Hespektro
Culiad@
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Uno de los monumentos más hermosos que se han hecho sobre la especial relación entre los caballos y los soldados, compañeros forzados de los horrores de las contiendas humanas. Puede verse en la localidad francesa de Chipilly y en él, un soldado británico acuna la cabeza y se despide de su caballo moribundo, en la batalla de Amiens.
En la primera gran contienda mundial sirvieron varios millones de caballos y mulas en todos los frentes de la guerra, arrastrando grandes piezas de artillería y ambulancias, llevando y trayendo tropas, alimentos, heridos y cadáveres, cayendo enredados en las alambradas, muriendo por explosiones, por los efectos del gas mostaza o en cargas disparatadas -más insensatas que valientes- de los regimientos montados contra las ametralladoras enemigas.
Podemos imaginar el inenarrable sufrimiento y terror al que se vieron sometidos aquellos desdichados seres que enfrentaron con resignación su destino en aquella guerra cruel y sangrienta y cumplieron los deberes impuestos por sus dueños humanos hasta su último aliento. Más allá incluso de su entrega física era conocido su efecto benéfico sobre la moral de las tropas que los tenían cerca, que los veían como compañeros de fatigas y sufrimientos en unas circunstancias terribles a las que, como ellos, estaban de forma obligada.
El ser humano ha contraído una deuda con los animales que nunca podremos (ni sabremos) pagarla.
En Londres, Inglaterra, hay un monumento a todos los animales caídos en las guerras. "Animales en guerra" quiere simbolizar el campo de batalla con un muro quebrado en el que se han esculpido varios animales en relieve, y que atraviesan dos mulas de bronce cargadas, mientras un perro y un caballo miran hacia el futuro. Cientos de caballos, mulas, palomas y perros no tuvieron otra alternativa que servir a los humanos en los diferentes conflictos del último siglo y su coraje, heroísmo y lealtad se conmemora ahora por primera vez.
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El monumento también rendirá tributo a las mulas, cuyas cuerdas vocales fueron cortadas para que se mantuvieran en silencio en Birmania; a los burros, que murieron bajo el peso de sus cargas; a los perros, que se dejaron las patas escarbando la tierra en busca de cuerpos y a las decenas de miles de palomas, que volaron kilómetros, incluso heridas, para entregar sus mensajes. Elefantes, bueyes y luciérnagas, cuya luz permitió a los soldados británicos leer sus mapas en la Primera Guerra Mundial, son también homenajeados en esta obra de piedra y bronce.
En el monumento, se pueden leer las siguientes inscripciones:
“Este monumento está dedicado a todos los animales que han servido y fallecido junto a las tropas británicas y aliadas en las guerras y campañas a lo largo del tiempo.”
“Ellos no tuvieron opción”
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