida en Viena.
En los barrios centrales se sentía manifiestamente el pulsar de un pueblo de 52 millones de
habitantes con toda la dudosa fascinación de un Estado de nacionalidades diversas. La vida de la
Corte, con su boato deslumbrante, obraba como un imán sobre la riqueza y la clase del resto del
Imperio. A tal estado de cosas se sumaba la fuerte centralización de la monarquía de los Habsburgo
y en ello radicaba la única posibilidad de mantener compacta esa promiscuidad de pueblos,
resultando, por consiguiente, una concentración extraordinaria de autoridades y oficinas públicas en
la capital y sede del Gobierno. Sin embargo, Viena no era sólo el centro político e intelectual de la
vieja monarquía del Danubio, sino que constituía también su centro económico. Frente al enorme
conjunto de oficiales de alta graduación, funcionarios, artistas y científicos, había un ejército mucho
más numeroso de proletarios y frente a la riqueza de la aristocracia y del comercio reinaba una
sangrante miseria. Delante de los palacios de la Ringstrasse, pululaban miles de desocupados y en
los trasfondos de esa vía triunphalis de la antigua Austria, vegetaban vagabundos en la penumbra y
entre el barro de los canales.


En ninguna ciudad alemana podía estudiarse mejor que en Viena el
problema social. Pero no hay que confundir. Ese “estudio” no se deja hacer “desde arriba”, porque
aquel que no haya estado al alcance de la terrible serpiente de la miseria jamás llegará a conocer sus
fauces ponzoñosas. Cualquier otro camino lleva tan sólo a una charlatanería banal o a una mentida
sentimentalidad. Ambas igualmente perjudiciales, una porque nunca logra penetrar el problema en
su esencia y la otra porque no llega ni a rozarlo. No sé qué sea más funesto: si la actitud de no
querer ver la miseria, como lo hace la mayoría de los favorecidos por la suerte o encumbrados por propio esfuerzo, o la de aquéllos no menos arrogantes y a menudo faltos de tacto, pero dispuestos
siempre a dignarse a aparentar que comprenden la miseria del pueblo. Esas gentes hacen siempre
más daño del que puede concebir su comprensión desarraigada de instinto humano; de ahí que ellas
mismas se sorprendan ante el resultado nulo de su acción de “sentido social” y hasta sufran la
decepción de un airado rechazo, que acaban por considerar como una prueba de la ingratitud del
pueblo.

NO CABE EN EL CRITERIO DE TALES GENTES COMPRENDER QUE UNA ACCIÓN
SOCIAL NO PUEDE EXIGIR EL TRIBUTO DE LA GRATITUD PORQUE ELLA NO
PRODIGA MERCEDES, SINO QUE ESTÁ DESTINADA A RESTITUIR DERECHOS.

También yo debí en la gran urbe experimentar en carne propia los defectos de ese destino y
saborearlos moralmente. Algo más me fue dado observar todavía: la brusca alternativa entre la
ocupación y la falta de trabajo y la consiguiente eterna fluctuación entre las entradas y los gastos,
que en muchos destruye, a la larga, el sentimiento de economía, así como la noción para un sistema
razonable de vida. Parece como si el organismo humano se acostumbrara paulatinamente a vivir en
la abundancia en los buenos tiempos y a sufrir hambre en los malos. Así se explica que aquél que
apenas ha logrado conseguir trabajo, olvide toda previsión y viva tan desordenadamente que hasta
el pequeño presupuesto semanal de gastos domésticos resulta alterado; al principio el salario
alcanza en lugar de para siete, sólo para cinco días, después únicamente para tres y por último
escasamente para un día, despilfarrándolo todo en la primera noche.
A menudo la mujer y los hijos se contaminan de esa vida, especialmente si el padre de
familia es en el fondo bueno con ellos y los quiere a su manera. Resulta entonces que en dos o tres
días se consume en casa, en común, el salario de toda la semana. Se come y se bebe mientras el
dinero alcanza, para después soportar hambre también conjuntamente durante los últimos días. La
mujer recurre entonces a la vecindad y contrae pequeñas deudas para pasar los malos días del resto
de la semana. A la hora de la cena se reúnen todos en torno a una paupérrima mesa, esperan
impacientes el pago del nuevo salario y sueñan ya con la felicidad futura, mientras el hambre
arrecia.... Así se habitúan los hijos desde su niñez a este cuadro de miseria.

Pero el caso acaba siniestramente cuando el padre de familia desde un comienzo sigue su
camino solo, dando lugar a que la madre, precisamente por amor a sus hijos, se ponga en contra.
Surgen disputas y escándalos en una medida tal, que cuando más se aparta el marido del hogar, más
se acerca al vicio del alcohol. Se embriaga casi todos los sábados y entonces la mujer, por espíritu
de propia conservación y por la de sus hijos, tiene que arrebatarle unos pocos céntimos, y esto
muchas veces en el trayecto de la fábrica a la taberna; y sí por fin el domingo o el lunes llega el
marido a casa, ebrio y brutal, después de haber gastado el último céntimo, se suscitan con
frecuencia escenas..... ¡de las que Dios nos libre!


En cientos de casos observé de cerca esa vida, viéndola al principio con repugnancia y
protesta, para después comprender en toda su magnitud la tragedia de semejante miseria y sus
causas fundamentales. ¡Víctimas infelices de las malas condiciones de vida!
Cuánto agradezco hoy a la Providencia haberme hecho vivir esa escuela; en ella ya no me
fue posible prescindir de aquello que no era de mi complacencia. Esa escuela me educó pronto y
con rigor.
Para no desesperar de la clase de gentes que por entonces me rodeaban fue necesario que
aprendiese a diferenciar entre su manera de ser y su vida y las causas del proceso de su desarrollo.
Sólo así se podía soportar ese estado de cosas y comprender que el resultado de tanta miseria,
inmundicia y degeneración no eran ya seres humanos, sino el triste producto de unas leyes más
tristes todavía. En medio de ese ambiente mi propia y dura suerte me libró de capitular en
quejumbroso sentimentalismo ante los resultados de un proceso social semejante.
Ya en aquellos tiempos llegué a la conclusión de que sólo un doble procedimiento podía
conducir a modificar la situación existente:
ESTABLECER MEJORES CONDICIONES PARA NUESTRO DESARROLLO A
BASE DE UN PROFUNDO SENTIMIENTO DE RESPONSABILIDAD SOCIAL
APAREJADO CON LA FERREA DECISIÓN DE ANULAR A LOS DEPRAVADOS
INCORREGIBLES.

Del mismo modo que la Naturaleza no concentra su mayor energía en el mantenimiento de
lo existente, sino más bien en la selección de la descendencia como conservadora de la especie, así
también en la vida humana no puede tratarse de mejorar artificialmente lo malo subsistente –cosa de
suyo imposible en un 99% de casos, dada la índole del hombre- sino por el contrario debe
procurarse asegurar bases más sanas para un ciclo de desarrollo venidero.
Durante mi lucha por la existencia, en Viena, me di cuenta de que la obra de acción social
jamás puede consistir en un ridículo e inútil lirismo de beneficencia, sino en la eliminación de
aquellas deficiencias que son fundamentales en la estructura económico-cultural de nuestra vida y
que constituyen el origen de la degeneración del individuo o por lo menos de su mala inclinación.
El Estado austríaco desconocía prácticamente una legislación social humna y de ahí su
ineptitud patente para reprimir ni las más crasas transgresiones.

No sabría decir lo que más me horrorizó en aquel tiempo: si la miseria económica de mis
compañeros de entonces, su rudeza moral o su ínfimo nivel cultural.


En mis años de experiencia en Viena me ví obligado, queriendo o sin quererlo, a definir mi
posición en lo relativo a los sindicatos obreros.
El hecho de que la socialdemocracia supiera apreciar la enorme importancia del movimiento
sindicalista le aseguró el instrumento de su acción y con ello el éxito. No haber comprendido
aquello le costó a la burguesía su posición política. Había creído que con una “negativa”
impertinente podría anular un desarrollo lógico inevitable.
Es absurdo y falso afirmar que el movimiento sindicalista sea en sí contrario al interés
patrio. Si la acción sindicalista tiende y logra el mejoramiento de las condiciones de vida de aquella
clase social que constituye una de las columnas fundamentales de la nación, obra no sólo como noenemiga
de la patria o del Estado, sino “nacionalistamente” en el más puro sentido de la palabra .
Mientras existan entre los patrones individuos de escasa comprensión social o que incluso
carezcan de sentimiento de justicia y equidad, no solamente es un derecho, sino un deber el que sus
dependientes, representando una parte de la nacionalidad, velen por los intereses del conjunto frente
a la codicia o el capricho de uno solo

MIENTRAS EL TRATO ASOCIAL O INDIGNO DADO AL HOMBRE PROVOQUE
RESISTENCIAS, Y MIENTRAS NO SE HAYAN INSTITUIDO AUTORIDADES
JUDICIALES ENCARGADAS DE REPARAR DAÑOS, SIEMPRE EL MAS FUERTE
VENCERA EN LA LUCHA, POR ELLO ES NATURAL QUE LA PERSONA QUE
CONCENTRA EN SÍ TODA LA FUERZA DE LA EMPRESA, TENGA AL FRENTE A UN
SOLO INDIVIDUO EN REPRESENTACIÓN DEL CONJUNTO DE TRABAJADORES.

Sobrecogido por el cúmulo de mis impresiones de las obras arquitectónicas de aquella
capital y por las penalidades de mi propia suerte no pude en el primer tiempo de mi permanencia
allí darme cuenta de la conformación interior del pueblo en la gran urbe; y fue así que no obstante
existir en Viena alrededor de 200.000 judíos, entre sus dos millones de habitantes, yo no me había
dado cuenta de ellos.
Mal podría afirmar que me hubiera parecido particularmente grata la forma en que debí
llegar a conocerlos. Yo seguía viendo en el judío sólo la cuestión confesional y por eso,
fundándome en razones de tolerancia humana mantuve aún entonces mi antipatía por la lucha
religiosa. De ahí que considerase indigno de la tradición cultural de un gran pueblo el tono de la
prensa antisemita de Viena. Me impresionaba el recuerdo de ciertos hechos de la Edad Media, que
no me habría agradado ver repetirse.



Debió, pues, llegar el día en que ya no peregrinaría por la gran urbe hecho un ciego, como
en los primeros tiempos, sino con los ojos abiertos, contemplando las obras arquitectónicas y las
gentes. Cierta vez, al caminar por los barrios del centro, me vi de súbito frente a un hombre de largo
caftán y de rizos negros. ¿Será un judío?, fue mi primer pensamiento. Los judios en Linz no tenían
ciertamente esa apariencia. Observé al hombre sigilosamente y a medida que me fijaba en su
extraña fisonomía, estudiándola rasgo por rasgo, fue transformándose en mi menta la primera
pregunta en otra inmediata. ¿Será también un alemán?.

Naturalmente que ya no era dable dudar de que o se trataba de elementos alemanes de una
creencia religiosa especial, sino de un pueblo diferente en sí; pues desde que me empezó a
preocupar la cuestión judía, cambió mi primera impresión sobre Viena. Por doquier veía judíos y
cuanto más los observaba, más se diferenciaban a mis ojos de las demás gentes. Y si aún hubiese
dudado, mi vacilación hubiera tenido que tocar definitivamente a su fin, debido a la actitud de una
parte de los judíos mismos.
Se trataba de un gran movimiento que tendía a establecer claramente el carácter racial del
judaísmo; el sionismo.


Un grave cargo más pesó sobre el judaísmo ante mis ojos cuando me di cuenta de sus
manejos en la prensa, en el arte, la literatura y el teatro. Comencé por estudiar detenidamente los
nombres de todos los autores de inmundas producciones en el campo de la actividad artística en
general. El resultado de ello fue una creciente animadversión de mi parte hacia los judíos. Era
innegable el hecho de que las nueve décimas partes de la literatura sórdida, de la trivialidad en el
arte y el disparate en el teatro gravitaban en el debe de una raza que apenas si constituía una
centésima parte de la población total del país.
Con el mismo criterio comencé también a apreciar lo que en realidad era aquella mi
preferida “prensa mundial”, y cuanto más sondeaba en este terreno, más disminuía el motivo de mi
admiración de antes. El estilo se me hizo insoportable, el contenido cada vez más vulgar y por
último la objetividad de sus exposiciones me parecía más mentira que verdad. ¡Eran, pues, judíos
los autores!


Desde entonces no pude más y nunca volví a tratar de eludir la cuestión judía; por el
contrario, me impuse ocuparme en delante de ella. De este modo, siguiendo las huellas del elemento
judío a través de todas las manifestaciones de la vida cultural y artística, tropecé con él
inesperadamente donde menos lo hubiera podido suponer:
¡Judíos eran los dirigentes del partido socialdemócrata!

SI FRENTE A LA SOCIALDEMOCRACIA SURGIESE UNA DOCTRINA
SUPERIOR EN VERACIDAD, PERO BRUTAL COMO AQUELLA EN SUS MÉTODOS,
SE IMPONDRÍA LA SEGUNDA, SI BIEN CIERTAMENTE, DESPUÉS DE UNA LUCHA
TENAZ.
Como la socialdemocracia conoce por propia experiencia la importancia de la fuerza, cae
con furor sobre aquellos en los cuales supone la existencia de ese casi raro elemento, e
inversamente, halaga a los espíritus débiles del bando opuesto, cautelosa o abiertamente, según la
calidad moral que tengan o que se les atribuya. La socialdemocracia teme menos a un hombre de
genio, impotente y falto de carácter, que a uno dotado de fuerza natural, aunque huérfano de vuelo
intelectual. Esta es una táctica que responde al preciso cálculo de todas las debilidades humanas y
que tiene que conducir casi matemáticamente al éxito, si es que el partido opuesto no sabe que el
gas asfixiante se contrarresta sólo con el gas asfixiante. A los espíritus pusilánimes hay que
recalcarles que en esto se trata del ser o del no ser.
EL METODO DEL TERROR EN LOS TALLERES, EN LAS FABRICAS, EN LOS
LOCALES DE ASAMBLEAS Y EN LAS MANIFESTACIONES EN MASA, SERÁ
SIEMPRE CORONADO POR EL ÉXITO MIENTRAS NO SE LE ENFRENTE OTRO
TERROR DE EFECTOS ANÁLOGOS.
*
**
COMO CONSECUENCIA DEL HECHO DE QUE LA BURGUESIA EN INFINIDAD
DE CASOS, PROCEDIENDO DEL MODO MAS DESATINADO E INMORAL, OPONIA
RESISTENCIA HASTA A LAS EXIGENCIAS MAS HUMANAMENTE JUSTIFICADAS,
AUN SIN ALCANZAR O SIN ESPERAR SIQUIERA PROVECHO ALGUNO DE SU
ACTITUD, EL MAS HONESTO OBRERO RESULTABA IMPELIDO DE LA
ORGANIZACIÓN SINDICALISTA A LA LUCHA POLÍTICA.
El rechazo rotundo de toda tentativa hacia el mejoramiento de las condiciones de trabajo
para el obrero, tales como la instalación de dispositivos de seguridad en las máquinas, la
prohibición del trabajo para menores, así como también la protección para la mujer –por lo menos
en aquellos meses en los cuales lleva en sus entrañas al futuro ciudadano- contribuyó a que la
socialdemocracia, que recibía complacida todos esos casos de despiadado proceder, cogiese a las
masas en su red. Nunca podrá reparar nuestra “burguesía política” esos errores, pues negándose a
dar paso a todo propósito tendente a eliminar anomalías sociales, sembraba odios y justificaba
aparentemente las aseveraciones de los enemigos mortales de toda la nacionalidad en el sentido de
ser el partido socialdemócrata el único defensor de los intereses del pueblo trabajador.
En mis años de experiencia en Viena me ví obligado, queriendo o sin quererlo, a definir mi
posición en lo relativo a los sindicatos obreros.
El hecho de que la socialdemocracia supiera apreciar la enorme importancia del movimiento
sindicalista le aseguró el instrumento de su acción y con ello el éxito. No haber comprendido
aquello le costó a la burguesía su posición política. Había creído que con una “negativa”
impertinente podría anular un desarrollo lógico inevitable.
Es absurdo y falso afirmar que el movimiento sindicalista sea en sí contrario al interés
patrio. Si la acción sindicalista tiende y logra el mejoramiento de las condiciones de vida de aquella
clase social que constituye una de las columnas fundamentales de la nación, obra no sólo como noenemiga
de la patria o del Estado, sino “nacionalistamente” en el más puro sentido de la palabra .
Mientras existan entre los patrones individuos de escasa comprensión social o que incluso
carezcan de sentimiento de justicia y equidad, no solamente es un derecho, sino un deber el que sus
dependientes, representando una parte de la nacionalidad, velen por los intereses del conjunto frente
a la codicia o el capricho de uno solo
MIENTRAS EL TRATO ASOCIAL O INDIGNO DADO AL HOMBRE PROVOQUE
RESISTENCIAS, Y MIENTRAS NO SE HAYAN INSTITUIDO AUTORIDADES
JUDICIALES ENCARGADAS DE REPARAR DAÑOS, SIEMPRE EL MAS FUERTE
VENCERA EN LA LUCHA, POR ELLO ES NATURAL QUE LA PERSONA QUE
CONCENTRA EN SÍ TODA LA FUERZA DE LA EMPRESA, TENGA AL FRENTE A UN
SOLO INDIVIDUO EN REPRESENTACIÓN DEL CONJUNTO DE TRABAJADORES.
De ese modo la organización sindicalista podrá lograr un afianzamiento de la idea social en
su aplicación práctica de la vida diaria, eliminando con ello motivos que son causa permanente de
descontento y quejas.
La socialdemocracia jazz pensó mantener el programa inicial del movimiento corporativo
que había abarcado. Y en efecto fue así. Bajo su experta mano, en pocos decenios supo hacer de un
medio auxiliar creado para defensa de derechos sociales, un instrumento destructor de la economía
nacional. Los intereses del obrero no debían obstaculizar los propósitos de la socialdemocracia en lo
más mínimo.
Ya a principios del presente siglo, el movimiento sindicalista había dejado de servir a su
idea inicial; año tras año fue cayendo cada vez más en el radio de acción de la política
socialdemócrata para ser a la postre sólo un ariete de la lucha de clases. Debía a fuerza de
constantes arremetidas demoler los fundamentos de la economía nacional laboriosamente cimentada
y con ello prepararle la misma suerte al edificio del Estado. La defensa de los verdaderos intereses
del se hacía cada vez más secundaria, hasta que por último la habilidad política acabó por establecer
la inconveniencia de mejorar las condiciones sociales y el nivel cultural de las masas, so pena de
correr el peligro de que una vez satisfechos sus deseos, esas muchedumbres no pudieran ser ya
utilizadas indefinidamente como una fuerza autómata de lucha.
*
**
A medida que fui formando criterio sobre el carácter exterior de la socialdemocracia,
aumentó en mí el ansia de penetrar la esencia de su doctrina. De poco podía servirme en este orden
la literatura propia del partido porque cuando trata de cuestiones económicas es errónea en asertos y
demostraciones, y es falaz en lo que a sus fines políticos se refiere.
SOLO EL CONOCIMIENTO DEL JUDAÍSMO DA LA CLAVE PARA LA
COMPRENSIÓN DE LOS VERDADEROS PROPÓSITOS DE LA
SOCIALDEMOCRACIA.





DEDICATORIA
El 9 de noviembre de 1923, a las 12’30 del día, poseídos de inquebrantable fé en la resurrección de
su pueblo, cayeron en Munich frente a la Feldhernhalle y en el patio del antiguo Ministerio de
Guerra, los siguientes:
ALFARTH, Felix Comerciante 5 de julio 1901
BAURIEDL, Andreas Sombrerero 8 de agosto 1900
CASELLA, Theodor Empleado Bancario 4 de mayo 1879
EHRLICH, Wilhelm Empleado Bancario 19 de agosto 1894
FAUST, Martín Empleado Bancario 27 de enero 1901
HECHENBERGER, Ant. Cerrajero 28 de septiembre 1902
KOERNER, Oskar Comerciante 4 de enero 1875
KUHN, Karl Empleado de hotel 26 de julio 1897
LAFORGE, Karl Estudiante de ingeniería 28 de octubre 1904
NEUBAUER, Kurt Empleado doméstico 27 de marzo 1899
PAPE, Klaus von Comerciante 16 de agosto 1904
PFORDTEN, Theodor von der Consejero en el Tribunal
Regional Superior
14 de mayo 1873
RICKMERS, Joh. Ex capitán de caballería 7 de mayo 1881
SCHEUBNER-RICHTER, Max.
Erwin von
Doctor en ingeniería 9 de enero 1884
STRANSKY, Lorenz Ritter von Ingeniero 14 de marzo 1899
WOLF, Wilhelm Comerciante 19 de octubre 1898
Autoridades llamadas nacionales se negaron a dar una sepultura común a estos héroes.
Dedico esta obra a la memoria de todos ellos para que el ejemplo de su sacrificio alumbre
incesantemente a los prosélitos de nuestro movimiento.
Landsberg am Lech, 16 de octubre de 1924

ADOLF HITLER


Irracionalidad y anti ilustración en su maxima expresión, como hemos caido en un proceso de irracionalidad muy fuerte, sinceramente los que creen todavia en este ser estan cayendo en los mismo errores de la Alemania de la decada del 30, en vez de ser racionales y modernos son al contrario irracionales y sin control de su voluntad un aminal al menos controlan su impetu, los nacistas son una pena intelectuales, si esto continua con una alza en la sociedad chilena, el país se va al despeñadero :nonono:

P.d: Pero creo que hay una solución por que no se hace una Milicia Republicana y Milicias Comunistas como en la epoca de Alessandri Palma?
 
lei el post completo y esta bueno... se mofa y es ironico


me habia metido aca para puro agarrarte a chuchadas... pero cache q era un chiste

ta bueno wn!
 
No estoy justificando las atrocidades del nazismo y ni estoy de acuerdo con esta ideologia aunque comparto ciertos juicios, no creo en el nazismo porque creo que es bastante perjudicial que el poder solo este al antojo de un solo weon, que si amaneces de mala un dia se le ocurra mandar a matar a millones, creo que el estadismo de uno es perjudicial para el pais a la larga, solo he querido mostrar algunos texto para que vean porque el origend e esta doctrina y que es mejor estudiar a que creer un 100% la historia de las peliculas hollywoodenses marqueteras que estan muy lejos de la realidad
 
pues para mi hitler era una mierda de persona, por que para salir electo en alemania se engrupio a judios y gentiles por igual, y despues los hizo mierda..asi que por esa misma razon es a el que deberian haber quemado vivo o que se yo...jajaja y por su culpa hizo mierda a toda europa, claro que gringolandia le tiene que agradecer su aparicion por que gracias a hitler gringolandia se transformo en super potencia mundial, junto con rusia en fin....
 
Creo que recordar personajes que fueron nefastos para la humanidad no conduce a nada, hoy todavia existe gente o weones que idolatran los dichos y pensamientos de este señor.
 
Lening fue un manton pero no se ha hecho tanta peliculas al respecto, y tambien hay weones que lo idolatran hasta el dia de hoy
 
Virtuajats dijo:
Eso es el fascismo.

La irracionalidad y la anti ilustración lo ves en la fuerza de la voluntad de Lenni Rinefstal, además que otra es un ejemplo de la irracionalidad y anti ilustración en Alemania es que durante el siglo XVIII hubo una campaña contra la ilustración y acaso no es un ejemplo la quema de libros en las piras organizadas por la SS. Solo tenga presente esto "Un pueblo que quema sus libros, esta perdido"

Si el nacismo es Racional entonces por que no triunfa en Francia, Inglaterra o Polonia, Rusia, etc......; la pregunta queda abierta.
 
Ikari dijo:
¿Excelente estratega militar? Por algo perdió la guerra... Menos mal que tuvo la brillante idea de invadir la URSS.

En cuanto a lo que dicen de brillante orador: mentira. Es decir, algo de carácter y carisma tenía, pero casi toda la pega (lo que incluye convencimiento e hipnosis de masas) se la hizo Joseph Goebbels.

Y den la hueá de tema por muerto. Fue una mierda y ya.

pfff wn... se convencio a la Alemania entera con promesas de grandesa con sus discursos... (la propaganda que hacia Goebbels es otro punto)
Y rescato que una de las pocas cosas buenas que tenia era un estratega (no era bueno... ya que por errores garrafales perdio la IIGM)
 
Felipe_kenji dijo:
pfff wn... se convencio a la Alemania entera con promesas de grandesa con sus discursos... (la propaganda que hacia Goebbels es otro punto)
Y rescato que una de las pocas cosas buenas que tenia era un estratega (no era bueno... ya que por errores garrafales perdio la IIGM)

Disculpen Hitler estratega, el un estratega donde vas a dejar a Von Paulus, Romel, acaso a Hitler se le ocurrio la Blitzkerg, por favor o me van a decir que Stalin era un gran estratega tambien (por los rusos esta Zukov); o sea Churchill tambien es un gran estratega (el cagazo que se mando en Noruega donde ataco con la marina y sin apoyo aereo, resultado fracaso) el que salvo a Churchill fue Montgomery y EE.UU Patton, Mc Arturh, Eisenhower; Hitler cuando enviava tropas desvariaba, si aun no me creen vean Triumph of the Willens y se daran cuenta lo que pasa en un país donde no existia la ilustración y menos la racionalidad se cultivan facilmente este ideal tan nefasto como es el nacismo.
 
no te preocupes... la ironia se entendio...

SI HITLER ESTUVIERA VIVO MATARIA A TODOS LOS NEONAZIS CHILENOS POR WEONES
 
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