"Así llegué hasta Adolf Hitler"
Todo sucedió en forma inesperada. La alta puerta se abrió de pronto, todos adoptaron la posición firmes y surgió un pequeño civil, un mozo de librea y dos o tres militares de uniforme extranjero tras ellos distinguí nada menos que a Rudolf Hess y entonces... a Adolf Hitler, que se despedía de un diplomático, que mantenía su sombrero de copa en la mano izquierda, con evidentes deseos de deshacerse de el. Mi amigo se hizo a un lado, procurando, de todas maneras, mantenerse lo más cerca posible de la puerta mientras me hacía un impaciente guiño de alerta.
El Führer permaneció por un breve instante en el umbral y ahí tuve la gran oportunidad. Fue cosa de segundos. El pareció comprender la situación, seguramente no era la primera vez.
Al darse vuelta la comitiva, alejándose, miró fijamente a mi guía pardo y esperó. Luego dirigió su vista hacia mí, sus ojos parecieron penetrarme y luego hizo algo como un mohín de aprobación.
Vestía su tradicional uniforme del partido, aunque me di cuenta de inmediato que no llevaba botas; su figura era imponente, elegante su rostro, bastante más fino y expresivo que el de las fotos de siempre, irradiaba una inusitada tranquilidad y parecía sentirse muy a gusto. Sin duda, la reciente entrevista había sido agradable. Por fin exclamó:
Hola, Lingmann, usted siempre con estas sorpresas. ¡No me venga con cosas, quiero saber qué desea esta simpática y joven dama!
Quise levantar el brazo y hacer el saludo reglamentario, pero al mismo tiempo pensé en una venia y la inclinación característica aprendida en la sección femenina del NSDAP. No llegué a nada, pues el canciller me extendía la mano y se empujaba suavemente al interior de la imponente sala, sin tomar en cuenta mis entrecortadas explicaciones.
El recinto era enorme. Al fondo divisé un imponente escritorio, todo tipo de sillones, un exquisito mobiliario y un gran retrato del Rey Federico II, el Grande. No había grandes lujos pero se destacaba el buen gusto, el orden artístico, iluminado todavía por la tenue luz del sol que entraba a través de los grandes ventanales. Eso me hizo recordar que era todavía bastante temprano y que el Führer estaba acostumbrado a un horario muy especial.
No sé como me encontré, súbitamente, sentada frente a él. Sentía un escalofrío inusitado y los nervios me jugaban una mala pasada por primera vez en mi vida.
Muy bien, dijo lentamente. ¿Qué es lo que tiene en mente?
Parecía divertirse mucho con la situación. Mientras los ayudantes el mismo Lingmann habían desaparecido, sin que yo me percatara.
Mi Führer, he querido conocerle personalmente. Reconozco que soy una chiflada al interrumpir su trabajo en una forma como esta.
Nada de eso, mi joven amiga, nada es más grato para mí que poder despejar mi mente por algunos minutos con alguien honesto. Supiera usted toda la cháchara de formalidades que he de soportar todo el día y parte de la misma noche, asuntos que no conducen a nada. En usted veo esa vitalidad y audacia que ya se quisieran unos cuantos que me rodean. ¿Pero usted no es propiamente alemana, verdad?
Le informe lo más brevemente que pude sobre mi origen.
Chile. Me dijo. Ajá, ese largo país en Sudamérica. El año pasado enviaron una delegación que me impresionó mucho. Algo hay de semejante en el carácter. Si no me equivoco, incluso hay allá un Movimiento Nacionalsocialista muy importante.
Sí, aunque, por supuesto, tiene una larga lucha por delante y también ha corrido la sangre en enfrentamientos con los "rojos".
Desgraciadamente, es el precio que hay que pagar. Nuestra doctrina no es fácil de entender, teniendo en cuenta la increíble influencia de la Prensa. Los judíos distorsionan todo, mienten de tal manera, que los ciudadanos son incapaces de creer que se le engaña todos los días.
Si en el Reich el público se enterara de las imbecilidades que se dicen de usted y las cosas que ha llevado a cabo, la gente se moriría de risa.
Al mirar hacia un ventanal Hitler exclamó:
Aunque no lo crea aquí mismo todavía tenemos que convencer a muchos compatriotas. ¡Ah, si nuestro Ministerio de Propaganda dispusiera de los medios en gran cantidad! Pero estamos limitados. Nuestros films, nuestras grabaciones, incluso las musicales son superiores en técnicas y calidad pero no llegan a todas partes. Si hoy yo digo que tal cosa es blanca mañana los judíos en Nueva York afirmaran que dije precisamente lo contrario. Naturalmente que usted debe conocer los trucos que se pueden emplear. Es que nuestros partidarios, a veces, son demasiados honestos y están abocados a desmentir únicamente.
Eso nos pone siempre a la defensiva y muy poco atacamos. Es una falla del pueblo alemán. Carece, de esa picardía necesaria. Como la tienen los franceses y nuestros amigos italianos, por ejemplo.
El Führer se había puesto serio, parecía como si discutiera consigo mismo y se hiciera críticas. De pronto, lanzó una carcajada, que procuró aminorar. Luego exclamó:
¡Ahora andan diciendo que los Nacionalsocialistas queremos matar a todos aquellos que no son altos, rubios, de ojos azules, etc!. Medio mundo lo cree. Nadie piensa que entonces tendríamos que liquidar a Himmler, al Dr. Goebbels, al Duce, al Emperador de Japón y unos cuantos aliados y amigos íntimos, para reemplazarlos por el Rey de Inglaterra o el mismo loco de Roosevelt. Sven Medin, ese genial explorador sueco me dijo que eso se había inventado precisamente durante una fiesta diplomática en Londres.
Pero, quizás tomamos muy a la ligera esa propaganda y quizás encontremos unos cuantos buenos columnistas de nuestros cine que sepan hacer algo al respecto. Me han dicho que en Baviera hay últimamente algunos. En fin, es nuestro defecto. Es lo que sucedía antes de nuestra llegada al poder.
Ahora, claro, es fácil decir que simplemente nos demoramos doce años hasta que los electores entendieron, nuestros principios nos llevaron al triunfo, que había simplemente que ganar elección tras elección. Se olvidan de todas las trampas y sucios ataques que tuvimos que soportar, de los desastres, que también existieron. Traiciones inesperadas, sabotaje en las filas propias. En realidad, estamos hoy en esta magnífica posición sólo por nuestra firmeza, nuestro aguante. Hubo grandes hombres que un buen día lanzaron todo por la borda, aburridos por la incomprensión.
Pero, me interesa saber un poco de ustedes.
Muchas veces son las mujeres las que interpretan el verdadero sentir de la Nación. Aunque parezca lo contrario, siempre son más rebeldes. Y desconfiadas. Es natural, para la mujer primero esta la estabilidad de su hogar, el progreso de sus hijos. No sabe usted lo difícil que fue en los primeros años que ingresaran a nuestras filas las mujeres.
Los más decididos SA tenían en sus casas a los más enconados enemigos. Eso ha cambiado radicalmente, mi Führer.
Por supuesto. Es que hemos cumplido. Hemos terminado con la pobreza, nuestras mujeres también pueden gozar de sus vacaciones, ser madre es un honor y no un problema económico, como antes. Y todo se basa en algo tan sencillo como el de restablecer el viejo orden natural: El hombre a sus funciones y la mujer a las suyas. Así lo practica en África el clan más primitivo, pero en nuestro tan alabado mundo occidental, las doctrinas disolventes se encargan de hacer creer que debe de hacerse lo contrario. Si se empieza por considerar a la persona por su dinero o poder que tiene, en vez de sus dotes personales, entonces ponemos el mundo de cabeza, nadie puede asombrase luego si los resultados son el caos.
De cuando en cuando enfatizaba su pensamiento con rápidos movimientos de manos sin apartar la vista de mí como si esperara alguna reacción especial quizás hasta una contradicción. Quienes han afirmado que Adolf Hitler solía levantarse bruscamente, caminar a lo largo de la habitación y alzar la voz inusitadamente mienten en forma deliberada o se refieren a alguna circunstancia especial, en que cualquiera puede alterarse por motivos normales.
Se había inclinado hacia atrás y volvía a sonreír.
Y bueno, aquí tenemos a una muchachita que se cuela sin más ni menos hasta mi oficina privada, simplemente porque desea verme de cerca. Atravieza la guardia, desdeña a los graves señores que yo mismo estaba despidiendo en la puerta. Jajaja, verá los comentarios que hará a su presidente ese caballero del sombrero de copa. Me voy a permitir algo.
Cogió uno de los teléfonos y dijo: ¡Fotógrafo de prensa!
Al instante se abrió una puerta lateral y, a toda prisa, ingresó un fotógrafo uniformado, junto a mi amigo Linemann.
Disparó el flash varias veces.
Llévesela inmediatamente a Hoffmann y al Völkischer Beobachter. Lectura : “EL FUHRER SE INFORMA PERSONALMENTE SOBRE LOS AVANCES E IDEAS DE LA JUVENTUD FEMENINA”.
¡A su orden! Contesto el fotógrafo.
Volvió a sentarse tranquilamente, mientras yo ya no cabía en mi: Eso significaba que al día siguiente figuraría en primera plana en los periódicos. Menudo asombro para todos mis amigos y camaradas.
Prosigamos, hoy es un día espléndido. Solamente cosas rutinarias en el Ministerio de Agricultura, y con los campesinos no tengo problema alguno. Los entiendo muy bien. La mayoría de mis primeros partidarios eran campesinos. No temían represalias de los judíos, pues no necesitaban créditos ni prestamos. Si alguna máquina fallaba siempre disponían de sus manos, si se enfermaba un animal, recurrían al veterinario más próximo, al que pagaban bien. ¿Ve usted? Era el trabajo y la capacidad lo determinante, no el banco ni los prestamistas. ¿Ha tenido usted una experiencia campestre?
Mucha, mi Führer.
Le conté acerca de Chile, luego de nuestra granja.
-Entonces usted habrá podido ver cómo procuraron arruinar toda nuestra economía, los bellacos. Crearon cesantía artificial para aumentar el número de proletarios en las ciudades, consiguiendo así unir millones de buenos alemanes al servicio del Bolchevismo. ¿Sabe Usted que Thalmann, el jefe Comunista, tenía lista un alzamiento y yo ya entonces figuraba como primero en la nómina de los que debían ser fusilados? Ahora está a buen recaudo en un campo. Hermann Goering se encargó de él. Me dice que debe ganarse honestamente el sustento.
Entonces lo interrumpí, aunque ya había escuchado que tal actitud le molestaba pues le impedía llevar hasta el final su idea. Pero noté que no tuvo ninguna reacción de contrariedad, quizás algo de extrañeza.
Mi Führer la prensa extranjera y uno que otro ciudadano aquí mismo comentan que los campos son horribles prisiones y que se castiga duramente.
Lo sé, desde luego que no se trata de una colonia de vacaciones, pero el trato es muy humanitario y el trabajo es pagado, cada cierto tiempo dejamos en libertad a muchos, que bajo el régimen anterior se hubieran consumido en la cárcel.
Acá nosotros no tenemos ahora calabozos con barrotes de piedras, sino que amplias barracas al estilo militar. Los internos, de acuerdo con su trabajo, reciben, como dije, un salario, de manera que puedan alimentar a sus familias. Fíjese: En tres años solamente siete individuos han reincidido en delitos comunes, del total de diez mil que pusimos en libertad. Eso sí: hemos adoptado un sistema especial. Quien cumpla con su pena, queda totalmente libre, su pasado se olvida y se les considera otra vez como ciudadano, con todos los derechos inherentes. ¿Y qué muestran esos paladines de la democracia? Acaso no llevan a la silla eléctrica o a las cámaras de gases cada semana a un par de gangsters? ¿Donde están sus grandes reformas? Es cierto, en Munich se condenó a muerte hace dos meses a un individuo. Pero ahora pocos recuerdan que había asesinado a nueve personas y existía un real pánico. Con gente así no podemos ser blandos, por supuesto, el proceso fue corto y rápido.
Durante unas instantes permaneció en silencio. Parecía sentirse herido, tocado injustamente; pero; bien pronto retornó su actitud alegre.
Dígame una cosa: ¿Cómo ve usted el desarrollo de nuestros niños? ¿Reciben una educación adecuada?
-Creo que esta generación va a ser la mejor de todos los tiempos mi Führer.
Durante los juegos Olímpicos pude observar como los extranjeros se maravillaban con el compartamiento de los niños; su cortesía, su verdadero entusiasmos por asistir a la escuela, por ejemplo.
Debimos repartir muchísimos folletos explicativos, pues los desconfiados imaginaban simplemente una acertada organización propagandística. Por suerte, nuestra difusión fue exitosa y acertada.
Pero: ¿aprenden lo que realmente necesitan, y no simplemente esa cháchara a la que yo hago alusión en mi libro? He sostenido, que es inútil llenar las cabezas con teorías o conocimientos sin aplicación. ¿Ha cambiado eso? Los textos de estudio demuestran qué no sólo es facíl aprender cosas útiles, sino que tambien en forma amena. El cambio de mentalidad es muy natural en muchachos y muchachas.
Intervine, por supuesto, el hecho de que ya no hay diferencias socio–económicas. Este comentario satisfizo a Adolf Hitler más que cualquier otra de mis intervenciones.
Si, cada cual recibe la enseñanza y con todas ventajas que podamos conseguir. Entonces se destaca aquel alumno por sus reales condiciones innatas. Es uno de los mayores logros del Nacionalsocialismo, el de haber logrado unir al pueblo en tomo a un ideal común, desterrado todas esas rivalidades que surgían por influencias extrañas. Nuestras Jóvenes, por ejemplo hoy no se pintan ni maquillan, ni se disfrazan según la famosa "moda". ¡Y es tan bello observarlas en su aspecto natural!
Cuántas divisas se dilapidaban antes únicamente en la importación de pastas y menjunjes inútiles!
Basta con comparar las revistas norteamericanas con las nuestras. Por allá las mujeres parecen usar mascaras y llegan a los sacrificios para vestirse en forma por lo demás incómoda. Ahora no hablemos de sus diversiones: música estridente, ajena a toda cultura definida. ¡Y no paparan allí! Infectaran a todos los pueblos de sana tradición, en el aspecto cultural. Nuestros enemigos quieren la idiotez masiva, de manera que nadie piense por su cuenta. Nosotros sabemos el daño que la moderna Sicología judía puede inyectar.
Entonces súbitamente se puso te pie se levantó graciosamente del mullido sillón. Era el fin de la entrevista. Para mí había trascurrido una eternidad o apenas cinco minutos, no lo sabía. Sin darme cuenta, me había instalado como si estuviera de visita en casa de viejos conocidos. Poco a poco, había vuelto a mi tranquilidad habitual. El pareció buscar algo, miró sobre una pequeña mesa, pero descartó enseguida alguna idea.
Me hubiera gustado darle algo como recuerdo, me dijo, pero supongo que esas cosas (señaló unas cajitas relucientes) no son aptas para usted. Se trata de encendedores y cigarreras; una genial idea de Joseph Goebbels: Así no necesitamos cada vez inventar alguna nueva medalla recordatoria. Como yo no fumo, a veces ni siquiera me acuerdo y es posible que hayas ofendido a algún diplomático por no darle más. En fin, Meissner siempre sabe de esos detalles y los arregla.
Tras pulsar un botón, me acompaño lentamente hasta la gran puerta.
Mi querida amiga. Ha sido un gran placer. Ya Lingmann se comunicará con usted. Ahora tengo que volver a mi trabajo, dijo suavemente, con un apretón de manos, que me hizo olvidar otra vez todo el protocolo que debía haber observado.
Entonces mi amigo del uniforme pardo, con amplia sonrisa, se plantó ante mí y yo apenas alcancé a ver como el Führer desaparecía.
Me sentí aturdida. Noté enseguida las miradas de los curiosos.
Vi incluso personal femenina, reconocí a la señora Gensie, de la oficina del Mariscal Goering. Caminé muy erguida, silenciosa y lenta, por el corredor, mientras mil ideas y reproches me roncaban la cabeza. ¿Por qué ni siquiera le di las gracias? En tal instante. ¿Por qué no fui capaz de alargar el tema? ¿Qué impresión podría haberle causado yo? En fin, lo que nunca hubiera imaginado, aun conservo fresca en mi memoria toda la conversación y juraría que he puesto por escrito en perfecto orden todo lo hablado hace ya tantísimos años.
¿Qué será de esos gallardos oficiales? ¿Quedará algo en pie del restaurante, donde por la noche, celebré con todas mis amistades? ¿Cuántas tragedias no sumó años más tarde ese mismo barrio?
Ahora que estoy anciana, la nostalgia me invade muy a menudo.
No me faltaron en mi vida las experiencias de toda índole, penosas y alegres, pero ninguna fue de la magnitud de la de aquella mañana en la Cancillería.
Todo ha pasado, todo se ha ido, tu mismo ya no eres tan joven mi querido Cda. Pfeiffer, pero seguramente alcanzarás a tomar parte en ese futuro que veo tan próximo, desde que las señales de un resurgimiento masivo del Nacionalsocialismo hicieran sonar el tambor, llamando otra vez al combate".
fuentes:Revista ELBRUZ Nº 8, Publicación de Historia, Tradición y Cultura, por Juan Pablo Herrera