A diferencia de las tallas planas o de los bajorrelieves, esta representación tridimensional y a tamaño natural de la diosa revela interesantes rasgos de su atuendo. En la cabeza no lleva un sombrero de señora, sino un casco especial; sobresaliendo de él, a ambos lados, y adaptándose a las orejas, hay unos objetos que le recuerdan a uno los auriculares de un piloto. En el cuello y sobre el pecho, la diosa lleva un collar de multitud de piedrecillas (probablemente preciosas); y en las manos sostiene un objeto cilíndrico que parece demasiado grueso y pesado como para ser un recipiente de agua.
Sobre una blusa semitransparente, dos correas le cruzan el pecho, llevando a la espalda, y sosteniendo en su lugar, una extraña caja de forma rectangular. La caja está estrechamente ceñida a la parte posterior del cuello de la diosa, firmemente sujeta al casco con una correa horizontal. Fuese lo que fuese lo que la caja llevase dentro, debió de ser algo pesado, pues el artilugio precisa del apoyo adicional de dos grandes hombreras. El peso de la caja debió de incrementarse con una manguera que está conectada a su base con una abrazadera circular. El equipo completo de instrumentos se sostiene en su lugar con la ayuda de dos series de correas que entrecruzan la espalda y el pecho de la diosa.
El paralelismo entre los siete objetos que necesitaba Inanna para sus viajes aéreos y el vestuario y los objetos que lleva la estatua de Mari (y, probablemente, también la otra mutilada que se encontró en el templo de Ishtar en Assur) es fácilmente demostrable. Vemos los «pendientes medidores» -los auriculares- en las orejas; las hileras o «cadenas» de piedrecillas alrededor del cuello; las «piedras gemelas» -las dos hombreras-, sobre los hombros; el «cilindro dorado» en las manos, y las correas que se entrecruzan en su pecho. Ciertamente, va vestida con una «vestimenta PALA» («vestimenta del soberano»), y en la cabeza lleva el casco SHU.GAR.RA, un término que, literalmente, significa «lo que hace ir lejos en el universo».
Todo esto nos sugiere que el atuendo de Inanna era el de un aeronauta o un astronauta.
El Antiguo Testamento llamaba a los «ángeles» del Señor malachim -literalmente, «emisarios», que llevaban los mensajes divinos y hacían cumplir los mandatos de Dios. Tal como se nos revela en multitud de casos, eran aviadores divinos: Jacob los vio subiendo una escalera celeste, a Agar (la concubina de Abraham) le hablaron desde el aire, y fueron ellos los que llevaron a cabo la destrucción aérea de Sodoma y Gomorra.
El relato bíblico de los sucesos que precedieron a la destrucción de las dos ciudades pecadoras ilustra el hecho de que estos emisarios eran, por una parte, antropomórficos en todos los aspectos, y, por otra, podían ser identificados como «ángeles» tan pronto se les observaba. Sabemos que su aparición era repentina. Abraham «levantó los ojos y, he aquí, que había tres individuos parados a su vera». Haciendo reverencias y diciéndoles «Mis Señores», les imploró, «no paséis de largo cerca de vuestro servidor», y los persuadió para que se lavaran los pies, descansaran y comieran.
Después de hacer lo que les pedía Abraham, dos de los ángeles (el tercer «hombre» resultó ser el mismo Señor) siguieron hasta Sodoma. Lot, el sobrino de Abraham, «estaba sentado a la puerta de Sodoma; al verlos, Lot se levantó a su encuentro y postrándose rostro en tierra, dijo: Ea, señores, por favor, desviaos hacia la casa de este servidor vuestro; hacéis noche, os laváis los pies y de madrugada seguís vuestro camino». Después, «él les preparó una comida, y comieron». Cuando la noticia de la llegada de los dos se difundió por la ciudad, «los sodomitas rodearon la casa, desde el mozo hasta el viejo, todo el pueblo sin excepción, llamaron a voces a Lot y le dijeron: ¿dónde están los hombres que han venido donde ti esta noche?»
¿Cómo eran estos hombres, que comían, bebían, dormían y se lavaban sus cansados pies, y que, no obstante, se les reconocía al instante como ángeles del Señor? La única explicación posible es que, lo que vestían -sus cascos o uniformes- o lo que portaban -sus armas-, les hacían reconocibles de inmediato. Ciertamente, es una posibilidad que llevaran unas armas muy características. Los dos «hombres» de Sodoma, a punto de ser linchados por la turba, «a los que estaban a la entrada de la casa les dejaron deslumbrados... y mal se vieron para encontrar la entrada». Y otro ángel, que en esta ocasión se le apareció a Gedeón, al haber sido elegido Juez en Israel, le dio una señal divina al tocar una roca con su bastón y hacer salir fuego de ella.
El equipo dirigido por Andrae aún descubrió otra representación atípica de Ishtar en su templo de Assur. Más como una escultura mural que como un relieve común, se veía a la diosa con un ajustado casco, con los «auriculares» extendidos, como si dispusieran de sus propias antenas planas, y llevando unas marcadas gafas que parecían formar parte del casco. (Fig. 61)
No hace falta decir que, cualquier hombre que viera a una persona -hombre o mujer- así vestida, se daría cuenta de inmediato de que se acababa de encontrar con un aeronauta divino.
Las figurillas de arcilla encontradas en lugares sumerios, y que se estima tienen 5000 años de antigüedad, bien podrían ser burdas representaciones de estos malachim con armas tipo varita mágica. En una de estas figurillas, se ve el rostro a través del visor del casco. En otra, el «emisario» lleva el clásico tocado cónico divino y un uniforme tachonado de objetos circulares cuya función se desconoce. (Figs. 62, 63)
Los protectores oculares o «gafas» de las figurillas constituyen un detalle de lo más interesante, porque el Oriente Próximo del cuarto milenio a.C. estaba literalmente inundado de figurillas abarquilladas que representaban, de forma estilizada, la parte superior de las deidades, exagerando su rasgo más prominente: un casco cónico con visores o gafas elípticas. (Fig. 64)
Se encontraron montones de figurillas como éstas en Tell Brak, un lugar prehistórico situado a orillas del río Khabur, el río en cuyas riberas vio Ezequiel el carro divino milenios más tarde.
Indudablemente, no es una mera casualidad que los hititas, conectados con Sumer y Acad a través de la zona del Khabur, adoptaran como señal escrita para designar a los dioses el símbolo un préstamo claro de las figurillas «de los ojos».
Tampoco resulta sorprendente que este símbolo o jeroglífico del «ser divino», expresado en estilos artísticos, llegara a dominar no sólo el arte de Asia Menor, sino también el de los primitivos griegos durante los períodos minoico y micénico. (Fig. 65)
Los textos antiguos indican que los dioses se ponían este atuendo especial no sólo para sus vuelos por los cielos terrestres, sino también para ascender a los distantes cielos. Hablando de sus ocasionales visitas a Anu en su Morada Celestial, la misma Inanna explicaba que podía llevar a cabo tales viajes porque «el mismo Enlil me abrochó el divino ME-atuendo alrededor de mi cuerpo». En el texto, se citan las palabras de Enlil, que le dice a la diosa:
Has alzado los ME,
te has atado los ME a las manos,
te has ceñido los ME,
te has sujetado los ME al pecho...
Oh Reina de todos los ME, Oh luz radiante
que con la mano agarra los siete ME.
Un primitivo soberano sumerio, que fue invitado por los dioses para ascender a los cielos, recibió el nombre de EN.ME.DUR. AN.Kl, que literalmente, significa «soberano cuyo me conecta Cielo y Tierra»- Una inscripción de Nabucodonosor II, en la que se describe la reconstrucción de un pabellón especial para el «carro celeste» de Marduk, afirma que éste formaba parte de la «casa fortificada de los siete me de Cielo y Tierra».
Los estudiosos tienen a los me por «objetos de poder divinos».
Sin embargo, literalmente, el término proviene del concepto de «nadar en las aguas celestiales». Inanna los describía como partes de la «vestimenta celestial» que ella se ponía para sus viajes en el Barco del Cielo. Así pues, los me eran partes del equipo especial que había que ponerse para volar por los cielos de la Tierra, así como por el espacio exterior.
En la leyenda griega de ícaro, éste intenta volar sujetando con cera unas alas a su cuerpo. Las evidencias del Próximo Oriente de la antigüedad muestran que, aunque quizás se representase a los dioses con alas para indicar sus capacidades voladoras -o, quizás, a veces, con uniformes alados-, nunca se pretendió decir con ello que usaran alas sujetas al cuerpo para volar. Más bien utilizaban vehículos en estos viajes.
El Antiguo Testamento nos cuenta que una noche en la que el Patriarca Jacob estaba en un campo de las cercanías de Jarán, éste vio «una escalera apoyada en tierra, y cuya cima tocaba los cielos», en la que «los ángeles del Señor» estaban muy ocupados subiendo y bajando. El mismo Señor estaba de pie en la cima de la escalera. Y el pasmado Jacob, «asustado, dijo»:
Así pues, un Dios está presente en este lugar,
y yo no lo sabía...
¡ Qué temible es este lugar!
Ciertamente, esto no es otra cosa sino la Morada del Señor
y ésta es la Puerta del Cielo.
En este relato hay dos puntos interesantes. El primero consiste en que los seres divinos que suben y bajan por esta «Puerta del Cielo» lo hacían utilizando un dispositivo mecánico: una «escalera». El segundo es que la visión toma a Jacob totalmente por sorpresa. La «Morada del Señor», la «escalera» y los «ángeles del Señor» que la utilizan no estaban allí cuando Jacob se echó a dormir en el campo. Tuvo la temible «visión» de repente. Y, por la mañana, la «Morada», la «escalera» y sus ocupantes se habían ido.
Podríamos llegar a la conclusión de que el equipo utilizado por los seres divinos era una especie de nave que podía aparecer sobre un lugar, cernerse por un rato y desaparecer de la vista una vez más.
El Antiguo Testamento nos informa también que el profeta Elias no murió en la Tierra, sino que «subió al Cielo en un Torbellino». Éste no fue un suceso repentino e inesperado: la ascensión de Elias a los cielos estaba prevista. Se le dijo que fuera a Beth-El («la casa del señor») un día determinado. Ya se habían difundido rumores entre sus discípulos al respecto de que estaba a punto de ser llevado a los cielos. Y, cuando le preguntaron a su discípulo más cercano si el rumor era cierto, éste les confirmó que, de hecho, «el Señor arrebatará al Maestro hoy». Y después:
Apareció un carro de fuego,
y caballos de fuego...
Y Elias subió al Cielo
en un Torbellino.
Aún más famoso, y, ciertamente, mejor descrito, fue el carro celeste visto por el profeta Ezequiel, que vivió entre los deportados judíos de las riberas del río Khabur, en el norte de Mesopotamia.
Los Cielos se abrieron,
y yo vi las apariciones del Señor.
Lo que Ezequiel vio fue un ser de aspecto humano, envuelto en brillos y resplandor, sentado en un trono que descansaba sobre un «firmamento» de metal dentro del carro. El vehículo, que podía moverse en cualquier dirección con sus ruedas-dentro-de-ruedas y elevarse del suelo verticalmente, fue descrito por el profeta como un torbellino fulgurante.
Y vi
un Torbellino que venía desde el norte,
como una nube grande con destellos de fuego
y resplandores en torno.
Y dentro de él, en medio del fuego,
había un resplandor como el fulgor del halo.
En algunos estudios recientes sobre esta descripción bíblica (como el de Josef F. Blumrich, de la Administración Nacional Aeronáutica y del Espacio de los Estados Unidos, NASA), se ha llegado a la conclusión de que el «carro» que vio Ezequiel era una especie de helicóptero, compuesto de una cabina sobre cuatro ejes, cada uno equipado con alas rotatorias -es decir, un «torbellino».
Alrededor de dos milenios antes, cuando el soberano sumerio Gudea conmemoraba la construcción del templo de su dios, Ninurta, escribió que se le apareció «un hombre que brillaba como el Cielo... por el casco que llevaba en la cabeza, era un dios». Cuando Ninurta y dos acompañantes divinos se le aparecieron a Gudea, estaban de pie junto al «pájaro negro del viento divino» de Ninurta. Al final, resultó que el propósito principal para la construcción del templo fue el proporcionar una zona de seguridad, un recinto especial dentro de los terrenos del templo, para este «pájaro divino».
Gudea relató que, para la construcción de este recinto, se necesitaron enormes vigas y gigantescas piedras traídas de muy lejos, y la construcción del templo se dio por terminada sólo después de que el «pájaro divino» entrara en el recinto. Una vez allí, el «pájaro divino» «pudo agarrarse al cielo» y fue capaz de «reunir Cielo y Tierra». El objeto era tan importante -«sagrado»- que estaba permanentemente protegido por dos «armas divinas», el «cazador supremo» y el «asesino supremo» -armas que emitían rayos de luz y rayos que daban muerte.
La similitud entre las descripciones bíblicas y sumerias, tanto de los vehículos como de los seres en su interior, son obvias. La descripción de los vehículos como de un «pájaro», un «pájaro de viento» y un «torbellino» que podía elevarse hacia el cielo mientras emitía un resplandor, no deja lugar a dudas de que se trataba de algún tipo de máquina voladora.
Unos murales enigmáticos descubiertos en Tell Ghassul, un lugar al este del Mar Muerto cuyo nombre antiguo nos resulta desconocido, pueden arrojar algo de luz sobre este tema. Estos murales, datados en los alrededores del 3500 a.C, representan una gran «brújula» de ocho puntas, la cabeza de una persona con casco dentro de una cámara con forma de campana y dos diseños de un aparato mecánico que bien podrían ser los «torbellinos» de la antigüedad. (Fig. 66)
Los textos antiguos hablan también de algún vehículo utilizado para subir a los aeronautas a los cielos. Gudea afirmaba que, cuando el «pájaro divino» se elevaba para circundar las tierras, «hacía destellos sobre los ladrillos levantados». El recinto protegido era descrito como MU.NA.DA.TUR.TUR («lugar de descanso de piedra fuerte del MU). Urukagina, que gobernó en Lagash, decía del «pájaro negro de viento divino»: «El MU que ilumina como un fuego alto y fuerte que hubiera hecho yo». De forma parecida, Lu-Utu, que gobernó en Umma en el tercer milenio a.C, construyó un lugar para un mu, «que sale en un fuego», para el dios Utu, «en el lugar señalado del interior de su templo».
El rey babilonio Nabucodonosor II, en sus anotaciones sobre la reconstrucción que hizo del recinto sagrado de Marduk, decía que dentro de los muros fortificados, hechos de ladrillo cocido y reluciente mármol ónice,
Levanté la cabeza del barco ID.GE.UL
el Carro principesco de Marduk;
El barco ZAG.MU.KU, cuya llegada se observa,
el viajero supremo entre Cielo y Tierra,
en medio del pabellón que yo construí,
apantallando sus costados.
ID.GE.UL, el primer epíteto empleado para describir a este «viajero supremo», o «Carro de Marduk», significa literalmente «alto hasta el cielo, brillante en la noche». ZAG.MU.KU, el segundo epíteto utilizado para describir al vehículo -sin duda, un «barco» resguardado en un pabellón especial- significa «el brillante MU que es para ir lejos».
El que hubiera un mu -un objeto cónico con la parte superior ovalada- instalado de verdad en el interior del recinto sagrado de los templos de los Grandes Dioses del Cielo y de la Tierra es algo que, afortunadamente, se puede demostrar. En una antigua moneda encontrada en Biblos (la bíblica Gebal), en la costa mediterránea del actual Líbano, se representa el Gran Templo de Ishtar. Aunque aquí se muestra con la apariencia que tenía en el primer milenio a.C, los requisitos existentes para que los templos se construyeran y reconstruyeran en el mismo lugar y según el plano original hacen que lo que veamos ahora sean los elementos básicos del templo original de Biblos, diseñado milenios atrás.
La moneda retrata un templo con dos partes. En la parte frontal se encuentra la estructura principal del edificio, imponente con su pórtico columnado. Pero, detrás, hay un patio interior, o «zona sagrada», oculto y protegido por un enorme muro. Está claro que es una zona elevada, pues sólo se puede acceder a ella subiendo unas escaleras. (Fig. 67)
En el centro de esta zona sagrada hay como una plataforma que, por su entramado de vigas cruzadas, similar al de la Torre Eiffel, da la sensación de que fuera construida para soportar un gran peso. Y, de pie sobre la plataforma, se encuentra el objeto de toda esta seguridad y protección, un objeto que sólo puede ser un mu.
Como la mayoría de las palabras monosilábicas sumerias, mu tenía un significado principal; en el caso de mu, el significado era «aquello que se eleva recto». Entre sus treinta y tantos matices se incluyen los significados de «alturas», «fuego», «mandato», «período contado», así como (en tiempos posteriores) «aquello por lo cual se le recuerda a uno». Si, desde las estilizaciones asirías y babilonias del signo escrito de mu, nos remontamos hasta sus pictografías originales sumerias, nos encontraremos con la siguiente evidencia gráfica:
Vemos, claramente, una cámara cónica, sola o con una sección más estrecha añadida. «Desde una cámara-en-el-cielo dorada te vigilaré», prometía Inanna al rey asirio. ¿Acaso era este mu la «cámara celestial»?
En un himno a Inanna/Ishtar y sus viajes en el Barco del Cielo se indica, con toda claridad, que el mu era el vehículo en el cual recorrían los dioses el cielo:
Dama del Cielo:
Ella se pone la Vestimenta del Cielo;
valientemente asciende hacia el Cielo.
Sobre todas las tierras pobladas
vuela en su MU.
Dama, que en su MU
en las alturas del Cielo aletea gozosa.
Sobre todos los lugares de descanso
vuela en su MU.
Existen evidencias que demuestran que la gente del Mediterráneo oriental había visto estos objetos similares a cohetes no sólo en algún templo, sino volando de verdad. En los glifos hititas, por ejemplo, se pueden ver, contra un fondo de cielos estrellados, misiles que cruzan, cohetes montados sobre rampas de lanzamiento, y hasta un dios en el interior de una cámara radiante. (Fig. 68)
El profesor H. Frankfort (Cylinder Seáis), en su demostración sobre el modo en que se difundió por todo el mundo antiguo el arte de la elaboración de sellos cilíndricos, así como los temas representados en ellos, reproduce el diseño de un sello encontrado en Creta y datado en el siglo xiii a.C. Los grabados del sello representan, con toda claridad, un cohete que cruza el cielo propulsado por llamas que salen por su parte trasera. (Fig. 69)