Re: El Verdadero Origen de SIDA.
Se nos podría argumentar que el valor probatorio de la intervención del Dr. McArthur es relativamente pobre ya que sólo expresaba un deseo, sin que existan indicios de que tan macabro proyecto llegase jamás a buen puerto y mucho menos de que tuviera alguna relación con el sida. Por desgracia no es así. Existen pruebas, cuando menos circunstanciales, como para completar la pesadilla ideada por el Dr. McArthur con un quién, un dónde y un cuándo.
La fecha habría sido el año 1975. El lugar, el Centro de Investigación sobre Armamento Biológico de Ford Detrick, Maryland (E.E.U.U.). En este punto se da una de esas "casualidades" de las que tanto disfrutamos los teóricos de la conspiración. Precisamente en 1975, la sección de virus de ese centro de investigación militar pasó a denominarse centro Frederick de Investigación sobre el Cáncer, dependiente del Instituto Nacional de Cáncer, organismo que, junto al Centro de Control y Prevención de Enfermedades, en Atlanta, tuvo un notable protagonismo en el desarrollo del arsenal biológico estadounidense. Allí prestaba sus servicios por aquel entonces el Dr. Robert Gallo quien, curiosamente, descubrió en 1984 la existencia del VIH -virus generalmente aceptado como causante del sida- y enunció la teoría del origen africano de la enfermedad, convirtiéndose en referente imprescindible de la investigación sobre este tema. Su hipótesis en la semejanza entre el VIH y el STLV-III, un virus de los simios africanos. Éste habría sido transmitido a un ser humano a través de una mordedura. A partir de ahí, fundamentalmente por medio del sexo y las transfusiones de sangre, la enfermedad se habría ido extendiendo hasta alcanzar los niveles actuales. Como historia no está mal, pero deja tantos puntos oscuros (especialmente el cómo y por qué de la mutación del virus, pasando espontánea e inmediatamente de inofensivo a mortal) que no resiste el más leve análisis crítico de lo que debe ser una hipótesis científica.
Existen evidencias de que, durante la primera mitad de la década de los setenta, Gallo estuvo trabajando para la CIA en el marco de un proyecto secreto denominado MK-Naomi relativo al desarrollo de armas biológicas, muy similares a lo que hoy conocemos como el sida o el ébola. Durante la etapa en que este programa estuvo en funcionamiento arreció la incidencia de ciertos microorganismos infecciosos como el E. Coli 157, la bacteria devoradora de carne y los meningococos, así como de nuevos virus: el sida, el ébola, el hanta y la hepatitis C, entre otros. También se verificaron aumentos en la mortandad asociada a cánceres de los tejidos blandos, como el de próstata, el de mama o los linfomas todos ellos comúnmente achacados a la exposición a contaminantes químicos y ambientales o a la acción de toxinas de origen artificial.
En relación con el proyecto MK-Naomi, el director de la CIA, William Colby, admitió que el interés de la agencia en el armamento biológico estaba directamente vinculado a las operaciones encubiertas realizadas en Zaire, Angola y Sudán, los países más castigados por el sida y el ébola. Nathan Gordon, jefe de la sección química de la División de Servicios Técnicos de la CIA declaró, además, que la ingente cantidad de material biológico almacenada por la agencia era susceptible de ser empleada en proyectos de inmunización masiva, desarrollo de nuevas vacunas e investigación sobre el cáncer. Ése habría sido el campo en el que el Doctor Gallo estuvo ocupado durante su pertenencia al servicio de inteligencia.
Fort Detrick: el paraíso de Maquiavelo
En esta instalación, entre el otoño de 1977 y la primavera de 1978, habría nacido el VIH, concretamente en uno de los laboratorios conocidos como P4 -de máxima seguridad-, en el que se habrían combinado los materiales genéticos del visna y el HTLV-I. La fase experimental se habría llevado a cabo empleando como conejillos de indias a convictos de diversas prisiones federales, a los que se habría ofrecido la conmutación de sus penas a cambio de su colaboración en un programa de investigación médica, una práctica habitual, aunque de sospechosa ética, en el sistema norteamericano.
Todo podría haber sido un mero peldaño más en la sórdida historia de la experimentación con seres humanos de no ser por un fallo que cometieron los experimentadores. Los padres del VIH no sospecharon que la enfermedad pudiera tener un periodo de incubación tan enormemente largo como el del sida que, en muchos casos, supera ampliamente la decena de años. Al no apreciar los científicos ningún tipo de síntomas en los sujetos, el experimento fue considerado un fracaso y los "conejillos" puestos en libertad tal y como se les había prometido. A partir de ese momento la epidemia se convirtió en incontrolable. El alto porcentaje de toxicomanía y homosexualidad entre los reclusos fue seguramente lo que provocó que estos colectivos hayan sido los más castigados por la enfermedad desde que en 1979 aparecieran los primeros casos entre la comunidad homosexual de Nueva York.
El principal valedor de esta versión ha sido el propio Jacob Segal, lo que le ha valido encontrarse en el ojo del huracán de una polémica que no le ha reportado sino quebraderos de cabeza. Entre la multitud de críticas recibidas por Segal, cabe destacar la de uno de los personajes más directamente implicados por sus acusaciones, el Dr. Robert Gallo, quien en una entrevista publicada el 18 de abril de 1987 calificaba todo el planteamiento del científico alemán como una "maniobra propagandística del KGB". Es posible que con tan pintoresca afirmación el Dr. Gallo pretendiera combatir el fuego con el fuego y atacar con una conspiración a quien tan claramente le había implicado en otra.
En medio de esta polémica y para hacer aún más confuso el asunto, en 1987 Peter Duesberg enunciaba una teoría según la cual el sida no estaría producido por ningún virus. A nadie se le escapa que si el VIH no es el causante de la enfermedad toda la historia que acabamos de relatar no tendría la menor base, por lo que entre los más suspicaces se sospechó que Duesberg no fuera sino un mero embaucador al servicio de los intereses de los verdaderos creadores del sida y su maniobra fuera de intoxicación.
Como apuntábamos anteriormente, una de las características más notables de la teoría de Segal es que nadie se haya tomado la molestia de comprobarla, a pesar de lo relativamente fácil que sería contando con los servicios de un laboratorio bien equipado. Si el científico alemán está en lo cierto y el VIH no es sino una suma genética de otros dos microorganismos, esa operación podría ser reproducida tantas veces como se deseara, lo que corroboraría su exposición. Sin embargo, nadie ha tenido la suficiente "curiosidad científica" como para intentar comprobar por sí mismo si esto es posible. Esta circunstancia se convierte en especialmente sospechosa al aparecer en escena una teoría como la de Duesberg, cuyo fin último sería el cerrar para siempre el debate sobre el origen del virus.
Llegados a este punto, uno no puede menos que plantear una pregunta impertinente: ¿cuál es la misteriosa razón que ha llevado a que las teorías de Duesberg y Gallo, sin comprobación experimental posible, hayan sido profusamente divulgadas a través de los medios de comunicación, mientras que la hipótesis del Dr. Segal, cuya comprobación experimental sería relativamente sencilla, ha sido sistemáticamente ignorada? En este caso no se puede hablar del rechazo que la comunidad científica y los medios de comunicación puedan sentir ante una postura heterodoxa, ya que la teoría de Duesberg, que niega la existencia misma del virus, es bastante más extravagante que la del Dr. Segal, quien sólo sospecha de su origen. No creemos que vayan por ahí los tiros. Si se ha calumniado y enterrado profesionalmente al Dr. Jacob Segal ha sido por apuntar la posibilidad de que se hubiera producido una conspiración cuyo alcance haría que el asesinato de Kennedy fuera en comparación una mera novatada de estudiantes. De hecho, en el propio legislativo norteamericano, hay quien ha contemplado seriamente esta eventualidad, como el congresista neoyorquino Theodore Weiss, famoso por su defensa de los derechos homosexuales, quien en un discurso parlamentario pronunció las siguientes palabras: "Dadas las actitudes que frente a la homosexualidad y los homosexuales demuestran ciertos sectores de nuestra sociedad, la posibilidad de que se haya empleado armamento biológico debe ser seriamente observada".
¿Llevaba el congresista Weiss demasiado lejos sus conclusiones? Es posible, pero las estadísticas parecen darle la razón. A pesar de que potencialmente cualquiera puede ser víctima del sida, esta enfermedad se ha cebado con especial saña en sectores muy definidos de la población, como los homosexuales, los toxicómanos y los africanos, convirtiéndose en la primera epidemia de la historia que selecciona socialmente a sus presas. El cincuenta por ciento de los 210.000 casos de sida documentados en los Estados Unidos durante 1992 eran afroamericanos y el 31% hispanos, nativos o asiáticos, cuando estos colectivos apenas forman el 12% de la población norteamericana.
Pero vayamos un poco más lejos. A escala mundial, la desproporción entre blancos y otras razas es mucho mayor que en los E.E.U.U. Esta enfermedad se está convirtiendo en una forma de "genocidio natural" que hubiera sido la envidia de los jerarcas nazis. Las poblaciones de otras razas están siendo diezmadas mientras que los blancos permanecen relativamente incólumes, o por los menos, los blancos moralmente sanos.
Esto llamó poderosamente la atención de Steven Thomas, investigador de salud pública en la Universidad de Maryland, a escasos kilómetros de las instalaciones de Ford Detrick: "La gente quiere saber. ¿Ha sido producido por el hombre? ¿es una forma de genocidio? ¿Son ciertas las estadísticas? Actualmente estamos en posesión de datos suficientes como para afirmar que la falsificación de las estadísticas gubernamentales respecto al sida es un hecho real y que la creencia de que esta enfermedad es una forma de genocidio es también real". Esto es llegar mucho más lejos de lo que hizo el Dr. Segal con sus teorías. Tal vez sea mejor seguir pensando que estamos ante un microorganismo desconocido o, como mucho, frente a las catastróficas consecuencias de un incidente de laboratorio. Lo contrario sería suponer que desde los tiempos de la cámara de gas y el horno crematorio sólo se ha avanzado en crear medios cada vez más maquiavélicos de exterminar a nuestros semejantes.
Como último comentario recordemos que el gobierno racista de Sudáfrica se planteó crear un virus que sólo afectara a personas de un determinado grupo genético. Entre los que se barajó el color de los ojos y la clase y color del pelo.
Este proyecto era mucho más selectivo que el "primitivo" virus del sida. Y no produciría víctimas colaterales no deseadas.
Se nos podría argumentar que el valor probatorio de la intervención del Dr. McArthur es relativamente pobre ya que sólo expresaba un deseo, sin que existan indicios de que tan macabro proyecto llegase jamás a buen puerto y mucho menos de que tuviera alguna relación con el sida. Por desgracia no es así. Existen pruebas, cuando menos circunstanciales, como para completar la pesadilla ideada por el Dr. McArthur con un quién, un dónde y un cuándo.
La fecha habría sido el año 1975. El lugar, el Centro de Investigación sobre Armamento Biológico de Ford Detrick, Maryland (E.E.U.U.). En este punto se da una de esas "casualidades" de las que tanto disfrutamos los teóricos de la conspiración. Precisamente en 1975, la sección de virus de ese centro de investigación militar pasó a denominarse centro Frederick de Investigación sobre el Cáncer, dependiente del Instituto Nacional de Cáncer, organismo que, junto al Centro de Control y Prevención de Enfermedades, en Atlanta, tuvo un notable protagonismo en el desarrollo del arsenal biológico estadounidense. Allí prestaba sus servicios por aquel entonces el Dr. Robert Gallo quien, curiosamente, descubrió en 1984 la existencia del VIH -virus generalmente aceptado como causante del sida- y enunció la teoría del origen africano de la enfermedad, convirtiéndose en referente imprescindible de la investigación sobre este tema. Su hipótesis en la semejanza entre el VIH y el STLV-III, un virus de los simios africanos. Éste habría sido transmitido a un ser humano a través de una mordedura. A partir de ahí, fundamentalmente por medio del sexo y las transfusiones de sangre, la enfermedad se habría ido extendiendo hasta alcanzar los niveles actuales. Como historia no está mal, pero deja tantos puntos oscuros (especialmente el cómo y por qué de la mutación del virus, pasando espontánea e inmediatamente de inofensivo a mortal) que no resiste el más leve análisis crítico de lo que debe ser una hipótesis científica.
Existen evidencias de que, durante la primera mitad de la década de los setenta, Gallo estuvo trabajando para la CIA en el marco de un proyecto secreto denominado MK-Naomi relativo al desarrollo de armas biológicas, muy similares a lo que hoy conocemos como el sida o el ébola. Durante la etapa en que este programa estuvo en funcionamiento arreció la incidencia de ciertos microorganismos infecciosos como el E. Coli 157, la bacteria devoradora de carne y los meningococos, así como de nuevos virus: el sida, el ébola, el hanta y la hepatitis C, entre otros. También se verificaron aumentos en la mortandad asociada a cánceres de los tejidos blandos, como el de próstata, el de mama o los linfomas todos ellos comúnmente achacados a la exposición a contaminantes químicos y ambientales o a la acción de toxinas de origen artificial.
En relación con el proyecto MK-Naomi, el director de la CIA, William Colby, admitió que el interés de la agencia en el armamento biológico estaba directamente vinculado a las operaciones encubiertas realizadas en Zaire, Angola y Sudán, los países más castigados por el sida y el ébola. Nathan Gordon, jefe de la sección química de la División de Servicios Técnicos de la CIA declaró, además, que la ingente cantidad de material biológico almacenada por la agencia era susceptible de ser empleada en proyectos de inmunización masiva, desarrollo de nuevas vacunas e investigación sobre el cáncer. Ése habría sido el campo en el que el Doctor Gallo estuvo ocupado durante su pertenencia al servicio de inteligencia.
Fort Detrick: el paraíso de Maquiavelo
En esta instalación, entre el otoño de 1977 y la primavera de 1978, habría nacido el VIH, concretamente en uno de los laboratorios conocidos como P4 -de máxima seguridad-, en el que se habrían combinado los materiales genéticos del visna y el HTLV-I. La fase experimental se habría llevado a cabo empleando como conejillos de indias a convictos de diversas prisiones federales, a los que se habría ofrecido la conmutación de sus penas a cambio de su colaboración en un programa de investigación médica, una práctica habitual, aunque de sospechosa ética, en el sistema norteamericano.
Todo podría haber sido un mero peldaño más en la sórdida historia de la experimentación con seres humanos de no ser por un fallo que cometieron los experimentadores. Los padres del VIH no sospecharon que la enfermedad pudiera tener un periodo de incubación tan enormemente largo como el del sida que, en muchos casos, supera ampliamente la decena de años. Al no apreciar los científicos ningún tipo de síntomas en los sujetos, el experimento fue considerado un fracaso y los "conejillos" puestos en libertad tal y como se les había prometido. A partir de ese momento la epidemia se convirtió en incontrolable. El alto porcentaje de toxicomanía y homosexualidad entre los reclusos fue seguramente lo que provocó que estos colectivos hayan sido los más castigados por la enfermedad desde que en 1979 aparecieran los primeros casos entre la comunidad homosexual de Nueva York.
El principal valedor de esta versión ha sido el propio Jacob Segal, lo que le ha valido encontrarse en el ojo del huracán de una polémica que no le ha reportado sino quebraderos de cabeza. Entre la multitud de críticas recibidas por Segal, cabe destacar la de uno de los personajes más directamente implicados por sus acusaciones, el Dr. Robert Gallo, quien en una entrevista publicada el 18 de abril de 1987 calificaba todo el planteamiento del científico alemán como una "maniobra propagandística del KGB". Es posible que con tan pintoresca afirmación el Dr. Gallo pretendiera combatir el fuego con el fuego y atacar con una conspiración a quien tan claramente le había implicado en otra.
En medio de esta polémica y para hacer aún más confuso el asunto, en 1987 Peter Duesberg enunciaba una teoría según la cual el sida no estaría producido por ningún virus. A nadie se le escapa que si el VIH no es el causante de la enfermedad toda la historia que acabamos de relatar no tendría la menor base, por lo que entre los más suspicaces se sospechó que Duesberg no fuera sino un mero embaucador al servicio de los intereses de los verdaderos creadores del sida y su maniobra fuera de intoxicación.
Como apuntábamos anteriormente, una de las características más notables de la teoría de Segal es que nadie se haya tomado la molestia de comprobarla, a pesar de lo relativamente fácil que sería contando con los servicios de un laboratorio bien equipado. Si el científico alemán está en lo cierto y el VIH no es sino una suma genética de otros dos microorganismos, esa operación podría ser reproducida tantas veces como se deseara, lo que corroboraría su exposición. Sin embargo, nadie ha tenido la suficiente "curiosidad científica" como para intentar comprobar por sí mismo si esto es posible. Esta circunstancia se convierte en especialmente sospechosa al aparecer en escena una teoría como la de Duesberg, cuyo fin último sería el cerrar para siempre el debate sobre el origen del virus.
Llegados a este punto, uno no puede menos que plantear una pregunta impertinente: ¿cuál es la misteriosa razón que ha llevado a que las teorías de Duesberg y Gallo, sin comprobación experimental posible, hayan sido profusamente divulgadas a través de los medios de comunicación, mientras que la hipótesis del Dr. Segal, cuya comprobación experimental sería relativamente sencilla, ha sido sistemáticamente ignorada? En este caso no se puede hablar del rechazo que la comunidad científica y los medios de comunicación puedan sentir ante una postura heterodoxa, ya que la teoría de Duesberg, que niega la existencia misma del virus, es bastante más extravagante que la del Dr. Segal, quien sólo sospecha de su origen. No creemos que vayan por ahí los tiros. Si se ha calumniado y enterrado profesionalmente al Dr. Jacob Segal ha sido por apuntar la posibilidad de que se hubiera producido una conspiración cuyo alcance haría que el asesinato de Kennedy fuera en comparación una mera novatada de estudiantes. De hecho, en el propio legislativo norteamericano, hay quien ha contemplado seriamente esta eventualidad, como el congresista neoyorquino Theodore Weiss, famoso por su defensa de los derechos homosexuales, quien en un discurso parlamentario pronunció las siguientes palabras: "Dadas las actitudes que frente a la homosexualidad y los homosexuales demuestran ciertos sectores de nuestra sociedad, la posibilidad de que se haya empleado armamento biológico debe ser seriamente observada".
¿Llevaba el congresista Weiss demasiado lejos sus conclusiones? Es posible, pero las estadísticas parecen darle la razón. A pesar de que potencialmente cualquiera puede ser víctima del sida, esta enfermedad se ha cebado con especial saña en sectores muy definidos de la población, como los homosexuales, los toxicómanos y los africanos, convirtiéndose en la primera epidemia de la historia que selecciona socialmente a sus presas. El cincuenta por ciento de los 210.000 casos de sida documentados en los Estados Unidos durante 1992 eran afroamericanos y el 31% hispanos, nativos o asiáticos, cuando estos colectivos apenas forman el 12% de la población norteamericana.
Pero vayamos un poco más lejos. A escala mundial, la desproporción entre blancos y otras razas es mucho mayor que en los E.E.U.U. Esta enfermedad se está convirtiendo en una forma de "genocidio natural" que hubiera sido la envidia de los jerarcas nazis. Las poblaciones de otras razas están siendo diezmadas mientras que los blancos permanecen relativamente incólumes, o por los menos, los blancos moralmente sanos.
Esto llamó poderosamente la atención de Steven Thomas, investigador de salud pública en la Universidad de Maryland, a escasos kilómetros de las instalaciones de Ford Detrick: "La gente quiere saber. ¿Ha sido producido por el hombre? ¿es una forma de genocidio? ¿Son ciertas las estadísticas? Actualmente estamos en posesión de datos suficientes como para afirmar que la falsificación de las estadísticas gubernamentales respecto al sida es un hecho real y que la creencia de que esta enfermedad es una forma de genocidio es también real". Esto es llegar mucho más lejos de lo que hizo el Dr. Segal con sus teorías. Tal vez sea mejor seguir pensando que estamos ante un microorganismo desconocido o, como mucho, frente a las catastróficas consecuencias de un incidente de laboratorio. Lo contrario sería suponer que desde los tiempos de la cámara de gas y el horno crematorio sólo se ha avanzado en crear medios cada vez más maquiavélicos de exterminar a nuestros semejantes.
Como último comentario recordemos que el gobierno racista de Sudáfrica se planteó crear un virus que sólo afectara a personas de un determinado grupo genético. Entre los que se barajó el color de los ojos y la clase y color del pelo.
Este proyecto era mucho más selectivo que el "primitivo" virus del sida. Y no produciría víctimas colaterales no deseadas.