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Pendejit@
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El columnista y editor de la revista Slate, Bryan Lowder, piensa que es una pésima idea.
“Sólo porque es el método más básico para acurrucarse no quiere decir que sea el mejor. Cuanto más reflexiono sobre la cucharita más he llegado a verlo como una idea terrible, con una carga tanto física como ideológica. ¿Mi petición? Suspender el spooning indefinidamente”, expresó.
En primer lugar, el autor señala que aunque parece algo placentero, al cabo de 10 minutos se vuelve incómodo. Te da demasiado calor, el de adelante debe soportar el aliento (y a veces ronquidos) incesantes del otro sobre su nuca, el brazo del de atrás se duerme por el peso de la cabeza del de adelante, no puedes estirarte bien, no sabes cómo acomodar las piernas ni dónde poner los brazos para no acalambrarte, arriesgas a recibir golpes accidentes si tu pareja hace un movimiento brusco durante la noche, entre otras cosas, dice Bryan.
Sin embrgo, asegura que el tema físico es lo de menos, porque hay algo más profundo detrás de esta práctica. Lowder afirma que la “cuchara” grande -la que cubre a la otra por atrás- está en una posición “dominante”, mientras la pequeña está “sometida”.
De este modo, la cuchara de mayor tamaño simboliza el poder, el que se hará cargo del otro y lo protegerá, mientras la otra es vista como la frágil y pasiva, que se mantiene segura bajo el alero de su “superior”. “Esto, por supuesto, es fundamentalmente una disposición sexista, que arroja que la cuchara grande es el hombre y la pequeña cuchara ‘la mujer’”, dice él. Y enfatiza:
“Decir que ese desequilibrio de fuerzas está instalado en todos los actos de spooning —con independencia de los sexos que participen— no es, considero, una exageración. De hecho, sostengo que hacer la cucharita es siempre un juego de poder, una estrategia perversa por la cual legitimamos cada noche las relaciones injustas de privilegio entre lo ‘grande’ y lo ‘pequeño’ que plagan nuestra sociedad a todos los niveles”.
“Hacer la cucharita es una farsa física e ideológica. Y debe acabar, ahora”, señala el autor y dice que necesitamos más “regaloneos conscientes”, vale decir, caricias que tengan en cuenta las realidades de nuestros cuerpos y que no validen “las presiones de un sistema social caído que innecesariamente nos ordena en la limitación de las categorías de grandes y pequeños”. Lo curioso, es que según él, la solución es acurrucarse sentados.
“Las caricias verticales, ya sea pasar un brazo por detrás del cuello de tu pareja, o reclinar tu cabeza sobre su hombro, o simplemente sentarse cómodamente uno al lado del otro, eliminan gran parte del riesgo de incomodidad física y toda la violencia semiótica que lleva implícito el hacer la cucharita”, aseguró Bryan, añadiendo que esto aporta intimidad real, porque requiere estar despierto (¿Ah?).
“Sólo porque es el método más básico para acurrucarse no quiere decir que sea el mejor. Cuanto más reflexiono sobre la cucharita más he llegado a verlo como una idea terrible, con una carga tanto física como ideológica. ¿Mi petición? Suspender el spooning indefinidamente”, expresó.
En primer lugar, el autor señala que aunque parece algo placentero, al cabo de 10 minutos se vuelve incómodo. Te da demasiado calor, el de adelante debe soportar el aliento (y a veces ronquidos) incesantes del otro sobre su nuca, el brazo del de atrás se duerme por el peso de la cabeza del de adelante, no puedes estirarte bien, no sabes cómo acomodar las piernas ni dónde poner los brazos para no acalambrarte, arriesgas a recibir golpes accidentes si tu pareja hace un movimiento brusco durante la noche, entre otras cosas, dice Bryan.
Sin embrgo, asegura que el tema físico es lo de menos, porque hay algo más profundo detrás de esta práctica. Lowder afirma que la “cuchara” grande -la que cubre a la otra por atrás- está en una posición “dominante”, mientras la pequeña está “sometida”.
De este modo, la cuchara de mayor tamaño simboliza el poder, el que se hará cargo del otro y lo protegerá, mientras la otra es vista como la frágil y pasiva, que se mantiene segura bajo el alero de su “superior”. “Esto, por supuesto, es fundamentalmente una disposición sexista, que arroja que la cuchara grande es el hombre y la pequeña cuchara ‘la mujer’”, dice él. Y enfatiza:
“Decir que ese desequilibrio de fuerzas está instalado en todos los actos de spooning —con independencia de los sexos que participen— no es, considero, una exageración. De hecho, sostengo que hacer la cucharita es siempre un juego de poder, una estrategia perversa por la cual legitimamos cada noche las relaciones injustas de privilegio entre lo ‘grande’ y lo ‘pequeño’ que plagan nuestra sociedad a todos los niveles”.
“Hacer la cucharita es una farsa física e ideológica. Y debe acabar, ahora”, señala el autor y dice que necesitamos más “regaloneos conscientes”, vale decir, caricias que tengan en cuenta las realidades de nuestros cuerpos y que no validen “las presiones de un sistema social caído que innecesariamente nos ordena en la limitación de las categorías de grandes y pequeños”. Lo curioso, es que según él, la solución es acurrucarse sentados.
“Las caricias verticales, ya sea pasar un brazo por detrás del cuello de tu pareja, o reclinar tu cabeza sobre su hombro, o simplemente sentarse cómodamente uno al lado del otro, eliminan gran parte del riesgo de incomodidad física y toda la violencia semiótica que lleva implícito el hacer la cucharita”, aseguró Bryan, añadiendo que esto aporta intimidad real, porque requiere estar despierto (¿Ah?).