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Isla de Pascua, detalles de lo que está pasando y no estamos viendo

Estoy absolutamente lúcido, no estoy bajo el efecto de ningún estupefaciente o psicotrópico...
¿Qué mierda hago acá?

:unsure:
 
Unos investigadores europeos entrevistaron a 10 hombres, la pregunta era única y sencilla: si ud. tuviera que enfrentarse hoy con un león, mano a mano, cree que ud. podría vencer al león? Nueve de esos 10 hombres dijeron que no, y fueron descartados del experimento; 1 de cada 10 dijo que sí, que lo trajeran, que él lo derrotaría. Cuando estuvieron frente a frente, y ya se lanzaban en combate, inesperadamente al hombre le cayó un rayo y murió. El león volvió a sus caminos, el cielo estaba despejado. En el corán se asegura que la electricidad resplandecerá en el mundo encegueciendo a los hombres, acaso se referían, de alguna manera, a este mismo evento. Lo cierto es que los investigadores volvieron a entrevistar a los nuevos hombres anteriormente descartados de la prueba. Todos ellos estaban enterados de lo sucedido pues había sido transmitido en directo a través de las mamparas de televisión en toda la región. Estos 9 hombres afirmaron esta vez ser capaces de derrotar al león en un combate mano a mano. Yo quería hacer algo, no recuerdo qué y era algo de menor importancia. El asunto es que no lo conseguí, o al menos no lo conseguía. Cuando desperté recordé este sueño. He adquirido desde hace años la costumbre de tomar a mis sueños como experiencias tan válidas como las de la vigilia. Por lo tanto usualmente antes de comenzar el día recuerdo y desvarío analíticamente en función de mis sueños, o de lo que pueda recordar de ellos. El hecho de que yo no haya podido lograr lo que quería hacer, particularmente considerando que era algo de orden menor, demostraba que se había vuelto parte de mí mismo el fallar. ¿Acaso no son los sueños el lugar donde desborda la voluntad, donde afirmamos nuestra esperanza? Y yo firmaba fracasos...

Explicaré ahora el verdadero sentido del tangata manu pues lo recordé mientras lavaba mi plato de tallarines. El tangata manu es un ritual que apunta al origen de la gente Nui. Todo ritual no es sino la degeneración de un evento, esto no es necesariamente negativo. Alguna vez un hombre cayó a las aguas como si se hubiera lanzado desde un despeñadero enorme y cuando resurgió nadó hasta una costa afortunadamente cercana. Esta era la costa de la Isla de Pascua. El hombre era el primer Nui. En esta costa había ya un huevo. El hombre incubó el huevo y de él salió su mujer. Sobre el ritual actual y sus incorrecciones puede leerse en cualquier enciclopedia.

tangatamanu.png
 
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¿Qué revestía de tanta importancia al descubrimiento de las hormigas, del asesinato de Werther, de la constelación de cerezas en el cielo de la olla? Yo mismo. Esto me devolvió la confianza. Aun estando confinado en una cueva, aun siendo reducido a una celda en el subsuelo de la Isla de Pascua, aun así seguía siendo yo mismo. Había adquirido el lenguaje ultrasónico de los Nui y conocía que en la superficie estaba lloviendo copiosamente. Ayudado por Nonoaters Butmaishelf y por un lord de Nottinghamshire, me elevé por sobre tres hombres y salí y me erguí bastante enlodado, pero de tal manera que los isleños me percibieron como uno más de ellos, sin sospechar. La lluvia y el miedo natural que los nativos sentían de los elementos me ayudó a volverme indistinguible: todos ellos se habían sometido a los elementos alzados: vientos, lluvia, rayos y se escondían con las manos abajo en torno a pequeños fuegos en sus cavernas desoladoras. En cambio a mí me movía algo encendido dentro de mí. Tenía la certeza de que incluso de haber muerto habría seguido existiendo. Me acerqué hasta la costa y comencé a escuchar. Sílabas desconocidas se me revelaban en la neblina. El soplido de una mujer. Mi olla. Se me había quedado la olla atrás. Inmediatamente di mediavuelta, un nuevo silbido en mis orejas, que entiendo por su vibración en mi piel y no por su sonido en mis oidos. Me dice: lo que estaba detrás ahora está delante. Atrás de mí, delante de mí, sobre mí. Entendí que me volvería a encontrar con la olla, que lo importante no era buscarla sino ser lo suficientemente fuerte cuando nos vol-viéramos a encontrar. Aguanta y aguantando hazte fuerte, el llamado me alejaba de la cueva donde ella estaba, pero me acercaba a ella. Alguién me tocó un hombro:

Tenía pensado zarpar en medio de la tormenta y conquistar el mar, pero algo me perturbo, en esta escena algo faltaba. Y ahora tú has llegado y el cuadro está completo. ¿Acaso te esperaba sin saberlo? Dime, de qué huyes? acaso de algún robo, de alguna obligación? Ven, viaja conmigo, me indicó sus naves. ¿A dónde vamos capitán? A t i e r r a s d e s c o n o c i d a s.
 
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Entré a la cabina del capitán, no había nadie más que yo en ese momento y una miriada de dispositivos, máquinas y artefactos que parecían conducir la nave por sí mismos. Sobre uno de estos artefactos encontré un montón de basuras: ramas, hojas y alguna pluma. Parecía el botín de algún niño que jugaba al aire libre y había recolectado un pequeño montón de cosas que le llamaron la atención. ¿Qué haría con ellas? Es posible que el niño se hubiera ido hace ya tiempo y su montón de cosas quedara allí defendiendo su posición, pero con un sentido indefinido. El capitán entró pronto tras de mí y el botín se transformó en un montón de planos y cartas náuticas. Me dijo: mi flota consiste en 9 naves con capacidad para treinta hombres cada una, en este momento en total hay 345 hombres a mi cargo, tú eres el 346. Me parecía un número apropiado. Olvidé mencionar que el capitán llevaba anteojeras; por si no lo sabes, las anteojeras son parte del equipamiento con que visten a los caballos para que puedan ver solo hacia el frente. Las llevo para no desconcentrarme, mal que mal hay más de 300 hombres que dependen de mí para llegar a t i e r r a s d e s c o n o c i d a s. ¡El barco se hunde!, ¡el barco se hunde! La hija del capitán, comandante por nacimiento de la orden de los Dannebrog y un ángel de los querubines y que no debe haber tenido entonces más de 4 años, entraba corriendo de cuando en cuando en la cabina, revoloteando alrededor de los dispositivos y gritando ¡El barco se hunde!, ¡el barco se hunde! Cuando esto sucedía el capitán quedaba consternado. Sabía que el barco no se estaba hundiendo, sin embargo se quitaba sus anteojeras y buscaba en sus planos y máquinas, o en cualquier otro lugar buscaba señales, señales de que el barco se había hundido ya, o de que se hundiría en el futuro. ¡El barco se hunde!, ¡el barco se hunde!

Nunca fui amigo de grandes maquinaciones, pero sí me manejaba en los artificios clásicos: les dije que iba para un lado y me fui para el otro. Ya en el pasillo de mi habitación, ya cuando abría la puerta una voz me dice: "No esperaba verte aquí." La saludé y se veía casi tan bien como la primera vez que la conocí. Siempre he pensado que esa noche debe haber estado poseída por una diosa. Recuerdo que cada rasgo mientras hablaba, mientras sonreía, cada gesto que se movía en su rostro era una ligera metáfora de la belleza. Y la cadencia con que se me acercaba ilimitadamente. Tal vez todavía se me esté acercando en su mente. Aun así no me convenció: era demasiado morena (simples son las cosas grandes). Venía saliendo de la habitación de otro hombre, d clquier modo la invité a entrar a la mía. Me rechazó: ya tenía una cita esperándola en el comedor. Dame tu número, me dijo, soy el 346, le dije. Hizo ademán de anotarlo en su teléfono, pero en verdad lo anotó en una pequeña libretita donde llevaba los números de sus mejores clientes. Para mí eres el 24 (pensó). Varias veces he reflexionado que ese primer encuentro nuestro debe haber sido el punto más alto de su vida, la expresión de miles de años de seducción contenidos en clave dentro de sí... y aun así fue en vano: simple es la causa de su pena (era demasiado morena, para mí). Todo lo demás me era atractivo, acaso el color de su piel era un dragón solitario, último, ancestral, remanente, desafíandome. Recuerdo haberla visto mirándose al espejo, más bien: con la mirada perdida en un rincón del espejo, mirándose de reojo y llorando. Todos la habían celebrado ese día y ahora su abrigo despampanante llovía colgado en la barra de la tina. En la frase "Es bueno verte" se escondía: "Es bueno ser vista por ti" (such is the chaos of my penis).
 
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Entre a este tema y automaticamente me dieron ganas de votar por DR FILE, es normal?
 
Esperé a que la mujer demasiado morena se fuera. La razón es que el mecanismo de la puerta de mi habitación era tecnológico y desconocido para mí. Para abrir la puerta había que utilizar algo llamado 'smart card' o 'tarjeta inteligente'. Esperé a que se fuera para no quedar en vergüenza. Después de errarle a la cerradura un par de veces, el mecanismo finalmente cedió y pude entrar. Antes de cerrar la puerta, di un par de pasos dentro de la habitación y sus manos se posaron en mi hombro izquierdo y con su boca pegada a mi oreja comenzó a pronunciar algo en la lengua infrasónica de los Nui. Mientras ocurría esto observé la habitación. Lamentablemente el orden habitual era perturbado por un zapato tirado entre la cama y el closet. No quería mirarlo mientras lo miraba fijamente: mientras mis ojos se acostumbraban a la oscuridad de la pieza yo esperaba que no fuera un zapato sino un calcetín o una caja aplastada. Pero era un zapato. Un stiletto beige, tirado en medio de la pieza. Pero tal vez vivía... Me acerqué respetuosamente al zapato y me arrodillé frente a él. Ella se arrodilló conmigo solo para seguir haciendo vibrar mi oreja. Alcancé a frotarlo antes de que muriera. Si los metales absorben la energía del hombre, y la madera le entrega energía al hombre, ¿qué ocurre en el tacto entre un hombre y un zapato en medio de una pieza? Me quité mi polera y recosté al zapato muerto sobre ella. Al levantarlo sus cueros sonaron, pero mis manos respiraban ya el horizonte del réquiem y se habían vuelto firmes. Esta es mi manera, mi respeto ante el ser presente en este cuero muerto. Una persona se me acercó y me ordenó algo contrario, acaso no sabía que este barco entero ahora me pertenecía. Mi ley. Su acompañante--(a quien no vi y solo puedo intuir)--su acompañante se la llevó: este barco le pertenecía a él también. Nuestra cultura. Y cualquiera que la transgrediera debía estar dispuesto a morir en nuestra lucha. Abrí las ventanas y descendí hasta el océano y sobre la superficie de las aguas dejé el cuerpo que flotó a la luz de la luna en la barca que era mi polera. Esa misma luna que se reflejaba en las aguas de aquí, se reflejaba entonces en las aguas de otro lado, en las aguas de alguna piscina, de algún lago, en una bandeja floreada dejada en el balcón de algún departamento, en la ventana de algún colegio, e, incluso, en los techos de zinc o en las tejas de las casas: ¡Herre Gud!, pero tanto ella como la luna en el cielo eran solo una, por más que se reflejaran en los ojos de mil hombres y en los miles de colores en su mente. Ascendí por la cuerda de vuelta a mi habitación, mientras la mujer demasiado morena seguía pegada a mí, hablándome con las frecuencias inaudibles 1, 2,3 ,4, 5,6,7 ,8,9 y 10Hz. Caí agotado en la cama, pero con la suficiente voluntad de dejarme caer al suelo. Allí me dejé estar cuando de pronto noté que dejó de hablarme. Luego de terminar su irreversible discurso pegó esta vez no su boca, sino que pegó su propia oreja a mi oreja: quería escuchar la reacción de mi cuerpo a sus palabras.
 
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Al darse vuelta y retirarse alcancé a entrever sus piernas y me pareció que llevaba puestos un par de stilettos beige.

Ya solo en la pieza, me levanté y encendí una luz. Entre los objetos se contaban una cama de 1 plaza, una mesa de noche con un control de televisión, una libreta pequeña y un teléfono fijo. Frente a la cama: un cuadro de una escena campestre (cabe destacar que algunos de los elementos del cuadro sonaban: 3 de los 4 queltehues graznaban, entre las moras el zumbido característico de los grillos y un canal turbulento, detrás un autómovil que se acercaba. Y si se escucha con mayor atención: las hojas de un Nothofagus Dombeyi movidas por el viento del atardecer). Este cuadro, que se encontraba a unos 2 metros de mí (y cuyos sonidos eran artificiales, mas no su pintura) me dio a entender que algo estaba repitiéndose. Observé el teléfono y estaba sonando. ¿Cuánto tiempo llevaba así? Constesté y les dije que era el 345, o el 346 y también el 24. Mientras me hablaba inspeccioné la pequeña libreta. ¿Cuál es tu número?, le dije.
Había olvidado seguir hablando y el hombre había cortado el teléfono. Entonces miré la mesa de noche, el velador. O, era denuevo ese tiempo. Y me senté sobre la mesita, con las piernas dobladas en lo que algunos llaman ‘posición de semi-loto’. Acaso ahora estaba algo más gordo, pero aún cabía. Ya había estado así una vez, cuando tenía 18 años y ahora varios años después estaba así otra vez. ¿Cuánto tiempo podría durar así? Seguramente más de una hora no podría pasar sin que algo nos interrumpiera y nos dejara fuera de esta posición, de este estado, hasta quién sabe cuantos años más. Pero no. Observando las luces en las aguas me di cuenta de que este momento estaba durando para siempre y que pensar que algo vendría después era ilusorio.
 
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