• ¿Quieres apoyar a nuestro foro haciendo una donación?, entra aquí.

Española alumbrada viajera fue dignificada en india

mujer-ni-sumisa-ni-devota-te-quiero-libre-linda-y-loca-resized.jpg


:mina:
 
Eso le pasa por meterse en países de mierda ultrabananeros como la India, lleno de simios con turbante. Típico de estos cuicos progres picaos a hippientos como los del Frente Amplio que sacralizan e idealizan el tercer mundo.
Sacraliza cualquier huea no occidental pueden ver a un chino limpiando espinas de pescado y piensan que " esta conectandose con el cosmls de forma que occidente olvido"
 
Tengo una amiga alemana que conoce muchísimos países, diría por lo que me ha contado, fácil 80 países, ella habla 4 idiomas, una vez le pregunté cual había sido el lugar más peligroso en el que había estado, me dijo que el segundo lugar lo tenía el haber acampado por error en una zona de cocodrilos de agua salada en el norte de Australia, pero el primer lugar había sido por lejos India, se salvó dos veces de ser violada. Las dos veces saliendo a caminar sola, un grupo de weones no paraban de seguirla, en ambas oportunidades se salvó entrando a un negocio y llamando a la policía para que la dejaran en el hotel.
Lo cuatico es que antes una podía caminar por Europa tranquila de noche sin ningún drama sola, y estoy hablando hace 8 años atrás nomás

Ahora vas y hay momentos en que igual te persigues, que hay wns con pinta de sand nigger cerca y no sabes que te pueden hacer.
Ya ningún lugar es seguro :grito:
 
ay me sorprende esta gente q sube tantas cosas a Instagram en países con gente tan distinta a una… yo creo que ni conocen sus costumbres y se van y se meten… creen que todos son buena gente y q los van a tratar bien… sera q idealizan países por películas o Instagram? Por eso yo intento no contaminarme tanto con esas cosas… mejor informarse bien de la cultura antes de ir viajando porque sí…:(:(
Nosotras las mujeres...


Cállate deja de escribir maricon pasivo :madno:
 
https://edition.cnn.com/2022/05/05/india/india-rape-teenager-police-arrested-intl-hnk/index.html
https://www.dw.com/en/what-is-behind-indias-rape-problem/a-51739350

Fragmento del cuento "El ojo Silva" de Roberto Bolaño.

Una tarde lo invitaron a tener relación carnal con una de las putas. Se negó
educadamente. El chulo comprendió en el acto que el Ojo era homosexual y a la
noche siguiente lo llevó a un burdel de jóvenes maricas. Esa noche el Ojo
enfermó. Ya estaba dentro de la India y no me había dado cuenta, dijo
estudiando las sombras del parque berlinés. ¿Qué hiciste?, le pregunté. Nada.
Miré y sonreí. Y no hice nada. Entonces a uno de los jóvenes se le ocurrió que tal
vez al visitante le agradara visitar otro tipo de establecimiento. Eso dedujo el
Ojo, pues entre ellos no hablaban en inglés. Así que salieron de aquella casa y
caminaron por calles estrechas e infectas hasta llegar a una casa cuya fachada
era pequeña pero cuyo interior era un laberinto de pasillos, habitaciones
minúsculas y sombras de las que sobresalía, de tanto en tanto, un altar o un
oratorio.

Es costumbre en algunas partes de la India, me dijo el Ojo mirando el suelo,
ofrecer un niño a una deidad cuyo nombre no recuerdo. En un arranque
desafortunado le hice notar que no sólo no recordaba el nombre de la deidad
sino que tampoco el nombre de la ciudad ni el de ninguna persona de su
historia. El Ojo me miró y sonrió. Trato de olvidar, dijo.
En ese momento me temí lo peor, me senté a su lado y durante un rato ambos
permanecimos con los cuellos de nuestros abrigos levantados y en silencio.
Ofrecen un niño a ese dios, retomó su historia tras escrutar la plaza en
penumbras, como si temiera la cercanía de un desconocido, y durante un tiempo
que no sé mensurar el niño encarna al dios. Puede ser una semana, lo que dure
la procesión, un mes, un año, no lo sé. Se trata de una fiesta bárbara, prohibida
por las leyes de la república india, pero que se sigue celebrando. Durante el
transcurso de la fiesta el niño es colmado de regalos que sus padres reciben con
gratitud y felicidad, pues suelen ser pobres. Terminada la fiesta el niño es
devuelto a su casa, o al agujero inmundo donde vive y todo vuelve a recomenzar
al cabo de un año.

La fiesta tiene la apariencia de una romería latinoamericana, sólo que tal vez es
más alegre, más bulliciosa y probablemente la intensidad de los que participan,
de los que se saben participantes, sea mayor. Con una sola diferencia. Al niño,
días antes de que empiecen los festejos, lo castran. El dios que se encarna en él
durante la celebración exige un cuerpo de hombre -aunque los niños no suelen
tener más de siete años- sin la mácula de los atributos masculinos. Así que los
padres lo entregan a los médicos de la fiesta o a los barberos de la fiesta o a los
sacerdotes de la fiesta y éstos lo emasculan y cuando el niño se ha recuperado de
la operación comienza el festejo. Semanas o meses después, cuando todo ha
acabado, el niño vuelve a casa, pero ya es un castrado y los padres lo rechazan. Y
entonces el niño acaba en un burdel. Los hay de todas clases, dijo el Ojo con un
suspiro. A mí, aquella noche, me llevaron al peor de todos.

Durante un rato no hablamos. Yo encendí un cigarrillo. Después el Ojo me
describió el burdel y parecía que estaba describiendo una iglesia. Patios
interiores techados. Galerías abiertas. Celdas en donde gente a la que tú no veías
espiaba todos tus movimientos. Le trajeron a un joven castrado que no debía
tener más de diez años. Parecía una niña aterrorizada, dijo el Ojo. Aterrorizada
y burlona al mismo tiempo. ¿Lo puedes entender? Me hago una idea, dije.
Volvimos a enmudecer. Cuando por fin pude hablar otra vez dije que no, que no
me hacía ninguna idea. Ni yo, dijo el Ojo. Nadie se puede hacer una idea. Ni la
víctima, ni los verdugos, ni los espectadores. Sólo una foto.
¿Le sacaste una foto?, dije. Me pareció que el Ojo era sacudido por un escalofrío.
Saqué mi cámara, dijo, y le hice una foto. Sabía que estaba condenándome para
toda la eternidad, pero lo hice.

Ignoro cuánto rato estuvimos en silencio. Sé que hacía frío pues yo en algún
momento me puse a temblar. A mi lado oí sollozar al Ojo un par de veces, pero
preferí no mirarlo. Vi los faros de un coche que pasaba por una de las calles
laterales de la plaza. A través del follaje vi encenderse una ventana.
Después el Ojo siguió hablando. Dijo que el niño le había sonreído y luego se
había escabullido mansamente por una de los pasillos de aquella casa
incomprensible. En algún momento uno de los chulos le sugirió que si allí no
había nada de su agrado se marcharan. El Ojo se negó. No podía irse. Se lo dijo
así: no puedo irme todavía. Y era verdad, aunque él desconocía qué era aquello
que le impedía abandonar aquel antro para siempre. El chulo, sin embargo, lo
entendió y pidieron té o un brebaje parecido. El Ojo recuerda que se sentaron en
el suelo, sobre unas esteras o sobre unas alfombrillas estropeadas por el uso. La
luz provenía de un par de velas. Sobre la pared colgaba un póster con la efigie
del dios. Durante un rato el Ojo miró al dios y al principio se sintió atemorizado,
pero luego sintió algo parecido a la rabia, tal vez al odio.

Yo nunca he odiado a nadie, dijo mientras encendía un cigarrillo y dejaba que la
primera bocanada se perdiera en la noche berlinesa.

En algún momento, mientras el Ojo miraba la efigie del dios, aquellos que lo
acompañaban desaparecieron. Se quedó solo con una especie de puto de unos
veinte años que hablaba inglés. Y luego, tras unas palmadas, reapareció el niño.
Yo estaba llorando, o yo creía que estaba llorando, o el pobre puto creía que yo
estaba llorando, pero nada era verdad. Yo intentaba mantener una sonrisa en la
cara (una cara que ya no me pertenecía, una cara que se estaba alejando de mí
como una hoja arrastrada por el viento), pero en mi interior lo único que hacía
era maquinar. No un plan, no una forma vaga de justicia, sino una voluntad.

Y después el Ojo y el puto y el niño se levantaron y recorrieron un pasillo mal
iluminado y otro pasillo peor iluminado (con el niño a un lado del Ojo,
mirándolo, sonriéndole, y el joven puto también le sonreía, y el Ojo asentía y
prodigaba ciegamente las monedas y los billetes) hasta llegar a una habitación
en donde dormitaba el médico y junto a él otro niño con la piel aún más oscura
que la del niño castrado y menor que éste, tal vez seis años o siete, y el Ojo
escuchó las explicaciones del médico o del barbero o del sacerdote, unas
explicaciones prolijas en donde se mencionaba la tradición, las fiestas
populares, el privilegio, la comunión, la embriaguez y la santidad, y pudo ver los
instrumentos quirúrgicos con que el niño iba a ser castrado aquella madrugada
o la siguiente, en cualquier caso el niño había llegado, pudo entender, aquel
mismo día al templo o al burdel, una medida preventiva, una medida higiénica,
y había comido bien, como si ya encarnara al dios, aunque lo que el Ojo vio fue
un niño que lloraba medio dormido y medio despierto, y también vio la mirada
medio divertida y medio aterrorizada del niño castrado que no se despegaba de
su lado. Y entonces el Ojo se convirtió en otra cosa, aunque la palabra que él
empleó no fue «otra cosa» sino «madre».

Dijo madre y suspiró. Por fin. Madre.

Lo que sucedió a continuación de tan repetido es vulgar: la violencia de la que
no podemos escapar. El destino de los latinoamericanos nacidos en la década de
los cincuenta. Por supuesto, el Ojo intentó sin gran convicción el diálogo, el
soborno, la amenaza. Lo único cierto es que hubo violencia y poco después dejó
atrás las calles de aquel barrio como si estuviera soñando y transpirando a
mares. Recuerda con viveza la sensación de exaltación que creció en su espíritu,
cada vez mayor, una alegría que se parecía peligrosamente a algo similar a la
lucidez, pero que no era (no podía ser) lucidez. También: la sombra que
proyectaba su cuerpo y las sombras de los dos niños que llevaba de la mano
sobre los muros descascarados. En cualquier otra parte hubiera concitado la
atención. Allí, a aquella hora, nadie se fijó en él.

El resto, más que una historia o un argumento, es un itinerario. El Ojo volvió al
hotel, metió sus cosas en la maleta y se marchó con los niños. Primero en un taxi
hasta una aldea o un barrio de las afueras. Desde allí en un autobús hasta otra
aldea en donde cogieron otro autobús que los llevó a otra aldea. En algún punto
de su fuga se subieron a un tren y viajaron toda la noche y parte del día. El Ojo
recordaba el rostro de los niños mirando por la ventana un paisaje que la luz de
la mañana iba deshilachando, como si nunca nada hubiera sido real salvo
aquello que se ofrecía, soberano y humilde, en el marco de la ventana de aquel
tren misterioso.

Después cogieron otro autobús, y un taxi, y otro autobús, y otro tren, y hasta
hicimos dedo, dijo el Ojo mirando la silueta de los árboles berlineses pero en
realidad mirando la silueta de otros árboles, innombrables, imposibles, hasta
que finalmente se detuvieron en una aldea en alguna parte de la India y
alquilaron una casa y descansaron.

Al cabo de dos meses el Ojo ya no tenía dinero y fue caminando hasta otra aldea
desde donde envió una carta al amigo que entonces tenía en París. Al cabo de
quince días recibió un giro bancario y tuvo que ir a cobrarlo a un pueblo más
grande, que no era la aldea desde la que había mandado la carta ni mucho
menos la aldea en donde vivía. Los niños estaban bien. Jugaban con otros niños,
no iban a la escuela y a veces llegaban a casa con comida, hortalizas que los
vecinos les regalaban. A él no lo llamaban padre, como les había sugerido más
que nada como una medida de seguridad, para no atraer la atención de los
curiosos, sino Ojo, tal como le llamábamos nosotros. Ante los aldeanos, sin
embargo, el Ojo decía que eran sus hijos. Se inventó que la madre, india, había
muerto hacía poco y él no quería volver a Europa. La historia sonaba verídica.
En sus pesadillas, no obstante, el Ojo soñaba que en mitad de la noche aparecía
la policía india y lo detenían con acusaciones indignas. Solía despertar
temblando. Entonces se acercaba a las esterillas en donde dormían los niños y la
visión de éstos le daba fuerzas para seguir, para dormir, para levantarse.

Se hizo agricultor. Cultivaba un pequeño huerto y en ocasiones trabajaba para
los campesinos ricos de la aldea. Los campesinos ricos, por supuesto, en
realidad eran pobres, pero menos pobres que los demás. El resto del tiempo lo
dedicaba a enseñar inglés a los niños, y algo de matemáticas, y a verlos jugar.
Entre ellos hablaban en un idioma incomprensible. A veces los veía detener los
juegos y caminar por el campo como si de pronto se hubieran vuelto
sonámbulos. Los llamaba a gritos. A veces los niños fingían no oírlo y seguían
caminando hasta perderse. Otras veces volvían la cabeza y le sonreían.
¿Cuánto tiempo estuviste en la India?, le pregunté alarmado.
Un año y medio, dijo el Ojo, aunque a ciencia cierta no lo sabía.
En una ocasión su amigo de París llegó a la aldea. Todavía me quería, dijo el
Ojo, aunque en mi ausencia se había puesto a vivir con un mecánico argelino de
la Renault. Se rió después de decirlo. Yo también me reí. Todo era tan triste, dijo
el Ojo. Su amigo que llegaba a la aldea a bordo de un taxi cubierto de polvo
rojizo, los niños corriendo detrás de un insecto, en medio de unos matorrales
secos, el viento que parecía traer buenas y malas noticias.

Pese a los ruegos del francés no volvió a París. Meses después recibió una carta
de éste en donde le comunicaba que la policía india no lo perseguía. Al parecer
la gente del burdel no había interpuesto denuncia alguna. La noticia no impidió
que el Ojo siguiera sufriendo pesadillas, sólo cambió la vestimenta de los
personajes que lo detenían y lo zaherían: en lugar de ser policías se convirtieron
en esbirros de la secta del dios castrado. El resultado final era aún más
horroroso, me confesó el Ojo, pero yo ya me había acostumbrado a las pesadillas
y de alguna forma siempre supe que estaba en el interior de un sueño, que eso
no era la realidad.

Después llegó la enfermedad a la aldea y los niños murieron. Yo también quería
morirme, dijo el Ojo, pero no tuve esa suerte.

Tras convalecer en una cabaña que la lluvia iba destrozando cada día, el Ojo
abandonó la aldea y volvió a la ciudad en donde había conocido a sus hijos. Con
atenuada sorpresa descubrió que no estaba tan distante como pensaba, la huida
había sido en espiral y el regreso fue relativamente breve. Una tarde, la tarde en
que llegó a la ciudad, fue a visitar el burdel en donde castraban a los niños. Sus
habitaciones se habían convertido en viviendas en donde se hacinaban familias
enteras. Por los pasillos que recordaba solitarios y fúnebres ahora pululaban
niños que apenas sabían andar y viejos que ya no podían moverse y se
arrastraban. Le pareció una imagen del paraíso.

Aquella noche, cuando volvió a su hotel, sin poder dejar de llorar por sus hijos
muertos, por los niños castrados que él no había conocido, por su juventud
perdida, por todos los jóvenes que ya no eran jóvenes y por los jóvenes que
murieron jóvenes, por los que lucharon por Salvador Allende y por los que
tuvieron miedo de luchar por Salvador Allende, llamó a su amigo francés, que
ahora vivía con un antiguo levantador de pesas búlgaro, y le pidió que le enviara
un billete de avión y algo de dinero para pagar el hotel.

Y su amigo francés le dijo que sí, que por supuesto, que lo haría de inmediato, y
también le dijo ¿qué es ese ruido?, ¿estás llorando?, y el Ojo dijo que sí, que no
podía dejar de llorar, que no sabía qué le pasaba, que llevaba horas llorando. Y
su amigo francés le dijo que se calmara. Y el Ojo se rió sin dejar de llorar y dijo
que eso haría y colgó el teléfono. Y luego siguió llorando sin parar.
 
Es sabido que los indios son violetas, por maraca atenciónal le pasó.
Que te viole un indio es como si te violara un vagabundo, los weones demás tenían la corneta tapada en quesillo, que asco csm.
sii me imagino la wea denigrante, 7 indios pobres, con la tula chica y hedionda, deben haberla bañado en chele. al menos le sirve de experiencia, para aterrizar un poco de su ego, karma xD
 
Tengo una amiga alemana que conoce muchísimos países, diría por lo que me ha contado, fácil 80 países, ella habla 4 idiomas, una vez le pregunté cual había sido el lugar más peligroso en el que había estado, me dijo que el segundo lugar lo tenía el haber acampado por error en una zona de cocodrilos de agua salada en el norte de Australia, pero el primer lugar había sido por lejos India, se salvó dos veces de ser violada. Las dos veces saliendo a caminar sola, un grupo de weones no paraban de seguirla, en ambas oportunidades se salvó entrando a un negocio y llamando a la policía para que la dejaran en el hotel.
Tan shuer pro la mina que salió a caminar dos veces sola y las dos veces casi se la violan, habrá aprendido la lección o necesita probar una tercera vez la tonta weona?

Estas maracas aun no aprenden:

 
Última edición:
Volver
Arriba