supaeltriste
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¡En Rostro sin Máscara estamos de celebración! ¿Cómo íbamos a ignorar que tal día como hoy, hace 141 años, el mundo acogió el nacimiento del gran genocida Winston Churchill?
«El objetivo de la Segunda Guerra Mundial fue revivir el espíritu humano.»
– Winston Churchill
«Mientras la guerra sea considerada como mala, conservará su fascinación. Cuando sea tenida por vulgar, cesará su popularidad.»
– Oscar Wilde
Redactado por: Patricia Fernández Fernández.
Seguramente todos le conozcáis ya, pero por si aún queda en algún lugar alguien que se resista a su insigne figura, fue aquel ilustre político que ejerció como Primer Ministro del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial; aquel notable estadista y orador, oficial del Ejército Británico, escritor, historiador e incluso «artista» (me siento obligada a entrecomillarlo puesto que esta consideración es sencillamente absurda, risible). Además, fue laureado con el Premio Nobel de Literatura en 1953, 12 años antes de su muerte, por sus Memorias. Vayamos donde vayamos encontraremos lo que la versión oficial se ha encargado de hacernos creer durante décadas: la idea de un gran hombre de mando que comandó honrada y hábilmente a su nación durante el mayor conflicto bélico del siglo XX. Y al margen de su faceta política nos topamos con un ágil, ácido y mordaz pensador poseedor de un gran ingenio. Sin duda, estamos ante uno de los personajes más importantes del pasado siglo, un ejemplo brillante de valerosidad y genialidad. Todo son halagos para Sir Winston… excepto aquí.
Podríamos desmenuzar uno a uno los desastres y crímenes de guerra acaecidos a instancias de este personaje o aquellos a los que prestó apoyo directo, puesto que el historial de este despiadado asesino daría para una serie completa de documentales al más puro estilo ‘Jara y sedal’. Podríamos hablar del Plan Morgenthau, de su firme iniciativa de lanzar miles de bombas bacteriológicas sobre Alemania una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial con el fin de exterminar a su población, del terrible caso de la ciudad de Dresde, de su apoyo a los bombardeos de Japón y la sarta de mentiras con que intentó convencer a la población de la inevitabilidad y poca importancia de «sólo» unos cientos de miles de muertos y mutilados. Podríamos dedicar muchísimos entradas a estas cuestiones y a otras tantas que sacan a relucir sus peores sombras (y no me cabe duda de que trataremos algunas de ellas con el tiempo), pero esta vez nos gustaría ejemplificar la bajeza de este «gran héroe» a través de la gran hambruna de Bengala de 1943, un desastre de proporciones bíblicas que ha caído en el olvido y que, a título personal, necesito rescatar para dignificar humildemente las muertes de tantas personas inocentes que tuvieron la desgracia de encontrarse en el lugar y el momento inadecuados.
Encontrar información acerca de los acontecimientos es complicado, especialmente si buscamos datos más concretos en español. No obstante, intentaré explicar lo sucedido de la mejor forma posible:
A modo de contextualización geográfica e histórica, Bengala es una región ubicada en el Noreste de la India que durante muchos años estuvo bajo dominio del Imperio Británico. En tiempos de la Segunda Guerra Mundial, el conjunto del pueblo indio fue salvajemente explotado en beneficio del esfuerzo bélico aliado. Sus empresas fueron reconvertidas en empresas de fabricación de armas y municiones y se prohibió la producción de bienes básicos para la población civil, incluso los de primerísima necesidad.
En la primavera de 1943 Japón invadió Birmania y cortó una importantísima vía de suministro de arroz a Bengala. Además, al bloqueo birmano se sumó el hecho de que la mayor parte de cosechas de arroz se perdieron a causa del ciclón que en otoño de 1942 azotó la costa de la zona Noroeste de la India. Por si esto fuera poco, «el Gobierno de Londres requisó casi todo el arroz y otros alimentos ubicados en Bengala para llevarlos hasta Oriente Medio y Egipto, donde se ubicaba el grueso de las tropas británicas que por aquel entonces intentaban a duras penas defender el Canal de Suez del ejército ítalo-germano. El arroz se llevó al Norte de África como estaba previsto, pero también la cantidad exportada se incrementó para el nuevo frente abierto en Marruecos y Argelia tras la «Operación Torch» y a los soldados basados en Ceilán, isla en la que pensaban se realizaría un desembarco japonés que jamás tuvo lugar. Esta política dejó a Bengala prácticamente sin subsistencias para el próximo año. Por si fuera poco todos los barcos de carga bengalíes, otra de las fuentes alimenticias de la provincia, fueron hundidos por los mismos británicos para bloquear los canales de Arakán, temiendo que se pudieran infiltrar submarinos japoneses por sus aguas. Además los ingleses se llevaron de la provincia los parques motorizados de suministros, siendo la mayoría desmantelados y todos los vehículos como camiones, coches y motocicletas enviados al frente de Assam, incluyendo los elefantes de carga. Para empeorar todavía más las cosas numerosas tierras de cultivo fueron expropiadas a campesinos indios y convertidas en aeródromos con los que bombardear el Sudeste Asiático.»
A estos acontecimientos se sumó el hecho de que por casualidad se disolvieron todas las organizaciones políticas y sociales indias entre el verano y el otoño de 1942. Los altos miembros del Partido del Congreso Indio que reclamaba la independencia (como Mahatma Gandhi o Jawaharlal Nehru) fueron arrestados y encarcelados. Como consecuencia de ello se produjeron una serie de protestas y rebeliones que terminaron siendo aplastadas con violencia. En escasas semanas los británicos ejecutaron a 2.500 personas e hicieron prisioneras a 66.000 más.
El Imperio Británico, alertado de esta situación, ignoró a Bengala y se negó a prestarles ayuda. El Gabinete de Guerra liderado por Sir Winston hizo caso omiso a un pueblo que se estaba murieron literalmente de hambre. Siendo claros, entre enero de 1943 y el verano de 1944 más de 3 millones de bengalíes habían muerto. Cuando la magnitud del brutal genocidio se hizo latente y los administradores británicos de la India acudieron en auxilio, el genocida que nos ocupa se negó en rotundo a prestarles ayuda aduciendo lo siguiente: «Si están muriendo tantos indios de hambre ¿cómo es que Gandhi no se ha muerto todavía?» Además, afirmó fría y tajantemente que la hambruna que estaban sufriendo era problema suyo «porque procreaban como conejos».
Cabe destacar que quien acompañaba a Churchill en la toma de decisiones sobre este asunto no era otro que Lord Cherwell, otro cabronazo de mucho cuidado.
La población bengalí comenzó a peregrinar a otras ciudades en busca de caridad: Medinapur, Dacca o Kolkata acogían a diario a decenas de miles de hambrientos. En su libro “La guerra secreta de Churchill”, la periodista Madhusree Mukerjee cuenta que «amanecían niños abandonados en los hospitales… cada día morían sin atención decenas de personas ahí, entre las casas.» Creo que las imágenes hablan por sí solas y son el mejor testimonio del horror al que el pueblo bengalí se vio arrastrado.
No me cabe duda de que si el instigador de todo esto hubiese sido Adolf Hitler, Benito Mussolini o Francisco Franco todo el mundo se rasgaría las vestiduras, les maldeciría una y mil veces, lloraría aun a día de hoy por estos muertos y pediría justicia con mayúsculas. Pero como el artífice de este horror fue el que nos ocupa y la versión única de esta Guerra (que exime a los países aliados de cometer los peores actos que imaginarse puedan) se ha esforzado por ocultar tan bien todo esto, ¿quién recuerda ahora esta historia? ¿Quién pide justicia, quién llora por los 3 millones de hombres, mujeres y niños que murieron de inanición mientras Churchill engordaba como un cerdo y dirigía el cotarro desde su sillón de cuero? ¿Quién? ¿Y quién puede tener la poca vergüenza de atreverse a ensalzarle e intentar que nos traguemos todas esas patrañas en torno a su nombre?
Churchill declaró una vez que si hubiese podido conversar con alguien que estuviese a su mismo nivel en el plano intelectual su elegido sería Oscar Wilde. Siendo completamente sincera, me encuesta contener la risa ante tamaño atrevimiento. No sé si Oscar habría aceptado reunirse con Churchill: lo cierto es que, salvo por su estancia en la cárcel, no solía rodearse de asesinos. De haberse producido tal encuentro me habría fascinado escuchar a Wilde replicando con su estilo único, fresco, mordaz, fingidamente ingenuo, elegante y lúcido hasta el extremo a las estupideces y alardes de socarronería pronunciados por aquel.
Con esto quiero decir que Oscar se reiría en su cara sin que aquel se diese siquiera cuenta.
https://rostrosinmascara.wordpress.com/2015/11/30/winston-churchill-otro-genocida-sacralizado/
«El objetivo de la Segunda Guerra Mundial fue revivir el espíritu humano.»
– Winston Churchill
«Mientras la guerra sea considerada como mala, conservará su fascinación. Cuando sea tenida por vulgar, cesará su popularidad.»
– Oscar Wilde
Redactado por: Patricia Fernández Fernández.
Seguramente todos le conozcáis ya, pero por si aún queda en algún lugar alguien que se resista a su insigne figura, fue aquel ilustre político que ejerció como Primer Ministro del Reino Unido durante la Segunda Guerra Mundial; aquel notable estadista y orador, oficial del Ejército Británico, escritor, historiador e incluso «artista» (me siento obligada a entrecomillarlo puesto que esta consideración es sencillamente absurda, risible). Además, fue laureado con el Premio Nobel de Literatura en 1953, 12 años antes de su muerte, por sus Memorias. Vayamos donde vayamos encontraremos lo que la versión oficial se ha encargado de hacernos creer durante décadas: la idea de un gran hombre de mando que comandó honrada y hábilmente a su nación durante el mayor conflicto bélico del siglo XX. Y al margen de su faceta política nos topamos con un ágil, ácido y mordaz pensador poseedor de un gran ingenio. Sin duda, estamos ante uno de los personajes más importantes del pasado siglo, un ejemplo brillante de valerosidad y genialidad. Todo son halagos para Sir Winston… excepto aquí.
Podríamos desmenuzar uno a uno los desastres y crímenes de guerra acaecidos a instancias de este personaje o aquellos a los que prestó apoyo directo, puesto que el historial de este despiadado asesino daría para una serie completa de documentales al más puro estilo ‘Jara y sedal’. Podríamos hablar del Plan Morgenthau, de su firme iniciativa de lanzar miles de bombas bacteriológicas sobre Alemania una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial con el fin de exterminar a su población, del terrible caso de la ciudad de Dresde, de su apoyo a los bombardeos de Japón y la sarta de mentiras con que intentó convencer a la población de la inevitabilidad y poca importancia de «sólo» unos cientos de miles de muertos y mutilados. Podríamos dedicar muchísimos entradas a estas cuestiones y a otras tantas que sacan a relucir sus peores sombras (y no me cabe duda de que trataremos algunas de ellas con el tiempo), pero esta vez nos gustaría ejemplificar la bajeza de este «gran héroe» a través de la gran hambruna de Bengala de 1943, un desastre de proporciones bíblicas que ha caído en el olvido y que, a título personal, necesito rescatar para dignificar humildemente las muertes de tantas personas inocentes que tuvieron la desgracia de encontrarse en el lugar y el momento inadecuados.
Encontrar información acerca de los acontecimientos es complicado, especialmente si buscamos datos más concretos en español. No obstante, intentaré explicar lo sucedido de la mejor forma posible:
En la primavera de 1943 Japón invadió Birmania y cortó una importantísima vía de suministro de arroz a Bengala. Además, al bloqueo birmano se sumó el hecho de que la mayor parte de cosechas de arroz se perdieron a causa del ciclón que en otoño de 1942 azotó la costa de la zona Noroeste de la India. Por si esto fuera poco, «el Gobierno de Londres requisó casi todo el arroz y otros alimentos ubicados en Bengala para llevarlos hasta Oriente Medio y Egipto, donde se ubicaba el grueso de las tropas británicas que por aquel entonces intentaban a duras penas defender el Canal de Suez del ejército ítalo-germano. El arroz se llevó al Norte de África como estaba previsto, pero también la cantidad exportada se incrementó para el nuevo frente abierto en Marruecos y Argelia tras la «Operación Torch» y a los soldados basados en Ceilán, isla en la que pensaban se realizaría un desembarco japonés que jamás tuvo lugar. Esta política dejó a Bengala prácticamente sin subsistencias para el próximo año. Por si fuera poco todos los barcos de carga bengalíes, otra de las fuentes alimenticias de la provincia, fueron hundidos por los mismos británicos para bloquear los canales de Arakán, temiendo que se pudieran infiltrar submarinos japoneses por sus aguas. Además los ingleses se llevaron de la provincia los parques motorizados de suministros, siendo la mayoría desmantelados y todos los vehículos como camiones, coches y motocicletas enviados al frente de Assam, incluyendo los elefantes de carga. Para empeorar todavía más las cosas numerosas tierras de cultivo fueron expropiadas a campesinos indios y convertidas en aeródromos con los que bombardear el Sudeste Asiático.»
A estos acontecimientos se sumó el hecho de que por casualidad se disolvieron todas las organizaciones políticas y sociales indias entre el verano y el otoño de 1942. Los altos miembros del Partido del Congreso Indio que reclamaba la independencia (como Mahatma Gandhi o Jawaharlal Nehru) fueron arrestados y encarcelados. Como consecuencia de ello se produjeron una serie de protestas y rebeliones que terminaron siendo aplastadas con violencia. En escasas semanas los británicos ejecutaron a 2.500 personas e hicieron prisioneras a 66.000 más.
El Imperio Británico, alertado de esta situación, ignoró a Bengala y se negó a prestarles ayuda. El Gabinete de Guerra liderado por Sir Winston hizo caso omiso a un pueblo que se estaba murieron literalmente de hambre. Siendo claros, entre enero de 1943 y el verano de 1944 más de 3 millones de bengalíes habían muerto. Cuando la magnitud del brutal genocidio se hizo latente y los administradores británicos de la India acudieron en auxilio, el genocida que nos ocupa se negó en rotundo a prestarles ayuda aduciendo lo siguiente: «Si están muriendo tantos indios de hambre ¿cómo es que Gandhi no se ha muerto todavía?» Además, afirmó fría y tajantemente que la hambruna que estaban sufriendo era problema suyo «porque procreaban como conejos».
Cabe destacar que quien acompañaba a Churchill en la toma de decisiones sobre este asunto no era otro que Lord Cherwell, otro cabronazo de mucho cuidado.
La población bengalí comenzó a peregrinar a otras ciudades en busca de caridad: Medinapur, Dacca o Kolkata acogían a diario a decenas de miles de hambrientos. En su libro “La guerra secreta de Churchill”, la periodista Madhusree Mukerjee cuenta que «amanecían niños abandonados en los hospitales… cada día morían sin atención decenas de personas ahí, entre las casas.» Creo que las imágenes hablan por sí solas y son el mejor testimonio del horror al que el pueblo bengalí se vio arrastrado.
No me cabe duda de que si el instigador de todo esto hubiese sido Adolf Hitler, Benito Mussolini o Francisco Franco todo el mundo se rasgaría las vestiduras, les maldeciría una y mil veces, lloraría aun a día de hoy por estos muertos y pediría justicia con mayúsculas. Pero como el artífice de este horror fue el que nos ocupa y la versión única de esta Guerra (que exime a los países aliados de cometer los peores actos que imaginarse puedan) se ha esforzado por ocultar tan bien todo esto, ¿quién recuerda ahora esta historia? ¿Quién pide justicia, quién llora por los 3 millones de hombres, mujeres y niños que murieron de inanición mientras Churchill engordaba como un cerdo y dirigía el cotarro desde su sillón de cuero? ¿Quién? ¿Y quién puede tener la poca vergüenza de atreverse a ensalzarle e intentar que nos traguemos todas esas patrañas en torno a su nombre?
Churchill declaró una vez que si hubiese podido conversar con alguien que estuviese a su mismo nivel en el plano intelectual su elegido sería Oscar Wilde. Siendo completamente sincera, me encuesta contener la risa ante tamaño atrevimiento. No sé si Oscar habría aceptado reunirse con Churchill: lo cierto es que, salvo por su estancia en la cárcel, no solía rodearse de asesinos. De haberse producido tal encuentro me habría fascinado escuchar a Wilde replicando con su estilo único, fresco, mordaz, fingidamente ingenuo, elegante y lúcido hasta el extremo a las estupideces y alardes de socarronería pronunciados por aquel.
Con esto quiero decir que Oscar se reiría en su cara sin que aquel se diese siquiera cuenta.
https://rostrosinmascara.wordpress.com/2015/11/30/winston-churchill-otro-genocida-sacralizado/