Heidegger caracterizaba el ser del hombre como Dasein, lo que traducido al español es algo así como el "claro" del ser o la "verdad" del ser. Esto significa que el Dasein, es decir, el ente que nosotros los antronianos somos, es ese ámbito en el cual el "ser" se muestra, se revela. Pero no se trata en modo alguno de una revelación dada al entendimiento, como un objeto contemplado por el sujeto que observa, si no más bien de una comprensión del ser. Aquí comprensión no quiere decir la intelección racional de algo, sino que refiere a una competencia, habilidad o talento, como cuando decimos que alguien "comprende" o "entiende" de ajedrez, es decir, que sabe jugarlo. Comprender el ser significa, entonces, ser capaz de ser, poder-ser. El ser del hombre, en cuanto "abierto" al ser, es pura posibilidad. Esto a diferencia de los animales, las plantas y los minerales, que al no comprender el ser no pueden ser otra cosa que lo que ya son. Su ser está cerrado en los límites de su esencia en cuanto piedra, árbol o perro.
Pero la comprensión del ser comporta el hecho de que ese ser que se comprende está en manos del ente comprensor; poder-ser no es otra cosa que ser el pastor del propio ser, estar al cuidado de lo que soy. De hecho no es que el Dasein tenga cuidado por su ser, sino que él es primariamente ese cuidado. El hombre es el pastor o el cuidador del ser, y lo más increíble es que no eligió por sí mismo esa tarea, sino que se encuentra desde siempre, es decir, desde el momento mismo en que cobra consciencia de sí mismo, ya puesto en la propiedad de su ser. Este encontrarse ya desde siempre puesto en el cuidado del ser es lo que Heidegger llama la condición de arrojado al mundo, y es precisamente esa condición de arrojado al mundo lo que se muestra en los sentimientos, en la afectividad. Pues ese ser que llevamos a cuestas en tanto que cuidadores o pastores es un auténtico peso. Esa carga no elegida es lo que se siente en los sentimientos, ese tener-que-ser.
Ahora bien, en cuanto pastor del ser, el hombre puede decidir lo que será desde él mismo o simplemente dejarse llevar por su mundo. Estas son sus dos posibilidades fundamentales, la existencia propia y la impropia. A la segunda Heidegger le llama Das Man, que se traduce como "el uno" o "el se", pero que también puede entenderse como hacía Ortega y Gasset como "la gente". Es aquello a lo que nos referimos cuando decimos "uno no debe hacer tal o cual cosa", "eso no "se" hace", "compórtate como la gente". Es decir, se trata de un modo de ser en el que nos comportamos impersonalmente, donde le traspasamos el cuidado que nos corresponde a ese uno impersonal que es todos en general, pero nadie en concreto. La otra posibilidad es el sí-mismo-propio, en la que asumimos la carga de ser de manera propia o auténtica, es decir, en la que somos aquello que más originariamente somos: pastor del ser.
Lo que dice el antroniano de arriba es cierto. Cuando eliges arriesgarte a ser tú mismo, aunque sea para fracasar, es cuando ERES propiamente hablando. El otro camino es quedarse en la seguridad de lo conocido, de lo canónico establecido. Y es cómodo, pero no eres tú el que vive, si no que es el mundo el que te vive a ti (el uno). Por esa razón es que el hastío y el sinsentido reinan en nuestra sociedad, por que no estas ejercitando tu posibilidad más propia, que es ser tú mismo. Y como decía Nietzsche, aunque con otras palabras, el poder quiere probarse, la fuerza anhela probar su fortaleza, el cuidado anhela cuidar, y si no lo hace es solo por miedo. El sentido de la vida es arriesgarse, al menos esa es la conclusión a la que me conducen mis lecturas de Heidegger.
Originalmente iba a escribir algo conciso, pero sentí que sin un preámbulo lo más claro que estuviera a mi alcance solo serían palabras vacías, o clichés. Lo hice con cariño sí, quizás a alguien más le haga sentido como a mí.