Hace pocos días Rodrigo Guendelman publicó esta columna acerca de Claudio Spiniak, la que ha generado cierto debate en las redes sociales. Sé que en este momento es super impopular dar alguna opinión que pudiera interpretarse como defensa de Spiniak, pero creo que en algunas cosas esta columna tiene algo de razón, sin embargo, no sé qué tan precisos son los antecedentes que usa Guendelman en su columna, así que tampoco puedo dar una opinión certera.
Les aclaro que esta no es mi opinión, sólo comparto esta columna para ver qué es lo que opina de ella la elite antroniana. Tampoco es mi idea difundir esta columna para promover un linchamiento sobre el judío Guendelman.
Acá se las dejo:
El monstruo Spiniak
Claudio Spiniak era un sexópata. Un tipo pervertido. Fue acusado de abuso sexual, promoción de la prostitución y producción de material pornográfico. Lo condenaron a doce años de cárcel. Finalmente estuvo diez años preso, pues su condena fue rebajada por buena conducta. Esos son los hechos. Lo qué pasó. Vamos ahora al terreno de la condena social, de la mitología y del linchamiento público.
Primero. Spiniak, a pesar de lo que tanta gente acusa a través de las redes sociales, no es ni ha sido pedófilo. A diferencia del cura Tato, de Paul Schäfer o de Zacarach, a Spiniak nunca le interesaron los niños. Es más, ¿saben cómo comienza la investigación de su caso? Después de que en alguna de esas fiestas de sexo que organizaba el ex empresario, uno de los prostitutos es violentamente expulsado al descubrirse que es menor de edad. El muchacho, enrabiado por la situación, se dirige a una comisaría y por primera vez el nombre de Spiniak queda registrado en los libros policiales. Pero hay un argumento más contundente.
Los cinco jóvenes que lo denuncian y que finalmente llevan a la condena por abuso sexual, tenían 17 años, eran prostitutos y fueron pagados con cheques firmados por Spiniak. Ninguno era niño, ninguno fue forzado y ninguno era un inocente muchachito. ¿Qué si es terrible que se prostituyan personas tan jóvenes? Seguro que sí. Pero no le echemos la culpa al empedrado. Otra cosa que no es ni ha sido, aunque muchos lo escupan con tanta vehemencia: Spiniak no fue condenado por violación ni estupro. Es más, él pagaba para que abusaran de él, pues padecía de parafilia mixta y coprofilia.
Eso, sumado a su altísimo consumo de cocaína –entre cinco y diez gramos diarios- habla de una persona sumamente enferma, viviendo muy cerca de la locura. Algo, en teoría, mucho más curable que la supuesta pedofilia. Veamos otro dato. Muchos han insultado en estos días al Poder Judicial por haberle rebajado dos años de pena a Spiniak. ¿Saben por qué se ganó ese derecho? No sólo por su conducta intachable dentro de la cárcel, sino que especialmente por construir una biblioteca, hacer clases de literatura, enseñar cocina y compartir en forma pedagógica sus conocimientos de artes marciales (es segundo Dan en karate).
Todo esto habiendo estado preso diez años y, ojo, sin ninguna posibilidad de salida dominical ni otros beneficios a los que durante tanto tiempo sí accedieron algunos de los peores torturadores de este país. Repito. Diez años. 120 meses. 520 semanas. Preso. Sin pedofilia. Sin violación. Sin niños de por medio. Con la mala leche de que su caso se politizó por que se mezcló a tres senadores. En una entrevista realizada a Claudio Spiniak por Ana María Sanhueza y Pablo Vergara, autores del libro “Spiniak y los demonios de la Plaza de Armas”, en marzo de 2007 en la Cárcel de Alta Seguridad, le preguntan lo siguiente.
¿Qué imagen cree que la gente tiene de usted?
-¡La peor! Y en ello existen dos responsables: yo, en primer lugar, por caer en un pozo sin fin, en una abierta inmoralidad; y la prensa en segundo lugar. La morbosidad, el periodismo malsano, no investigativo, logró que “la Corte de la opinión pública” me condenara de inmediato ¡Creo que la opinión pública habría estado feliz de que yo hubiese sido quemado en la Plaza de Armas al mediodía! Habrían resuelto un problema: el mío. Pero el tema hasta el día de hoy sigue en pie, esto es lo importante y la sociedad debe enfrentarlo y resolverlo.
Me pregunto. ¿Hasta cuándo seguiremos quemando a Claudio Spiniak? ¿Hasta cuándo seguiremos sacando al fascista que llevamos dentro, pidiendo que linchen a este hombre en la plaza pública? ¿Hasta cuándo intentaremos aplacar nuestros propios demonios apuntando con el dedo a este hombre que, por muy degenerado que haya sido en una etapa de su vida, ya pagó con creces su falta? ¿No será tiempo, ya, de dejarlo vivir en paz?
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