Ser "ateo" al peo y alumbrado y ser "agnóstico" (entre comillas porque muchos culiaos ni saben que significa) es lo nuevo politicamente correcto en Chile.
Pico si sigue la wea así me volveré católico ortodoxo, porque con el mundo culiao horrendo en el que vivimos, preferiría volver a la Edad Media
Extracto de El mundo y sus demonios de Sagan, claramente la Edad Media, bajo el gobierno de la iglesia, era un verdadero paraíso.
El papa nombró a Kramer y Sprenger para que escribieran un estudio
completo utilizando toda la artillería académica de finales del siglo XV. Con
citas exhaustivas de las Escrituras y de eruditos antiguos y modernos,
produjeron el Malleus Maleficarum, «martillo de brujas», descrito con razón
como uno de los documentos más aterradores de la historia humana. Thomas
Ady, en Una vela en la oscuridad, lo calificó de «doctrinas e invenciones
infames», «horribles mentiras e imposibilidades» que servían para ocultar «su
crueldad sin parangón a los oídos del mundo». Lo que el Malleus venía a
decir, prácticamente, era que, si a una mujer la acusan de brujería, es que es
bruja. La tortura es un medio infalible para demostrar la validez de la
acusación. El acusado no tiene derechos. No tiene oportunidad de enfrentarse
a los acusadores. Se presta poca atención a la posibilidad de que las
acusaciones puedan hacerse con propósitos impíos: celos, por ejemplo, o
venganza, o la avaricia de los inquisidores que rutinariamente confiscaban las
propiedades de los acusados para su propio uso y disfrute. Su manual técnico
para torturadores también incluye métodos de castigo diseñados para liberar
los demonios del cuerpo de la víctima antes de que el proceso la mate. Con el
Malleus en mano, con la garantía del aliento del papa, empezaron a surgir
inquisidores por toda Europa.
Rápidamente se convirtió en un provechoso fraude. Todos los costes
de la investigación, juicio y ejecución recaían sobre los acusados o sus
familias; hasta las dietas de los detectives privados contratados para espiar a
la bruja potencial, el vino para los centinelas, los banquetes para los jueces,
los gastos de viaje de un mensajero enviado a buscar a un torturador más
experimentado a otra ciudad, y los haces de leña, el alquitrán y la cuerda del
verdugo. Además, cada miembro del tribunal tenía una gratificación por bruja
quemada. El resto de las propiedades de la bruja condenada, si las había, se
dividían entre la Iglesia y el Estado. A medida que se institucionalizaban
estos asesinatos y robos masivos y se sancionaban legal y moralmente, iba
surgiendo una inmensa burocracia para servirla y la atención se fue
ampliando desde las brujas y viejas pobres hasta la clase media y acaudalada
de ambos sexos.