juan2cv
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no es verdadero socialismo
Jeanette Celis ansía que la lluvia caiga sobre el deprimido barrio caraqueño de La Vega una tarde de finales de febrero. Hace meses que el agua no sale cuando abre los grifos, como en buena parte de Venezuela, y la que cae del cielo bien podría llenar la media docena de tanques vacíos que tiene en casa.
Sobre el techo de su casa, una lámina de zinc transformada en canal es capaz de recoger el agua de lluvia y desviarla hasta un enorme tanque que tiene fuera de casa.
“Mi esposo es muy inteligente para hacer estas cosas”, dice Celis mostrando el rudimentario sistema, que se repite en todas las casas de La Vega.
“Él se las ingenió para hacer esto, (pero sirve) más que todo cuando llueve. Agua por tubería es imposible (tener)”, agrega la mujer de 41 años.
Varios metros más arriba, su vecina Kimberly Bruzual dice que no recuerda la última vez que el recurso hídrico llenó las tuberías de su casa y que está sin reservas porque el agua de lluvia que pudo recoger la gastó hace mucho.
Para paliar la escasez, la joven de 19 años ha tenido que buscar agua en la parte baja del cerro, donde cada cierto tiempo, un camión cisterna lleva varios miles de litros que deben ser compartidos entre las familias del barrio.
Esa agua tiene que “reusarla”, señala esta madre de un niño que no llega a los dos años.
“Baño al niño con agua limpia, esa agua después la uso para lavar los pañales y después de eso se la echo al baño”, explica.
Bruzual también dijo que el agua que levanta con la cisterna o en casa de algún vecino es la misma que usa para cocinar o beber. Cuando está muy turbia, la cuela con una tela gruesa y la hierve, pero solo si tiene gas, porque la mayoría de las veces cocina con la leña que corta en la parte alta del cerro.
El agua de la poza
En otra parte del cerro que conquistó el barrio La Vega, el obrero Juan Millán se baña junto a sus dos hijos en una quebrada conocida como La Poza.
Con un servicio tan irregular que solo entrega agua pocas veces al año, cualquiera pudiera pensar que La Poza se convertirá en parada obligatoria para todos en La Vega, pero no es así.
En el barrio saben que algunas casas vierten sus aguas servidas en esta quebrada que muchas veces arrastra basura o animales muertos.
“Normalmente la utilizamos (el agua de La Poza) cuando llega la escasez, para bañarnos y para el baño, para lavar. La hervimos y la utilizamos para la cocina”, dice Millán.
“Ahorita es que está así (turbia), pero siempre sale blanquita, blanquita”, añade antes de reconocer que “nunca” se ha molestado en conocer dónde nace la quebrada o si el agua es apta para el consumo.
Según el experto, la mala gestión de los acueductos del país y la pérdida del personal calificado por la masiva emigración de venezolanos por causa de la crisis económica son los causantes de las fallas en el suministro.
Jeanette Celis ansía que la lluvia caiga sobre el deprimido barrio caraqueño de La Vega una tarde de finales de febrero. Hace meses que el agua no sale cuando abre los grifos, como en buena parte de Venezuela, y la que cae del cielo bien podría llenar la media docena de tanques vacíos que tiene en casa.
Sobre el techo de su casa, una lámina de zinc transformada en canal es capaz de recoger el agua de lluvia y desviarla hasta un enorme tanque que tiene fuera de casa.
“Mi esposo es muy inteligente para hacer estas cosas”, dice Celis mostrando el rudimentario sistema, que se repite en todas las casas de La Vega.
“Él se las ingenió para hacer esto, (pero sirve) más que todo cuando llueve. Agua por tubería es imposible (tener)”, agrega la mujer de 41 años.
Varios metros más arriba, su vecina Kimberly Bruzual dice que no recuerda la última vez que el recurso hídrico llenó las tuberías de su casa y que está sin reservas porque el agua de lluvia que pudo recoger la gastó hace mucho.
Para paliar la escasez, la joven de 19 años ha tenido que buscar agua en la parte baja del cerro, donde cada cierto tiempo, un camión cisterna lleva varios miles de litros que deben ser compartidos entre las familias del barrio.
Esa agua tiene que “reusarla”, señala esta madre de un niño que no llega a los dos años.
“Baño al niño con agua limpia, esa agua después la uso para lavar los pañales y después de eso se la echo al baño”, explica.
Bruzual también dijo que el agua que levanta con la cisterna o en casa de algún vecino es la misma que usa para cocinar o beber. Cuando está muy turbia, la cuela con una tela gruesa y la hierve, pero solo si tiene gas, porque la mayoría de las veces cocina con la leña que corta en la parte alta del cerro.
El agua de la poza
En otra parte del cerro que conquistó el barrio La Vega, el obrero Juan Millán se baña junto a sus dos hijos en una quebrada conocida como La Poza.
Con un servicio tan irregular que solo entrega agua pocas veces al año, cualquiera pudiera pensar que La Poza se convertirá en parada obligatoria para todos en La Vega, pero no es así.
En el barrio saben que algunas casas vierten sus aguas servidas en esta quebrada que muchas veces arrastra basura o animales muertos.
“Normalmente la utilizamos (el agua de La Poza) cuando llega la escasez, para bañarnos y para el baño, para lavar. La hervimos y la utilizamos para la cocina”, dice Millán.
“Ahorita es que está así (turbia), pero siempre sale blanquita, blanquita”, añade antes de reconocer que “nunca” se ha molestado en conocer dónde nace la quebrada o si el agua es apta para el consumo.
Según el experto, la mala gestión de los acueductos del país y la pérdida del personal calificado por la masiva emigración de venezolanos por causa de la crisis económica son los causantes de las fallas en el suministro.
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