La corriente fraternalista insuflada por Miranda y Bolívar actuó de soplador, empujando al país por el plano inclinado de un americanismo derrotista.
Por esta grieta mental, indiferencia por la auténtica configuración geográfica y ausencia de una cabal concepción de la seguridad nacional, penetraron los embates imperialistas argentinos tendientes a dominar el cono austral sudamericano.
Dueño absoluto de un inmenso territorio que se extendía desde las márgenes del río Loa, en los 21 030' de latitud sur, al poniente de Los Andes y desde la línea que partiendo del río de Diamante, a la altura de Rancagua en los 34020' de latitud sur, al oriente del macizo andino, alcanza el actual balneario de Mar del Plata en el Atlántico, en los 380 y hasta el Polo Sur, luego de una cadena no interrumpida de errores el Gobierno de Chile creyó comprar la paz con Argentina cediéndole motu proprio 1.357.643 kilómetros cuadrados, cancelados en ocho cuotas. En 1878 cuando el General Roca ocupó hasta el río Negro, 436.300 kilómetros cuadrados; en 1881, al entregar la Patagonia, la mitad de la Isla Grande de la Tierra del Fuego, la Isla de los Estados y demás ubicadas en el Atlántico, 727.266 kilómetros cuadrados; en 1893, al aceptar correr el límite en la mencionada Isla Grande hacia el poniente, 779 kilómetros cuadrados, renunciando a la única margen atlántica que le quedaba en bahía San Sebastián; en 1899, al entregar las tres cuartas partes de la Puna de Atacama, 60.000 kilómetros cuadrados; en 1902, al autorizar al árbitro inglés para emitir un fallo transaccional, 39.915 kilómetros cuadrados de los mejores valles cordilleranos; en 1966, al reconocer la ocupación de fuerza de Argentina en parte de Palena, 340 kilometros cuadrados; en 1976 al renunciar a defender la mitad septentrional aguas del canal Beagle y sus islas, 43 kilómetros cuadrados; y, en 1984, al entregar las nueve décimas partes de los espacios marítimos al sur del canal Beagle, 93.000 kilómetros cuadrados de aguas del océano Pacífico.
Así fue como el pacifismo mercantilista y antimilitarista de corte vasco se dio la mano con el americanismo para sellar el destino de Chile.
Y, mientras en España la pérdida de Cuba originó la combativa generación del 98, en Chile la entrega de la Patagonia, la Puna de Atacama, los ricos valles cordilleranos, las tres cuartas partes de Palena, la mitad de las aguas del Beagle y las nueve décimas partes de los espacios marítimos australes, no sólo no inquietó a nuestros intelectúales, sino que hasta hubo plumas que aplaudieron estos cercenamientos territoriales como grandes triunfos. Incluso, hoy nuestros hombres de peso se preocupan más de los problemas de Sudáfrica, Guatemala, El Salvador, El Líbano, Afganistán, que los continuos atropellos a nuestra soberanía territorial.