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Hij@'e Puta
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Principes del ajedrez parte 1:
Nos referimos a la existencia de jugadores muy valiosos que, siendo de la parte más encumbrada de la élite mundial, no llegaron a lo más alto por el simple expediente de que tuvieron la barrera infranqueable de algún otro gran ajedrecista, y tan sólo uno, que concentró las miradas en cada tiempo. Son los que aquí se bautizarán con el concepto de príncipes del ajedrez.
Es una categoría novedosa, empleándose para su conceptualización un término que se acuña siguiendo la respectiva orden del linaje de una monarquía algo improbable (en tiempos más republicanos) pero que, de todos modos, tiene un poderoso peso simbólico de cara a su explicitación.
Para practicar el estudio sistemático del caso, se habrán de emplear tres sistemas de mediciones diversos. El ELO oficial, que provee desde el último tercio del siglo XX la FIDE, y otros dos que son construcciones que contemplan especialmente periodos previos, que tienen un tono más informal y de algún modo experimental. Si bien presentan debilidades metodológicas, que por momentos empañan su validez, deben ser tenidos necesariamente en cuenta en ausencia de otros indicadores que resulten más confiables.
El primero de éstos es el que proporciona EDO: Edo Historical Chess Ratings (ver link) que, si bien arranca unos años antes (en 1811), comienza a tomar cuerpo con nóminas relativamente nutridas de ajedrecistas (que al principio apenas supera el número de una decena), en la década del 20 del siglo XIX, cuando reinaban los franceses Louis-Charles Mahé de la Bourdonnais (1795-1840) y Alexandre -Louis-Honoré-Lebreton Deschapelles (1780-1847). EDO producirá estadísticas hasta 1921.
El otro sistema de medición oficioso es el que lleva el nombre de Chessmetrics (ver link), que comienza algo más tarde (en enero de 1843), pero que se extiende bastante más (hasta diciembre de 2004). Por lo que convivirá con EDO, al principio, y con el ELO sobre el cierre de sus mediciones. Aunque, en cierto prolongado momento, se convierte una fuente de consulta única y, por ende, insustituible
Tras el predominio de los franceses, y de quienes frecuentaban el célebre Café de la Régence de París, en la primera porción del siglo XIX, recién en los años 40 del siglo XIX aparecerán, y ambos sistemas más antiguos así lo sindicarán, el inglés Howard Staunton (1810-1874) y el alemán Tassilo von Heydebrand und der Lasa (1818-1899).
Ello acontece hasta que se produce, ya en la segunda mitad de la centuria, la frenética irrupción del norteamericano Paul Charles Morphy (1837-1884), quien revolucionaría las estadísticas y la historia del ajedrez.
Son tiempos, también, de otro germano, Adolf Anderssen (1818-1879), vencedor del primer torneo de la historia moderna del ajedrez.
Todos ellos fueron oportunamente incluidos en la nómina de reyes sin corona del ajedrez. Con una salvedad, tal vez Morphy merezca un escalón superior: el de emperador del ajedrez.
Comencemos a analizar otros casos, pues. Concentrando la mirada en lo acontecido precisamente a mediados del siglo XIX, tenemos al inglés Henry Thomas Buckle (1821-1862) un notorio historiador (universal y no estrictamente ajedrecístico).
Buckle, durante el último mes de 1849 y el primero de 1850, para Chessmetrics, incluso encabeza el ranking mundial. En febrero de este año pasa al segundo escalón, el cual ya había ocupado entre los meses de octubre y diciembre del precedente. Luego irá descendiendo progresiva y sistemáticamente; hasta desaparecer.
EDO, empero, apenas lo considera sexto en 1847 y 1848. En esos años registra triunfos ante Bird, Anderssen, Löwenthal y Kieseritzky, todas figuras notables de la época.
Adelantemos un criterio que habremos de fijar a lo largo de este trabajo. Es obvio que, una destacada posición en el ranking, que sea de índole esporádica, no garantiza que estemos en presencia de un príncipe del ajedrez. Esa circunstancia puede deberse a una situación excepcional y no a una más consistente fortaleza evidenciada (y medida) en el nivel del juego.
Imagen de Henry Buckle
Por convención, habremos de exigir que ello suceda a lo largo de seis (6) meses, consecutivos o alternados. Y que el candidato de marras ocupe, en ese mínimo lapso establecido, la posición N° 1 o 2 en los respectivos listados mundiales. Bajo estas condiciones, entonces, vemos que Buckle alcanza el birrete principesco.
Otra personalidad a destacar, en periodo algo posterior, es la del italiano Serafino Dubois quien, pese a ser usualmente poco recordado, durante treinta (30) meses, es decir dos años y medio, fue el N° 1 del planeta, siempre para Chessmetrics, lo que aconteció entre los años 1856 y 1858. Dejó la cima ante la aparición de Morphy. Es sexto, por otro lado, como punto más alto, para EDO, ente los años 1854 y 1856 y, de nuevo, en 1861.
Dubois fue otro de los parroquianos habituales del Café de la Régence donde comenzó a evidenciar sus dotes para el juego. Aunque, en prueba de su moderado nivel, fue derrotado por el local Louis Simeon Lecrivain (1798-1869), un jugador de segundo orden.
Por falta de sponsor, no pudo confrontar en el Torneo de Londres de 1851, oportunidad que hubiera constituido una buena vidriera para reconocer los alcances de su auténtico valor ajedrecístico en tiempos en los que, como las competencias internacionales no eran habituales, las mediciones a la hora de la conformación de los rankings pueden resultar del todo discutibles. Sin embargo cumple con las condiciones requeridas, y con creces, por lo que debemos adjudicarle a Dubois el mote de príncipe del ajedrez.
Imagen de Serafino Dubois
Una situación similar, aunque de mayor gravitación en términos ajedrecísticos, es la representada por el alemán Daniel Harrwitz (1823-1884) quien, también, fue N° 1 del mundo para Chessmetrics a lo largo de treinta y ocho (38) meses entre 1853 y 1856. EDO lo ubica N° 3 del mundo en 1860.
Antecedió en esos listados, que lo tenían al tope, a muchas celebridades, entre las que se cuentan von der Lasa, Staunton, Kieseritzky y el propio Anderssen (con quien empató un match en 1848).
Tanto Anderssen cuanto Harrwitz, nacieron en Breslau, esa ciudad que, siendo de Silesia, y por ende alemana, tras la Segunda Guerra Mundial quedó en territorio polaco, transformándose en la hermosa Wroclaw.
Con el tiempo Harrwitz se mudó a Inglaterra donde jugó y fundó la célebre revista British Chess Review.
Llegó a enfrentar a Morphy en París, con quien perdió un match que, si bien se resolvió por su abandono (por razones de salud), le era muy desfavorable en el marcador. No obstante, logró derrotar al norteamericano en dos ocasiones en el comienzo de la contienda. Harrwitz es otro príncipe del ajedrez.
Imagen de Daniel Harrwitz, príncipe del ajedrez
Otro teutón, Ludwig (Louis, nombre que adoptó al emigrar a los EEUU) Paulsen (1833-1891) es posicionado como el N° 3 del planeta por EDO en 1860, y en años siguientes, cuando sólo era precedido por Morphy. Chessmetrics lo eleva al tope de los listines en el transcurso de treinta y nueve (39) meses entre abril de 1862 y julio de 1878.
Morphy lo relegó a Paulsen al segundo puesto del denominado Congreso de Ajedrez Americano (antecesor del campeonato norteamericano) en su primera edición disputada en 1857. Allí el germano sucumbió ante su rival en el match final (la prueba se desarrolló por eliminación), tras obtener en esa instancia un triunfo, sufrir cinco derrotas y alcanzar dos empates.
Si Paulsen es por lo pronto claramente un príncipe del ajedrez, al haber sido alternativamente relegado por Morphy y Steinitz, y por nadie más, podría analizarse, en estas circunstancias, si podría incluso revisarse el criterio y elevarlo a la consideración de rey sin corona ya que, comparativamente, en su momento se incluyó en la misma a otros jugadores, relativamente contemporáneos, que estuvieron como N° 1 del ranking por periodos menos prolongados.
Imagen de Ludwig Paulsen
Veamos, entonces, lo sucedido con el estonio-francés Lionel Kieseritzky, N° 1 de Chessmetrics en veintitrés (23) meses, entre 1849 y 1851, años en los que EDO lo ubica entre el sexto y séptimo lugar del escalafón; y con el eslovaco Ignác Kolisch, N° 1 en aquella medición, correspondiente a diecisiete (17) meses, entre 1867 y 1868, cuando EDO, en el primer año, lo sindica como escolta de Morphy, cosa que también hizo en los dos años precedentes.
Paulsen merece, en mirada comparativa, igual tratamiento que Kieserizky y Kolisch. Pero, en presencia del genial Morphy, lo que vale para aquél, también se extiende a los otros dos: luce del todo exagerado ungirlos, consecuentemente, como reyes sin corona. Les cabe, mejor, el birrete de príncipes de ajedrez. Y ello no es poco. Máxime en presencia del genial norteamericano.
Imágenes de Lionel Kieseritzky (a la izquierda) e Ignác Kolisch, reevaluados como príncipes de ajedrez
En tren de revisión, veamos el caso de Tassilo von der Lasa. En su caso, puede y debe ser ratificado como rey sin corona, ya que EDO lo coloca como el N° 1 entre los años 1847 y 1849, es decir antes de la aparición de Morphy en el firmamento ajedrecístico. Por lo que no se ensombreció lo producido por el alemán.
Una última aclaración sobre este tema, también habría que retrotraer al rango de príncipe del ajedrez al ruso Aleksandr Petrov quien, muy curiosamente, y seguramente equivocadamente, es declarado N° 1 para EDO de 1811 a 1817…cuando su fecha de nacimiento corresponde a 1794. Creemos que se trata de una inadecuada apropiación, que es necesario ahora enmendar.
El ruso, bastante más tarde, y del todo más probablemente, por razones de edad personal, aparece como N° 2 del mundo para EDO en 1857, detrás de Morphy, y delante de Anderssen, Staunton y Paulsen. Un príncipe del ajedrez Petrov más no, como se expresó en su momento, un rey sin corona.
Imagen de Aleksandr Petrov, resignificado como príncipe del ajedrez
Los alemanes, y ya tenemos los casos de los reyes sin corona Anderssen y von der Lasa como tales, seguirán primando en esos años. Además de los príncipes Harrwitz y Paulsen, hay que analizar lo hecho en contemporaneidad por otros dos de sus compatriotas.
Primero, veamos lo producido por Berthold Suhle (1837-1904), quien también es N° 1 para Chessmetrics por veinte (20) meses, entre 1865 y 1867, adelantándose, ¡nada menos!, que a Paulsen, Steinitz, Anderssen, Bird y Kolisch. EDO lo introduce en el tercer lugar en el primero de esos años.
Sin embargo, en esa clasificación ha influido la consideración de un resultado deportivo que le fue muy favorable, frente a un jugador poco reconocido de su país, Philipp Hirschfeld (1840-1896). En otra moderación de su real fuerza, se sabe que participó a lo largo de su carrera en pocos torneos.
Otro integrante de esta cohorte germana es Gustav Richard Ludwig Neumann (1838-1881), quien ostenta un interesante récord: el de haber obtenido el primer resultado perfecto (documentado) ya que, en 1865, logró la victoria en el Berliner Schachgesellschaft (Club de Ajedrez de Berlín), con treinta y cuatro cotejos ganados (sin derrotas ni empates).
Neumann fue el N° 1 en dieciocho (18) meses para Chessmetrics, entre los años 1868 y 1870, quedando relegados, entre otros, Anderssen, Kolisch, Paulsen, Zukertort y el mismísimo Steinitz. EDO, a su vez, lo ubica N° 3 desde 1867 a 1868 y desde 1870 a 1872.
Su destino fue ingrato: lo aquejaría una enfermedad mental una clase de mal que, lamentablemente, afectó a lo largo del tiempo a varios connotados ajedrecistas.
Imagen de Gustav Neumann
Más allá de la subjetiva fuerza ajedrecística que se les pueda asignar a estos jugadores, este binomio alemán integrada por Suhle y Neumann, cumplen con las condiciones fijadas por lo que deberán ser considerados príncipes del ajedrez.
La subjetividad en las apreciaciones tiene una base del todo razonable: cuanto más nos retrotraemos en el tiempo, además de listados menos nutridos de jugadores, existían menos competencias internacionales, por lo que los guarismos que van concediendo tanto EDO como Chessmetrics tienen sesgos y, eventualmente, inconsistencias.
Para más, los torneos internacionales modernos comienzan a darse, cada vez con más frecuencia además, a partir del realizado en Londres en 1851. Antes, los jugadores confrontaban en encuentros, muchas veces casuales, o en matches acordados (y no siempre fiscalizados), o participaban en exhibiciones, hasta jugaban dándose ventaja de material (en partidas por ende asimétricas y no convencionales).
Por eso, con el transcurrir del tiempo, los reyes sin corona o príncipes del ajedrez, tendrán un mayor sustento objetivable, en la medida en que correspondan a adjudicaciones de esos caracteres sustentados en guarismos calculados en forma más tardía.
Estas cuestiones no deben ser olvidadas. Por eso, tal vez sea algo impropio, aunque no hemos hallado un mecanismo mejor, haber medido con los mismos criterios lo sucedido en la primera y en la segunda mitad del siglo XIX.
En el primer caso, sabemos bien, había una masa crítica de ajedrecistas escasa, no se realizaban torneos y las partidas registradas corresponden a unas pocas plazas (París y Londres, especialmente y, a lo sumo, agregándose Viena, Berlín, Roma, Varsovia y San Petersburgo).
Diversamente, en la última mitad de esa centuria, la actividad se fue tornando creciente, incluyéndose competencias al otro lado del Atlántico, con cada vez más ajedrecistas (la masa mayor genera, usualmente, al menos en ajedrez ello se ha dado, una mayor calidad) y la consagración de los torneos internacionales con presencias no sólo de jugadores locales, más la aparición de los matches por el título del mundo.
La mejora en los sistemas de transportes, que facilitaron los traslados, el avance en cuestiones sanitarias y de expectativa de vida, una economía general menos acuciante (que permitía invertir las energías en otras preocupaciones), la generación de cierto profesionalismo (que facilitó el sustento de los ajedrecistas que se dedicaron a ello), fueron todos factores virtuosos que facilitaron ese estado de cosas que aseguró una mayor y mejor competitividad conforme avanzaba el siglo.
En esta mirada, un Dubois, por citar un caso, como príncipe del ajedrez, deberá ser admitido bajo los criterios objetivos sustentados pero, desde luego, esa condición nos resulta del todo intuitivamente exagerada (máxime si se la compara con valores posteriores). Un jugador de esa categoría, muy improbablemente hubiera alcanzado el lauro principesco ya una década, o hasta quizás un lustro, más tarde, a medida que los rankings mundiales van tomando más cuerpo y verosimilitud con el paso del tiempo.
En esas condiciones, los sistemas de mediciones registran una actividad ajedrecística más nutrida desde lo cuantitativo, y más apreciable desde lo cualitativo.
Por eso los rankings, tanto los de EDO como los de Chessmetrics, se van robusteciendo y perfeccionando con lo que, las figuras que se consideran reyes sin corona o príncipes de ajedrez de los períodos nuevos, que son más pujantes, pueden ser reputadas como del todo incontrovertibles. Y del todo menos especulativas o cuestionables en el cotejo con lo acontecido en tiempos precedentes.
Estas aclaraciones, que valen para los príncipes del ajedrez, no son aplicables para los reyes sin corona. Son del todo indiscutibles, por cierto, los siguientes nombres: Philidor (que viene del siglo XVIII y que nunca participó en torneo alguno, pese a lo cual fue ampliamente superior respecto de todos sus contemporáneos), Deschapelles, La Bourdonnais, Staunton, von der Lasa, Anderssen, Morphy. Ellos, bajo, cualquier mirada, brillaron con luz propia, pasando a ser parte de lo mejor que ha sabido dar el ajedrez.
En un contexto de actividad ajedrecística más sustentable, por lo que quizás sólo a partir de ahora podríamos hablar de príncipes del ajedrez en estado de pureza, surge como prototípica figura el inglés Joseph Henry Blackburne (1841-1924), quien aparece en los listados de EDO como escolta de Steinitz, el primer campeón oficial, en 1873, reincidiendo en esa colocación de 1884 a 1887.
Ese fue su mejor año, ya que ganó en forma compartida con Steinitz, aunque perdió en el desempate, el fortísimo torneo de Viena, en el que quedaron atrás Anderssen, Rosenthal, Paulsen, Bird, entre varios otros.
Allí se lo bautizó con el seudónimo de “La muerte negra”, en mérito a sus furibundos ataques (era un jugador esencialmente romántico), un nombre algo inconveniente si se recuerda que remite a la peste bubónica que asoló a Europa en el siglo XIV.
Chessmetrics ratifica el criterio, extendiéndolo en el tiempo, ya que lo ubica a Blackburne como el N° 2 del planeta a lo largo de setenta y siete (77) meses, en forma no consecutiva, entre septiembre de 1873 y febrero de 1889. En esos extremos serán Steinitz y Gunsberg los únicos que lo antecedan en la consideración.
Blackburne fue campeón británico en varias oportunidades (la primera vez a los 27 años de edad, la última ¡a los 72!). En su historial hay triunfos sobre Steinitz, Anderssen, Chigorin, Pillsbury, Tarrasch, Zukertort, Lasker (cuando tenía 58 años y el alemán era el campeón del mundo) y todos los mejores jugadores de su época.
En 1862-3 había caído en un match contra Steinitz, con un triunfo, siete derrotas y dos tablas, aunque esos eran sus comienzos como jugador (arribó al ajedrez en forma algo tardía).
Pero, ya asentado en su carrera, aún más estrepitosamente pierde en una confrontación que se realiza en 1876, cuando la cuenta fue de 7 a 0 (sin tablas). En ambos casos Londres fue el escenario.
Una contribución especial que se le debe al inglés es la de la introducción de los relojes, en un primer momento de arena, los que propuso para evitar los encuentros prolongados que se extendían inconvenientemente, muchas veces en más de una jornada.
Imagen de Joseph Blackburne
Nos referimos a la existencia de jugadores muy valiosos que, siendo de la parte más encumbrada de la élite mundial, no llegaron a lo más alto por el simple expediente de que tuvieron la barrera infranqueable de algún otro gran ajedrecista, y tan sólo uno, que concentró las miradas en cada tiempo. Son los que aquí se bautizarán con el concepto de príncipes del ajedrez.
Es una categoría novedosa, empleándose para su conceptualización un término que se acuña siguiendo la respectiva orden del linaje de una monarquía algo improbable (en tiempos más republicanos) pero que, de todos modos, tiene un poderoso peso simbólico de cara a su explicitación.
Para practicar el estudio sistemático del caso, se habrán de emplear tres sistemas de mediciones diversos. El ELO oficial, que provee desde el último tercio del siglo XX la FIDE, y otros dos que son construcciones que contemplan especialmente periodos previos, que tienen un tono más informal y de algún modo experimental. Si bien presentan debilidades metodológicas, que por momentos empañan su validez, deben ser tenidos necesariamente en cuenta en ausencia de otros indicadores que resulten más confiables.
El primero de éstos es el que proporciona EDO: Edo Historical Chess Ratings (ver link) que, si bien arranca unos años antes (en 1811), comienza a tomar cuerpo con nóminas relativamente nutridas de ajedrecistas (que al principio apenas supera el número de una decena), en la década del 20 del siglo XIX, cuando reinaban los franceses Louis-Charles Mahé de la Bourdonnais (1795-1840) y Alexandre -Louis-Honoré-Lebreton Deschapelles (1780-1847). EDO producirá estadísticas hasta 1921.
El otro sistema de medición oficioso es el que lleva el nombre de Chessmetrics (ver link), que comienza algo más tarde (en enero de 1843), pero que se extiende bastante más (hasta diciembre de 2004). Por lo que convivirá con EDO, al principio, y con el ELO sobre el cierre de sus mediciones. Aunque, en cierto prolongado momento, se convierte una fuente de consulta única y, por ende, insustituible
Tras el predominio de los franceses, y de quienes frecuentaban el célebre Café de la Régence de París, en la primera porción del siglo XIX, recién en los años 40 del siglo XIX aparecerán, y ambos sistemas más antiguos así lo sindicarán, el inglés Howard Staunton (1810-1874) y el alemán Tassilo von Heydebrand und der Lasa (1818-1899).
Ello acontece hasta que se produce, ya en la segunda mitad de la centuria, la frenética irrupción del norteamericano Paul Charles Morphy (1837-1884), quien revolucionaría las estadísticas y la historia del ajedrez.
Son tiempos, también, de otro germano, Adolf Anderssen (1818-1879), vencedor del primer torneo de la historia moderna del ajedrez.
Todos ellos fueron oportunamente incluidos en la nómina de reyes sin corona del ajedrez. Con una salvedad, tal vez Morphy merezca un escalón superior: el de emperador del ajedrez.
Comencemos a analizar otros casos, pues. Concentrando la mirada en lo acontecido precisamente a mediados del siglo XIX, tenemos al inglés Henry Thomas Buckle (1821-1862) un notorio historiador (universal y no estrictamente ajedrecístico).
Buckle, durante el último mes de 1849 y el primero de 1850, para Chessmetrics, incluso encabeza el ranking mundial. En febrero de este año pasa al segundo escalón, el cual ya había ocupado entre los meses de octubre y diciembre del precedente. Luego irá descendiendo progresiva y sistemáticamente; hasta desaparecer.
EDO, empero, apenas lo considera sexto en 1847 y 1848. En esos años registra triunfos ante Bird, Anderssen, Löwenthal y Kieseritzky, todas figuras notables de la época.
Adelantemos un criterio que habremos de fijar a lo largo de este trabajo. Es obvio que, una destacada posición en el ranking, que sea de índole esporádica, no garantiza que estemos en presencia de un príncipe del ajedrez. Esa circunstancia puede deberse a una situación excepcional y no a una más consistente fortaleza evidenciada (y medida) en el nivel del juego.
Imagen de Henry Buckle
Por convención, habremos de exigir que ello suceda a lo largo de seis (6) meses, consecutivos o alternados. Y que el candidato de marras ocupe, en ese mínimo lapso establecido, la posición N° 1 o 2 en los respectivos listados mundiales. Bajo estas condiciones, entonces, vemos que Buckle alcanza el birrete principesco.
Otra personalidad a destacar, en periodo algo posterior, es la del italiano Serafino Dubois quien, pese a ser usualmente poco recordado, durante treinta (30) meses, es decir dos años y medio, fue el N° 1 del planeta, siempre para Chessmetrics, lo que aconteció entre los años 1856 y 1858. Dejó la cima ante la aparición de Morphy. Es sexto, por otro lado, como punto más alto, para EDO, ente los años 1854 y 1856 y, de nuevo, en 1861.
Dubois fue otro de los parroquianos habituales del Café de la Régence donde comenzó a evidenciar sus dotes para el juego. Aunque, en prueba de su moderado nivel, fue derrotado por el local Louis Simeon Lecrivain (1798-1869), un jugador de segundo orden.
Por falta de sponsor, no pudo confrontar en el Torneo de Londres de 1851, oportunidad que hubiera constituido una buena vidriera para reconocer los alcances de su auténtico valor ajedrecístico en tiempos en los que, como las competencias internacionales no eran habituales, las mediciones a la hora de la conformación de los rankings pueden resultar del todo discutibles. Sin embargo cumple con las condiciones requeridas, y con creces, por lo que debemos adjudicarle a Dubois el mote de príncipe del ajedrez.
Imagen de Serafino Dubois
Una situación similar, aunque de mayor gravitación en términos ajedrecísticos, es la representada por el alemán Daniel Harrwitz (1823-1884) quien, también, fue N° 1 del mundo para Chessmetrics a lo largo de treinta y ocho (38) meses entre 1853 y 1856. EDO lo ubica N° 3 del mundo en 1860.
Antecedió en esos listados, que lo tenían al tope, a muchas celebridades, entre las que se cuentan von der Lasa, Staunton, Kieseritzky y el propio Anderssen (con quien empató un match en 1848).
Tanto Anderssen cuanto Harrwitz, nacieron en Breslau, esa ciudad que, siendo de Silesia, y por ende alemana, tras la Segunda Guerra Mundial quedó en territorio polaco, transformándose en la hermosa Wroclaw.
Con el tiempo Harrwitz se mudó a Inglaterra donde jugó y fundó la célebre revista British Chess Review.
Llegó a enfrentar a Morphy en París, con quien perdió un match que, si bien se resolvió por su abandono (por razones de salud), le era muy desfavorable en el marcador. No obstante, logró derrotar al norteamericano en dos ocasiones en el comienzo de la contienda. Harrwitz es otro príncipe del ajedrez.
Imagen de Daniel Harrwitz, príncipe del ajedrez
Otro teutón, Ludwig (Louis, nombre que adoptó al emigrar a los EEUU) Paulsen (1833-1891) es posicionado como el N° 3 del planeta por EDO en 1860, y en años siguientes, cuando sólo era precedido por Morphy. Chessmetrics lo eleva al tope de los listines en el transcurso de treinta y nueve (39) meses entre abril de 1862 y julio de 1878.
Morphy lo relegó a Paulsen al segundo puesto del denominado Congreso de Ajedrez Americano (antecesor del campeonato norteamericano) en su primera edición disputada en 1857. Allí el germano sucumbió ante su rival en el match final (la prueba se desarrolló por eliminación), tras obtener en esa instancia un triunfo, sufrir cinco derrotas y alcanzar dos empates.
Si Paulsen es por lo pronto claramente un príncipe del ajedrez, al haber sido alternativamente relegado por Morphy y Steinitz, y por nadie más, podría analizarse, en estas circunstancias, si podría incluso revisarse el criterio y elevarlo a la consideración de rey sin corona ya que, comparativamente, en su momento se incluyó en la misma a otros jugadores, relativamente contemporáneos, que estuvieron como N° 1 del ranking por periodos menos prolongados.
Imagen de Ludwig Paulsen
Veamos, entonces, lo sucedido con el estonio-francés Lionel Kieseritzky, N° 1 de Chessmetrics en veintitrés (23) meses, entre 1849 y 1851, años en los que EDO lo ubica entre el sexto y séptimo lugar del escalafón; y con el eslovaco Ignác Kolisch, N° 1 en aquella medición, correspondiente a diecisiete (17) meses, entre 1867 y 1868, cuando EDO, en el primer año, lo sindica como escolta de Morphy, cosa que también hizo en los dos años precedentes.
Paulsen merece, en mirada comparativa, igual tratamiento que Kieserizky y Kolisch. Pero, en presencia del genial Morphy, lo que vale para aquél, también se extiende a los otros dos: luce del todo exagerado ungirlos, consecuentemente, como reyes sin corona. Les cabe, mejor, el birrete de príncipes de ajedrez. Y ello no es poco. Máxime en presencia del genial norteamericano.
Imágenes de Lionel Kieseritzky (a la izquierda) e Ignác Kolisch, reevaluados como príncipes de ajedrez
En tren de revisión, veamos el caso de Tassilo von der Lasa. En su caso, puede y debe ser ratificado como rey sin corona, ya que EDO lo coloca como el N° 1 entre los años 1847 y 1849, es decir antes de la aparición de Morphy en el firmamento ajedrecístico. Por lo que no se ensombreció lo producido por el alemán.
Una última aclaración sobre este tema, también habría que retrotraer al rango de príncipe del ajedrez al ruso Aleksandr Petrov quien, muy curiosamente, y seguramente equivocadamente, es declarado N° 1 para EDO de 1811 a 1817…cuando su fecha de nacimiento corresponde a 1794. Creemos que se trata de una inadecuada apropiación, que es necesario ahora enmendar.
El ruso, bastante más tarde, y del todo más probablemente, por razones de edad personal, aparece como N° 2 del mundo para EDO en 1857, detrás de Morphy, y delante de Anderssen, Staunton y Paulsen. Un príncipe del ajedrez Petrov más no, como se expresó en su momento, un rey sin corona.
Imagen de Aleksandr Petrov, resignificado como príncipe del ajedrez
Los alemanes, y ya tenemos los casos de los reyes sin corona Anderssen y von der Lasa como tales, seguirán primando en esos años. Además de los príncipes Harrwitz y Paulsen, hay que analizar lo hecho en contemporaneidad por otros dos de sus compatriotas.
Primero, veamos lo producido por Berthold Suhle (1837-1904), quien también es N° 1 para Chessmetrics por veinte (20) meses, entre 1865 y 1867, adelantándose, ¡nada menos!, que a Paulsen, Steinitz, Anderssen, Bird y Kolisch. EDO lo introduce en el tercer lugar en el primero de esos años.
Sin embargo, en esa clasificación ha influido la consideración de un resultado deportivo que le fue muy favorable, frente a un jugador poco reconocido de su país, Philipp Hirschfeld (1840-1896). En otra moderación de su real fuerza, se sabe que participó a lo largo de su carrera en pocos torneos.
Otro integrante de esta cohorte germana es Gustav Richard Ludwig Neumann (1838-1881), quien ostenta un interesante récord: el de haber obtenido el primer resultado perfecto (documentado) ya que, en 1865, logró la victoria en el Berliner Schachgesellschaft (Club de Ajedrez de Berlín), con treinta y cuatro cotejos ganados (sin derrotas ni empates).
Neumann fue el N° 1 en dieciocho (18) meses para Chessmetrics, entre los años 1868 y 1870, quedando relegados, entre otros, Anderssen, Kolisch, Paulsen, Zukertort y el mismísimo Steinitz. EDO, a su vez, lo ubica N° 3 desde 1867 a 1868 y desde 1870 a 1872.
Su destino fue ingrato: lo aquejaría una enfermedad mental una clase de mal que, lamentablemente, afectó a lo largo del tiempo a varios connotados ajedrecistas.
Imagen de Gustav Neumann
Más allá de la subjetiva fuerza ajedrecística que se les pueda asignar a estos jugadores, este binomio alemán integrada por Suhle y Neumann, cumplen con las condiciones fijadas por lo que deberán ser considerados príncipes del ajedrez.
La subjetividad en las apreciaciones tiene una base del todo razonable: cuanto más nos retrotraemos en el tiempo, además de listados menos nutridos de jugadores, existían menos competencias internacionales, por lo que los guarismos que van concediendo tanto EDO como Chessmetrics tienen sesgos y, eventualmente, inconsistencias.
Para más, los torneos internacionales modernos comienzan a darse, cada vez con más frecuencia además, a partir del realizado en Londres en 1851. Antes, los jugadores confrontaban en encuentros, muchas veces casuales, o en matches acordados (y no siempre fiscalizados), o participaban en exhibiciones, hasta jugaban dándose ventaja de material (en partidas por ende asimétricas y no convencionales).
Por eso, con el transcurrir del tiempo, los reyes sin corona o príncipes del ajedrez, tendrán un mayor sustento objetivable, en la medida en que correspondan a adjudicaciones de esos caracteres sustentados en guarismos calculados en forma más tardía.
Estas cuestiones no deben ser olvidadas. Por eso, tal vez sea algo impropio, aunque no hemos hallado un mecanismo mejor, haber medido con los mismos criterios lo sucedido en la primera y en la segunda mitad del siglo XIX.
En el primer caso, sabemos bien, había una masa crítica de ajedrecistas escasa, no se realizaban torneos y las partidas registradas corresponden a unas pocas plazas (París y Londres, especialmente y, a lo sumo, agregándose Viena, Berlín, Roma, Varsovia y San Petersburgo).
Diversamente, en la última mitad de esa centuria, la actividad se fue tornando creciente, incluyéndose competencias al otro lado del Atlántico, con cada vez más ajedrecistas (la masa mayor genera, usualmente, al menos en ajedrez ello se ha dado, una mayor calidad) y la consagración de los torneos internacionales con presencias no sólo de jugadores locales, más la aparición de los matches por el título del mundo.
La mejora en los sistemas de transportes, que facilitaron los traslados, el avance en cuestiones sanitarias y de expectativa de vida, una economía general menos acuciante (que permitía invertir las energías en otras preocupaciones), la generación de cierto profesionalismo (que facilitó el sustento de los ajedrecistas que se dedicaron a ello), fueron todos factores virtuosos que facilitaron ese estado de cosas que aseguró una mayor y mejor competitividad conforme avanzaba el siglo.
En esta mirada, un Dubois, por citar un caso, como príncipe del ajedrez, deberá ser admitido bajo los criterios objetivos sustentados pero, desde luego, esa condición nos resulta del todo intuitivamente exagerada (máxime si se la compara con valores posteriores). Un jugador de esa categoría, muy improbablemente hubiera alcanzado el lauro principesco ya una década, o hasta quizás un lustro, más tarde, a medida que los rankings mundiales van tomando más cuerpo y verosimilitud con el paso del tiempo.
En esas condiciones, los sistemas de mediciones registran una actividad ajedrecística más nutrida desde lo cuantitativo, y más apreciable desde lo cualitativo.
Por eso los rankings, tanto los de EDO como los de Chessmetrics, se van robusteciendo y perfeccionando con lo que, las figuras que se consideran reyes sin corona o príncipes de ajedrez de los períodos nuevos, que son más pujantes, pueden ser reputadas como del todo incontrovertibles. Y del todo menos especulativas o cuestionables en el cotejo con lo acontecido en tiempos precedentes.
Estas aclaraciones, que valen para los príncipes del ajedrez, no son aplicables para los reyes sin corona. Son del todo indiscutibles, por cierto, los siguientes nombres: Philidor (que viene del siglo XVIII y que nunca participó en torneo alguno, pese a lo cual fue ampliamente superior respecto de todos sus contemporáneos), Deschapelles, La Bourdonnais, Staunton, von der Lasa, Anderssen, Morphy. Ellos, bajo, cualquier mirada, brillaron con luz propia, pasando a ser parte de lo mejor que ha sabido dar el ajedrez.
En un contexto de actividad ajedrecística más sustentable, por lo que quizás sólo a partir de ahora podríamos hablar de príncipes del ajedrez en estado de pureza, surge como prototípica figura el inglés Joseph Henry Blackburne (1841-1924), quien aparece en los listados de EDO como escolta de Steinitz, el primer campeón oficial, en 1873, reincidiendo en esa colocación de 1884 a 1887.
Ese fue su mejor año, ya que ganó en forma compartida con Steinitz, aunque perdió en el desempate, el fortísimo torneo de Viena, en el que quedaron atrás Anderssen, Rosenthal, Paulsen, Bird, entre varios otros.
Allí se lo bautizó con el seudónimo de “La muerte negra”, en mérito a sus furibundos ataques (era un jugador esencialmente romántico), un nombre algo inconveniente si se recuerda que remite a la peste bubónica que asoló a Europa en el siglo XIV.
Chessmetrics ratifica el criterio, extendiéndolo en el tiempo, ya que lo ubica a Blackburne como el N° 2 del planeta a lo largo de setenta y siete (77) meses, en forma no consecutiva, entre septiembre de 1873 y febrero de 1889. En esos extremos serán Steinitz y Gunsberg los únicos que lo antecedan en la consideración.
Blackburne fue campeón británico en varias oportunidades (la primera vez a los 27 años de edad, la última ¡a los 72!). En su historial hay triunfos sobre Steinitz, Anderssen, Chigorin, Pillsbury, Tarrasch, Zukertort, Lasker (cuando tenía 58 años y el alemán era el campeón del mundo) y todos los mejores jugadores de su época.
En 1862-3 había caído en un match contra Steinitz, con un triunfo, siete derrotas y dos tablas, aunque esos eran sus comienzos como jugador (arribó al ajedrez en forma algo tardía).
Pero, ya asentado en su carrera, aún más estrepitosamente pierde en una confrontación que se realiza en 1876, cuando la cuenta fue de 7 a 0 (sin tablas). En ambos casos Londres fue el escenario.
Una contribución especial que se le debe al inglés es la de la introducción de los relojes, en un primer momento de arena, los que propuso para evitar los encuentros prolongados que se extendían inconvenientemente, muchas veces en más de una jornada.
Imagen de Joseph Blackburne