Sonrió levemente, sentado frente al computador. Ya se había burlado de ellos, algunos años atrás. De ellos y de quienes los mandan. Se sentía intocable, casi inmortal, capaz de sentarse sobre el sistema, y nunca le pasaría nada más que salir unos segundos en la tele. Lo cual, a pesar de negarlo constantemente, le alimentaba su ego, y el círculo vicioso de la arrogancia seguía girando.
Leyó una vez más el mensaje que estaba a punto de enviar, sonrió nuevamente. Se imaginaba la reacción de la gente, las puteadas, la polémica, la oportunidad de aplicar su ironía tan poco comprendida. Por más que lo negara, eso era lo que quería.
Y apretó en el botón Send... el mensaje alertando al pajarito que la PDI estaba tras sus pasos fue enviado sin problemas. Apagó el computador y se fue a acostar, todavía sonriendo, pensando en las carcajadas y alegrías que vendrían al día siguiente...