HITM4N
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Moisés, uno de los personajes más importantes del antiguo testamento, se presenta con evidentes parecidos a Jesús. ¿Cómo es que un hombre –por más santo que sea– pueda asemejarse al hijo de Dios, a Dios mismo en la segunda persona de la Santísima Trinidad? El evangelio no sólo nos deja ver semejanzas de circunstancia, sino que en su mayoría, revela parecidos de actuar, dándonos a entender que la manera en que Jesús vivió sí es posible y es debida; Moisés lo logró.
Los parecidos comienzan desde el día de su nacimiento, pues ambos llegan a este mundo pobres. Además, en tiempos de Moisés, el faraón exigió que todos los niños nacidos de esclavos hebreos fueran muertos. Cientos de años más tarde, Jesús tuvo que ser escondido pues Herodes, temeroso ante el nuevo niño rey, ordenó el infanticidio.
Uno podría decir que el infanticidio en época de Jesús fue inventado zpor cierto evangelista para que coincidiera con Moisés; esta hipótesis absurda nos hace enfatizar en que el asesinato ordenado por Herodes es un hecho histórico, del cual hasta Raffaello Sanzio ha hecho frescos.
Otro parecido importante son los nombres impuestos por Dios. Antes de que Iojebed mandara a su hijo en una canasta al río, la hermana de Moisés le pregunta cómo llamará al bebé, ella responde que Dios le tiene asignado un nombre. El hijo de Dios también es nombrado por el Padre, pues el arcángel Gabriel dice a la virgen que deberá llevar como nombre Jesús, que significa 'salvador'.
Ambos estaban destinados al reinado. Como ya mencioné nacieron en la pobreza, sin embargo la senda que Dios les había previsto era la de la grandeza y el reinado.
Así como Jesús pasó 40 días en el desierto, Moisés caminó 40 años en el desierto antes de llegar a la tierra prometida. Ambos sufrieron sed y hambre, además de ser tentados por el diablo. En ambas vidas el desierto representa un antesala a la paz, a la tranquilidad; si bien ambos sufrieron en la infernal arena, al final superaron cada prueba.
Por último, notamos su entrega en la liberación. Ambos liberaron a su pueblo, uno de la terrible esclavitud y Él del pueblo en sí, de los pecados infinitos del pueblo. Es parecido el acto, una similitud más, pues no se puede comparar la clemencia y sed de justicia que tuvo Moisés, con el acto más gran de toda la historia: el sacrificio de Dios mismo. No es sencillo que quepa en nuestro corazón que el hijo de Dios se haya entregado enteramente (infinitamente en cuanto a valor) a la cruz para salvarnos de nuestros pasados y futuros pecados.