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Por Teresa Marinovic
A diferencia de Lagos y de Piñera, Michelle Bachelet fue Presidenta por casualidad; por una suma de casualidades, en realidad.
H ay personas que llegan a altos cargos de poder por la sencilla razón de que siempre aspiraron a ellos. Fantasearon desde la infancia con la idea de ser estrellas de Hollywood, figuras del fútbol o presidentes de la República; acariciaron su sueño; y consagraron su vida a hacerlo realidad.
Así se explica, quizás, la llegada de figuras como la de Ricardo Lagos o la de Sebastián Piñera a la Primera Magistratura. No fue el destino ni la suerte, fueron ellos mismos los que se situaron en esa posición.
A otros, en cambio, el azar les ofreció una oportunidad que ellos mismos jamás imaginaron. Se trata de los llamados “héroes por accidente”, sicológicamente más normales que los primeros, sin lugar a dudas, pero no por eso menos peligrosos (entre otras cosas, porque nunca se prepararon para el desafío que la vida puso en sus manos).
Michelle Bachelet encarna este tipo de liderazgo, y su primer gobierno tuvo el mérito de ser coherente con la naturaleza de su propio carisma. Y si funcionó, fue precisamente gracias a eso y a la inercia de aquellos que la antecedieron.
Su segundo mandato, en cambio, ha tenido aspiraciones refundacionales, y se ha encontrado con el obstáculo más que evidente de que ninguno de los que integra el gobierno (principiando por ella misma), estaba preparado para eso: carecen de la capacidad y estatura necesaria para acercarse, aunque sea remotamente, a los pomposos enunciados de su discurso ideológico.
El desenlace poco importa a la Presidenta porque, en definitiva, ella terminó por creerse el cuento, como en su momento se lo creyeron también ministros como Arenas y Peñailillo. Ambos pretendieron ser juzgados por los resultados de las reformas que impulsaron.
Pero, como de nada sirve exhibírselos, ahora con la elocuencia que proporcionan los datos, tampoco será un ejercicio útil enrostrarle a Bachelet la situación en que deja el país. Como el rey desnudo abandonará su cargo, seguramente, con la convicción de haber sido una gran estadista.
A diferencia de Lagos y de Piñera, Michelle Bachelet fue Presidenta por casualidad; por una suma de casualidades, en realidad. Si tan solo hubiera tenido presentes sus propios límites, no sería tanto lo que hay que lamentar. No fue su culpa, en todo caso.
Columna en LUN 11/02/17
Se podrá declarar interdicta a bachelet?
Enviado desde mi Redmi Note 3 mediante Tapatalk
A diferencia de Lagos y de Piñera, Michelle Bachelet fue Presidenta por casualidad; por una suma de casualidades, en realidad.
H ay personas que llegan a altos cargos de poder por la sencilla razón de que siempre aspiraron a ellos. Fantasearon desde la infancia con la idea de ser estrellas de Hollywood, figuras del fútbol o presidentes de la República; acariciaron su sueño; y consagraron su vida a hacerlo realidad.
Así se explica, quizás, la llegada de figuras como la de Ricardo Lagos o la de Sebastián Piñera a la Primera Magistratura. No fue el destino ni la suerte, fueron ellos mismos los que se situaron en esa posición.
A otros, en cambio, el azar les ofreció una oportunidad que ellos mismos jamás imaginaron. Se trata de los llamados “héroes por accidente”, sicológicamente más normales que los primeros, sin lugar a dudas, pero no por eso menos peligrosos (entre otras cosas, porque nunca se prepararon para el desafío que la vida puso en sus manos).
Michelle Bachelet encarna este tipo de liderazgo, y su primer gobierno tuvo el mérito de ser coherente con la naturaleza de su propio carisma. Y si funcionó, fue precisamente gracias a eso y a la inercia de aquellos que la antecedieron.
Su segundo mandato, en cambio, ha tenido aspiraciones refundacionales, y se ha encontrado con el obstáculo más que evidente de que ninguno de los que integra el gobierno (principiando por ella misma), estaba preparado para eso: carecen de la capacidad y estatura necesaria para acercarse, aunque sea remotamente, a los pomposos enunciados de su discurso ideológico.
El desenlace poco importa a la Presidenta porque, en definitiva, ella terminó por creerse el cuento, como en su momento se lo creyeron también ministros como Arenas y Peñailillo. Ambos pretendieron ser juzgados por los resultados de las reformas que impulsaron.
Pero, como de nada sirve exhibírselos, ahora con la elocuencia que proporcionan los datos, tampoco será un ejercicio útil enrostrarle a Bachelet la situación en que deja el país. Como el rey desnudo abandonará su cargo, seguramente, con la convicción de haber sido una gran estadista.
A diferencia de Lagos y de Piñera, Michelle Bachelet fue Presidenta por casualidad; por una suma de casualidades, en realidad. Si tan solo hubiera tenido presentes sus propios límites, no sería tanto lo que hay que lamentar. No fue su culpa, en todo caso.
Columna en LUN 11/02/17
Se podrá declarar interdicta a bachelet?
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