De lo poco que adentrado en el mundo de los cuicos puedo decir lo siguiente
-la homegeinidad es muy importante, salirse por algo malo se magnifica hasta lo insoportable.
- a veces los papas no le dan cariño a los pobres chicos cuicos. se van a puras nanas y talleres. un niño con cariño se pasa por el aro el hueveo gente culia random.
-imponer respeto por el fisico y la pinta es de vida o muerte a ciertos niveles generenciales. ser gerente y no parecerlo es para que puro te agarren para el hueveo. imagina vas a dar una orden y te sale un tecnico de 1.80 bien alimentado que lleva la contra por que sabe y por que te saca 20 cm.
quedas en ridiculo posom.
- los zorrones cuicos son nunas bestias insoportables y posiblemente un zorron le hizo buling en mala.
bueno, como pasa siempre las voz de la razon no se escucho (la señora algun doctor) le habra dicho que no era necesario bla bla bla) se pasaron por el aro. luego llego nick riviera dejo la la caga y luego da explicaciones (no sabia que los tornillos eran deferreteria) y luego usaron cualquier salida del protocolo de longi para o asumir responsabilidad
tomo una desicion y una mala. asi es la vida adulta. que se recupere
Siempre me ha llamado la Atencion esa manía de la altura, he conocido weones chicos que imponen respeto y hasta miedo de presencia. Así que avergonzarse de ser bajo de estatura es una ridiculez.
Dejo un extracto del Libro Liquidad Paris de Sven Hassel ( ficcion pero para que tengan una idea de loque quiero decir )
¡Firmes! —gritó de repente Hermanito, irguiéndose, rígido como un poste.
Compareció un pequeño capitán de zapadores, muy elegante. Los alamares negros de ingeniero hacían resaltar los galones de plata. Todos los tacones se entrechocaron. Del pequeño zapador emanaba más autoridad que de diez generales; el estuche amarillo claro de su revólver estaba abierto, y de su pecho colgaba una cruz de oro. Un rostro anguloso y duro. Con una mano enguantada abrochó los dos botones superiores de la guerrera de Barcelona.
—Extraña indumentaria, Feldwebel.
La insignia de los lanzallamas aparecía en la manga izquierda; en la guerrera, la gran medalla de los zapadores con dos granadas cruzadas. Un aventurero que se había desposado con la guerra.
—¡Mi capitán! —gritó Barcelona—, el comandante de guardia Feldwebel Blom, del 27 Regimiento de tanques, 5.ª Compañía, ha recibido la orden de cuidar de la seguridad del comandante del Gran París. Un Feldwebel, tres suboficiales y doce hombres. Dos paisanos que hay que interrogar están en la sala de guardia.
Los dos de la Gestapo tragaron saliva, pero guardaron silencio. El oficial les impresionaba tanto como a nosotros.
—Sin novedad —prosiguió Barcelona—. Todo está en regla.
El pequeño capitán fotografió la escena con la mirada; esperábamos la orden «¡Descansen!» pero ésta no llegó.
—¿Ha terminado el interrogatorio de los dos paisanos?
—Sí, mi capitán.
—¿Hay que retenerlos?
—No, mi capitán.
—Entonces, ¿qué hacen aquí? ¡Lárguense! —gruñó, volviéndose hacia los dos granujas, que desaparecieron en un santiamén—. Feldwebel —añadió el menudo oficial—, que no vuelva a verle nunca más en uniforme no reglamentario. Anúncieme al oficial de órdenes: capitán de zapadores Ebersbach, 914 compañía de minadores.
Unos segundos después, un teniente llegaba a la carrera.
—Mi capitán, el general le espera.
Ambos desaparecieron, con gran alivio por nuestra parte; pero en el mismo momento asomó con precaución una cabeza. Era Peter, seguido de Heinrich.
—¿Se ha largado ese trasto de ingeniero? Heinrich os trae una botella de coñac, regalo de la cocina.