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18 Balseros Cubanos Arriban A Florida En Un Bote Con Motor De Un Auto Ruso

Ahora resulta que la "decencia" (¿decencia científica supongo?) de un libro se mide por el número de idiomas...

En ese caso la Biblia sería más decente que la bosta de libro del predicador culiao ese, pues está traducida a más de 2303 idiomas :burlones:

"Acá les traigo mi evidencia científica irrefutableeee!!!! chanaaaaaan"......... JESUSHUERTASOTO.COM

:monomeon: :lol2: ridículo

Tranqui .. tranqui XD , el capital también ha sido traducido en varios idiomas ... pero no me atrevería llamar payaso a Marx , solo los charlatanes de antronio tienen esa " prepotencia intelectual. "

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Tranqui .. tranqui XD , el capital también ha sido traducido en varios idiomas :blahblah:

Mi argumento no se basa en El Capital, sino en evidencia empírica científicamente válida, publicada en Scielo, Oxford Jornals y Cambridge.... Nada parecido has traído acá, solo videos y libros religiosos del predicador austriaco.

Apuntas mal campeón :troll:
 
Virtuagay con sangramiento anal ....
Mi argumento no se basa en El Capital, sino en evidencia empírica científicamente válida, publicada en Scielo, Oxford Jornals y Cambridge.... Nada parecido has traído acá, solo videos y libros religiosos del predicador austriaco.

Apuntas mal campeón :troll:
Mi argumento no se basa en El Capital, sino en evidencia empírica científicamente válida, publicada en Scielo, Oxford Jornals y Cambridge.... Nada parecido has traído acá, solo videos y libros religiosos del predicador austriaco.

Apuntas mal campeón :troll:

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Meanwhile en la mente de Opigayte: "No tengo nada que decir, me refutaron todo lo que dije, mi mente homosexual tiene una idea, sí! "

:naster:

15 segundos después...


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:sconf:

Camarada Virtuajats, cuidado con el enemigo de clase. Le puede hacer la desconocida el burguecito. Siempre el poto contra la pared en esas situaciones como esa ¡Caramba!
 
Alexander Torres Mega
Refutación de la Teoría Marxista de la “Plusvalía”
Crítica del "valor" y la "plusvalía" marxistas
La teoría marxista del valor, o teoría laboral del valor (TLV, en adelante), viene a decir esto: El valor de las mercancías (productos, bienes y servicios) depende de "la cantidad de trabajo socialmente necesario para producirlas". Eso significaría dos cosas:

Una, que el trabajo es la causa del valor; esto es: que los trabajadores producen valor.
Otra, que el trabajo es la medida del valor: una mercancía vale tanto como la cantidad promedio de horas de trabajo necesarias para producirla, o el trabajo "incorporado en ella".
Si producir un par de zapatos implica en promedio social 5 horas de 2 obreros, el par de zapatos vale5x2=10 horas de trabajo. Los precios en el mercado real podrán ser a veces mayores o menores que el valor (dependiendo de los accidentes y eventualidades del mercado), pero al final tienden siempre a parecerse o acercarse al valor.

Ligada a la TLV está la teoría de la PLUSVALÍA y la explotación capitalistas. Como la fuerza de trabajo es una mercancía más, su valor es "la cantidad de trabajo socialmente necesario para re-producirla", es decir, la cantidad de trabajo necesario para producir la comida, ropa y otros bienes y servicios que el obrero y su familia requieren para subsistir. Pero esta mercancía tiene una característica especial: es capaz de producir su propio valor más un valor adicional, la plusvalía, de la que se apropiaría indebidamente el capitalista. El capitalista robaría esa plusvalía. La explotación capitalista consistiría fundamentalmente en el robo: el robo de un plusvalor que han producido los obreros y que les pertenece legítimamente sólo a ellos.

Crítica

Como teoría empírica, o como explicación de cómo la gente adjudica valor a las mercancías, claramente la TLV es falsa: los consumidores ni saben ni les importa la cantidad de trabajo invertida en las mercancías; sólo les importa su utilidad, su belleza, rareza, abundancia... Y los productores, si bien toman en cuenta las horas de trabajo invertidas, también toman en cuenta lo que esperan o desean ganar. Su valoración y asignación de precio depende también de sus expectativas. Por tanto, entendida como una teoría que predice el comportamiento de los precios, la TLV no funciona adecuadamente; es una teoría inútil: su única virtud es que predice la trivialidad de que el vendedor no querrá vender a menos de su costo de producción (aunque muchas veces tendrá que hacerlo).

Como teoría no empírica, que afirma la existencia de un valor invisible e intangible -un valor misterioso en torno al cual giran los precios visibles y tangibles- es inverificable.

Lo cierto es que los trabajadores contribuyen a producir bienes y servicios a los cuales el empresario y los consumidores adjudican valor... en parte por las características materiales de la mercancía, pero también en parte, por sus gustos, deseos, expectativas, etc.

"No podemos saber cuánto "valen" las mercancías; no sabemos cuál es el "valor verdadero" de la mercancía fuerza-de-trabajo; no podemos saber cuánto "merece" cada factor o agente de la producción, ni cuánto "se ha ganado" ni cuánto es a "lo que tiene derecho". En suma: no sabemos ni podemos saber cuánto es "lo que se debería pagar" al obrero, al ayudante, al conserje, a la secretaria, al chofer, al estibador, al gerente, al vendedor, al cobrador, al contador, al que aporta la idea y la iniciativa (el empresario), o al que aporta el capital (el capitalista)...
No podemos contemplar los valores que Marx pretendía haber descubierto "científicamente"... y como no podemos verlos, entonces, para fines prácticos, tendremos que ver sí los precios del mercado. (Con lo cual no se está diciendo: "X es el precio de mercado; ergo, X es el precio justo". No, sólo se está diciendo: "X es el precio de mercado; ergo... nos basamos en X). A veces se dice que, dado que ignoramos el valor del trabajo, se sigue que deberíamos repartirlo todo por partes iguales. Al respecto cabe aclarar que no se sigue... al menos no se sigue lógicamente. Igual se podría decir: "No conocemos; por tanto, repartamos según nuestros convenios previos".

¿De dónde obtienen, pues, sus ganancias el empresario y el capitalista? Respuesta: de cualquier parte, pero no del robo de plusvalor. Empresario y capitalista obtienen beneficios porque tienen la iniciativa, la idea, el mando, el control, el riesgo…. Ellos toman la producción, la venden, cobran, reciben el dinero, y en alguna medida (sólo en alguna medida) lo reparten. No necesitan robarse valores o plusvalores; no necesitan tomar lo que no es suyo; les basta y les sobra con tener el mando, el control y estar en el sitio exacto en el momento justo…
Pero, además: si la TLV fuera verdadera, la sociedad que pretenden los comunistas se volvería lógicamente imposible e inmoral. Si el trabajador A produce 10 unidades del bien x, A es -siguiendo la lógica comunista- el verdadero productor de 10, y por tanto, de acuerdo a las premisas de la TLV, A es el legítimo dueño de 10 unidades de x, y debería entonces recibir íntegro lo que produce con su sudor. Y si la sociedad comunista le quita a A para darle a B -porque éste, aunque sólo produce 5, tiene más hijos y más necesidad-, esa sociedad estará robando a A y aquello se convertirá en una sociedad de parásitos que viven y comen gracias a la plusvalía creada por otros. Es decir: si de veras hay robo de plusvalor, ese robo lo podría cometer el empresario y el capitalista... pero lo comete también la sociedad o "los compañeros" o "la clase trabajadora".

Por supuesto, nunca faltarán los clásicos recursos retóricos de los marxistas y anarcomarxistas para justificar eso. Dirán que "el trabajo es una actividad social" y que, por ende, "ni A produce 10 ni B produce 5, sino que "la clase trabajadora en su conjunto produce 15 y luego reparte a sus miembros como convenga". ¿Por qué esto es pura retórica? Por algo muy simple: por mucho que el trabajo sea algo que se realiza en lugares públicos y con instrumentos, reglas y métodos públicos, no existe el trabajo en abstracto ni la tal "clase trabajadora"; sólo existen sí personas concretas, actos concretos realizados por esas personas concretas. ¿Quién se animaría a sostener que quien se sacrificó trabajando y ahorrando, en realidad no hizo nada, y que todo lo hizo la clase trabajadora? ¿A quién le conformaría eso? La TLV conduce a callejones sin salida. No sirve para nada bueno.

Apéndice

Algunos tratan de salvar a Marx diciendo que él no creía en el objetivismo del valor… que por ser materialista y "científico" no iba a creer eso... Y si el materialismo es la idea de que sólo existen la materia, la energía, el espacio, el tiempo y la conciencia como producto, función, epifenómeno o "secreción" de la materia, entonces no hay lugar para los "valores objetivos" de las mercancías. Los valores son tan subjetivos como el amor, el dolor y cualquier otro fenómeno mental. No obstante, según estos neomarxistas, las teorías laborales del valor y de la plusvalía serían verdaderas.

Las tesis de este Marx subjetivista serían:
-El valor es 100 % subjetivo.
-Pero el costo es algo 100% objetivo: Costo = trabajo.
-Ahora bien, como el precio está determinado por el costo, resulta que el precio está determinado por el trabajo... que
casualmente es lo que afirma la teoría laboral del valor.

Crítica

Las corrientes subjetivistas estarán de acuerdo con esas tres tesis. Quizá únicamente añadirán que si bien, en general, el precio está determinado por el trabajo, hay algunos otros factores (esencialmente psicológicos) que influyen cuando el ofertante pone un precio y el demandante lo regatea. Y por esos otros factores el precio que propone el ofertante puede a veces estar muy arriba de su costo de producción, y el precio que propone el demandante puede a veces estar muy debajo de ese costo.

El error está en creer que Marx "sólo habla de precio y costo" (no de valor). Según los neomarxistas, cuando Marx habla de "valor", en realidad sólo quiere hablar del costo (=trabajo). Y a veces así parece... Pero no... hay un detalle que pasa inadvertido, a saber:

Marx no era un científico; ante todo era un ideólogo de la revolución. Su lenguaje no es puramente descriptivo: es normativo. A Marx no le interesa sólo explicar el origen de los precios, o por qué los zapatos tienen precio de $4. No. Marx quiere ir más allá de las "explicaciones positivistas" de los científicos. Marx quiere transformar el mundo: cambiar la realidad. Lo que en el fondo está diciendo es que si los zapatos tienen precio de $4, es porque hay un empresario y un capitalista que abusan y cobran más de $3, que es el verdadero costo de los zapatos. Y eso estaría mal, según Marx... No debería ser. Ése es el mundo que habría que transformar según los marxistas.

Empero, si de verdad Marx sólo estuviera hablando de cómo son las cosas (y no de cómo deberían ser), él habría utilizado la palabra costo. Y habría dicho "el costo de las mercancías es la cantidad de trabajo socialmente necesario para producirlas" (y seguramente los economistas de su tiempo habrían estado de acuerdo). ¿Para qué querría confundir y enredar más las cosas empleando una palabra tan cargada de connotaciones emocionales y morales como es la palabra valor?

Pero he aquí que él eligió esa palabra, valor. Y todos sus seguidores han hecho siempre lo mismo. ¿Para qué? Para satanizar al capitalismo, una estrategia de lucha revolucionaria. No es lo mismo decir que los zapatos "cuestan" $3, y decir que "valen" $3... Si "cuestan" $3, pero los quiere vender a $4, a nadie le importa: si lo logra o no. Pero si los zapatos "valen" $3, y los quiere vender a $4 (y sólo pagar $1 a los obreros)... aaah, eso sería robo, un atentadocontra el derecho del obrero a disponer íntegramente de los frutos... del valor de su trabajo.
El costo de los zapatos es objetivo: para descubrirlo sólo hay que hacer algunas sumas (mano de obra + materiales, el costo de los cuales también es mano de obra pagada con anterioridad). Si descubrir eso fuera todo el interés de Marx, sin duda también habría pasado a la historia... pero de la contabilidad y la teneduría de libros. Pero Marx no quería ser contador ni tenedor de libros: sus planes eran cambiar el mundo. Por eso dijo: Los zapatos valen $3... porque para fabricarlos un obrero requiere en promedio tres horas y cada hora de vida le cuesta al obrero, en promedio, $1. Ése es el valor de los zapatos, y esos $3 deben entregarse íntegramente a los obreros... Si aparece alguien que cobra $4, está robando al consumidor, lo está haciendo pagar más de lo que valen... O si cobra $3, pero entrega al obrero solamente $1, está robando al obrero, le está dando menos de lo que vale su trabajo.

En su fuero interno Marx era un subjetivista, aunque, para fines revolucionarios y propagandísticos, empleaba un lenguaje objetivista.

COSTO DE PRODUCCIÓN= VALOR = PRECIO JUSTO,

es evidentemente una tesis moral. No es una mera descripción de cómo suceden las cosas y se dan los costos y precios, sino un juicio normativo de cómo deberían ser. Esto no impide que Marx y sus seguidores también hagan algunas explicaciones descriptivas (p.ej., "Los precios giran en torno al costo = costo de producción, como los electrones giran en torno al núcleo"), pero el interés central de Marx (y sus secuaces) es ideológico. Y, principalmente, satanizar al capitalismo y hacer aparecer a las vanguardias marxistas como los sabios, como los que han descubierto el robo oculto que cometen los empresarios... y, por tanto, presentar a esas vanguardias como los futuros y legítimos dirigentes, teóricos e ingenieros sociales de la revolución.
Si los zapatos "valen" (no sólo "cuestan") $3, ¿dónde está ese valor? ¿En qué misterioso escondrijo dentro de las mercancías yace? ¿Cuáles son sus propiedades observables? ¿Cómo se verifica su existencia? --- La cosa es muy simple: o el valor está en los zapatos o el valor no existe y es sólo una idea en la cabeza de la gente (subjetivismo). Si lo primero, hay que dar evidencias empíricas de su existencia (no bastan los argumentos dialécticos y teóricos). Si lo segundo, no hay que hacer nada, sólo hay que preguntar a la gente qué piensa.
Como hasta la fecha los marxistas no han podido responder a esas preguntas, todo indica que la pretendida "ciencia" marxista se reduce a esto: "Costo = valor = precio justo", y a una especie de mandamiento tipo Moisés dirigido al capitalista: "Fuera manos; no te corresponde nada".-
Marx y Engels, en el "Manifiesto Comunista", afirman:

"Podemos resumir nuestra doctrina con esta proposición:
Abolición de la propiedad privada"
En vez de admitir que el hombre constituye un fin en sí mismo, un agente libre y responsable, sujeto de derechos inalienables; la persona es considerada por el marxismo como un medio o un simple instrumento al servicio de fines supraindividuales. Así, cada ser humano existiría sólo para la sociedad y debe producir para la colectividad.

Quienes nos oponemos a la antinatural e injusta doctrina marxileninista debemos tener bien presente la legitimidad del derecho de propiedad, de la libre iniciativa, del lucro y del principio de subsidiariedad.

El hombre debe ser valorado en su dignidad plena y jamás deberá admitirse que sea convertido en instrumento al servicio del Estado.

La estatización de la economía y el desconocimiento de la fecundidad propia de la libre iniciativa arruina la producción y conduce inexorablemente a la miseria. Para confirmar la veracidad de esta afirmación, están a la vista los diversos ejemplos de fracaso estrepitoso de los regímenes socialistas, desde los países de Europa oriental hasta la actual Cuba castrista.

El desarrollo integral sólo es viable en un régimen basado en la plena vigencia del derecho de propiedad privada. Hoy, la excesiva intervención del estado y la estructura sindical marxileninista asfixian la economía e impiden superar las barreras del subdesarrollo.
Frente a la injusta concepción transpersonalista del marxileninismo, que desemboca en un totalitarismo liberticida, es preciso reafirmar que el Estado debe cumplir, subsidiariamente, únicamente aquellas funciones que excedan las fuerzas de las personas particulares y de las asociaciones privadas. Exorbitar las funciones del Estado supone asfixiar la actividad particular, violar derechos y libertades, atentar contra el bien común y lesionar la justicia.
 
Como teoría empírica, o como explicación de cómo la gente adjudica valor a las mercancías, claramente la TLV es falsa: los consumidores ni saben ni les importa la cantidad de trabajo invertida en las mercancías; sólo les importa su utilidad, su belleza, rareza, abundancia...

No es necesario que el consumidor esté enterado de la cantidad social de trabajo invertida en una mercancía pues no es el consumidor el que asigna el precio a las mercancías que va a comprar, sino, el vendedor el que asigna el precio a las mercancías que va a vender influido por muchos factores entre los que el poder de negociación del comprador es solo uno más y ni siquiera el más fuerte de ellos, también están los costes de producción (fuerza de trabajo, insumos, proveedores) y la competencia...

¿Ves que posteas burradas sin ninguna rigurosidad científica?

La weá mierda pos weón "Alexander Torres Mega, Refutación de la Teoría Marxista de la “Plusvalía” "publicado en una Revista de "Arte y Literatura" ligada a la mafia gusana de Miami

Sigo esperando la explicación del por qué la evidencia empírica muestra una correlación tan exacta entre los "valores-trabajo" y los "precios de mercado".

:troll:
 
La weá mierda pos weón "Alexander Torres Mega, Refutación de la Teoría Marxista de la “Plusvalía” "publicado en una Revista de "Arte y Literatura" ligada a la mafia Gusana de Miami :nonono:

Estás atacando una opinión por circunstancias sin importancia , no atacas el fondo y acusas de rigurosidad cientifica. La soberbia y prepotencia intelectual XD queda en evidencia. Los únicos gusanos son los charlatanes XD

Sigo esperando la explicación del por qué la evidencia empírica muestra una correlación tan exacta entre los "valores-trabajo" y los "precios de mercado".

:troll:
No existe tal evidencia . :sisi:

Ya ha quedado claro la falacia de la teoría del valor , y no se porque chucha sigo respondiendo :troll: Virtuagay y sus frases homosexuales.

CHARLATAN
 
No existe tal evidencia . :sisi:

Valores, precios de producción y precios de mercado a partir de los datos de la economía española

Resumen

El trabajo que se presenta es una contribución empírica al debate reciente sobre la relación entre valores, precios de producción y precios de mercado a partir de datos referidos al caso español (Tablas de Insumo–Producto 2000, TIO–2000). Los resultados obtenidos, en línea con los de otros autores para otras economías, confirman la mayor capacidad explicativa de los valores sobre los precios de mercado, en comparación con cualquier otro posible valor base alternativo, mostrando además que no es un problema del índice de correlación o distancia utilizado, como han venido objetando diversos autores. El trabajo estima el nivel promedio de variables fundamentales como la tasa de ganancia, la tasa de plusvalor y la composición de capital para España en el año 2000. Asimismo, y con la intención de ampliar el debate teórico, se propone una interpretación alternativa de la relación entre valores y precios de producción, a partir de una reformulación del concepto de valor que pretende resultar más coherente con los propios fundamentos de la teoría del valor trabajo.

[...]

En cuanto a los resultados obtenidos con el análisis de regresión, se observa que las variaciones de los precios directos (valores-trabajo) determinan en 97.8% las variaciones de los precios de mercado.

Revista científica Scielo

:emotidance:
 
Ya ha quedado claro la falacia de la teoría del valor , y no se porque chucha sigo respondiendo :troll: Virtuagay y sus frases homosexuales.

CHARLATAN

"Uy uy me niego a mirar, me niego a mirar, tu argumento es falaz porque así yo lo creo" :gaiatula:

Esto es lo que se está haciendo en el campo científico con la teoría laboral del valor: Nada más ni nada menos que una teoría de la oferta compatible con las más modernas teorías postkeynesianas.

¿Huerta Soto o el fascista Alexander Torres Mega tendrán algún paper científico de este nivel por ahí? :troll:

Análisis microeconómico y teoría del valor–trabajo

Gustavo Vargas Sánchez

Facultad de Economía, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)


Resumen

Se desarrolla una interpretación microeconómica de la empresa capitalista a partir de la teoría del valor–trabajo. Utilizando los conceptos centrales de esta teoría y la estructura de la teoría ortodoxa de la oferta mostramos: a)la importancia de la relación teórica que existe entre el trabajo que tiene lugar al interior de la empresa, la dimensión social del valor, el beneficio y la acumulación, y B) que es posible construir un análisis micro alternativo. En este sentido explicamos la tecnología, la producción, los costos y los precios. Sin embargo, el resultado no es el equilibrio estable neoclásico, sino procesos de crecimiento y acumulación.

La empresa aparece como una organización dinámica que crece y evoluciona en el tiempo a través de procesos de innovación, competencia, acumulación y concentración. El resultado histórico de esta dinámica se presenta en el hecho de que son las grandes corporaciones las que dominan tanto el escenario económico nacional como el internacional. Concluimos que la empresa capitalista no es "una caja negra", sino un espacio económico complejo que como organización gestiona la creación del valor, los beneficios y la acumulación de capital.


CONCLUSIONES

1 Hemos construido una explicación microeconómica de la oferta a partir de la teoría del valor trabajo. En este análisis, la empresa se revela como un fenómeno complejo y dinámico que evoluciona de pequeñas unidades productivas hasta las grandes corporaciones nacionales y transnacionales que dominan el escenario mundial.

2. La explicación de la empresa proviene del concepto valor–trabajo, el cual involucra la relación entre la producción y la circulación. Su carácter dinámico proviene del principio económico de que el trabajo genera un excedente o plusvalor. Y de la ley de que la empresa organiza el poder del trabajo para crear beneficios.

3. Ésta y su crecimiento sólo pueden ser comprendidos en el contexto del mismo sistema capitalista que implica un proceso social de competencia por el excedente. Esto se expresa en dos fuerzas económicas: una tendencia proactiva y una ley reactiva.

4. La teoría de la oferta, que hemos delineado a partir de la teoría del valor–trabajo, es compatible con la teoría de la oferta poskeynesiana, ambas explican de forma semejante la dinámica de la empresa. Para éstas lo relevante no es la determinación de un punto de equilibrio, como lo plantea la microeconomía neoclásica.

5. Finalmente, podemos definir a la empresa como el espacio o agente económico cuya función es gestionar la creación del valor, los beneficios y la acumulación de capital.​

Revista científica Scielo

:emotidance:
 
Mientras liberales y marxistas discuten

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:lol2: ... Mis saludos y respetos a los 18 cubanos ....

A propósito:

"Inconsistencias de la teoría del valor-trabajo de Carlos Marx"

Marx y los marxistas pretendían haber descifrado las leyes de la historia. Según ellos, esta discurría mediante la sucesión de modos de producción, desde sus formas más simples o primitivas hasta la sociedad comunista, fase superior de la civilización humana. Si bien cada modo de producción se identificaba con una correspondiente «superestructura» política e ideológica –las instituciones comprometidas con su perpetuación–, en la medida en que estas constituían formaciones socioeconómicas caracterizadas por clases que se enfrentaban en lucha por el usufructo del producto social y, por otro lado, que el desarrollo de sus capacidades productivas ponía de manifiesto la agudización de esta contradicción, irremediablemente eran superadas por un estadio más avanzado de organización socioeconómica a través de cambios revolucionarios.

En las bases de este enfoque determinista se encuentra la teoría del valor-trabajo, heredada del economista inglés David Ricardo, y «perfeccionada» –según los exégetas de Marx– por el llamado padre del «socialismo científico». Conforme a esta teoría, el «valor de cambio» según el cual se transan las mercancías bajo el sistema capitalista es expresión del trabajo incorporado en ellas, la fuente y «esencia» de su verdadero valor. El valor de un bien o servicio no se determinaría, por ende, en el intercambio –la circulación– de mercancías, sino detrás «de los portones de la fábrica», en el ámbito de los agobiantes procesos laborales de la Inglaterra del siglo XIX, descritos por Marx y por Engels. Era el tiempo de trabajo requerido en la manufactura de un bien lo que le confería valor, y no la puja entre compradores y vendedores en el mercado. Para evitar la lógica objeción de que, en la medida en que requería más horas de trabajo, el fruto de la actividad productiva de un operario flojo o inepto tendría mayor valor, Marx precisó que su sustancia era el trabajo «socialmente necesario», es decir, aquel que expresaba las condiciones promedias de aptitud, destreza, disponibilidad de herramientas, máquinas, tecnología, etc., existentes en la sociedad en un momento determinado. En este sentido, el valor no podía entenderse sino como expresión de una relación social, ya que formaba parte de un proceso productivo social e históricamente determinado, cuya mensurabilidad requería enfrentar una mercancía con otra en el mercado. Esta confesión, empero, colocaba la teoría del valor-trabajo peligrosamente al borde del abismo: si el trabajo «socialmente necesario» no podía manifestarse sino a través de la relación social de intercambio, ¿no era esta la que determinaba el valor del producto y, por ende, el valor del trabajo? Dicho de otro modo, si no había otra manera de medir qué puede entenderse por «trabajo socialmente necesario» que no fuesen las transacciones de mercado, entonces el valor no podía constituirse previo al intercambio, sino que sería necesariamente resultadode este.
A esta conclusión llegó el economista soviético Isaac Ilich Rubin en los años veinte del siglo pasado (v. Rubin, 1980) pero, como era de esperar, sus hallazgos fueron rápidamente silenciados por los guardianes de las «verdades revolucionarias» sobre las cuales pretendía construirse la Patria del Proletariado. Cabe señalar, sin embargo, que el mismo Marx ya apreciaba la naturaleza contradictoria de su teoría, al intentar explicar la relación entre valor y precio. Según esta teoría el valor de cambio de una mercancía expresaría tanto el trabajo «vivo» expendido por los que laboraban directamente en su manufactura, como el valor del trabajo «muerto» incorporado en las maquinarias y demás insumos –cristalización de trabajos anteriores– que participaban o eran consumidos en su producción. Pero sólo el trabajo vivo era fuente de plusvalía, fundamento de las ganancias del capitalista dueño de la fábrica, ya que este le pagaba al obrero un salario que sólo bastaba para reponer su capacidad de trabajo, pero que era inferior al valor que sus esfuerzos incorporaban a la mercancía. Comoquiera que en distintas industrias la densidad del capital, es decir, la relación entre maquinaria e insumos con el número de trabajadores –lo que Marx llamó la composición orgánica del capital– variaba sustancialmente, la plusvalía incorporada a mercancías distintas pero de igual valor no tenía por qué ser la misma, contrariando una ley básica de la competencia capitalista, cual es la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia.

La razón de lo anterior estriba en que si trabajos de igual calificación incorporaban el mismo valor a la mercancía por hora trabajada, y el valor de la fuerza de trabajo –el salario– tendía a igualarse por la competencia, el monto relativo del plusvalor, en comparación con el trabajo «muerto» incorporado, variaría según la densidad del capital de cada industria o proceso productivo. Una producción muy capital-intensiva resultaría en una mercancía con escasa incorporación relativa de trabajo «vivo» y, por ende, la plusvalía generada sería baja en comparación con bienes de fabricación más trabajo-intensivos de igual precio. Consciente de que esta discrepancia significaría que las tasas de ganancia tendrían que ser menores –permanentemente– en las industrias capital-intensivas, Marx entendió que los precios a que se intercambiaban las mercancías en una economía real, en la que las composiciones orgánicas del capital diferían para distintas actividades productivas, ¡no podían ser expresión fidedigna de su valor! Esta conclusión, que hubiese llevado a cualquier investigador menos comprometido ideológicamente a abandonar la teoría del valor-trabajo por quimérica, obligó al filósofo alemán a contorsiones argumentativas en el tomo III de El capital para explicar «la transformación de los valores en precios», con el fin de conservar sus postulados;11 de lo contrario, debía buscar otra fundamentación de su doctrina de explotación.
No es menester ser Thomas Kuhn12 para desechar la teoría del valor-trabajo por una explicación mucho más sencilla: la de que el valor de las mercancías se origina por la valoración que hacen los agentes económicos del bien en cuestión a través de las transacciones del mercado, es decir, de la relación entre oferta y demanda. Por demás, como hemos señalado, Marx reconoció que, sin tomar en cuenta la demanda, no podía explicar su concepto de «trabajo socialmente necesario» o la «relación» entre valores y precios. Más aún, su teoría nunca pudo explicar satisfactoriamente la renta de la tierra ni el valor de los objetos de arte –pinturas, esculturas y otras–. ¿Cuál es el trabajo «socialmente necesario» para obras de creación individual?
Esta última reflexión lleva a lo que es probablemente el fracaso más palmario de la teoría del valor-trabajo: su incapacidad para dar explicación del valor creado por la innovación tecnológica, proceso cada vez más característico del modo de producción capitalista. En efecto, ¿qué valor incorpora a la sociedad el trabajo de un innovador o de un grupo reducido de técnicos/obreros/empresarios innovadores que ahorra millones de dólares a través de innovaciones de proceso, o que aumenta inmensamente el total de satisfacciones –¡valor!– de un universo innumerable de consumidores, por intermedio de novedosos productos? ¿Cómo se transmite el valor del «trabajo muerto» de una innovación a los procesos productivos sucesivos a los cuales esta se difunde? ¿Cómo explicar que las ganancias extraordinarias –seudo rentas innovativas– que percibe el innovador original son rápidamente abatidas en la medida en que su innovación es producida por otros y/o superada por innovaciones ulteriores? ¿Desaparece ese valor o «nunca existió» porque no se cumplía con las condiciones de la competencia pura? ¿Cuál es la magnitud del valor contenido en el trabajo del (los) innovador(es) si resulta en la aparición de una mercancía de consumo masivo que simplemente no existía antes?
Según la concepción marxista, el valor generado en una economía, como expresión de una relación social, crece sólo en la medida en que aumenta el número de trabajadores activos o porque se intensifique el proceso de su explotación en la actividad productiva, aspecto que engloba el mayor valor del trabajo calificado y la imposición de ritmos de trabajo acelerados a través de la mecanización. De acuerdo con esta perspectiva, el valor producido por obrero podría incluso disminuir en la medida en que se conquistaran jornadas laborales de menor duración, si bien ello tendía a compensarse con la aceleración del trabajo que imprimían las máquinas nuevas o con su mayor calificación. La diversificación de la producción y la prodigiosa introducción de inéditos y mejorados productos del capitalismo moderno implicaría que ese valor social se repartiría entre un número creciente de bienes. Por ende, el valor promedio de cada producto tendería a ser cada vez menor. A menos que se admitiera que el nivel de vida de los trabajadores mejoraba con ello, esto tendría que ser válido también para esa mercancía particular que es lafuerza de trabajo, definida precisamente por el valor de los bienes y servicios que permiten su reproducción. Pero es evidente que, desde mediados del siglo XIX, el nivel de vida promedio de los trabajadores industriales de los países avanzados se ha multiplicado significativamente. ¿Qué sentido tiene, en estas condiciones, afirmar que el valor de la fuerza de trabajo habría disminuido porque disminuyó el valor de los bienes y servicios necesarios para su subsistencia?13
La contradicción «insalvable» o antagónica entre trabajo y capital en Marx presuponía que la distribución de los frutos de la producción, de su valor total, constituye un juego «suma-cero»: lo que gana el capitalista es a expensas del obrero. Si se admite que el progreso tecnológico podía proporcionar una suma creciente de valor, más allá del crecimiento de la población y de la intensificación del proceso laboral, podría postularse perfectamente una alianza entre trabajo y capital para impulsar innovaciones y mejoras en la productividad que resultaran en ganancias para ambos; un juego suma positivo. En este caso, la relación no tendría por qué ser antagónica y, por ende, la caída inevitable del capitalismo no sería tal. Desde luego, ello constituye uno de los pilares base sobre el cual pudo desarrollarse la exitosa expansión industrial de Japón y de otros países del Lejano Oriente en la segunda mitad del siglo XX y un elemento central del (ya no tan) nuevo paradigma tecnológico del capitalismo actual (v., p. ej., Pérez, 2004).
Si una teoría no está en capacidad de dar explicación del fenómeno más característico de su objeto de estudio, es obvio que debe descartarse por otra u otras con mayor poder explicativo, si es que uno pretende circunscribirse al ámbito de lo científico. De hecho, muy pocos economistas hoy en día dan crédito a la teoría del valor-trabajo como explicación de la realidad. Incluso académicos marxistas debaten abiertamente su inutilidad y, por ende, su prescindencia con relación a otros postulados del pensamiento de Marx (v., p. ej., Roemer, 1986).

Otra cosa, empero, es sostener que el valor de una mercancía debe ser retribuido íntegramente a los trabajadores –presentes y anteriores– que la produjeron. Este «deber ser» puede perfectamente constituir la base de una prédica política, aunque inviable o de nula implantación práctica. En primer lugar, remunerar al trabajador con el valor íntegro de su producto sacrificaría la inversión neta e implicaría mantener la actividad económica en el mismo nivel, lo que los economistas neoclásicos denominan «el estado estacionario». Lo que Marx llamaba lareproducción ampliada del capital, base del incremento del bienestar material de la población, requiere obligatoriamente pagar un salario inferior al valor que aporta el trabajador, que permita la acumulación de excedentes invertibles para poder aumentar las capacidades productivas de la sociedad. Ello no sería llamado «explotación», sin embargo, si el régimen se autocalificara de socialista pues, por antonomasia, el usufructo de ese excedente obedecería a consideraciones «sociales» y formaría un componente indirecto, en última instancia, de la remuneración al obrero. Bajo el «socialismo realmente existente» tal función fue cumplida de manera discrecional y brutal por el Estado, sin correspondencia con criterio alguno de salario «justo»: este sólo podía entenderse como el nivel de remuneración que permitiese la inversión requerida para consolidar en el poder al régimen comunista. Por definición, empero, esta explotación brutal se ejercía en el interés del proletariado.
En realidad, la pervivencia de la teoría del valor-trabajo sólo se explica por razones ideológicas, es decir, mistificaciones de la realidad que buscan sostener valores y actitudes consustanciados con fines determinados: la «falsa conciencia» de que nos hablaba el propio Marx para encubrir posiciones de dominio. Tal argumentación, en última instancia, se encuentra en el mismo plano de otras valoraciones que han servido para sustentar proyectos totalitarios que podrían parecer bastante menos agradables, como las que sostienen que el bienestar y los derechos de usufructo del producto social corresponden exclusivamente a los nacionales, a un pueblo, a un Volk o raza. La propuesta marxista del valor-trabajo como fundamento de una nueva sociedad termina siendo un mero deseo, un «deber ser» a imponerse como principio «revolucionario». En la medida en que ello pretende sostener la inevitabilidad providencial de la sociedad comunista –una Edad de Oro para la humanidad– como una verdad que no necesita demostración, asume características de mito. A esto deben añadirse las ansiadas proyecciones moralistas de lo que sería esa sociedad comunista, sin contradicciones antagónicas y en la cual tenderían a prevalecer la cooperación y la solidaridad en vez del comportamiento egoísta e individualista propios del capitalismo, que contextualizan al Bien y el Mal con base en criterios ideológicos.
La inevitabilidad del comunismo y otros mitos
La falsedad de la teoría del valor-trabajo deja sin fundamento la postulación marxista de un antagonismo irreconciliable de clase entre propietarios de los medios de producción y trabajadores, en la economía capitalista. Desde luego, en estadios civilizatorios de escaso o nulo progreso tecnológico, en los cuales la productividad permanecía estancada, la repartición del producto social obedecía necesariamente a un esquema suma-cero: lo que ganaban los dueños de tierras, establecimientos comerciales o fábricas en la antigüedad o en la Edad Media era a expensa de los siervos, esclavos y/o trabajadores libres, reducidos a un estado miserable de vida, apenas de sobrevivencia. Pero, como se apuntaló arriba, el progreso tecnológico moderno ha permitido que empresarios y trabajadores puedan mejorar su situación al mismo tiempo, denotando que la distribución factorial del ingreso, en economías en las que aumenta de manera sostenida la productividad laboral, puede enmarcarse en un juego suma-positivo. Más aún, en la sociedad del conocimiento de hoy la cooperación entre gerencia y obreros en determinadas áreas es fuente importantísima de mejoras en la productividad y, por ende, de ganancia mutua. Las fuerzas prometeicas del capitalismo han dado campo a conquistas laborales y sociales que hubiesen sido imposibles de alcanzar y sostener en economías estancadas. Ello hace desaparecer la rigurosa determinación clasista del Estado, al que se ha ido dotando en los países avanzados de una institucionalidad crecientemente incluyente, como lo revela el Estado de Bienestar de las socialdemocracias europeas. Esto no quiere decir que los conflictos de clase hayan desaparecido, sino que no tienen por qué entenderse como antagónicos.
La reducción marxiana de lo político a lo económico –«en última instancia»– deja por fuera, además, la enorme gama de oportunidades que han abierto las conquistas libertarias en el campo de los derechos civiles, laborales, sociales, de la mujer, culturales, etc. La enorme riqueza de subculturas, cultos, modas, identidades colectivas e intereses que han aflorado en los países avanzados atestiguan lo fútil de pretender reducir la conciencia del hombre en sociedad a un mero reflejo de su posición en el proceso de producción y distribución de bienes. Deja de tener pertinencia, por ende, la reducción de la enorme vastedad de enfoques y puntos de vista que pueden adoptarse en torno a problemas de una comunidad, de la sociedad o de la humanidad general, a una proyección maniquea entre una visión «burguesa» o «capitalista» y otra «revolucionaria»; treta a la que se suele apelar, no obstante, para reclamar lealtades y aplacar disidencias, para exigir el cierre de filas detrás de un caudillo. Si en el plano económico ha dejado de operar el juego suma-cero, en el ámbito de lo político la ampliación progresiva de las libertades asume la característica de un bien público que beneficia crecientemente a todos (o a casi todos). Al no ser el Estado un instrumento al servicio exclusivo de las «clases dominantes», aparecen espacios de convivencia siempre normados en el Estado de derecho liberal.
Por último, la aceptación de que las contradicciones entre el capital y el trabajo no tienen por qué ser antagónicas, y el reconocimiento de la enorme variedad de intereses que pueden manifestarse en las sociedades abiertas, dejan sin piso la pretensión marxiana de construir una «ciencia de la historia» con base en este argumento medular. ¿Cómo insistir en la «inevitabilidad» del comunismo cuando día tras día la economía capitalista y las instituciones del Estado de derecho liberal muestran su inagotable capacidad de adaptación y su gran vitalidad ante las crisis y desafíos que genera su desenvolvimiento? Como muy bien lo explica Carlota Pérez, el nuevo paradigma tecnológico requiere de un importante cambio institucional que refuerce los valores de la iniciativa, la disposición al cambio y la capacidad de asimilar provechosamente la información, y que estimule la participación de los distintos miembros de una comunidad con base en su creatividad. Aquellos países con estructuras de poder rígidas que privan a sus ciudadanos del libre acceso a la información, refractarias al intercambio de ideas y que asfixiaban la iniciativa independiente fracasarían en el dominio de las corrientes de producción y comercialización basadas en el nuevo paradigma. Paradójicamente, las relaciones de producción«socialistas» del modelo soviético terminaron por ahogar el desarrollo de sus fuerzas productivas en la era de la revolución de la informática y precipitaron el colapso de su economía. La estructura descentralizada de toma de decisiones de la economía de mercado fue, por el contrario, muy permeable a las adaptaciones y cambios requeridos en las relaciones de producción para aprovechar plenamente las potencialidades del nuevo estilo tecnológico. La inversión en capital humano –educación, salud, asistencia social– pasó a constituir la fuente del crecimiento económico, como fue reconocido al fin por los teóricos de la economía (Romer, 1986). Lejos de perpetuarse el conflicto entre crecimiento y equidad que había plagado las etapas iniciales de desarrollo de los países capitalistas y que observó Marx en la Inglaterra de 1850, ahora una mayor equidad –a través de la inversión en «capital humano»– se convertía en un imperativo para que las naciones en desarrollo pudieran crecer sobre bases sólidas, como lo atestiguó la experiencia de muchos países del Lejano Oriente, incluido Japón.


SCIELO
 
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