luchogarcia
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Pego aquí un extracto de un artículo del año 2007 sobre la 2da guerra del líbano que me parece sumamente interesante para comprender el conflicto y la situacción actual de Israel.
El texto completo lo puede encontrar el la red voltaire:
http://www.voltairenet.org/article150836.html
Anatomía de una derrota colosal
Un año después de la humillante derrota israelí en Líbano he tenido ocasión de estudiarla a través de los ojos de dos renombrados analistas militares, Yoav Limor y Ofer Shelah. En un reciente libro titulado Cautivos en Líbano, ambos han logrado recopilar un diario muy minucioso de la cadena de acontecimientos que llevaron a la guerra, de la propia guerra y de la interminable lista de fracasos operativos, tácticos y estratégicos israelíes. Pero en su libro Limor y Shelah no se limitan al ejército y sus mandos, sino que retratan hábilmente una sociedad que ha perdido el norte, que se ha alejado poco a poco de su propia realidad y de su entorno; de una sociedad abocada a un fracaso moral absoluto, gobernada por líderes política y militarmente egotistas y egocéntricos.
La derrota militar israelí del año pasado en Líbano pilló al mundo por sorpresa. En un principio asustó al gobierno de Bush y a Tony Blair, que con suma rapidez dieron luz verde a Israel para destruir el liderazgo de la Shía libanesa y de arrasar las infraestructuras civiles de Líbano. Pero Bush y Blair no fueron los únicos sumidos en la conmoción, el mundo árabe también quedó anonadado. Los líderes árabes no están acostumbrados a la derrota del ejército israelí. Los moderados de entre ellos vieron por televisión las imágenes de cómo un solo clérigo musulmán daba una lección a los israelíes de lo que es el desafío. El jeque Hasan Nasralá y un número insignificante de combatientes fueron los primeros árabes que derrotaron en el campo de batalla al ejército israelí. Su victoria dejó hecho añicos a Israel.
El poder de disuasión israelí desapareció por completo para convertirse en un tema de investigación histórica. La cúpula de las Fuerzas de Defensa de Israel también quedó conmocionada: un mes después de la guerra, el general Udi Adam, Comandante en Jefe en el frente del norte, había dimitido. No pasó mucho tiempo antes de que Dan Halutz, el jefe de Estado Mayor, siguiera el mismo camino. Amir Peretz, el ministro de Defensa, fue destituido por el primer ministro de entonces, Ehud Barak. Está claro que los israelíes son conscientes de la magnitud de su derrota en Líbano. Pero lo que no saben es cómo solucionar el problema. Están encantados con la “buena vida” que llevan, han sucumbido a la imagen de la tecnología y la riqueza.
Aunque el libro no lo dice de manera explícita, su mensaje está bastante claro. Israel funciona como un megalómano y violento gueto judío motivado por un fanatismo homicida que utiliza como herramientas la letal tecnología yanqui. Tal como revelan Limor y Shelah, a pesar de que el conflicto terrestre tuvo lugar en una franja muy angosta de la región (la frontera israelí en su lado sur y el río Litani al norte), la artillería israelí se las arregló para lanzar más de 170.000 bombas. En comparación, durante la guerra de 1973 contra dos poderosos ejércitos estatales y en dos frentes muy amplios, los israelíes sólo lanzaron 53.000 bombas. Las cifras relativas a las fuerzas aéreas son incluso más sorprendentes.
A pesar de que el servicio de inteligencia de las Fuerzas Armadas sólo disponía de unos pocos objetivos concretos, la aviación israelí llevó a cabo no menos de 17.550 misiones de combate, lo cual significa unas 520 misiones diarias, casi tantas como en la guerra de 1973 (605 por día). Pero en 1973 la aviación israelí se enfrentó a dos fuerzas aéreas bien equipadas, entabló una gran cantidad de combates aéreos y luchó sin descanso contra los misiles soviéticos más recientes. Nada de eso ocurrió en la segunda guerra de Líbano. Las Fuerzas Aéreas se dedicaron únicamente a bombardear el territorio libanés. Arrojaron literalmente todo lo que tenían a su disposición, de una manera tan despiadada que en algunos lugares (como, por ejemplo, al sur de Beirut), el efecto fue similar al infamante bombardeo arrasador anglo-usamericano de los años cuarenta.
El ejército
Empezaré por el ejército, que en las últimas cuatro décadas ha experimentado una importante transición. En los años que siguieron a la rápida invasión de 1967, los militares que fueron ascendidos para dirigirlo eran en particular oficiales de tierra y generales de brigada al mando de carros de combate. El Israel posterior a 1967 creía en la guerra relámpago [Blitzkrieg], una violenta ofensiva que utiliza abundantes fuerzas terrestres con apoyo aéreo cercano. Tras la guerra de 1973 y el limitado éxito de la artillería y las divisiones acorazadas, aquella tendencia cambió. Gradualmente, fueron los veteranos de las unidades especiales israelíes quienes ascendieron a los puestos de alto mando. Quizás el más famoso de estos veteranos sea Ehud Barak, el muy condecorado oficial de comando que terminó su carrera militar como jefe de Estado Mayor. Fue él quien eligió a sus antiguos subordinados para puestos en la cúpula del ejército israelí. Los oficiales de tierra fueron relegados.
Esta transformación dentro del ejército israelí tenía dos motivaciones: en primer lugar, la suposición proveniente del servicio de inteligencia de que ningún Estado árabe emprendería por sí solo una guerra total contra Israel en un futuro próximo y, en segundo lugar, el hecho real de que tras la primera intifada y el aumento general de la resistencia civil palestina, el ejército israelí se vio cada vez más comprometido en operaciones de vigilancia. Dicho cambio hizo que no hubiese mucha necesidad de entrenamiento en operaciones terrestres masivas. Las brigadas acorazadas y de artillería parecían inútiles e incluso irrelevantes para las nuevas necesidades de defensa del Estado judío. Grandes unidades de soldados pasaron a ocuparse de vigilar Cisjordania y Gaza. En aquel cambio, quienes tomaron el mando en lo que los israelíes percibían como su “guerra en contra el terror” fueron inicialmente las unidades especiales israelíes y los jefes de seguridad. Ello hizo que cada vez fuesen más los veteranos de los comandos israelíes quienes se abrieran camino en la cúpula del ejército y más tarde en la muy militarizada vida política israelí.
Pero las cosas no pararon ahí; no pasó mucho tiempo antes de que las unidades especiales israelíes dejaran de aportar soluciones a lo que parecía ser una resistencia civil palestina cada vez mayor. Enviar la sal de la tierra judía a Gaza a altas horas de la madrugada pasó a ser demasiado peligroso. Preciso es señalar que de la misma manera que los israelíes adoran ver cómo sus muchachos aterrorizan a palestinos, son incapaces de soportar el espectáculo de sus amados “Rambos” muertos en una emboscada.
Fue sólo una cuestión de tiempo que las Fuerzas Aéreas pasaran a ocuparse del desafío palestino. Aprovechando la avanzada tecnología usamericana, Israel dejó que sus F-16 y sus helicópteros Apache lanzasen misiles teledirigidos contra los objetivos civiles y militares palestinos. El principio que guiaba esta estrategia era bastante simple: la aviación estaba allí para mantener a los palestinos en un constante estado de terror. Como consecuencia de ello, la aviación israelí se convirtió durante la última década en la fuerza principal en la guerra contra Palestina, contra el pueblo palestino y contra su inminente dirigencia islámica. Las Fuerzas Aéreas desarrollaron pronto una táctica que fue denominada “asesinato selectivo”.
De acuerdo con la nueva doctrina militar israelí, lo único que se necesitaba eran unas pocas operaciones de inteligencia en tierra, seguidas por el lanzamiento aéreo de un misil estadounidense teledirigido en la superpoblada Gaza. Los resultados estaban claros. En unos casos los palestinos fueron selectivamente asesinados, en otros muchos junto a ellos murieron civiles inocentes que habían tenido la mala fortuna de estar en el entorno, en el lugar equivocado y en el momento equivocado. En otras muchas ocasiones los pilotos erraron el tiro o el servicio de inteligencia les dio falsas instrucciones. Muchos civiles palestinos, ancianos, mujeres y niños murieron así. Evidentemente, a nadie le importaba eso en Israel. Cuando a Dan Halutz, que todavía era el comandante de las Fuerzas Aéreas, le preguntaron qué se sentía al lanzar una bomba que mata a catorce civiles palestinos, su respuesta fue breve y simple. “Se siente una ligera sacudida en el ala izquierda”. Halutz, el oficial de sangre fría, el militar que ordenó el asesinado de tantos palestinos, era el hombre correcto en el lugar correcto y no pasó mucho tiempo antes de que tomara el mando del ejército israelí.
Conforme pasaba el tiempo, el gobierno israelí se abstuvo de poner en peligro a sus jóvenes soldados. La guerra israelí “contra el terror” se ha convertido en una guerra muy segura, casi en un videojuego. El jeque Yassin, el doctor Rantisi y muchos otros civiles cayeron víctimas de esta táctica homicida. Todo parece indicar que al mando militar israelí se le subió a la cabeza el éxito de su nuevo método de asesinar. Los israelíes tenían un nuevo dios, la “superioridad tecnológica”. La última hornada israelí de generales, muchos de ellos pilotos y veteranos de unidades especiales, se acostumbró a la creencia de que Israel puede mantener su superioridad regional haciendo uso de su superioridad tecnológica y de su capacidad armamentística.
Tal como Limor y Shelah muestran en su libro, en la última década los soldados israelíes dejaron literalmente de entrenarse en cualquier forma de operaciones tácticas a gran escala. Si las Fuerzas Aéreas atacan a los enemigos de Israel en sus dormitorios, ¿quién necesita carros de combate y artillería? Tras un entrenamiento inicial y mínimo, los jóvenes tanquistas israelíes fueron destinados a tareas elementales de vigilancia en los territorios ocupados. En la práctica, no sólo dichos soldados cumplían tareas militares ajenas a su formación en carros de combate y artillería, sino que no estaban familiarizados en absoluto con ninguna forma de maniobras tácticas de grandes operaciones. En otras palabras, el ejército israelí dejó de estar listo para el combate.
Por eso los palestinos ganaron la guerra
Muchos analistas consideran que la resistencia palestina es una lucha militarmente inútil. Al fin y al cabo, poco daño puede hacer un grupo de niños que lanzan piedras. La lectura del libro de Limor y Shelah insinúa que, en realidad, la lucha palestina estaba lejos de ser inútil. A decir verdad, fue precisamente la resistencia civil palestina lo que dejó exhausto, en un estado de parálisis, a las Fuerzas Amadas israelíes. Fue la resistencia palestina la que llevó al límite al ejército y logró que los militares israelíes dejasen de prepararse para la “próxima guerra”. Fueron los palestinos quienes convirtieron a los soldados israelíes y a sus comandantes en un grupo de cobardes que prefieren ganar guerras sentados frente a monitores y manipulando joysticks. Han sido los palestinos quienes deshabilitaron de forma devastadora la capacidad de ataque de las Fuerzas Armadas.
Esto es lo que el jeque Hasan Nasralá ha estado sugiriendo en la mayoría de sus discursos declamatorios. Israel se estaba “escondiendo tras la superioridad tecnológica para ocultar su cobardía e incomprensión de lo que implica vivir en Oriente Próximo” [4]. _ El ejército israelí se ha acostumbrado a aniquilar civiles palestinos en sus casas, asesinar a sus nuevos dirigentes, aterrorizar a mujeres embarazadas en puestos de control, bombardear a niños en sus escuelas, lo cual es bastante fácil. Por eso, cuando el ejército israelí tuvo que enfrentarse a pequeños grupos de entusiastas mal entrenados de la organización paramilitar fracasó de forma infamante. Se derrumbó a pesar de su superioridad tecnológica; fue derrotado a pesar de su abrumadora capacidad armamentística, a pesar del apoyo desvergonzado de Bush y Blair. El ejército israelí naufragó porque era incompetente, no estaba preparado para luchar, no sabía cómo hacerlo y, lo que es peor, ni siquiera sabía por qué luchaba.
Poco después de que el conflicto en Líbano se transformase en una guerra total (por lo menos para Israel), la mayor parte de los generales israelíes se dieron cuenta de que su ejército carecía de medios para contrarrestar la lluvia de cohetes Katiusha que lanzaba Hezbolá. Si el objetivo inicial israelí consistía en detener los Katiusha y rescatar a los dos reservistas israelíes capturados, tal objetivo no se cumplió. El mando israelí tuvo que aceptar que sin un buen servicio de inteligencia su superioridad armamentística y tecnológica era irrelevante. Resulta divertido comprobar cómo, en pocos días, los dirigentes israelíes adoptaron un vocabulario de estilo posestructuralista. En vez de ofrecerle a la población de Israel una simple “victoria” empezaron a hablar de “discurso de la victoria”. A los pocos días del inicio de la campaña los militares israelíes ya no se referían a la “victoria” en sí misma, sino a la “imagen de la victoria”. Shimon Peres utilizó el término “percepción” de la victoria. A pesar de todo, ni la “percepción” ni la “imagen” de la victoria pudieron alcanzarse.
El texto completo lo puede encontrar el la red voltaire:
http://www.voltairenet.org/article150836.html