faust5
Vac@
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Estos no son más que los estragos de la ideología del igualitarismo.... Dejo una columna de Fernando Villegas sobre este tema bastante acertada a mi parecer:
De dicha rancia tartaleta de emociones y vocablos, pieza de museo aderezada con una cutícula de novedad semántica de un milímetro de espesor, es de donde ha surgido la reforma educacional conocida esta semana. Como era de esperarse, hay en ella una casi total dedicación al tema del perverso lucro y casi total olvido del que legítima -en teoría- todo lo que se haga: la calidad:
El tema de la calidad sólo se ha tratado de rebote y de mala manera. Lo ha sido con el rechazo a la “discriminación” de los alumnos aceptados en las escuelas, en especial en las de más alto rendimiento. Es decisión muy debatible, porque si bien algunas desigualdades pueden disminuirse temporalmente “metiéndoles la mano en el bolsillo a los ricos”, no hay modo de eliminar la desigualdad de los talentos y temperamentos, ya sean heredados genéticamente, formados en el ambiente familiar o por ambas cosas simultáneamente. Se pregunta uno, examinando este incansable afán aplanador, cuánta igualdad habría que conseguir y cuántas manos habría que meter a cuántos bolsillos para apagar llamas cuyo combustible son insondables e insaciables fondos de resentimiento. Para la sensibilidad progresista, expresión Diet de ese fondo, ninguna jerarquía, selección o diferenciación por natural e inevitable que sea, es legítima.
¿Por qué la calidad no se trata como debe ser, sino que como no se debe?. Quizás por una razón muy poco popular: en un auténtico régimen de “educación de calidad”, e lo que se trata es de formar y acrecentar inteligencias, lo cual supone trabajo duro, disciplina férrea, profesores de primera, alumnos rigurosos y programas exigentes, nada de lo cual existe ni entra en sintonía con el talante de los profesores, de los alumnos y de los apoderados, para no decir nada del gobierno, casi totalmente enfocado en el aspecto monetario del asunto. Y en el trasfondo rige aún, inconscientemente, la idea sesentera de que los alumnos no deben ser “torturados” con exigencias elevadas, sino “pasarla bien”, desarrollar su “creatividad”, su personalidad, etc. En esa atmósfera expresa o tácita de facilismo perdonador, si el porro se saca un UNO es culpa del profesor, de la escuela, de la sociedad, del director y de la galaxia, no del porro.
De ahí la popularidad de este enfoque: a quienes no les va o ha ido tan bien en la vida, no es extraño que vean toda jerarquía y selección como satánicas, porque en ellas ocupan los últimos lugares. De ahí los discursos igualitarios, aparentemente humanistas, terminen siempre por promover la beatificación de exactamente lo contrario, el desencadenamiento de la envidia, el rencor, la rabia y el ánimo de venganza. La postura progresista fomenta eso porque, lejos de acotar su afán a la eliminación de abusos y malevolencias innecesarias e intolerables, se sobrepasa siempre, y en una especie de huida hacia delante de sus propias dudas y temores termina por abalanzarse ciegamente contra todo. Es un final con un rictus de religiosidad talibana buscando aniquilar el pecado original, pero en especial al pecador.