E
El Trauco
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El propio Vlad Tepes, “El empalador”, pariente suyo e inspirador de la leyenda del Conde Drácula, palideció ante los crímenes de la condesa húngara Erzsebet Báthory (1560-1614), de noble cuna y mente sicópata.
Educada, hermosa, políglota, infinitamente rica y excéntrica, la condesa era temida y odiada. Y cultivó una leyenda que aún perdura bajo el rótulo de la “condesa sangrienta”, que vivía en un castillo en Csejthe, Transilvania, tierra infestada de mitos que hablan de brujería, vampirismo y horror.
Según el texto recién llegado a Chile “Mujeres perversas de la historia”, de la colombiana Susana Castellanos de Zubiría (Norma, 2008), la condesa fue casada a los 15 años con el líder militar Ferenc Nadásdy, llamado “el héroe negro de Hungría” por su crueldad con sus enemigos.
No podía haber mejor candidato, si bien mantuvo su apellido de soltera por ser su familia más noble que la de su esposo.
Malvados ambos, disfrutaron de sádicos juegos, como untar con miel a una joven desnuda y exponerla a las abejas despojadas. Poco les durarían las travesuras compartidas porque Ferenc debió regresar a pelear contra los turcos otomanos, y dejó sola a su joven esposa por largas temporadas.
Durante los siguientes diez años, la condesa vio a su esposo de manera intermitente, pero alcanzó a tener cuatro hijos con él, si bien fue prolífica en orgías sexuales, y tendría más hijos luego de quedar viuda.
En ese tiempo, la condesa también solía visitar continuamente a su tía Karla, hermana de su madre. Ambas compartieron aventuras lésbicas junto a muchachas campesinas que reclutaban para jornadas sádico-eróticas a puerta cerrada.
Ya entonces, sus continuas consultas a hechiceras locales la convencieron de que el más efectivo secreto para mantener la lozanía, un bien exageradamente preciado para Erzsebet, era la sangre humana. Más aún si provenía de niñas vírgenes.
Sabía de magias. Se dice que continuamente lavaba su pelo con extractos de camomila silvestre, azafrán húngaro y agua de ceniza. El efecto era infartante: su cabellera cambiaba de castaño oscuro a rubio fulgurante.
Muerto el conde en 1604, la condesa secundada por sus sirvientes Dorotea, Thorko y Ficzko, comenzó a llevar muchachas a su castillo. Les ofrecía trabajo y alimentos, lo que era irresistible para las jóvenes campesinas de familias pobres que habitaban las villas aledañas.
Ni ellas ni sus padres sabían lo que les esperaba. Interesada en observar de primera mano el dolor de sus víctimas, la condesa las hacía engrillar en los sótanos, y las azotaba durante horas. Luego ordenaba recoger la sangre y llenar una tina donde reposaba durante horas.
Muchas veces, excitada por la violencia de las torturas, mordió a sus víctimas y comió partes de sus cuerpos. Sus favoritas eran las mejillas y los lóbulos de las orejas.
La desaparición de las muchachas comenzó a levantar sospechas. Pero la condesa, por ser noble, estaba a salvo de cualquier indagación. No obstante, esa sensación de impunidad la llevó a ser desprolija. Varias veces las muchachas que se encaminaban al castillo eran encontradas muertas en los alrededores de Csejthe.
Alguna vez, era tal la cantidad de cuerpos en los sótanos del castillo, que se hacía difícil deshacerse de ellos. El hedor impregnó los alrededores y no abandonó ni siquiera el bosque cercano, durante días.
El hedor y los rumores no cejaron. El príncipe Thurzó, antiguo amante de la condesa, decidió encerrarla en un convento para aplacar las sospechas y hasta el mismo rey Matías, archienemigo de la familia Báthory, decidieron salir al paso de tanto asesinato.
A mediados de 1610 varios testigos fueron llamados a un juicio que nunca contó con la presencia de la condesa. El proceso acreditó la muerte y tortura de al menos 600 jóvenes. Para evadir el castigo, “la alimaña de Csejthe”, como comenzaron a llamarla, intentó envenenar a Thurzó y al rey en persona, pero no logró traspasar la barrera de los catadores.
A fines de ese año, fueron allanados los sótanos del castillo y aparecieron los restos del horror: trozos de carne putrefacta, calderos con restos de sangre seca, objetos de tortura y el cuerpo semi devorado de una joven en descomposición confirmaron todas las sospechas.
Los sirvientes de la condesa fueron ejecutados. Y ella fue emparedada en su castillo. Las ventanas y puertas fueron selladas y su dueña recibiría alimento de vez en cuando. Vivió así casi cuatro años hasta que murió, enloquecida y famélica en agosto de 1614. Valentine Penrose, autora de “La condesa sangrienta”, relata que ese día hubo “un ventarrón furioso; parecía que había muerto una bruja”.-
Terra - Erzsebet Báthory: La condesa sangrienta - Zona Mujer
Educada, hermosa, políglota, infinitamente rica y excéntrica, la condesa era temida y odiada. Y cultivó una leyenda que aún perdura bajo el rótulo de la “condesa sangrienta”, que vivía en un castillo en Csejthe, Transilvania, tierra infestada de mitos que hablan de brujería, vampirismo y horror.
Según el texto recién llegado a Chile “Mujeres perversas de la historia”, de la colombiana Susana Castellanos de Zubiría (Norma, 2008), la condesa fue casada a los 15 años con el líder militar Ferenc Nadásdy, llamado “el héroe negro de Hungría” por su crueldad con sus enemigos.
No podía haber mejor candidato, si bien mantuvo su apellido de soltera por ser su familia más noble que la de su esposo.
Malvados ambos, disfrutaron de sádicos juegos, como untar con miel a una joven desnuda y exponerla a las abejas despojadas. Poco les durarían las travesuras compartidas porque Ferenc debió regresar a pelear contra los turcos otomanos, y dejó sola a su joven esposa por largas temporadas.
Durante los siguientes diez años, la condesa vio a su esposo de manera intermitente, pero alcanzó a tener cuatro hijos con él, si bien fue prolífica en orgías sexuales, y tendría más hijos luego de quedar viuda.
En ese tiempo, la condesa también solía visitar continuamente a su tía Karla, hermana de su madre. Ambas compartieron aventuras lésbicas junto a muchachas campesinas que reclutaban para jornadas sádico-eróticas a puerta cerrada.
Ya entonces, sus continuas consultas a hechiceras locales la convencieron de que el más efectivo secreto para mantener la lozanía, un bien exageradamente preciado para Erzsebet, era la sangre humana. Más aún si provenía de niñas vírgenes.
Sabía de magias. Se dice que continuamente lavaba su pelo con extractos de camomila silvestre, azafrán húngaro y agua de ceniza. El efecto era infartante: su cabellera cambiaba de castaño oscuro a rubio fulgurante.
Muerto el conde en 1604, la condesa secundada por sus sirvientes Dorotea, Thorko y Ficzko, comenzó a llevar muchachas a su castillo. Les ofrecía trabajo y alimentos, lo que era irresistible para las jóvenes campesinas de familias pobres que habitaban las villas aledañas.
Ni ellas ni sus padres sabían lo que les esperaba. Interesada en observar de primera mano el dolor de sus víctimas, la condesa las hacía engrillar en los sótanos, y las azotaba durante horas. Luego ordenaba recoger la sangre y llenar una tina donde reposaba durante horas.
Muchas veces, excitada por la violencia de las torturas, mordió a sus víctimas y comió partes de sus cuerpos. Sus favoritas eran las mejillas y los lóbulos de las orejas.
La desaparición de las muchachas comenzó a levantar sospechas. Pero la condesa, por ser noble, estaba a salvo de cualquier indagación. No obstante, esa sensación de impunidad la llevó a ser desprolija. Varias veces las muchachas que se encaminaban al castillo eran encontradas muertas en los alrededores de Csejthe.
Alguna vez, era tal la cantidad de cuerpos en los sótanos del castillo, que se hacía difícil deshacerse de ellos. El hedor impregnó los alrededores y no abandonó ni siquiera el bosque cercano, durante días.
El hedor y los rumores no cejaron. El príncipe Thurzó, antiguo amante de la condesa, decidió encerrarla en un convento para aplacar las sospechas y hasta el mismo rey Matías, archienemigo de la familia Báthory, decidieron salir al paso de tanto asesinato.
A mediados de 1610 varios testigos fueron llamados a un juicio que nunca contó con la presencia de la condesa. El proceso acreditó la muerte y tortura de al menos 600 jóvenes. Para evadir el castigo, “la alimaña de Csejthe”, como comenzaron a llamarla, intentó envenenar a Thurzó y al rey en persona, pero no logró traspasar la barrera de los catadores.
A fines de ese año, fueron allanados los sótanos del castillo y aparecieron los restos del horror: trozos de carne putrefacta, calderos con restos de sangre seca, objetos de tortura y el cuerpo semi devorado de una joven en descomposición confirmaron todas las sospechas.
Los sirvientes de la condesa fueron ejecutados. Y ella fue emparedada en su castillo. Las ventanas y puertas fueron selladas y su dueña recibiría alimento de vez en cuando. Vivió así casi cuatro años hasta que murió, enloquecida y famélica en agosto de 1614. Valentine Penrose, autora de “La condesa sangrienta”, relata que ese día hubo “un ventarrón furioso; parecía que había muerto una bruja”.-
Terra - Erzsebet Báthory: La condesa sangrienta - Zona Mujer