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Huevon sin Vida
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Por mucho tiempo se han negado y escondido muchas cosas de la historia reciente de nuestro país y esta caso es uno de los mas emblemáticos de la lucha contra la dictadura.
gran investigación
gran investigación
En una investigación que ha tomado varios años, el reconocido cronista Cristian Alarcón reconstruyó paso a paso la trama que culminó con la muerte de 11 miristas en la zona cordillera de Neltume en 1981. Entre los testimonios que recogió, impactan los de cinco ex conscriptos que participaron en la Operación Machete y que fueron testigos de la cacería encabezada por el entonces mayor Rosauro Martínez, quien enfrenta en estos días la petición de desafuero por tres homicidios en Neltume. Uno de los oficiales bajo su mando fue Luis Sanhueza Ros, procesado y condenado por varios crímenes de la dictadura.
Muy poco se sabe del pasado del reelecto diputado Rosauro Martínez Labbé (RN), quien aparece como figura protagónica en una de las historias de la dictadura jamás contadas por sus testigos. El entonces capitán de la Compañía de Comandos Nº 8 del Regimiento “Llancahue” de Valdivia fue, según una investigación basada en los testimonios de cinco soldados conscriptos de esa fuerza especial del Ejército, documentos judiciales y entrevistas con sobrevivientes, quien comandó en los alrededores de Neltume una masacre publicitada como un gran triunfo militar en 1981: el aniquilamiento de un destacamento de guerrilleros del MIR que había creado un temerario foco de resistencia a la dictadura de Augusto Pinochet.
Rosauro Martínez (63 años), quien acaba de ser reelegido para su sexto período parlamentario, ha negado toda responsabilidad en los hechos, pero los testimonios recogidos en esta investigación entregan detalles hasta ahora desconocidos de su rol clave en la masacre de Neltume. Todo ocurrió en 1981, once años después de que Martínez ingresara al Ejército, cuyas filas abandonó en 1987 con el grado de mayor. Poco después, era premiado por Pinochet al designarlo alcalde de Chillán, la ciudad que hoy representa en el Congreso, cargo que mantuvo hasta 1992, año en que se realizaron las primeras elecciones municipales luego de recuperada la democracia.
Memorial en honor a las víctimas de Neltume
La hoja de vida del mayor (r) Rosauro Martínez entre 1973 y 1987 es un misterio. Lo que sí se sabe con certeza es que la mayor parte del tiempo que sirvió en el Ejército lo hizo en los servicios secretos. Lo que aprendió en su paso por la Escuela de Las Américas, centro de entrenamiento antisubversivo estadounidense en Panamá, lo utilizó a cabalidad no sólo en la masacre de Neltume. CIPER escuchó un testimonio que da cuenta de su rol también protagónico en uno de los grupos más secretos de la Dirección de Inteligencia del Ejército (DINE) en los años 80.
Los misterios también han rodeado la masacre de Neltume. Oficialmente cobró 11 víctimas, pero los testimonios recogidos en esta investigación dan cuenta de otros muertos, los que habrían sido campesinos de la zona. A medida que se entrevistan testigos, el número de cadáveres vistos por los soldados no coincide con las listas oficiales. Es necesario entonces que la justicia despeje la identidad de esos muertos que nadie quiso ni pudo denunciar en esa zona cordillerana de extrema pobreza.
LA REFORMA AGRARIA EN EL ORIGEN
El Movimiento Campesino Revolucionario, brazo rural del MIR, tuvo un rol protagónico en el proceso de toma de fundos madereros en la zona de Neltume (a unos 900 kilómetros de Santiago), durante el gobierno de Salvador Allende. Entre diciembre de 1968 y septiembre de 1973 un grupo de militantes de la Universidad Austral de Valdivia hizo un trabajo que logró sumar a los campesinos y trabajadores del Complejo Forestal Panguipulli (con más de 360 mil hectáreas en la zona) al proceso de expropiación que propició la Reforma Agraria. Entre esos trabajadores uno se ganó la fama: Comandante Pepe lo llamaron. Su nombre era Gregorio José Liendo Vera y fue fusilado en octubre del ’73, junto a otros 11 dirigentes de los 22 fundos expropiados a sus dueños por el gobierno de la Unidad Popular, en el polígono de tiro del Regimiento Llancahue, tras un Consejo de Guerra.
Ocho años más tarde, en ese mismo regimiento, unas cuatro hectáreas rodeadas de un pantano al que en la zona llaman Hualve, el entonces oficial de Ejército Rosauro Martinez Labbé entrenó a los conscriptos que integrarían la base de la Operación Contraguerrilla Machete, nombre que recibió la expedición en busca del grupo mirista.
La rebelión de Neltume -liderada por el Comandante Pepe- mereció especial dedicación de los militares y empresarios madereros y agrícolas que llegaron al poder con Pinochet. No hubo tregua en esa zona para la represión política. Quienes participaron en la Reforma Agraria, o fueron asesinados o pasaron por la tortura y la cárcel o lograron partir al exilio. Algunos de sus líderes más jóvenes lograron escapar a distintas ciudades de Europa, en Holanda, Suecia y Francia. Allí estaban en 1978 cuando fueron convocados por la dirección del MIR a una reunión en Praga donde se les notificó que serían protagonistas de la Operación Retorno.
Inspirados en la guerra de Vietnam, los miristas intentaron levantar un foco guerrillero en Neltume.
Esa decisión de la cúpula del MIR formaba parte de otras estrategias, diseñadas tanto en la Unión Soviética como en Cuba y que propiciaban la creación de zonas revolucionarias en América Latina. En Chile, Miguel Enríquez, el líder del MIR asesinado en 1974, impulsó un Movimiento de Resistencia Popular que debía sumar a los distintos partidos y movimientos de izquierda y hasta el progresismo de la Democracia Cristiana. La idea –explica el doctor en historia Robinson Silva en su libro Resistentes y clandestinos, la violencia política del MIR en la dictadura profunda (1978-1972)- era que ese movimiento fuera capaz de “conectar la vanguardia con las masas”, para “crear así un ejército revolucionario que enfrentara la dictadura”.
Parte medular de la Operación Retorno era el aterrizaje clandestino de un grupo selecto de militantes del MIR en Nahuelbuta; mientras otros se instalarían en otras ciudades como Santiago, Valparaíso y Concepción. A pesar de la convicción que se desprende de los documentos elaborados por la dirección del MIR para el retorno a Neltume, el destino de la misión sería muy distinto.
ELEGIDOS PARA UNA CACERÍA
Los soldados que fueron entrevistados para esta investigación son hoy hombres de 52 años. Nacieron casi todos en 1961. Ese fue el grupo generacional que el entonces teniente Mario De Toro Gallardo llegó a seleccionar al gimnasio fiscal de La Unión, en marzo de 1981: hijos de familias campesinas de los alrededores de Paillaco, Río Bueno y Puerto Nuevo. El año anterior, en esa zona no había habido reclutamiento. Por eso, la mayoría de los conscriptos tenía 19 años. En el gimnasio de esa ciudad tranquila de unos 45 mil habitantes y casas de madera, se los hizo desnudar y correr ante la mirada atenta de los oficiales que fueron seleccionando a los más fuertes. Uno de ellos, lo llamaremos el conscripto E, recordó en el living de su casa los ojos verdes e intensos del teniente De Toro:
-Yo tenía en esa época unos lindos mostachos. El teniente me miró y me dijo: “Tú te vas a ir con nosotros y allá yo te voy a cortar esos bigotes”.
La promesa sutil del teniente De Toro fue una suave introducción a lo que a partir de ese momento vivirían los conscriptos escogidos:
-De entrada conocimos lo que era estar activo todo el tiempo. Un minuto tranquilo, sin hacer algo, cualquier cosa, y llegaba el palmazo. Porque pestañeabas en la guardia, porque no hacías lo que se esperaba, porque demorabas, porque estaba mal puesto el uniforme, por cualquier cosita venían los castigos –cuenta uno de los ex conscriptos.
Los relatos se repiten con las mismas palabras y hasta con los mismos tonos e inflexiones. Hablan parecido, lo hacen en sus casas, en una leñera, en un patio o arriba de un auto. Muchos de ellos rechazaron tajantes hablar de la historia que no olvidan. Pero algunos optaron por recordar. Todos piden que sus nombres no se escriban. Eran 130 y quieren fundirse en ese número, a pesar de que todos los nombres les quedaron grabados: los de sus instructores, los de los militares que los torturaron, de los que los condujeron en la montaña y los que mataron a los guerrilleros.
Todos esos nombres van saliendo de sus bocas. Y entre todos ellos se repiten los de Arturo Sanhueza Ros (más conocido en la CNI como El Huiro, condenado y procesado por varios asesinatos, ver detalle de sus condenas), Mario de Toro Gallardo, Iván Fuentes Sotomayor, Claudio Peppi Oneto (integrante de la DINA desde sus inicios), Sergio Aguilera, Hilario Nahuelpán Huayquimil, José Miguel Basaúl, Julio Arellano Garamund y Eduardo Inostroza. Y todos vieron en la montaña la sombra del conductor de la Operación Machete, que luego dio paso a la Operación Pilmayquén: Rosauro Martinez Labbé, el capitán.
-La experiencia de nosotros quedó por años en silencio. Nadie más habló de lo que pasó. Yo traté de buscar material de los instructores que teníamos en ese tiempo. No hay nada. Traté de buscar en los documentos al teniente Mario de Toro Gallardo. No sale nada. Al único que encontré es al actual diputado por Chillán que fue nuestro capitán: Rosauro Martínez Labbé –cuenta uno de los ex conscriptos.
Rosauro Martínez
Este ex conscripto es hijo de un sindicalista. Ha sido un guía honesto y cuidadoso para contactar a sus compañeros de la Compañía de Comandos, amortiguando el recelo que se les ha pegado a la piel. Los conoce a casi todos. Se han ido intercambiando miradas y palabras durante estos años en funerales y también en bodas y bautizos. Se han encontrado en las esquinas de Osorno o Valdivia, en buses y en las iglesias evangélicas de las que muchos se hicieron fieles después de haber abandonado el alcohol en el que algunos cayeron cuando dejaron la conscripción. Esta búsqueda de la memoria de los soldados de Neltume comenzó hace ya tres años, cuando este cronista comenzó la investigación para un libro, aún en proceso, que intenta reconstruir los hechos.
ELEGIDOS PARA MORIR
Los guerrilleros del MIR eran sobre todo jóvenes. Cinco de ellos habían sido obreros madereros en el Complejo Panguipulli y más tarde partieron al exilio. René Bravo (25 años), Julio Riffo (30), Próspero Guzmán (27) y Juan Ojeda (27), vivieron en Holanda; José Monsalve (27), en Canadá; Raúl Obregón (31), en Suecia; Pedro Yáñez (31), había nacido en Constitución y venía de Francia.
Dos de los hombres enviados a Chile vía Neuquén (Argentina) para instalarse en la montaña -Luis Quinchalí (38) y José Campos (30)- eran de Temuco. Quinchalí, vino de Holanda y Campos, de Noruega. Ambos fueron detenidos por gendarmes argentinos. De la lista de once miristas muertos en Neltume, son los únicos que no cayeron bajo la metralla del destacamento comandado por Rosauro Martínez. Sus compañeros creen que fueron entregados a militares chilenos. Aún están desaparecidos.
Patricio Calfuquir (28) era originario de Pitrufquén y Miguel Cabrera (30), jefe de todo el grupo, de Temuco. Cabrera, más conocido como Paine, había vivido dos años en una ciudad holandesa cercana a Utrech.
El grupo partió desde París hacia Cuba en marzo del ‘79, en varias tandas. Allí se entrenaron con las técnicas vietnamitas para guerrilla rural. Fueron 25, la mayoría hombres, aunque hubo algunas pocas mujeres en lo que muy pronto se llamó Destacamento Guerrillero Toqui Lautaro. Allí forjaron el temple y aprendieron, entre otras cosas, a cavar refugios en la tierra: los “tatús”. La historia está contada en clave épica por algunos de los sobrevivientes en un libro de buena prosa: Guerrilla en Neltume. Una historia de lucha y resistencia en el sur chileno. Lo editó Lom. Y lo firma el Comité Memoria Neltume.
Algunos sobrevivientes no suscriben todo lo que el libro cuenta. Entre otros, Elsa, la única mujer que estuvo durante meses en la montaña y que bajó del campamento antes de que irrumpieran los militares de media docena de divisiones armados para la guerra. Las diferencias y matices con la historia que se ha contado están relacionadas con la responsabilidad de los jefes miristas que orquestaron la Operación Retorno. Y con el escaso apoyo material, político y humano que tuvieron los que se aventuraron en Neltume.
Dos datos se repiten en los testimonios de los escasos sobrevivientes: nunca se les permitió armarse y tampoco se los dejó tomar contacto con los campesinos de la zona. Las dos instrucciones perentorias fueron a la postre clave en la derrota y sirven para comprender el nivel de debilidad con el que los guerrilleros se enfrentaron al Ejército.
En febrero de 2007, el jefe de la que fuera la comisión militar del MIR, Hernán Aguiló, hizo un mea culpa en La Nación Domingo, en el que reconoce que la arriesgada apuesta militar de crear un foco guerrillero en Neltume tuvo gravísimos costos humanos para cientos de combatientes idealistas. “Fue un acto de voluntarismo de todos nosotros plantear que el MIR no debía asilarse. Y Miguel Enríquez vanguardizó ese proceso”, dijo Aguiló. El mayor error cometido, afirmó, fue “organizar el apoyo logístico en forma de fachada sin inserción en la masas. Los errores fueron de tal magnitud que a veces la base social de apoyo era el familiar de un detenido desaparecido. Éste es el caso de Neltume”.
El dirigente del MIR Miguel Enriquez
Cuando el sábado 27 de junio de 1981 una patrulla de la Compañía de Comando Nº8 del Regimiento Llancahue, enviada por Rosauro Martínez Labbé, los descubrió cerca del Lago Quilmo, los 12 miristas que se encontraban en el campamento no tuvieron más que correr en bandada hacia las quilas alrededor de las carpas, y escapar a punta y codo. Solo Miguel Cabrera, y su segundo, Raúl Obregón, sabían que los fusiles FAL y las municiones –escasas como la comida– estaban en uno de los siete tatús que lograron construir a un día de marcha rápida, en otro rincón de la fría, nevada y arisca montaña.
UN MUERTO EN BUSCA DE IDENTIDAD
Al inicio de esta investigación, parecía improbable que ese hombre muerto de un tiro en la cabeza, al que los jefes exhibían a fines de junio del ’81 cuando los soldados iban llegando a la montaña, hubiera existido. Porque los militares demoraron 63 días hasta lograr atrapar el 29 de agosto a dos de los miristas: René Bravo y Julio Riffo, y sólo el 13 de septiembre acribillaron al primer guerrillero. Durante ese lapso los militares acosaron a los pobladores de la zona y los torturaron para que revelaran el paradero de los buscados: creían que el grupo del MIR había hecho contacto con ellos y se sostenían arriba enmontañados gracias a la ayuda de éstos. Es probable entonces que ese muerto exhibido por los jefes a los conscriptos haya sido un campesino al que nadie nunca reclamó y que, por esa misma razón, no figura ni en las nóminas de víctimas del Informe Rettig ni en las listas de detenidos desparecidos.
Al cabo de las entrevistas con cinco soldados, nos asiste la certeza de que ese muerto no coincide con ninguno de la lista de miristas abatidos en esa operación. Todos lo vieron. Verlo era el bautismo para comenzar la acción del Operativo Machete. A medida que se cotejan los testimonios de los soldados, surgen nuevas víctimas. Al contar los caídos, sobran muertos.
El ex conscripto A tiene una memoria poderosa: guarda detalles que sorprenden a sus dos compañeros, a quienes llamaremos B y C. Sentado a la mesa en la casa de uno de ellos, en Paillaco, recuerda la Casa Hilton, o Rancho Hilton, como llamaron a la base de operaciones que se instaló en la montaña, en Remeco Alto, entre Neltume y Liquiñe. Allí también estaba el río en cuyas frías aguas los obligaban a bañarse en pleno invierno para mantener la moral alta. Justamente ahí estaba apostado un día el ex conscripto A, haciendo guardia con otro soldado, entre las tres y las cuatro de la tarde:
-Lloviznaba, hacia mucho frío, y a la distancia vimos que traían a la rastra a un hombre, atado de las manos o el cuello a un caballo negro. Lo amarraron a un árbol. Venía ya herido, mordido por un perro. Solo me recuerdo su rostro de dolor y la voz de mando con la que le ordenaban al perro pastor alemán que lo atacara.
Portada de El Rebelde alusiva al intento guerrillero de Neltume.
El relato de A coincide con el de otros dos conscriptos que en distintos momentos vieron al campesino que era interrogado mientras era mordido por el perro. Otro soldado lo vio llegar al regimiento en Valdivia. Allí habría muerto. “El perro era de la CNI de Valdivia, le decían Casán”, dice el ex conscripto, quien de inmediato lanza el humor campesino: “Nos reíamos de ese perro: en las patrullas quedaba pataleando en el aire, colgando de las quilas, ya que las cortábamos con el machete más alto que la altura de sus patas”.
Mientras el Ejército torturaba campesinos tratando de conseguir datos para ubicar a los doce miristas que escaparon el 27 de junio, los guerrilleros, divididos en un grupo al mando de Miguel Cabrera y el otro al mando de Patricio Calfuquir, escapaban con un solo objetivo: llegar a los fusiles y la poca comida que guardaban en dos tatús acondicionados durante ese año que llevaban en la montaña.
Las primeras exploraciones del destacamento guerrillero fueron en febrero de 1980, y los primeros campamentos se instalaron en julio de ese año. En agosto llegó un contingente y, finalmente, en octubre se enmontañó Cabrera, el Paine.
Los problemas habían ido en aumento sobre todo por la dificultad para aprovisionarse de alimentos: a medida que se internaban en la cordillera, la comida quedaba más atrás. El estómago de los guerrilleros comenzó a achicarse. También el grosor de sus cuerpos. El gasto de energías para moverse por esas montañas era superior al que habían consumido en el campamento cercano a La Habana donde se entrenaron con calor cubano. Pero ninguna privación vivida por ellos antes pudo darles la idea del frío y el hambre que llegarían a sufrir cuando fueron descubiertos por los militares y en tan solo un segundo perdieron el abrigo, los pertrechos, los mapas y todos los alimentos.
Treinta y dos años más tarde, los ex conscriptos reunidos en Paillaco también hablan de comida al recordar el entrenamiento en la Compañía de Comandos. El primer mes conocieron ellos también un hambre espantosa, además del carácter de cada instructor y su peso específico al pegar con la palma abierta, con la culata del fusil o con el puño. El día que recibieron visita por primera vez los advirtieron: apenas podían tocar la comida que sus madres les habían preparado. Ninguno hizo caso. Los 130 se dieron una bacanal de empanadas, de chancho, de patos y pollos de sus propios gallineros, de calzones rotos, de mote con huesillos, de leches asadas, de torta de milhojas. Cuando sus madres se fueron y volvieron a las barracas, escucharon el grito de los tenientes al mando de Rosauro Martínez. Cuerpo a tierra. Punta y codo. Abdominales. Cien. Fuerzas de brazo. Saltos de rana. Cien. Hasta que cada uno de los conscriptos no hubo vomitado todo lo que había comido, no pararon. Los instructores de Rosauro eran tipos duros, formados como él en las técnicas estadounidenses con que se formaron los soldados que habían ido a perder a Vietman. Y repetían el método.
El ex conscripto A suele soñar con un campesino al que le tocó vigilar mientras lo torturaban:
-Un día nos encontramos a un campesino en el sector norte de Remeco Alto, para el lado del Lago Quilmo. Venía a caballo con un quintal de harina en el lomo. Lo tomamos prisionero con el teniente Claudio Peppi Onetto. Se le ordenó bajar del caballo y cuando se le pidió la identidad, uno de los apellidos concordaba con uno de los que buscaban. Lo llevamos a Remeco, a una zona donde hay galpones. Le pasaron una pala y le ordenaron que empezara a cavar, que si no hablaba y decía donde estaban los otros, ahí mismo lo iban a enterrar. Él no decía nada. No sabía nada. Era un campesino no más. Cavaba y lloraba en silencio. Nos obligaron a darle mantequilla de maní, que venía en las raciones NA del Ejército (insumos estadounidenses), y galletas de agua. Debía comer la mezcla y tragar rápido, y entre su llanto y comer, se le gastaba la saliva y se ahogaba. Al hombrecito al final se lo llevaron y ya no supimos lo que pasó con el.