La trastienda del regreso a casa de Tom Araya
Almorzó en Cochoa con su mujer y se sorprendió con la visita de un tío. El vocalista de Slayer, que el viernes tocó en Viña del Mar, insistió en que se siente un chileno más.
por Mauricio Jürgensen
Raúl Araya tiene 78 años de edad y las manos curtidas de haber dedicado una vida entera al noble oficio del "maestro chasquilla". Se acomoda una bufanda beige con la que intenta capear el intenso frío viñamarino y comenta con tono solemne que ha venido "en representación de la familia". Que él será el encargado de recibir "al Tom". Son las cinco y media de la tarde y una camioneta azul de vidrios polarizados estaciona en el Polideportivo Sausalito.
El tío Raúl abandona la conversación y sale disparado hacia el primer chascón que baja del auto. "¡Mijito, soy el tío Raúl!". El gringo, un tipo de tamaño importante, mira extrañado a este caballero y murmura: "I don't understand". Tom Araya, el verdadero, sale por la otra puerta de la van y Raúl Araya, alertado por sus dos nietos que le indican de lejos, reacciona a tiempo y repite la frase.
El cantante chileno de Slayer abre bien los ojos, como en un flashback express, y abraza emocionado a uno de los viejos patriarcas de la familia criada en calle Habana, que se dividió cuando sus padres partieron a probar suerte a Estados Unidos hace más de 40 años. "Estai igual tú, oye", dice el tío Raúl, casado con Alejandra, hermana de Leontina, la madre de Tom. "Tú también, pos", responde el rockero en la más emotiva de las bienvenidas que tuvo en su ciudad natal.
"¡Slayer al Festival de Viña!"
Atomic Agressor deja la vida arriba del escenario y cuatro mil metaleros transforman la fría pista del gimnasio viñamarino en un pogo masivo. En camarines, Tom Araya comió en familia y está listo para el homenaje que el municipio de Viña del Mar le tiene preparado. La banda completa ya firmó autógrafos, pero ahora solo lo acompañan su mujer, que se ve tan ansiosa como él, y una de sus hijas, que garabatea dibujitos en un cuaderno.
La delegación alcaldicia aparece en pleno: vocero, encargado cultural, secretaria y la embajadora de la ciudad, la soprano Maureen Marambio, que se confiesa "metalera" a quien quiera escuchar. La alcaldesa no vino, porque dicen que está recién operada de la cadera y que tanto frío "le puede hacer mal".
Tom Araya mira a su mujer y sonríe como cabro chico a punto de recibir un diploma. La distinción, esta vez, es un galvano que reconoce a don "Tomás Enrique Araya Díaz" por su "aporte a la música del mundo". Nada de hijo o ciudadano ilustre ni embajador benemérito ni vecino destacado. Al rockero más famoso nacido en esta tierra le tocó esta fórmula de última hora, pero el hombre, de todos modos, está contento y agradece el gesto. Viene el discurso protocolar con la dificultosa mención del tipo "cantante de eslaiyer", y uno de los tantos fans colados a la ceremonia rompe la curiosa formalidad del acto con un inesperado "¡Slayer al Festival de Viña!".
Tom Araya es, ante todo, un tipo cordial. Uno que acepta tomarse todas las fotos que le piden y que escucha atento a cada uno de los tantos que se le acercan con alguna historia personal o reclamando algún lejano parentesco con "los Araya de Viña". Finalmente, dice que es un honor y que nunca ha dejado de sentirse chileno. Llegan poleras del Everton, viejos casettes a la espera de una firma del héroe y un par de botellas de vino. Araya no deja de sonreír, pero ya está. Pide que desalojen y que se quede "la gente del premio" para una foto con su familia. "Mucho hueveo", resume a un asistente en perfecto español.
Machas y vino en Cochoa
El retorno a la ciudad natal partió con vista al mar y mariscos a la mesa. Araya salió el viernes a eso del mediodía desde Santiago, después del concierto del jueves en el Movistar Arena. El mismo que, un día después, él define como "salvaje". El invierno se declara intenso en Viña, pero hay un sol que a eso de las dos de la tarde pega fuerte sobre las mesas del restaurante San Marino, en el sector de Cochoa. Llegan machas a la parmesana, pastel de jaiba, camarones y reineta a la plancha.
"¿Te gustan?", le pregunta con calidez paternal a su hija, que ataca un plato de machas. Sandra, su mujer, saca cuentas y revisa las actividades que vienen. Hoy tocan en Buenos Aires, y aún no deciden si volver a Chile, para pasar algunos días en la casa de una de las hermanas de Tom. Mañana, el viñamarino cumple 50 años y los regalos ya empiezan a llegar: el dueño del local primero pregunta de quién se trata y luego le regala una botella de vino tinto. Araya sonríe una vez más, promete una situación especial para el descorche y mira hacia la costa de Viña, el lugar donde partió todo.
RECIEN AL CUARTO TEMA ENCONTRE A UN AMIGO Y ME QUEDE UN RATO PARADO AHI YA QUE DELANTE MIO HABIA UN MEDIA MINA CON EL MEDIO ZAPALLO SALTANDO AL RITMO DE LOS RIFF 
, DESPUES DEL SOBAJEO, MAS MOSH, SALI HECHO MIERDA 
slayer.
