JoaoCapri
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Hola, por fin me decidí a compartir mi anécdota con ustedes en este espacio.
Quiero entregarles este pedazo de mi historia, sé que es difícil confiar, pero todo lo que les voy a comentar aquí me sucedió realmente. Pero no pretendo convencer a nadie, de hecho yo mismo me considero alguien escéptico y muy racional, pero lo que les contaré me dejó hasta el día de hoy marcando ocupado, como sin saber que pensar de esto que me ocurrió. Simplemente comparto esta experiencia con ustedes como una forma de desahogarme y por ocio, en cierto modo; así que les dejo a su criterio el creer o no. Voy a procurar redactar lo mejor posible, usando todos mis dotes literarios, para darles una buena narrativa e hilar todo de manera que les genere suspenso, pero sin alterar los hechos o faltar a la verdad, mi verdad. Si cree, bien, si no, véalo como una historia entretenida, como una película o un relato de Stephen King. Se respeta. Y como si fuera un capítulo de Carlos Pinto, cambié los nombres para proteger a mis cercanos.
Por último, de ponerle un título a esto, le pondría "Maldad Pura"... Al final sabrán porqué.
Todo esto comenzó hace aproximadamente 19 años. Corría el año 2001, y en ese tiempo yo sólo era un niño de 11 años. Hasta aquél entonces vivía con mi madre, Carol, mi abuela materna, Sonia, y la madre de ésta, o sea, mi bisabuela materna, llamada Margarita. Sobre mi padre y la familia de éste no sé mucho en verdad, y tampoco me interesa. Vivíamos todos juntos en la casa que era propiedad de mi bisabuela. Cabe mencionar que mi abuela tenía dos hermanas: Elizabeth, o Tía Eli como le decíamos, la menor, y Ana, la mayor, siendo mi abuela Sonia la del medio. Dichas hermanas hicieron sus vidas fuera del hogar donde se criaron, y vivían en sus propias casas con sus respectivas familias, siendo mi abuela la única que no abandonó el nido, quedándose a vivir y acompañar a su madre prácticamente toda su vida. Sobre mi bisabuelo no sé mucho, sólo que era un tipo duro, de esos viejos de los de antes, y murió aprox.a fines de los 70. La relación de mi abuela con su hermana menor, mi Tía Eli, siempre fue buena. Pero con su hermana mayor, Ana, nunca se llevó bien. Según mi abuela, la Tía Ana, como le decíamos en ese entonces, era la oveja negra de la familia. Siempre fue ingrata y despreocupada con su madre, mi bisabuela Margarita, y cuando la visitaba era para pedirle dinero o cosas así.
Y francamente, ni a mi madre ni a mí nos agradaba...la tía Ana nos causaba un cierto repeluz.
Como sea, en Mayo de ese mismo año (2001) mi bisabuela Margarita falleció a causa de una extraña y gravísima enfermedad contra la cual luchó por tres largos meses.
Tras su muerte, y debido a que no dejó testamento ni realizó trámite de herencia alguno, comenzaron las típicas rencillas de hermanos por la posesión de la casa.
La disputa por la propiedad que alguna vez fue de mi bisabuela, se dio únicamente entre mi abuela Sonia y su hermana mayor, Ana, ya que la menor renunció a su parte y se la cedió a mi abuela, y según las leyes, al no haber testamento, la casa le pertenecía legalmente a mi abuela, por ser ella quién hacía usufructo directo de la propiedad, siempre y cuando le pagara a sus hermanas su parte del inmueble.
Mi tía Eli, la hermana menor de mi abuela, como les dije, renunció a su parte de la casa y al dinero y se la cedió a mi abuela, debido al profundo amor de hermanas que había entre ellas, y reconociendo el mérito de mi abuela por ser quién más se hizo cargo de su madre, además de entender que mi familia no estaba bien económicamente como para pagar una cantidad de dinero tan alta (algo así como 7 millones de pesos).
Pero con su otra hermana, la mayor, la tía Ana, las cosas fueron diferentes...muy, muy diferentes.
Comenzó a exigirle de manera intransigente a mi abuela que le pagara su parte de la propiedad, lo cual no era algo del todo malo...después de todo, estaba en todo su derecho ante la ley, aunque quizás no desde el punto de vista moral y humano, ya que como dije, nunca se preocupó mucho de su madre.
Como sea, mi abuela nunca se negó a pagarle su parte de la casa, pero siempre le dejó en claro que quería hacerlo mediante abogados, siguiendo los protocolos burocráticos y jurídicos correspondientes, para que quedara constancia del pago en algun registro judicial, para que de esta forma su hermana mayor no le jugara sucio, ya que mi abuela sospechaba que de pagarle de manera informal, sin que quedara acta o registro alguno del pago, su hermana Ana era capaz de avivarse y estafarla.
Mi tía Ana nunca aceptó solucionar este asunto de la forma correcta, ella quería que se le pagara de manera informal su dinero sin que quedara registro alguno de dicho pago...era obvio que quería defraudar a su hermana...eran demasiado evidentes sus intenciones de, una vez que mi abuela le pagara el dinero que le debía, desconocer dicho pago, desentenderse del todo y hacer como que nunca sucedió, y demandar a mi abuela para quitarle la casa y quedársela ella, y de paso, obtener más dinero. Suena escabroso, lo sé, pero es increíble a lo que puede llegar el ser humano por la avaricia, y pensar que estas rencillas familiares son tan típicas .
La cosa es que este conflicto escaló a tal punto, que gran parte de la familia se vio involucrada, y a medida que pasaba el tiempo, las desaveniencias entre primos/as, tíos/tías y sobrinos/as calaron hondo e hicieron mella en nuestras relaciones. En cierto punto, se rompió la unión familiar.
Pero aquí es donde comienza realmente la historia.
Recuerdo que a finales del 2005, le llegó a mi abuela una notificación...una notificación de demanda. Sí, mi maldita tía Ana al fin lo había hecho, al fin se había decidido, había demandado a mi abuela, ¡A SU PROPIA HERMANA! para quitarle su casa. Presentó una querella contra mi abuela, dejándola mal y mintiendo, diciendo que ella se resistía a pagarle lo que le correspondía, que mi abuela le negaba su parte del valor de la propiedad, cosa que nunca fue así, mi abuela siempre le quizo pagar, pero siempre ante un juez o un notario o un ministro de fé, para que, como ya mencioné, quedara constancia del pago y así mi tía no se hicera la tonta después.
Pasó el tiempo... eran principios del 2006, y más o menos como por el mes de Marzo, extraños eventos comenzaron a suceder.
Empecé a notar que la casa que compartía con mi madre, mi abuela, y ahora también, con mi pequeña hermana, Catalina, que había nacido hace solamente tres años, se sentía de alguna manera, extraña. El ambiente se sentía denso, y ya no me sentía cómodo ahí, pero sin saber exactamente porqué.
En cierta ocasión, mientras mi hermana estaba en el jardín de infantes, le comenté a mi madre y a mi abuela sobre esa extraña sensación de incomodidad que estaba sintiendo, de inseguridad, como de peligro inminente, un raro sentimiento de amenaza. Como si algo estuviera al acecho, allí en nuestro propio hogar.
-No eres el único que siente eso-espetó mi abuela.
-Yo también he estado percibiendo esa sensación extraña de la que hablas-replicó mi madre.
Un silencio sepulcral se dio en ese momento...nos quedamos mirando y sólo por la expresión de nuestros rostros sabíamos que algo no marchaba bien.
Mi abuela al cabo de unos instantes dijo -Siento que la casa está pesada, que está 'cargada'.
Yo ya sabía a que se refería al decir que la casa estaba cargada...se refería a que habia 'algo' en la casa, y que ese 'algo' no era nada bueno.
Más tarde ese mismo día, mi abuela Sonia se puso a hacer una 'descarga', que no es otra cosa más que una especie de ritual en donde se quema incienso mientras hace oraciones, y también quemaba un sahumerio, cuyo humo se dice que ahuyenta las malas vibras; mi abuela recorría la casa habitación por habitación, esparciendo ese humo en cada espacio, en cada rincón...en eso, sentí un grito. Subí al segundo piso, de dónde provino el alarido, dónde estaba mi abuela que sostenía el recipiente que contenía el sahumerio y el incienso quemados.
Cuando llegué a su lado me dijo- Mira Joao, mira como 'salta' la llama. En efecto, la llama 'saltaba' muy alto. A lo que me refiero cuando digo que la llama 'salta', para aquellos que no saben, se dice así cuando la llama del sahumerio se enciende demasiado, cuando ésta se agranda. Y como dije, efectivamente la llama se 'estiraba' mucho...según lo que me enseño mi abuela, cuando eso pasaba, era señal de que la casa estaba 'cargada', o sea, habían muchas malas energías.
Cuando era casi de noche, mi abuela me llama a la cocina, y mostrándome las cenizas del sahumerio que había hecho anteriormente, me dice
-Mira, y dime que ves.
Y cual fue mi sorpresa al ver claramente en los restos consumidos del sahumerio, un rostro de aspecto demoníaco, perfectamente definido. Según mi abuela, cuando un sahumerio se consume, se pueden ver las malas energías reflejadas en forma de imágenes en los restos calcinados de éste.
-Dime que tú tambien lo ves...al demonio.
-Se llama pareidolia- le dije para tranquilizarla. Es un fenómeno que ocurre cuando el cerebro cree ver patrones conocidos en una cosa, como cuando se ven 'caras' en el humo o figuras en las nubes o cuando la gente ve a Jesús o a la Virgen en una tostada.
Me miró, no muy convencida de mi explicación.
El año escolar había empezado hacía poco, llevaba dos meses en una nueva escuela, y no sé por qué, pero no me podía concentrar en mis estudios. Por más que lo intentaba no podía aprenderme mis lecciones. Mi rendimiento académico decayó bastante. Siempre había sido buen estudiante, y ahora me costaba bastante aprenderme mis apuntes, memorizar algo o asimilar nuevas enseñanzas. Y siempre estaba esa sensación de inquietud, sólo que ahora era más intensa...me sentía observado, y de tanto en tanto volteaba ya que la sensación de que alguien o algo estaba detrás mío era bastante fuerte. Cuando mi madre recibió el primer informe de calificaciones, me pidió explicaciones al respecto. Le dije la verdad...que me costaba prestar atención, que cuando estaba en mi escritorio repasando para los exámenes, sentía que algo me vigilaba, que algo estaba parado a mis espaldas. Y no sólo en mi habitación, no sólo cuando estudiaba, empecé a sentir esa sensación casi todo el tiempo...incluso mientras dormía. En varias ocasiones me desperté, la mayoría de las veces empapado en sudor. Tenía pesadillas frecuentemente, muchas de las cuales no recuerdo del todo, pero sé que había tenido pesadillas por las vagas imágenes que venían a mi mente, y por el sentimiento de temor que me agobiaba aquellas noches.
Como dije, de la mayoría de las pesadillas no me acuerdo muy bien, pero...hay una que, desafortunadamente, si recuerdo y muy bien, y cada vez que la rememoro se me eriza la piel. En esa pesadilla, la cual era en primera persona, yo estaba dormido, y despierto de pronto, en mi sueño, sintiendo algo extraño en mi interior. Era como si tuviera algo adentro... algo...dentro de mí...sentía como si todo mi interior estuviera podrido, no sé, no sabría explicarlo con palabras. Además, sentía un olor muy fétido, como a huevos podridos y a quemado. En mi pesadilla, me levantaba de la cama y me dirigía hacia el baño, como si fuera un robot, en modo automático. Al entrar al baño, la luz ya estaba encendida, y al pararme frente al espejo, me veía a mi mismo, pero no me reconocía, digo, era mi imagen en el espejo, pero había algo distinto...en especial, en mi mirada. Era una mirada que nunca me había visto a mi mismo, una mirada como de ira y de odio intenso, y mis facciones eran ásperas, y mi expresión...mi expresión era como de odio. Curiosamente, en el sueño, no sentía nada, ni miedo ni nada por el estilo. Pero en ese momento, sí sentí algo, la cosa más rara y escalofriante que haya sentido en mi vida. Sentí como algo trataba de tomar control sobre mí, como si algo estuviera en mi interior, como si algo....como si algo tratara de poseerme. No me gusta usar esta expresión, pero así era como se sentía. Si me preguntan que se siente una posesión, pués sinceramente no sabría explicarlo en palabras, no hay como describirlo, tendrían que experimentarlo en carne propia para saber que se siente exactamente. En mi sueño, en mi pesadilla, me resistía a lo que sea que fuese esa cosa, y me resistía a perder el control de mi mismo, y a que esa cosa me dominara. De alguna forma, logré superar a 'eso'. Al cabo de unos instantes desperté, y sea lo que haya sido, ya no lo sentí, al menos no durante el resto de esa noche, de hecho no sentí a esa 'presencia' durante varios días...y las cosas estuvieron bien durante un par de semanas, no sé si fue gracias a los varios sahumerios y descargas que mi abuela había hecho hasta ese entonces o si esa cosa se rindió al no poderme someter...hasta que un día.
La sensación de peligro y temor volvió, y esta vez más fuerte que nunca. No daban ganas de estar en esa casa, y ni pensar en quedarse sólo ahí. Incluso las personas que nos visitaban podían sentirlo, y a nuestros amigos, a nuestros vecinos, nuestros familiares...nadie quería permanecer mucho tiempo en nuestra casa, a todos les incomodaba de sobremanera esa extraña pesadez en el ambiente. Y ya no era sólo la sensación de estar siendo observados y el miedo que eso provocaba, no, ya no se limitaba sólo a eso. También se sentían pasos tanto de día com de noche, se sentía como si alguien con pesados tacos subiera las escaleras y se detenía al llegar casi hasta el último peldaño. Se escuchaban golpes en las ventanas y en las puertas, y se extraviaban objetos con frecuencia. Cuando llegaba la noche, nadie quería estar sólo abajo en el primer piso. Y en las noches también se escuchaban pisadas, y el sonido de cuando se agitan las llaves. Varias veces tuve que bajar a investigar por mi cuenta armado sólo con un palo pensando que tal vez podía ser un intruso. Sé que todo esto suena muy fantástico, como a película de terror, pero les juro que todo esto fue verdad. En una ocasión, mi abuela, quien era modista de alta costura, se encontraba en su taller arreglando un pantalón, y contó que comenzó a sentirse observada y que un escalofrío recorría su espalda, y escuchó de pronto como golpeaban la ventana de su taller, la cual da al patio trasero. Se volteó para ver hacia afuera, pero no había nadie. Decidió volver a sus labores y enfocarse en terminar su trabajo...de pronto, nuevamente sintió golpes en su ventana. Aterrorizada pero enojada a la vez, y envalentonada por este mismo enojo, le gritó a lo que sea que estuviera golpeando - ¡YA BASTA, DÉJANOS EN PAZ! Se quebró y estalló en sollozos, y al cabo de unos segundos, volvieron a golpear su ventana, esta vez con tanta fuerza, que pensó se iba a romper. Presa del pánico, arrancó como pudo y fue donde una vecina amiga suya y compañera de profesión. Al rato, mi abuela regresó a la casa en compañía de su vecina y amiga. Le pidió que se quedará con ella mientras hacía una de sus famosas descargas. Cuentan las dos que mientras recorrían la casa esparciendo el humo del sahumerio, los muebles crujían y la llama saltaba de una manera increíble y que al llegar a mi habitación, pudieron distinguir en una de las paredes una mancha negra que les llamó la atención. Al acercarse, pudieron ver que era la imagen de un rostro diabólico, como si alguien hubiera hecho el esbozo de un demonio con un trozo de carboncillo. Pero, para cuando llegué de la escuela, está ya no estaba, y tanto mi abuela como su amiga juran que no la borraron.
En otra ocasión en que yo me encontraba solo, fui a darme una ducha, y para mi sorpresa al salir de la bañera, ví aquella vez, una imagen tenebrosa, un bosquejo como la cara de un demonio, dibujada con el vapor del agua caliente que se impregnaba en uno de los espejos, y debajo una frase que decía "YO TAMBIÉN SÉ DIBUJAR", y es que en aquel entonces solía hacer dibujos graciosos en los espejos y ventanas del baño con el vaho de mi aliento o del vapor de la tina, a modo de juego con mi pequeña hermana. Quedé petrificado y cuando pude reaccionar salí disparado a encerrarme en mi habitación. Me vestí lo más rápido que pude con el cuerpo mojado ya que lo único que quería era salir corriendo de ahí sin mirar atrás. Cuando estuve listo para salir de mi cuarto cogí la manija y ésta estaba muy caliente, tanto que grité unas chuchadas y la aparté rápidamente para no quemarme. Me eché hacia atrás sin poder entender que estaba sucediendo. En eso, la puerta comenzó a vibrar como si la estuviesen empujando violentamente desde el otro lado. Lo único que atiné a hacer en ese momento fue a atravesar un mueble frente a la puerta y a gritar por ayuda desde mi ventana. Al cabo de unos interminables minutos, una vecina entró a mi casa junto a los pacos. Habían tenido que derribar la puerta para ingresar. Les conté lo que me había pasado y en eso llegó mi familia. Mi madre se acercó para abrazarme mientras los oficiales le explicaban lo sucedido. Cuando se estaban por ir los carabineros, uno de ellos, quien lideraba el procedimiento, nos recomendó llamar a un cura. Recuerdo aún sus palabras: "si no fuera por lo 'cargada' que se siente esta casa, no les creería". Incluso un agente de la ley, quien se supone estaba preparado para afrontar el peligro y manejar el miedo, se hallaba evidentemente nervioso.
La actividad sobrenatural se volvía más fuerte, y los fenómenos extraños estaban a la orden del día...y no, uno nunca se acostumbra a algo como eso. Un día y gracias a una vecina, llegó un grupo de pastores evangélicos a nuestra casa, quienes se pusieron al tanto de nuestra situación. Cierto día llegaron acompañados de algunos miembros de su congregación para realizar una limpieza o liberación como les llaman ellos. Aún recuerdo cuando nos pidieron formar un círculo en la sala de nuestra casa y rezar, que mantuvieramos los ojos cerrados, por si alguien tenía la capacidad de ver cosas que no debiesemos ver, y que ignoraramos cualquier ruido que escuchásemos. Después de eso, recuerdo que junto a los cánticos y oraciones, podíamos oir a una multitud de gatos maullando mientras dos de los hermanos de la iglesia rociaban agua bendita y bendecian cada rincón de nuestro hogar. Sólo puedo decir que funcionó...al menos por un tiempo.
Pasó más o menos un mes desde la visita de los evangélicos, cuando cierta noche tuve la peor experiencia de todas.
Calculo que era pasada la medianoche, y despierto con unas ganas increíbles de comer algún bocadillo. Luego de dudar por mucho rato sobre si bajar o no a la cocina a buscar algo de comer, y confiado en el trabajo que habían hecho los hermanos de la congregación en nuestra casa, me decidí a bajar a la planta baja y buscar por algo que saciara mi hambre.
Aún con cierto temor y estando ya en la cocina, comienzo a sentir un fétido olor que me era ya familiar, y buscando el origen de éste...lo ví. Vi por primera vez al ser que estaba haciendo todo eso.
Lo ví en el taller de mi abuela...una figura masculina de 2 metros de alto, vestida completamente de negro y con un gran sombrero que ocultaba parte de su rostro.
Me paralizé...no supe que hacer. No sé cuanto segundos estuve así, pero cuando recobré el sentido y pude reaccionar, me eché a correr...ni siquiera podía gritar, sólo corrí, subí por las escaleras y entré a la habitación que mi madre comparte con mi abuela. Mi madre, quien se hallaba despierta puesto que padecía insomnio en aquél entonces, me preguntó qué hacía abajo, me dijo que me había sentido levantarme y bajar a la cocina. Sin poder sacar el habla aún, me dice -Te penaron, verdad.
Sólo pude asentir con la cabeza, y ella me abrazó, y me puse a llorar. Me sentí como un niño indefenso...jamás olvidaré ese momento. Decidimos no despertar ni contarle nada a mi abuela.
Mi abuela empezó a perder clientela y su trabajo se vino abajo. Le costaba concentrarse en sus labores como modista, y su condición mental empezó a deteriorarse. Con mi madre pensamos que era por la edad, pero eso no explicaba porque decayó tanto en tan poco tiempo, digo, el Alzheimer es una enfermedad progresiva y hasta ese entonces mi abuela tenía una buena salud en todo sentido. Y no sólo se enfermó mentalmente, sino que además comenzó a verse aquejada por un extraño mal físico. Empezó con vómitos, dolores estomacales, fiebre alta, alternaba entre períodos de estreñimiento y diarrea, padecía de una gran fatiga física y sólo quería dormir. Después le sobrevino una comezón insoportable por todo el cuerpo, seguida de dolores a las articulaciones, y empezó a orinar y a defecar sangre. Su estado se volvió realmente deplorable. Los médicos le realizaron cuanto examen había, pero no daban con la causa de su patología. Los doctores estaban atónitos, no se explicaban como una mujer relativamente sana pasó a estar en esas condiciones.
Ni siquiera sabían que es lo que tenía. Los estudios médicos no arrojaban ningún resultado satisfactorio. De ser una mujer bastante sana para su edad pasó a ser casi un vegetal. Había perdido el habla casi por completo, apenas articulaba frases y ya no se valía por sí misma. Comenzó a usar pañales y había que alimentarla como a una niña pequeña. Lo peor de todo eran los dolores intestinales de los que tanto se quejaba, tanto así que muchas veces gritaba, otras se desmayaba y otras veces se retorcía y no podía dormir. Fue algo realmente horrible. No sabíamos que hacer.
Casualmente, y por esas extrañas coincidencias de la vida, llegó una vecina nueva a nuestro vecindario a principios del 2006, poco antes de que comenzaran estos eventos sobrenaturales, llamada Tayra, la cual se dedicaba al tarot, la brujería, la magia blanca, los chakras, la astrología, la quiromancia y todo ese tipo de cosas...
Maldad Pura Parte 2
Como dije antes, casualmente llegó a mi vecindario en Enero del 2006, poco antes de que empezaran los eventos paranormales en mi hogar, una señora llamada Tayra, quién se dedicaba a la brujería, la lectura de manos, la astrología, el tarot y a todas esas prácticas esotéricas.
Puso una consulta espiritual en su casa, ya saben, uno de esos lugares donde ofrecen servicios de ocultismo, de magia y cosas así. A dicha consulta le llamó "Imanja"
Pensé que Imanja era su nombre de 'bruja', su apodo profesional, ya que como es sabido, quienes se dedican a este oficio generalmente usan un alias en vez de su nombre real. Al investigar un poco descubrí que Imanja era el nombre de una divinidad femenina de una antigua religión africana, un orishá.
Como sea, la condición de mi abuela empeoraba cada vez más, y fue perdiendo paulatinamente sus capacidades, incluso le costaba hablar en ciertas ocasiones. Su estado era tal que se había vuelto casi completamente dependiente del resto...ya no se valía por si misma. Y sus dolores, esos dolores que en ocasiones eran tan fuertes, que llegaba a gritar...había que sedarla en esos momentos.
Cierto día cuando llegué de la escuela, escuché un llanto, una especie de sollozos ahogados. Subí hasta la habitación de mi abuela, de donde provenían dichos lamentos...entré...y ahí la vi, tirada en el suelo, en un charco de lagrimas y sudor, con una expresión de terror en su cara, y aferrada a una biblia y a un crucifijo. Me horrorizé ante tal escena, y me apresuré en ayudarla. Como pude la subí a su cama y, cuando logró tranquilizarse, me contó lo que le había ocurrido, y lo que me contó...me dejó helado.
Me dijo que desde que se quedó sola en la casa, al tener yo que ir a la escuela, mi madre tener que ir a trabajar y mi hermana pequeña hallarse en el kindergarden, empezó a percibir cosas extrañas. Veía sombras cruzar por el umbral de la puerta de su dormitorio yendo y viniendo por el pasillo.
Oía rasguños en el piso y las paredes, y escuchaba gruñidos proviniendo de algún lugar de la casa. Pero lo más aterrador fue cuando escuchó como abrían la puerta principal de nuestra casa...eran casi las 1 de la tarde y, pensando que se trataba de Claudia, la enfermera que contratamos para que la atendiera, se levantó de la cama, cosa que tenía prohibida ya que podía accidentarse, y con ayuda de sus muletas y con las pocas fuerzas que tenía, salió de su habitación hacia el pasillo, y cuando estaba a punto de llegar a las escaleras para asomarse y llamar a la enfermera...lo vio. Una figura masculina, oscura y tétrica, alta, vestida de negro y con un gran sombrero que le cubría parte de la cara. Describió la misma visión que yo había tenido aquella nefasta noche. Dijo que se paralizó por unos instantes, y cuando volvió en si, presa del pánico, huyó de vuelta a su dormitorio, tropezando y dejando tiradas sus muletas. Se arrastró apenas, dentro de su alcoba, cerró la puerta de una pequeña patada estando tirada en el suelo, se arrastró un poco más, hasta su veladora, cogió la biblia y, sacando fuerzas de flaqueza, se levantó lo suficiente como para coger también el crucifijo que estaba colgado en la pared, sobre su cama, y en ese momento las piernas no le aguantaron más, y se desplomó. Pudo percibir como éste ser comenzaba a subir lentamente, paso a paso por las escaleras, y cuando sintió que había llegado al final de éstas y que se paraba justo afuera de su puerta, cerró sus ojos con fuerza y se puso a orar. Al cabo de unas horas llegué yo y la encontré aferrada a la biblia y al crucifijo, rezando y llorando, clamando para que esa cosa se fuera, con los ojos apretados, tirada en el piso.
Curiosamente, ese mismo día, la enfermera que contrató mi madre no llegó nunca. Cuando mi madre llegó a casa luego de una extenuante jornada laboral le conté lo sucedido, y no aguantó las lágrimas. Afortunadamente, mi abuela no se rompió ningún hueso, sólo sufrió unos cuantos moretones y magulladuras en sus manos y rodillas, y más allá de lo que fuera el susto de su vida, no le sucedió nada más.
Al día siguiente, mi madre llamó a su trabajo avisando que faltaría para tomarse el resto de la jornada libre, y su jefe, sabiendo de la delicada situación de mi abuela y siendo comprensivo al respecto, decidió darle libre el resto de la semana sin descontarle de su salario.
Mi madre, agradecida y aliviada por ese noble gesto por parte de su empleador, me pidió que también me tomara libre unos días y que no fuera a la escuela, para ayudarla en los quehaceres del hogar y en la atención de mi abuela, y en otros asuntos, en vista de lo que había ocurrido el día anterior.
Más tarde, a las 12:30 de ese mismo día, llegó Claudia, la ya mencionada enfermera. Claudia era hermosa. Hija de una vecina amiga de mi madre, era una joven de cabellos rubios, una tez pálida y ojos turquesa, alta y espigada, y muy delgada. Era realmente una muñeca de porcelana, preciosa a más no poder. En aquél entonces, ella era mi amor platónico. Y con sólo 22 años estaba egresada de la carrera de Enfermería...mi madre decidió ofrecerle un trabajo pagado de medio tiempo para que cuidara a mi abuela, y de paso ganara algo de experiencia antes de obtener un trabajo más profesional en alguna clínica u hospital de la ciudad. Claudia aceptó encantada. Ese día, Claudia se disculpó por no haber llegado a trabajar el día anterior, y mi madre algo molesta por su actitud irresponsable, (ya que ni siquiera llamó para avisar) la encaró pidiéndole alguna explicación. En ese momento, Claudia decidió contarle la verdad, aclarando que no le importaba si la encontraban una loca por lo que iba a decir. Le oí decir que estaba aterrada y que no quería volver a trabajar a nuestra casa nunca más, y que terminaría esa semana de trabajo y luego se marcharía. Contó que en repetidas ocasiones, y durante los casi dos meses que llevaba con nosotros, había sentido una insoportable pesadez en el ambiente, y que sentía como si alguien la observara en todo momento.
También dijo que en ocasiones ciertos objetos se extraviaban y aparecían en lugares distintos a donde recordaba que estaban. Que a veces sentía una presencia que la incomodaba bastante y que no importaba en que parte de la casa estuviera, siempre la sentía detrás de ella.
Nos contó que no pocas veces sintió como de la nada surgía un olor fétido, como a azufre, y escuchaba ruidos extraños, como de animales salvajes que rugían, pero nunca podía encontrar la fuente de dichos sonidos. Pero la gota que para ella rebasó el vaso fue una ocasión en que le tocaron el hombro cuando ordenaba algunas cosas, y cuando eso sucedió, escuchó claramente que decían su nombre, como un susurro, acompañado de un "Vete de aquí". Espantada, corrió ybsubió por las escaleras y se encerró en la alcoba de mi abuela junto con ella. En eso notó que mi abuela estaba pálida, más pálida de lo normal, con los labios amoratados, y que parecía no respirar. Aún nerviosa, se acercó a mi abuela para corroborar sus signos vitales, y se alteró aún más cuando confirmó que ésta había entrado en paro. Sobresaltada, le aplicó reanimación cardiopulmonar y al cabo de unos angustiosos minutos mi abuela recobró la conciencia. Se había salvado de milagro. Claudia se preguntó que hubiera pasado si en vez de correr a refugiarse al dormitorio de mi abuela, hubiera arrancado de la casa misma.
Por eso esa tarde se emocionó tanto al verme llegar de la escuela, ya que se sintió aliviada al tener algo de compañía además de la de mi abuela. Y por eso yo la noté tan alterada aquella vez. Y por eso también, esa noche se marchó tan raudamente a su casa apenas llegó mi madre del trabajo.
Terminó contándonos que esa noche casi no pudo dormir, en parte por los nervios de lo que le había tocado vivir ese día, pero además, porque decía que ese olor a azufre, como a podrido y a carne quemada, la había acompañado hasta su casa...y también, porque las pocas veces que lograba conciliar el sueño, tenía pesadillas tan intensas que la despertaban impetuosamente. Pesadillas en las que tenía visiones perturbadoras por decir lo menos, en especial, una visión...la de un hombre...un hombre alto vestido de negro y con un gran sombrero que cubría parte de su rostro.
Mi madre le reveló que desde hace un tiempo estaban sucediendo cosas anormales en esa casa, y que entendía perfectamente si ella no quería seguir ahí...pero que por favor se quedara con mi abuela una última vez, ese mismo día, para que ella pudiera poner en orden algunos asuntos, ya que no tenía a nadie más. Claudia aceptó, algo renuente claro, pero impulsada por ese amor y esa vocación y esa compasión que tenía hacia todo y hacia todos.
Por cierto, olvidé mencionar que, por si fuera poco, desde hace algunas semanas mi madre y yo nos habíamos percatado de que gente muy rara merodeaba en nuestro vecindario. Personas extrañas, hombres para ser más específico, que rondaban nuestra propiedad y que parecían vigilarnos. Los pudimos sorprender en varias ocasiones observando justo hacia nuestra casa, como tratando de ver hacia el interior. Fuesen quienes fuesen, me daban mala espina. Recuerdo que una noche de la semana pasada, a horas ya muy avanzadas, cuando me disponía a cerrar la ventana de mi cuarto que da hacia la calle, pude ver a uno de estos tipos, parado en la vereda de enfrente, mirando directo a mi hogar, y en cierto momento cruzó la calle viendo a todos lados y sacó lo que parecía ser una lata de spray; en efecto, eso era y acercándose al frontis rayó unos garabatos en la pared. Cuando ví eso, le grité unas cuántas groserías y el sujeto levantó su mirada para cruzarla con la mía, acto seguido huyó rápido del lugar. Agarré un nunchaku que tenía y salí presuroso de la casa para encararlo, pero ya no se veía por ningún lado. Mi madre quién oyó el escándalo, salió también y juntos vimos que era lo que había dibujado ese extraño: eran unas figuras ininteligibles con números, de los que destacaba un 4...
Mientras Claudia se quedaba a cuidar de mi abuela por última vez, mi madre me pidió que la acompañara a hacer unos trámites y luego, a hacer unas compras. Pensé que compraríamos pintura para cubrir ese graffitti que el desconocido había garabateado la semana pasada, pero no. Algo en esa situación y en la actitud de mi madre me causaba extrañeza.
Tomamos un taxi y tras 20 minutos de viaje, nos bajamos frente a una funeraria. Entramos, y me quedé esperando en el vestíbulo, mientras mi madre cotizaba los valores de los servicios y de los ataúdes. Después de un par de horas salimos de aquel lúgubre lugar. Mi madre me miró y me dijo:
-Eres inteligente, así que podrás imaginar porque vinimos aquí...a tu abuela...no creo que le quedé mucho tiempo.
Mi madre es fuerte, siempre ha sido toda una guerrera, ha tenido que batallar sola contra la vida como muchas madres solteras, ya que el bastardo de mi padre nos abandonó cuando yo nací, en el 90', y engatusó a mi madre de nuevo en el 2003 cuando la embarazó de mi hermana de ahora 3 años, y nuevamente nos abandonó. Siempre se ha mostrado fuerte, pero en ese momento, se quebró. La abrazé y los dos lloramos juntos, bajo el sombrío cielo de una tarde de Miércoles, en Septiembre de 2006, a finales de invierno, cuando era un simple adolescente de 16 años.
Pasamos a hacer las compras al mercado y cuando volvíamos a casa, algo no andaba bien. Vimos a la distancia, a Claudia y a mi abuela en su silla de ruedas, en el antejardín, casi asomándose a la calle. Apuramos el paso, ya que mi madre y yo intuimos que algo malo pasaba...y en efecto, la expresión de horror en el rostro de Claudia hacía más que evidente que algo había sucedido...otra vez.
Entramos todos a la casa, y estando reunidos en la sala, Claudia dijo - Hay algo muy malo aquí, tienen que irse...y yo tengo que irme, lo siento. De pronto, escuchamos un fuerte esteuendo a nuestras espaldas. Alguien había arrojado un ladrillo contra la ventana del salón, rompiéndolo en múltiples pedazos. Salí al exterior para confrontar al responsable, y divisé a dos sujetos arrancando a toda velocidad por mi calle. Salí persiguiéndolos, y uno de ellos se quedó atrás y tropezó. Eventualmente lo alcanzé y comencé a golpearlo con todas mis fuerzas, lleno de ira, preguntándole quiénes eran y que querían. Con la voz entrecortada y ahogada dijo: -"El señor Sáez, Enrique Sáez"- fue lo único que balbuceó ese bandido. En ese instante, el otro individuo se devolvió para ayudar a su amigo, y cuando estaba a sólo unos metros, de entre sus ropas sacó un arma.
Un pánico enorme se apoderó de mí. Dejé al tipo que estaba golpeando, ensangrentado, corrí unos cuantos pasos y me escondí detrás de un automóvil. Disparos. Pude sentir las balas pasando a mi lado, casi rozándome. La piel erizada y un escalofrío que recorría cada extremidad. Adrenalina al tope. Latidos a mil. Pensé que me había llegado mi hora. Al cabo de unos segundos interminables que parecieron horas, pude entrar en cuenta que esos criminales ya se habían ido, que al parecer no querían matarme si no que únicamente quería que dejara a su compañero en paz, para así poder huir. Afortunadamente sólo fue un susto. El susto de mi vida, claro está. Mi madre se acercó a donde yo estaba parapetado, tras ese coche, y con un gesto apremiante y una expresión de terror en su rostro me indicó que me acercara y fuera con ella. Entramos a la casa y todos estábamos evidentemente alterados.
Llamamos a la policía. Sin perder tiempo, Claudia agarró su abrigo y se marchó. Fue demasiado para ella. No nos dio tiempo de pedirle mayores explicaciones sobre lo que había sucedido en el lapso en que mi madre y yo estuvimos afuera.
-"Estaré en mi casa con mi mamá por si los policías quieren interrogarme o si requieren mi testimonio"- Fue lo último que dijo antes de irse. Al cabo de un par de horas, llegó la policía uniformada y les contamos todo lo que había pasado. Unos detectives llegaron a la escena y recogieron evidencias. Los oficiales dijeron que iniciarían las diligencias pertinentes del caso. Cuando se retiraron, quedamos sólo mi abuela, a la que le dimos unos tranquilizantes, y yo, ya que mi madre tuvo que ir a buscar a mi hermanita al jardín de infantes. En eso recordé, aún impactado por aquella experiencia, lo que me había dicho el individuo al que alcancé, entre golpes, entre balbuceos, entrecortado -" Sáez, el Señor Enrique Sáez"- y me di cuenta que, por los nervios, había olvidado contarle esa parte al policía que me entrevistó. Había omitido ese detalle en mi declaración.
Pero, ¿quién diablos era ese tal señor Enrique Sáez? ¿qué me habrá querido decir? Tal vez si lo hubiera dejado hablar algo más en vez de continuar golpeandolo...quizás hubiera revelado algo más. Sé que lo hubiera hecho. Pero estaba vuelto loco en ese momento, no pensaba ni actuaba racionalmente. De hecho, ya tenía mucho en que pensar, tenía la cabeza hecha un nudo. Después de algunos minutos llegó mi madre con mi hermana, quién en su inocencia, no tenía idea de nada.
Ya era casi de noche. El ambiente se sentía más pesado que de costumbre. A mi madre se le ocurrió llamar a nuestra tía Eli, la hermana menor de mi abuela, y le contó todo. Agarramos algunas pertenencias y nos dispusimos a irnos a casa de mi tía a quedarnos con ella. Pero, antes de salir de casa, cuando fui a buscar el biberón y otras cosas de mi pequeña hermana, pude notar que en la puerta de la alcoba de mi abuela había una especie de marcas...marcas... como de garras. Luego, las luces empezaron a titilar y sentí como los muebles empezaban a vibrar, y ese horrible olor a quemado y a podrido empezó a emanar de quién sabe dónde. Esa cosa, ese ente...lo había logrado.
Llegamos a casa de mi tía Eli y le contamos con más detalle lo ocurrido. Quedó horrorizada. Hacia tiempo que no nos veíamos ya que ella también está enferma, debido a una artrosis que no la deja caminar bien y a un problema renal que la obliga a dializarse cada ciertos días. Mi tía Eli tiene un hijo que se fue a vivir por motivos profesionales con su esposa e hijos a Portugal hace ya bastante tiempo. La cosa es que, debido a su soledad y a que su casa le quedó grande, y también a la difícil situación nuestra, decidimos aceptar su ofrecimiento de vivir con ella.
Luego de comer algo y ya instalados en ese hogar, le dije a mi madre que tenía que preguntarle algo importante. Cuando estuvimos a solas, le pregunté:-¿Quién es Enrique Sáez?- mi madre extrañada me cuestionó: - ¿dónde escuchaste ese nombre? -De uno de los sujetos, del que terminé por golpear- le dije -¿por qué? Ella sólo respondió: "Enrique Sáez, es el nombre del cuñado de tu abuela, el esposo de la tía Ana".
Quiero entregarles este pedazo de mi historia, sé que es difícil confiar, pero todo lo que les voy a comentar aquí me sucedió realmente. Pero no pretendo convencer a nadie, de hecho yo mismo me considero alguien escéptico y muy racional, pero lo que les contaré me dejó hasta el día de hoy marcando ocupado, como sin saber que pensar de esto que me ocurrió. Simplemente comparto esta experiencia con ustedes como una forma de desahogarme y por ocio, en cierto modo; así que les dejo a su criterio el creer o no. Voy a procurar redactar lo mejor posible, usando todos mis dotes literarios, para darles una buena narrativa e hilar todo de manera que les genere suspenso, pero sin alterar los hechos o faltar a la verdad, mi verdad. Si cree, bien, si no, véalo como una historia entretenida, como una película o un relato de Stephen King. Se respeta. Y como si fuera un capítulo de Carlos Pinto, cambié los nombres para proteger a mis cercanos.
Por último, de ponerle un título a esto, le pondría "Maldad Pura"... Al final sabrán porqué.
Todo esto comenzó hace aproximadamente 19 años. Corría el año 2001, y en ese tiempo yo sólo era un niño de 11 años. Hasta aquél entonces vivía con mi madre, Carol, mi abuela materna, Sonia, y la madre de ésta, o sea, mi bisabuela materna, llamada Margarita. Sobre mi padre y la familia de éste no sé mucho en verdad, y tampoco me interesa. Vivíamos todos juntos en la casa que era propiedad de mi bisabuela. Cabe mencionar que mi abuela tenía dos hermanas: Elizabeth, o Tía Eli como le decíamos, la menor, y Ana, la mayor, siendo mi abuela Sonia la del medio. Dichas hermanas hicieron sus vidas fuera del hogar donde se criaron, y vivían en sus propias casas con sus respectivas familias, siendo mi abuela la única que no abandonó el nido, quedándose a vivir y acompañar a su madre prácticamente toda su vida. Sobre mi bisabuelo no sé mucho, sólo que era un tipo duro, de esos viejos de los de antes, y murió aprox.a fines de los 70. La relación de mi abuela con su hermana menor, mi Tía Eli, siempre fue buena. Pero con su hermana mayor, Ana, nunca se llevó bien. Según mi abuela, la Tía Ana, como le decíamos en ese entonces, era la oveja negra de la familia. Siempre fue ingrata y despreocupada con su madre, mi bisabuela Margarita, y cuando la visitaba era para pedirle dinero o cosas así.
Y francamente, ni a mi madre ni a mí nos agradaba...la tía Ana nos causaba un cierto repeluz.
Como sea, en Mayo de ese mismo año (2001) mi bisabuela Margarita falleció a causa de una extraña y gravísima enfermedad contra la cual luchó por tres largos meses.
Tras su muerte, y debido a que no dejó testamento ni realizó trámite de herencia alguno, comenzaron las típicas rencillas de hermanos por la posesión de la casa.
La disputa por la propiedad que alguna vez fue de mi bisabuela, se dio únicamente entre mi abuela Sonia y su hermana mayor, Ana, ya que la menor renunció a su parte y se la cedió a mi abuela, y según las leyes, al no haber testamento, la casa le pertenecía legalmente a mi abuela, por ser ella quién hacía usufructo directo de la propiedad, siempre y cuando le pagara a sus hermanas su parte del inmueble.
Mi tía Eli, la hermana menor de mi abuela, como les dije, renunció a su parte de la casa y al dinero y se la cedió a mi abuela, debido al profundo amor de hermanas que había entre ellas, y reconociendo el mérito de mi abuela por ser quién más se hizo cargo de su madre, además de entender que mi familia no estaba bien económicamente como para pagar una cantidad de dinero tan alta (algo así como 7 millones de pesos).
Pero con su otra hermana, la mayor, la tía Ana, las cosas fueron diferentes...muy, muy diferentes.
Comenzó a exigirle de manera intransigente a mi abuela que le pagara su parte de la propiedad, lo cual no era algo del todo malo...después de todo, estaba en todo su derecho ante la ley, aunque quizás no desde el punto de vista moral y humano, ya que como dije, nunca se preocupó mucho de su madre.
Como sea, mi abuela nunca se negó a pagarle su parte de la casa, pero siempre le dejó en claro que quería hacerlo mediante abogados, siguiendo los protocolos burocráticos y jurídicos correspondientes, para que quedara constancia del pago en algun registro judicial, para que de esta forma su hermana mayor no le jugara sucio, ya que mi abuela sospechaba que de pagarle de manera informal, sin que quedara acta o registro alguno del pago, su hermana Ana era capaz de avivarse y estafarla.
Mi tía Ana nunca aceptó solucionar este asunto de la forma correcta, ella quería que se le pagara de manera informal su dinero sin que quedara registro alguno de dicho pago...era obvio que quería defraudar a su hermana...eran demasiado evidentes sus intenciones de, una vez que mi abuela le pagara el dinero que le debía, desconocer dicho pago, desentenderse del todo y hacer como que nunca sucedió, y demandar a mi abuela para quitarle la casa y quedársela ella, y de paso, obtener más dinero. Suena escabroso, lo sé, pero es increíble a lo que puede llegar el ser humano por la avaricia, y pensar que estas rencillas familiares son tan típicas .
La cosa es que este conflicto escaló a tal punto, que gran parte de la familia se vio involucrada, y a medida que pasaba el tiempo, las desaveniencias entre primos/as, tíos/tías y sobrinos/as calaron hondo e hicieron mella en nuestras relaciones. En cierto punto, se rompió la unión familiar.
Pero aquí es donde comienza realmente la historia.
Recuerdo que a finales del 2005, le llegó a mi abuela una notificación...una notificación de demanda. Sí, mi maldita tía Ana al fin lo había hecho, al fin se había decidido, había demandado a mi abuela, ¡A SU PROPIA HERMANA! para quitarle su casa. Presentó una querella contra mi abuela, dejándola mal y mintiendo, diciendo que ella se resistía a pagarle lo que le correspondía, que mi abuela le negaba su parte del valor de la propiedad, cosa que nunca fue así, mi abuela siempre le quizo pagar, pero siempre ante un juez o un notario o un ministro de fé, para que, como ya mencioné, quedara constancia del pago y así mi tía no se hicera la tonta después.
Pasó el tiempo... eran principios del 2006, y más o menos como por el mes de Marzo, extraños eventos comenzaron a suceder.
Empecé a notar que la casa que compartía con mi madre, mi abuela, y ahora también, con mi pequeña hermana, Catalina, que había nacido hace solamente tres años, se sentía de alguna manera, extraña. El ambiente se sentía denso, y ya no me sentía cómodo ahí, pero sin saber exactamente porqué.
En cierta ocasión, mientras mi hermana estaba en el jardín de infantes, le comenté a mi madre y a mi abuela sobre esa extraña sensación de incomodidad que estaba sintiendo, de inseguridad, como de peligro inminente, un raro sentimiento de amenaza. Como si algo estuviera al acecho, allí en nuestro propio hogar.
-No eres el único que siente eso-espetó mi abuela.
-Yo también he estado percibiendo esa sensación extraña de la que hablas-replicó mi madre.
Un silencio sepulcral se dio en ese momento...nos quedamos mirando y sólo por la expresión de nuestros rostros sabíamos que algo no marchaba bien.
Mi abuela al cabo de unos instantes dijo -Siento que la casa está pesada, que está 'cargada'.
Yo ya sabía a que se refería al decir que la casa estaba cargada...se refería a que habia 'algo' en la casa, y que ese 'algo' no era nada bueno.
Más tarde ese mismo día, mi abuela Sonia se puso a hacer una 'descarga', que no es otra cosa más que una especie de ritual en donde se quema incienso mientras hace oraciones, y también quemaba un sahumerio, cuyo humo se dice que ahuyenta las malas vibras; mi abuela recorría la casa habitación por habitación, esparciendo ese humo en cada espacio, en cada rincón...en eso, sentí un grito. Subí al segundo piso, de dónde provino el alarido, dónde estaba mi abuela que sostenía el recipiente que contenía el sahumerio y el incienso quemados.
Cuando llegué a su lado me dijo- Mira Joao, mira como 'salta' la llama. En efecto, la llama 'saltaba' muy alto. A lo que me refiero cuando digo que la llama 'salta', para aquellos que no saben, se dice así cuando la llama del sahumerio se enciende demasiado, cuando ésta se agranda. Y como dije, efectivamente la llama se 'estiraba' mucho...según lo que me enseño mi abuela, cuando eso pasaba, era señal de que la casa estaba 'cargada', o sea, habían muchas malas energías.
Cuando era casi de noche, mi abuela me llama a la cocina, y mostrándome las cenizas del sahumerio que había hecho anteriormente, me dice
-Mira, y dime que ves.
Y cual fue mi sorpresa al ver claramente en los restos consumidos del sahumerio, un rostro de aspecto demoníaco, perfectamente definido. Según mi abuela, cuando un sahumerio se consume, se pueden ver las malas energías reflejadas en forma de imágenes en los restos calcinados de éste.
-Dime que tú tambien lo ves...al demonio.
-Se llama pareidolia- le dije para tranquilizarla. Es un fenómeno que ocurre cuando el cerebro cree ver patrones conocidos en una cosa, como cuando se ven 'caras' en el humo o figuras en las nubes o cuando la gente ve a Jesús o a la Virgen en una tostada.
Me miró, no muy convencida de mi explicación.
El año escolar había empezado hacía poco, llevaba dos meses en una nueva escuela, y no sé por qué, pero no me podía concentrar en mis estudios. Por más que lo intentaba no podía aprenderme mis lecciones. Mi rendimiento académico decayó bastante. Siempre había sido buen estudiante, y ahora me costaba bastante aprenderme mis apuntes, memorizar algo o asimilar nuevas enseñanzas. Y siempre estaba esa sensación de inquietud, sólo que ahora era más intensa...me sentía observado, y de tanto en tanto volteaba ya que la sensación de que alguien o algo estaba detrás mío era bastante fuerte. Cuando mi madre recibió el primer informe de calificaciones, me pidió explicaciones al respecto. Le dije la verdad...que me costaba prestar atención, que cuando estaba en mi escritorio repasando para los exámenes, sentía que algo me vigilaba, que algo estaba parado a mis espaldas. Y no sólo en mi habitación, no sólo cuando estudiaba, empecé a sentir esa sensación casi todo el tiempo...incluso mientras dormía. En varias ocasiones me desperté, la mayoría de las veces empapado en sudor. Tenía pesadillas frecuentemente, muchas de las cuales no recuerdo del todo, pero sé que había tenido pesadillas por las vagas imágenes que venían a mi mente, y por el sentimiento de temor que me agobiaba aquellas noches.
Como dije, de la mayoría de las pesadillas no me acuerdo muy bien, pero...hay una que, desafortunadamente, si recuerdo y muy bien, y cada vez que la rememoro se me eriza la piel. En esa pesadilla, la cual era en primera persona, yo estaba dormido, y despierto de pronto, en mi sueño, sintiendo algo extraño en mi interior. Era como si tuviera algo adentro... algo...dentro de mí...sentía como si todo mi interior estuviera podrido, no sé, no sabría explicarlo con palabras. Además, sentía un olor muy fétido, como a huevos podridos y a quemado. En mi pesadilla, me levantaba de la cama y me dirigía hacia el baño, como si fuera un robot, en modo automático. Al entrar al baño, la luz ya estaba encendida, y al pararme frente al espejo, me veía a mi mismo, pero no me reconocía, digo, era mi imagen en el espejo, pero había algo distinto...en especial, en mi mirada. Era una mirada que nunca me había visto a mi mismo, una mirada como de ira y de odio intenso, y mis facciones eran ásperas, y mi expresión...mi expresión era como de odio. Curiosamente, en el sueño, no sentía nada, ni miedo ni nada por el estilo. Pero en ese momento, sí sentí algo, la cosa más rara y escalofriante que haya sentido en mi vida. Sentí como algo trataba de tomar control sobre mí, como si algo estuviera en mi interior, como si algo....como si algo tratara de poseerme. No me gusta usar esta expresión, pero así era como se sentía. Si me preguntan que se siente una posesión, pués sinceramente no sabría explicarlo en palabras, no hay como describirlo, tendrían que experimentarlo en carne propia para saber que se siente exactamente. En mi sueño, en mi pesadilla, me resistía a lo que sea que fuese esa cosa, y me resistía a perder el control de mi mismo, y a que esa cosa me dominara. De alguna forma, logré superar a 'eso'. Al cabo de unos instantes desperté, y sea lo que haya sido, ya no lo sentí, al menos no durante el resto de esa noche, de hecho no sentí a esa 'presencia' durante varios días...y las cosas estuvieron bien durante un par de semanas, no sé si fue gracias a los varios sahumerios y descargas que mi abuela había hecho hasta ese entonces o si esa cosa se rindió al no poderme someter...hasta que un día.
La sensación de peligro y temor volvió, y esta vez más fuerte que nunca. No daban ganas de estar en esa casa, y ni pensar en quedarse sólo ahí. Incluso las personas que nos visitaban podían sentirlo, y a nuestros amigos, a nuestros vecinos, nuestros familiares...nadie quería permanecer mucho tiempo en nuestra casa, a todos les incomodaba de sobremanera esa extraña pesadez en el ambiente. Y ya no era sólo la sensación de estar siendo observados y el miedo que eso provocaba, no, ya no se limitaba sólo a eso. También se sentían pasos tanto de día com de noche, se sentía como si alguien con pesados tacos subiera las escaleras y se detenía al llegar casi hasta el último peldaño. Se escuchaban golpes en las ventanas y en las puertas, y se extraviaban objetos con frecuencia. Cuando llegaba la noche, nadie quería estar sólo abajo en el primer piso. Y en las noches también se escuchaban pisadas, y el sonido de cuando se agitan las llaves. Varias veces tuve que bajar a investigar por mi cuenta armado sólo con un palo pensando que tal vez podía ser un intruso. Sé que todo esto suena muy fantástico, como a película de terror, pero les juro que todo esto fue verdad. En una ocasión, mi abuela, quien era modista de alta costura, se encontraba en su taller arreglando un pantalón, y contó que comenzó a sentirse observada y que un escalofrío recorría su espalda, y escuchó de pronto como golpeaban la ventana de su taller, la cual da al patio trasero. Se volteó para ver hacia afuera, pero no había nadie. Decidió volver a sus labores y enfocarse en terminar su trabajo...de pronto, nuevamente sintió golpes en su ventana. Aterrorizada pero enojada a la vez, y envalentonada por este mismo enojo, le gritó a lo que sea que estuviera golpeando - ¡YA BASTA, DÉJANOS EN PAZ! Se quebró y estalló en sollozos, y al cabo de unos segundos, volvieron a golpear su ventana, esta vez con tanta fuerza, que pensó se iba a romper. Presa del pánico, arrancó como pudo y fue donde una vecina amiga suya y compañera de profesión. Al rato, mi abuela regresó a la casa en compañía de su vecina y amiga. Le pidió que se quedará con ella mientras hacía una de sus famosas descargas. Cuentan las dos que mientras recorrían la casa esparciendo el humo del sahumerio, los muebles crujían y la llama saltaba de una manera increíble y que al llegar a mi habitación, pudieron distinguir en una de las paredes una mancha negra que les llamó la atención. Al acercarse, pudieron ver que era la imagen de un rostro diabólico, como si alguien hubiera hecho el esbozo de un demonio con un trozo de carboncillo. Pero, para cuando llegué de la escuela, está ya no estaba, y tanto mi abuela como su amiga juran que no la borraron.
En otra ocasión en que yo me encontraba solo, fui a darme una ducha, y para mi sorpresa al salir de la bañera, ví aquella vez, una imagen tenebrosa, un bosquejo como la cara de un demonio, dibujada con el vapor del agua caliente que se impregnaba en uno de los espejos, y debajo una frase que decía "YO TAMBIÉN SÉ DIBUJAR", y es que en aquel entonces solía hacer dibujos graciosos en los espejos y ventanas del baño con el vaho de mi aliento o del vapor de la tina, a modo de juego con mi pequeña hermana. Quedé petrificado y cuando pude reaccionar salí disparado a encerrarme en mi habitación. Me vestí lo más rápido que pude con el cuerpo mojado ya que lo único que quería era salir corriendo de ahí sin mirar atrás. Cuando estuve listo para salir de mi cuarto cogí la manija y ésta estaba muy caliente, tanto que grité unas chuchadas y la aparté rápidamente para no quemarme. Me eché hacia atrás sin poder entender que estaba sucediendo. En eso, la puerta comenzó a vibrar como si la estuviesen empujando violentamente desde el otro lado. Lo único que atiné a hacer en ese momento fue a atravesar un mueble frente a la puerta y a gritar por ayuda desde mi ventana. Al cabo de unos interminables minutos, una vecina entró a mi casa junto a los pacos. Habían tenido que derribar la puerta para ingresar. Les conté lo que me había pasado y en eso llegó mi familia. Mi madre se acercó para abrazarme mientras los oficiales le explicaban lo sucedido. Cuando se estaban por ir los carabineros, uno de ellos, quien lideraba el procedimiento, nos recomendó llamar a un cura. Recuerdo aún sus palabras: "si no fuera por lo 'cargada' que se siente esta casa, no les creería". Incluso un agente de la ley, quien se supone estaba preparado para afrontar el peligro y manejar el miedo, se hallaba evidentemente nervioso.
La actividad sobrenatural se volvía más fuerte, y los fenómenos extraños estaban a la orden del día...y no, uno nunca se acostumbra a algo como eso. Un día y gracias a una vecina, llegó un grupo de pastores evangélicos a nuestra casa, quienes se pusieron al tanto de nuestra situación. Cierto día llegaron acompañados de algunos miembros de su congregación para realizar una limpieza o liberación como les llaman ellos. Aún recuerdo cuando nos pidieron formar un círculo en la sala de nuestra casa y rezar, que mantuvieramos los ojos cerrados, por si alguien tenía la capacidad de ver cosas que no debiesemos ver, y que ignoraramos cualquier ruido que escuchásemos. Después de eso, recuerdo que junto a los cánticos y oraciones, podíamos oir a una multitud de gatos maullando mientras dos de los hermanos de la iglesia rociaban agua bendita y bendecian cada rincón de nuestro hogar. Sólo puedo decir que funcionó...al menos por un tiempo.
Pasó más o menos un mes desde la visita de los evangélicos, cuando cierta noche tuve la peor experiencia de todas.
Calculo que era pasada la medianoche, y despierto con unas ganas increíbles de comer algún bocadillo. Luego de dudar por mucho rato sobre si bajar o no a la cocina a buscar algo de comer, y confiado en el trabajo que habían hecho los hermanos de la congregación en nuestra casa, me decidí a bajar a la planta baja y buscar por algo que saciara mi hambre.
Aún con cierto temor y estando ya en la cocina, comienzo a sentir un fétido olor que me era ya familiar, y buscando el origen de éste...lo ví. Vi por primera vez al ser que estaba haciendo todo eso.
Lo ví en el taller de mi abuela...una figura masculina de 2 metros de alto, vestida completamente de negro y con un gran sombrero que ocultaba parte de su rostro.
Me paralizé...no supe que hacer. No sé cuanto segundos estuve así, pero cuando recobré el sentido y pude reaccionar, me eché a correr...ni siquiera podía gritar, sólo corrí, subí por las escaleras y entré a la habitación que mi madre comparte con mi abuela. Mi madre, quien se hallaba despierta puesto que padecía insomnio en aquél entonces, me preguntó qué hacía abajo, me dijo que me había sentido levantarme y bajar a la cocina. Sin poder sacar el habla aún, me dice -Te penaron, verdad.
Sólo pude asentir con la cabeza, y ella me abrazó, y me puse a llorar. Me sentí como un niño indefenso...jamás olvidaré ese momento. Decidimos no despertar ni contarle nada a mi abuela.
Mi abuela empezó a perder clientela y su trabajo se vino abajo. Le costaba concentrarse en sus labores como modista, y su condición mental empezó a deteriorarse. Con mi madre pensamos que era por la edad, pero eso no explicaba porque decayó tanto en tan poco tiempo, digo, el Alzheimer es una enfermedad progresiva y hasta ese entonces mi abuela tenía una buena salud en todo sentido. Y no sólo se enfermó mentalmente, sino que además comenzó a verse aquejada por un extraño mal físico. Empezó con vómitos, dolores estomacales, fiebre alta, alternaba entre períodos de estreñimiento y diarrea, padecía de una gran fatiga física y sólo quería dormir. Después le sobrevino una comezón insoportable por todo el cuerpo, seguida de dolores a las articulaciones, y empezó a orinar y a defecar sangre. Su estado se volvió realmente deplorable. Los médicos le realizaron cuanto examen había, pero no daban con la causa de su patología. Los doctores estaban atónitos, no se explicaban como una mujer relativamente sana pasó a estar en esas condiciones.
Ni siquiera sabían que es lo que tenía. Los estudios médicos no arrojaban ningún resultado satisfactorio. De ser una mujer bastante sana para su edad pasó a ser casi un vegetal. Había perdido el habla casi por completo, apenas articulaba frases y ya no se valía por sí misma. Comenzó a usar pañales y había que alimentarla como a una niña pequeña. Lo peor de todo eran los dolores intestinales de los que tanto se quejaba, tanto así que muchas veces gritaba, otras se desmayaba y otras veces se retorcía y no podía dormir. Fue algo realmente horrible. No sabíamos que hacer.
Casualmente, y por esas extrañas coincidencias de la vida, llegó una vecina nueva a nuestro vecindario a principios del 2006, poco antes de que comenzaran estos eventos sobrenaturales, llamada Tayra, la cual se dedicaba al tarot, la brujería, la magia blanca, los chakras, la astrología, la quiromancia y todo ese tipo de cosas...
Maldad Pura Parte 2
Como dije antes, casualmente llegó a mi vecindario en Enero del 2006, poco antes de que empezaran los eventos paranormales en mi hogar, una señora llamada Tayra, quién se dedicaba a la brujería, la lectura de manos, la astrología, el tarot y a todas esas prácticas esotéricas.
Puso una consulta espiritual en su casa, ya saben, uno de esos lugares donde ofrecen servicios de ocultismo, de magia y cosas así. A dicha consulta le llamó "Imanja"
Pensé que Imanja era su nombre de 'bruja', su apodo profesional, ya que como es sabido, quienes se dedican a este oficio generalmente usan un alias en vez de su nombre real. Al investigar un poco descubrí que Imanja era el nombre de una divinidad femenina de una antigua religión africana, un orishá.
Como sea, la condición de mi abuela empeoraba cada vez más, y fue perdiendo paulatinamente sus capacidades, incluso le costaba hablar en ciertas ocasiones. Su estado era tal que se había vuelto casi completamente dependiente del resto...ya no se valía por si misma. Y sus dolores, esos dolores que en ocasiones eran tan fuertes, que llegaba a gritar...había que sedarla en esos momentos.
Cierto día cuando llegué de la escuela, escuché un llanto, una especie de sollozos ahogados. Subí hasta la habitación de mi abuela, de donde provenían dichos lamentos...entré...y ahí la vi, tirada en el suelo, en un charco de lagrimas y sudor, con una expresión de terror en su cara, y aferrada a una biblia y a un crucifijo. Me horrorizé ante tal escena, y me apresuré en ayudarla. Como pude la subí a su cama y, cuando logró tranquilizarse, me contó lo que le había ocurrido, y lo que me contó...me dejó helado.
Me dijo que desde que se quedó sola en la casa, al tener yo que ir a la escuela, mi madre tener que ir a trabajar y mi hermana pequeña hallarse en el kindergarden, empezó a percibir cosas extrañas. Veía sombras cruzar por el umbral de la puerta de su dormitorio yendo y viniendo por el pasillo.
Oía rasguños en el piso y las paredes, y escuchaba gruñidos proviniendo de algún lugar de la casa. Pero lo más aterrador fue cuando escuchó como abrían la puerta principal de nuestra casa...eran casi las 1 de la tarde y, pensando que se trataba de Claudia, la enfermera que contratamos para que la atendiera, se levantó de la cama, cosa que tenía prohibida ya que podía accidentarse, y con ayuda de sus muletas y con las pocas fuerzas que tenía, salió de su habitación hacia el pasillo, y cuando estaba a punto de llegar a las escaleras para asomarse y llamar a la enfermera...lo vio. Una figura masculina, oscura y tétrica, alta, vestida de negro y con un gran sombrero que le cubría parte de la cara. Describió la misma visión que yo había tenido aquella nefasta noche. Dijo que se paralizó por unos instantes, y cuando volvió en si, presa del pánico, huyó de vuelta a su dormitorio, tropezando y dejando tiradas sus muletas. Se arrastró apenas, dentro de su alcoba, cerró la puerta de una pequeña patada estando tirada en el suelo, se arrastró un poco más, hasta su veladora, cogió la biblia y, sacando fuerzas de flaqueza, se levantó lo suficiente como para coger también el crucifijo que estaba colgado en la pared, sobre su cama, y en ese momento las piernas no le aguantaron más, y se desplomó. Pudo percibir como éste ser comenzaba a subir lentamente, paso a paso por las escaleras, y cuando sintió que había llegado al final de éstas y que se paraba justo afuera de su puerta, cerró sus ojos con fuerza y se puso a orar. Al cabo de unas horas llegué yo y la encontré aferrada a la biblia y al crucifijo, rezando y llorando, clamando para que esa cosa se fuera, con los ojos apretados, tirada en el piso.
Curiosamente, ese mismo día, la enfermera que contrató mi madre no llegó nunca. Cuando mi madre llegó a casa luego de una extenuante jornada laboral le conté lo sucedido, y no aguantó las lágrimas. Afortunadamente, mi abuela no se rompió ningún hueso, sólo sufrió unos cuantos moretones y magulladuras en sus manos y rodillas, y más allá de lo que fuera el susto de su vida, no le sucedió nada más.
Al día siguiente, mi madre llamó a su trabajo avisando que faltaría para tomarse el resto de la jornada libre, y su jefe, sabiendo de la delicada situación de mi abuela y siendo comprensivo al respecto, decidió darle libre el resto de la semana sin descontarle de su salario.
Mi madre, agradecida y aliviada por ese noble gesto por parte de su empleador, me pidió que también me tomara libre unos días y que no fuera a la escuela, para ayudarla en los quehaceres del hogar y en la atención de mi abuela, y en otros asuntos, en vista de lo que había ocurrido el día anterior.
Más tarde, a las 12:30 de ese mismo día, llegó Claudia, la ya mencionada enfermera. Claudia era hermosa. Hija de una vecina amiga de mi madre, era una joven de cabellos rubios, una tez pálida y ojos turquesa, alta y espigada, y muy delgada. Era realmente una muñeca de porcelana, preciosa a más no poder. En aquél entonces, ella era mi amor platónico. Y con sólo 22 años estaba egresada de la carrera de Enfermería...mi madre decidió ofrecerle un trabajo pagado de medio tiempo para que cuidara a mi abuela, y de paso ganara algo de experiencia antes de obtener un trabajo más profesional en alguna clínica u hospital de la ciudad. Claudia aceptó encantada. Ese día, Claudia se disculpó por no haber llegado a trabajar el día anterior, y mi madre algo molesta por su actitud irresponsable, (ya que ni siquiera llamó para avisar) la encaró pidiéndole alguna explicación. En ese momento, Claudia decidió contarle la verdad, aclarando que no le importaba si la encontraban una loca por lo que iba a decir. Le oí decir que estaba aterrada y que no quería volver a trabajar a nuestra casa nunca más, y que terminaría esa semana de trabajo y luego se marcharía. Contó que en repetidas ocasiones, y durante los casi dos meses que llevaba con nosotros, había sentido una insoportable pesadez en el ambiente, y que sentía como si alguien la observara en todo momento.
También dijo que en ocasiones ciertos objetos se extraviaban y aparecían en lugares distintos a donde recordaba que estaban. Que a veces sentía una presencia que la incomodaba bastante y que no importaba en que parte de la casa estuviera, siempre la sentía detrás de ella.
Nos contó que no pocas veces sintió como de la nada surgía un olor fétido, como a azufre, y escuchaba ruidos extraños, como de animales salvajes que rugían, pero nunca podía encontrar la fuente de dichos sonidos. Pero la gota que para ella rebasó el vaso fue una ocasión en que le tocaron el hombro cuando ordenaba algunas cosas, y cuando eso sucedió, escuchó claramente que decían su nombre, como un susurro, acompañado de un "Vete de aquí". Espantada, corrió ybsubió por las escaleras y se encerró en la alcoba de mi abuela junto con ella. En eso notó que mi abuela estaba pálida, más pálida de lo normal, con los labios amoratados, y que parecía no respirar. Aún nerviosa, se acercó a mi abuela para corroborar sus signos vitales, y se alteró aún más cuando confirmó que ésta había entrado en paro. Sobresaltada, le aplicó reanimación cardiopulmonar y al cabo de unos angustiosos minutos mi abuela recobró la conciencia. Se había salvado de milagro. Claudia se preguntó que hubiera pasado si en vez de correr a refugiarse al dormitorio de mi abuela, hubiera arrancado de la casa misma.
Por eso esa tarde se emocionó tanto al verme llegar de la escuela, ya que se sintió aliviada al tener algo de compañía además de la de mi abuela. Y por eso yo la noté tan alterada aquella vez. Y por eso también, esa noche se marchó tan raudamente a su casa apenas llegó mi madre del trabajo.
Terminó contándonos que esa noche casi no pudo dormir, en parte por los nervios de lo que le había tocado vivir ese día, pero además, porque decía que ese olor a azufre, como a podrido y a carne quemada, la había acompañado hasta su casa...y también, porque las pocas veces que lograba conciliar el sueño, tenía pesadillas tan intensas que la despertaban impetuosamente. Pesadillas en las que tenía visiones perturbadoras por decir lo menos, en especial, una visión...la de un hombre...un hombre alto vestido de negro y con un gran sombrero que cubría parte de su rostro.
Mi madre le reveló que desde hace un tiempo estaban sucediendo cosas anormales en esa casa, y que entendía perfectamente si ella no quería seguir ahí...pero que por favor se quedara con mi abuela una última vez, ese mismo día, para que ella pudiera poner en orden algunos asuntos, ya que no tenía a nadie más. Claudia aceptó, algo renuente claro, pero impulsada por ese amor y esa vocación y esa compasión que tenía hacia todo y hacia todos.
Por cierto, olvidé mencionar que, por si fuera poco, desde hace algunas semanas mi madre y yo nos habíamos percatado de que gente muy rara merodeaba en nuestro vecindario. Personas extrañas, hombres para ser más específico, que rondaban nuestra propiedad y que parecían vigilarnos. Los pudimos sorprender en varias ocasiones observando justo hacia nuestra casa, como tratando de ver hacia el interior. Fuesen quienes fuesen, me daban mala espina. Recuerdo que una noche de la semana pasada, a horas ya muy avanzadas, cuando me disponía a cerrar la ventana de mi cuarto que da hacia la calle, pude ver a uno de estos tipos, parado en la vereda de enfrente, mirando directo a mi hogar, y en cierto momento cruzó la calle viendo a todos lados y sacó lo que parecía ser una lata de spray; en efecto, eso era y acercándose al frontis rayó unos garabatos en la pared. Cuando ví eso, le grité unas cuántas groserías y el sujeto levantó su mirada para cruzarla con la mía, acto seguido huyó rápido del lugar. Agarré un nunchaku que tenía y salí presuroso de la casa para encararlo, pero ya no se veía por ningún lado. Mi madre quién oyó el escándalo, salió también y juntos vimos que era lo que había dibujado ese extraño: eran unas figuras ininteligibles con números, de los que destacaba un 4...
Mientras Claudia se quedaba a cuidar de mi abuela por última vez, mi madre me pidió que la acompañara a hacer unos trámites y luego, a hacer unas compras. Pensé que compraríamos pintura para cubrir ese graffitti que el desconocido había garabateado la semana pasada, pero no. Algo en esa situación y en la actitud de mi madre me causaba extrañeza.
Tomamos un taxi y tras 20 minutos de viaje, nos bajamos frente a una funeraria. Entramos, y me quedé esperando en el vestíbulo, mientras mi madre cotizaba los valores de los servicios y de los ataúdes. Después de un par de horas salimos de aquel lúgubre lugar. Mi madre me miró y me dijo:
-Eres inteligente, así que podrás imaginar porque vinimos aquí...a tu abuela...no creo que le quedé mucho tiempo.
Mi madre es fuerte, siempre ha sido toda una guerrera, ha tenido que batallar sola contra la vida como muchas madres solteras, ya que el bastardo de mi padre nos abandonó cuando yo nací, en el 90', y engatusó a mi madre de nuevo en el 2003 cuando la embarazó de mi hermana de ahora 3 años, y nuevamente nos abandonó. Siempre se ha mostrado fuerte, pero en ese momento, se quebró. La abrazé y los dos lloramos juntos, bajo el sombrío cielo de una tarde de Miércoles, en Septiembre de 2006, a finales de invierno, cuando era un simple adolescente de 16 años.
Pasamos a hacer las compras al mercado y cuando volvíamos a casa, algo no andaba bien. Vimos a la distancia, a Claudia y a mi abuela en su silla de ruedas, en el antejardín, casi asomándose a la calle. Apuramos el paso, ya que mi madre y yo intuimos que algo malo pasaba...y en efecto, la expresión de horror en el rostro de Claudia hacía más que evidente que algo había sucedido...otra vez.
Entramos todos a la casa, y estando reunidos en la sala, Claudia dijo - Hay algo muy malo aquí, tienen que irse...y yo tengo que irme, lo siento. De pronto, escuchamos un fuerte esteuendo a nuestras espaldas. Alguien había arrojado un ladrillo contra la ventana del salón, rompiéndolo en múltiples pedazos. Salí al exterior para confrontar al responsable, y divisé a dos sujetos arrancando a toda velocidad por mi calle. Salí persiguiéndolos, y uno de ellos se quedó atrás y tropezó. Eventualmente lo alcanzé y comencé a golpearlo con todas mis fuerzas, lleno de ira, preguntándole quiénes eran y que querían. Con la voz entrecortada y ahogada dijo: -"El señor Sáez, Enrique Sáez"- fue lo único que balbuceó ese bandido. En ese instante, el otro individuo se devolvió para ayudar a su amigo, y cuando estaba a sólo unos metros, de entre sus ropas sacó un arma.
Un pánico enorme se apoderó de mí. Dejé al tipo que estaba golpeando, ensangrentado, corrí unos cuantos pasos y me escondí detrás de un automóvil. Disparos. Pude sentir las balas pasando a mi lado, casi rozándome. La piel erizada y un escalofrío que recorría cada extremidad. Adrenalina al tope. Latidos a mil. Pensé que me había llegado mi hora. Al cabo de unos segundos interminables que parecieron horas, pude entrar en cuenta que esos criminales ya se habían ido, que al parecer no querían matarme si no que únicamente quería que dejara a su compañero en paz, para así poder huir. Afortunadamente sólo fue un susto. El susto de mi vida, claro está. Mi madre se acercó a donde yo estaba parapetado, tras ese coche, y con un gesto apremiante y una expresión de terror en su rostro me indicó que me acercara y fuera con ella. Entramos a la casa y todos estábamos evidentemente alterados.
Llamamos a la policía. Sin perder tiempo, Claudia agarró su abrigo y se marchó. Fue demasiado para ella. No nos dio tiempo de pedirle mayores explicaciones sobre lo que había sucedido en el lapso en que mi madre y yo estuvimos afuera.
-"Estaré en mi casa con mi mamá por si los policías quieren interrogarme o si requieren mi testimonio"- Fue lo último que dijo antes de irse. Al cabo de un par de horas, llegó la policía uniformada y les contamos todo lo que había pasado. Unos detectives llegaron a la escena y recogieron evidencias. Los oficiales dijeron que iniciarían las diligencias pertinentes del caso. Cuando se retiraron, quedamos sólo mi abuela, a la que le dimos unos tranquilizantes, y yo, ya que mi madre tuvo que ir a buscar a mi hermanita al jardín de infantes. En eso recordé, aún impactado por aquella experiencia, lo que me había dicho el individuo al que alcancé, entre golpes, entre balbuceos, entrecortado -" Sáez, el Señor Enrique Sáez"- y me di cuenta que, por los nervios, había olvidado contarle esa parte al policía que me entrevistó. Había omitido ese detalle en mi declaración.
Pero, ¿quién diablos era ese tal señor Enrique Sáez? ¿qué me habrá querido decir? Tal vez si lo hubiera dejado hablar algo más en vez de continuar golpeandolo...quizás hubiera revelado algo más. Sé que lo hubiera hecho. Pero estaba vuelto loco en ese momento, no pensaba ni actuaba racionalmente. De hecho, ya tenía mucho en que pensar, tenía la cabeza hecha un nudo. Después de algunos minutos llegó mi madre con mi hermana, quién en su inocencia, no tenía idea de nada.
Ya era casi de noche. El ambiente se sentía más pesado que de costumbre. A mi madre se le ocurrió llamar a nuestra tía Eli, la hermana menor de mi abuela, y le contó todo. Agarramos algunas pertenencias y nos dispusimos a irnos a casa de mi tía a quedarnos con ella. Pero, antes de salir de casa, cuando fui a buscar el biberón y otras cosas de mi pequeña hermana, pude notar que en la puerta de la alcoba de mi abuela había una especie de marcas...marcas... como de garras. Luego, las luces empezaron a titilar y sentí como los muebles empezaban a vibrar, y ese horrible olor a quemado y a podrido empezó a emanar de quién sabe dónde. Esa cosa, ese ente...lo había logrado.
Llegamos a casa de mi tía Eli y le contamos con más detalle lo ocurrido. Quedó horrorizada. Hacia tiempo que no nos veíamos ya que ella también está enferma, debido a una artrosis que no la deja caminar bien y a un problema renal que la obliga a dializarse cada ciertos días. Mi tía Eli tiene un hijo que se fue a vivir por motivos profesionales con su esposa e hijos a Portugal hace ya bastante tiempo. La cosa es que, debido a su soledad y a que su casa le quedó grande, y también a la difícil situación nuestra, decidimos aceptar su ofrecimiento de vivir con ella.
Luego de comer algo y ya instalados en ese hogar, le dije a mi madre que tenía que preguntarle algo importante. Cuando estuvimos a solas, le pregunté:-¿Quién es Enrique Sáez?- mi madre extrañada me cuestionó: - ¿dónde escuchaste ese nombre? -De uno de los sujetos, del que terminé por golpear- le dije -¿por qué? Ella sólo respondió: "Enrique Sáez, es el nombre del cuñado de tu abuela, el esposo de la tía Ana".
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