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Los enigmas del Pasado (Oscar Fonk Sieveking)

ruftata

Hij@'e Puta
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Existe un hecho enigmático en nuestro mundo actual. Es el de que haya tan marcadas diferencias de cultura entre pueblos y tribus que conviven, muchas veces a escasa distancia entre sí. Mientras que en el interior del Africa se encuentran los pigmeos denominados bosquimanos (bushmen), en el interior del Brasil siguen viviendo los cazadores de cabezas; ambos grupos continúan empleando métodos rudimentarios para cazar, para preparar sus alimentos y para procurarse abrigo. Si los comparamos con otros pueblos que han llegado a la cúspide de su desarrollo intelectual, no podemos más que reconocer la enorme diferencia que evidencian sus modos de vida.
Muchas teorías han sido formuladas con el objeto de explicar este hecho. Lo que contribuye a ahondar y a hacer aún más incomprensible esta diferencia entre la cultura de los diversos grupos étnicos, reside en la circunstancia de que muchos de ellos que viven en forma primitiva, en cambio disponen de idiomas riquísimos en expresiones, altamente desarrollados, y además tienen muchos otros conocimientos que no están de acuerdo con la actual forma de vida.

Es conocido que los pueblos, como los Estados, están sujetos a leyes análogas que los individuos, o sea, nacen, se desarrollan como niños juguetones, en seguida llegan a la edad del adolescente lleno de ideales y de pujanza juvenil, para convertirse después en hombres razonadores y prudentes, llegan por fin al estado del anciano con su necesidad de mayor reposo y de comodidades mayores para terminar su vida. Es indudable el paralelismo existente entre la vida del hombre y de las colectividades nacionales. Basta hojear la Historia Antigua y orientarse acerca del destino de aquellos pueblos cuya grandeza aún no ha sido olvidada, como los Asirios y Caldeos, los Egipcios, los Griegos y los Romanos. Todos fueron vencidos por pueblos más primitivos, más dinámicos y más avasalladores, los que se amalgamaron con ellos e hicieron florecer nuevas civilizaciones, basadas sobre los conocimientos anteriores.

Es un destino inexorable que puede ser anunciado a cada Estado, a cada civilización desde su nacimiento. Pero él no explica la diferencia existente entre las civilizaciones o culturas de los distintos pueblos. Para llegar a esclarecer el motivo que ha determinado
estas diferencias abismales, debemos comparar las teorías y opiniones de científicos avezados y seguir nuestras investigaciones en forma independiente, sirviéndonos de los pocos antecedentes conocidos al respecto. Así podremos llegar a la verdad.

Una de las teorías más generalmente aceptadas es la de que algunos pueblos han tenido la suerte de vivir en zonas de tierras fértiles, de abundantes riegos y de clima favorable, con lo que sus componentes no necesitaban trabajar tanto y contaban con el tiempo necesario para apropiarse más rápidamente de los rudimentos de la civilización. Otros pueblos, en cambio, fueron desalojados de sus tierras o tuvieron que vivir en comarcas estériles, de rendimiento reducido, de clima riguroso y con exceso o falta de lluvias, por lo que todos sus esfuerzos iban destinados al solo propósito de sobrevivir en forma miserable, con alimentación insuficiente, vestimenta primitiva y refugios o habitaciones
en forma de cuevas o chozas de ramas.

Si a esto se sumaran rencillas constantes con tribus vecinas, ello podía significar la desaparición de conglomerados pequeños y una constante sangría para grupos mayores, siendo éste siempre un factor de atraso y de decadencia.
La civilización siempre ha tenido una mayor posibilidad de desarrollo en ciudades amuralladas y en aldeas de cierta importancia, en donde existía la posibilidad de una distribución de las labores, que traía consigo una especialización. El especialista siempre se encontraba en una situación privilegiada para efectuar un trabajo en forma mejor y más rápida que el individuo corriente, que no contaba con la experiencia
necesaria. El campesino atendía a la siembra y cosecha de las tierras que se encontraban alrededor de la ciudad o de la aldea. El pescador suministraba la suficiente cantidad de pescado para el consumo habitual de sus vecinos y el cazador sabía aportar la cantidad necesaria de carne para que sus compañeros no sufrieran privaciones. En cambio, el sumo sacerdote podía dedicarse a sus tareas religiosas, rituales y a la astronomía, mientras el comerciante daba movimiento al intercambio de productos y de utensilios, el alfarero fabricaba los utensilios caseros y el herrero o armero daba forma a las armas necesarias para que los soldados pudieran defender la ciudad. Los albañiles y picapedreros, por su parte, mantenían la muralla de defensa y las fortalezas en buen estado de conservación. Los tejedores premunían a sus conciudadanos de telas que siempre iban mejorando y embelleciéndose, lo mismo que las joyas que los artífices elaboraban en forma
primorosa, y que muchas veces servían como valor de intercambio, mientras no existieran monedas de plata o de oro. Así, las ciudades permitían a determinados individuos el desarrollo de las artes, las que así podían florecer en forma relativamente rápida.

Los nómadas, en cambio, no gozaban de estas ventajas, lo que les impedía por lo general un desarrollo rápido en sus cualidades artísticas, ya que debían acompañar sus rebaños de animales, para buscarles los pastoreos más abundantes y más seguros. Ellos no podían adquirir conocimientos en forma rápida, salvo en lo que concernía a su propia especialidad, la de pastores. Los grupos étnicos pequeños siempre estaban en situación más precaria, en especial cuando el destino los situaba entre pueblos poderosos y los obligaba a luchar en formadesventajosa o a obtener la paz, entregando parte de sus reducidas cosechas o de sus rebaños al vecino más poderoso. Estos grupos pequeños muchas veces eran residuos de pueblos cultos, anteriormente poderosos, y perdían gran parte de la cultura adquirida por la imposibilidad de poderla traspasar a sus hijos como la habían recibido de sus antepasados.

Lo que sorprende a los filósofos y a los aficionados a los estudios lingüísticos, es la enorme cantidad de idiomas existentes sobre nuestro planeta. Estos se calculan en más de 1.500, fuera de los dialectos que mantienen entre sí un cierto parecido. Solamente en México y América Central existen 42 idiomas y dialectos. La diversidad de lenguas y dialectos podría explicarse en parte por la circunstancia de que todos los pueblos oyen ciertas expresiones de sus vecinos que muchas veces son incorporadas a la lengua, por así decirlo, mientras otras palabras son sencillamente olvidadas.

En unos centenares de años puede suceder que descendientes de un pueblo que viven separados, en otros continentes, tengan cierta dificultad en entenderse entre sí, por haber variado los idiomas en una forma apreciable del primitivo. Cada idioma es como un ser viviente que se desprende de las células ya desgastadas, para reemplazarlas por otras nuevas. Es así que toda lengua “viva” va modificándose en forma casi insensible.

Quien haya leído el Cid Campeador y el Amadís de Gaula, libros antiguos de la literatura española, tendrá que reconocer este hecho, al comparar aquel idioma con el actual. En aquellos tiempos ciertas letras eran empleadas en otra forma que hoy en día, y pronunciadas también en otra forma. No es de suponer que determinados grupos étnicos o razas hayan sido de inteligencia superior y que éste sea el único determinante de un desarrollo intelectual más rápido y más brillante. Indudablemente la inteligencia es de alta importancia para el
desenvolvimiento intelectual de un pueblo, pero de nada servirá este factor si el pueblo respectivo se encuentra en una posición desfavorable, rodeado por vecinos guerreros de mayor potencia bélica, y si cuenta con tierras pobres y difíciles de cultivar, con dificultades para procurarse armas apropiadas y con otros factores adversos, como el clima y la falta de riego. La inteligencia sola servirá a un pueblo para subsistir y sacar el mejor partido de su situación, pero no lo llevará a riquezas y poderío, a pesar de que no debemos olvidar que la situación de éste puede variar fundamentalmente, cuando cuenta con un dirigente de gran capacidad que con su diplomacia o con sus cualidades guerreras puede ser de influencia decisiva.

La tribu que llega a una situación de preeminencia, construye una ciudad amurallada o una fortaleza. En cuanto ha hecho provisión de alimentos y de vestuario, se producirá el desarrollo de las artes que, naturalmente, al comienzo son muy primitivas, pero que siguen perfeccionándose en forma progresiva, ganando en expresión estética. La vestimenta, que primitivamente puede haber sido de fibras de totora, es reemplazada por tejidos de lana que en finura y en colorido corresponden a un canon de gusto más refinado.

La alfarería, que al comienzo es secada solamente al sol y que ha sido formada de arcilla impura, llena de arena y de piedrecillas, se va perfeccionando, haciéndose más bonita, más práctica, más sólida y fina. Las ollas que primitivamente se formaban con la mano, por medio del invento de una mesa giratoria van adquiriendo la redondez y la homogeneidad en su grosor, aproximándose a nuestra vajilla actual. Las labores de campo mejoran, pasando de la barreta para hacer hoyos, a un arado primitivo tirado primero por seres humanos que posteriormente son reemplazados por animales de tiro. La escritura, que al comienzo no era más que un ideograma, o sea, un rústico dibujo de un objeto, va perfeccionándose para llegar a representar una sílaba o una letra.

La ciencia ha tratado de levantar la cortina que nos separa de los tiempos prehistóricos, para establecer cuándo ha aparecido el ser humano, como individuo pensante y de iniciativa análoga a la del hombre actual, sobre la superficie de nuestro planeta. Al comienzo se suponía que podría haber sido hace 100.000 años. Posteriormente se ha pensado en 500.000 años. Pero hoy en día se habla de un millón de años o más. En aquel tiempo, se supone que ha existido un ser parecido al hombre que vivía en pequeños grupos, se entendía por medio de palabras monosilábicas y se alimentaba de frutas, tubérculos y hongos.

Pero este ser semihumano debía desarrollar ya ciertas características humanas como: darse cuenta de su situación en relación con el medio ambiente, razonar, tratar de velar por el bienestar de la familia, utilizar ciertos elementos como herramientas y armas y contar con la ventaja de hacer fuego para calentarse y para defenderse de bestias salvajes.

Cuánto ha demorado un ser como el descrito, para llegar a hablar en forma articulada, eso no lo podemos apreciar, pero hay que reconocer que ese ser estaba dotado de todas las características que le permitían arrastrar con éxito los múltiples peligros que se cernían sobre su precaria existencia. En cierto sentido, el hombre estaba equipado por el destino en forma desfavorable, si se le comparaba con sus enemigos, los animales de presa. Pero él era lo suficientemente listo como para idear armas que le daban posibilidad de defenderse exitosamente y, aun, de atacar y vencerlos, para ir conquistando, a través de millones de años, el indiscutido puesto de supremacía que hoy en día ocupa.

Los pueblos primitivos que no han llegado a poseer un idioma escrito o han vuelto a olvidarlo, en cambio poseen tradiciones transmitidas de padre a hijo a través de los milenios y que ofrecen una valiosísima fuente ele información acerca de los tiempos pasados. A través de los milenios, estas tradiciones y leyendas pueden haber sufrido pequeñas modificaciones, pero siempre albergarán un fondo de verdad que hay que tratar de establecer.

En la última centuria han pedido demostrarse las bases de efectividad que tenían muchas leyendas, hasta entonces consideradas meros “cuentos de niños”. Fue así como pudieron descubrirse antiquísimas ciudades legendarias como Troya, Ur, Babilonia, Samaría, Mohenjo Daro y muchas otras, encontrándose en las excavaciones las evidencias de antiguas civilizaciones hasta entonces no reconocidas ,por los estudiosos. Es comprensible que los historiadores primitivos, cuando querían salvar algún hecho histórico del olvido, lo que para ellos significaba un trabajo difícil y demoroso, hayan elegido sólo aquellos temas que estaban revestidos de una importancia extraordinaria. El
grabar la piedra, el preparar tablillas de arcilla o rollos de papiro, era muy difícil y quitaba una cantidad de tiempo, ya que la escritura debía estar reproducida en forma perfecta. Por lo general era un rey el que pretendía pasar a la historia con sus heroicos generales. Pero también vivieron reyes que deseaban transmitir a las futuras generaciones todos los conocimientos de los tiempos más antiguos, reuniendo datos y
compilando hechos para ir formando verdaderas bibliotecas. Y ésa ha sido la suerte para los arqueólogos de la era actual, los que así han podido penetrar en el misterio de aquellos tiempos pasados, ya totalmente olvidados, para hacer renacer bajo el embrujo de sus palas, picotas, escobillas y pinceles, las figuras de dioses, reyes y héroes, cuyos nombres se habían perdido en la niebla del pasado.

Esa tradición oral, esa leyenda que circulaba de boca en boca, no debe ser mirada en menos, ya que ella ha servido de base para las inscripciones en los muros de las tumbas egipcias (Libro de los Muertos), en las tablillas de arcilla de Ur y Babilonia (La Epopeya de Gilgamesch), en los pergaminos Mayas (Códices) y en tantas otras formas que han servido para descorrer el velo de tiempos prehistóricos y aun prediluviales. Por eso, aun cuando haya podido recogerse solamente una ti’adición verbal, no debemos desecharla, sino que tratar de descifrar el mensaje que ella nos trae del pasado remoto de nuestra prehistoria. Cuando hayamos podido separar los ornamentos superfluos y los hechos triviales, es como si hubiéramos tallado la piedra bruta, para obtener un brillante facetado que nos deleita con su fuego. Y así nos aproximamos un paso más a aquellos tiempos que nos parecen tan lejanos y que a pesar de ello son solamente un instante en
la vida de nuestro planeta.

El escritor y naturalista francés Cuvier fundamentó una teoría en el siglo xviii, según la cual nuestra tierra debe sufrir periódicamente grandes catástrofes que aniquilan a la mayoría de los seres vivientes y que en esa forma propenden a renovar y remozar las distintas formas de vida existentes.

Con el objeto de arrebatar sus secretos a los tiempos prehistóricos, he escrito este libro, reuniendo datos que han sidd seleccionados
cuidadosamente, para pei’mitir, así, al lector de llegar a las mismas conclusiones que yo he podido establecer, y que demuestran que el ser humano se encuentra viviendo, luchando y sufriendo muchos millones de años sobre la superficie de este planeta tan veleidoso que denominamos “Tierra”.
 
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