VaderSe7en
Bosta
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Chile vuelve a caer, por segundo año consecutivo, en el Índice de Innovación Global (GII), elaborado por la Organización Internacional de Propiedad Intelectual (WIPO) y el instituto INSEAD. Y es que la renuencia del gobierno a renovar la obsoleta institucionalidad científica, entre otros factores, está pasando la cuenta, esta vez con la caída más fuerte de los últimos años.
Los ranking globales despiertan gran interés entre el mundo académico, político y económico, y constituyen un importante insumo al momento de elaborar estrategias y políticas públicas, al entregar indicadores ampliamente aceptados y contextualizados en un escenario global. Es así como algunos rankings (como el “Doing Bussiness” del Banco Mundial o el “Reporte de Competitividad Económica” del Foro Económico Mundial, entre otros) concitan la atención de la prensa y las autoridades. Ayer se dio a conocer el Informe 2013 del Índice de Innovación Global (“Global Innovation Index”, o GII), elaborado por la Organización Internacional de Propiedad Intelectual (WIPO) y el instituto INSEAD. Este ranking se elabora sobre la base de 7 “pilares” (siendo algunos de ellos “Instituciones”, “Capital Humano & Investigación” y “Outputs de Tecnología y Conocimientos” y “Outputs creativos”).
Chile había deambulado entre el lugar 33º y el 39º del Índice GII en los últimos años, con excepción del año 2010, en que bajamos al lugar 42º. Sin embargo, siempre mantuvo una posición de liderazgo en América Latina. Este año, Chile exhibe la mayor caída en el ranking desde el año 2008, ubicándose en el lugar 46º, y cediendo el primer lugar de la región a Costa Rica (uno de los pocos países latinoamericanos que posee una institucionalidad de rango Ministerial para la I+D). Argentina, país que en el ranking 2008-09 se ubicaba 84º, sigue su ascenso (de la mano con la creación del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva), ubicándose en el lugar 56º, mientras que otros países sudamericanos comienzan a alcanzar a Chile, como Uruguay (52º) y Colombia (60º). Además, esta caída en el ranking viene a confirmar la caída ya observada en el ranking de competitividad económica del Foro Económico Mundial, que había sido recibido con algo de complacencia por la autoridad.
Figura: Posiciones de Chile en el ranking GII, desde el año 2008 a la fecha. Se indica en el recuardro inferior el número total de países que fueron considerados cada año en el ranking GII Fuente: Global Innovation Index.
Poco se puede culpar del “porrazo” de Chile a la labor de los científicos. Todos los parámetros que están más directamente vinculados con la labor del científico muestran mejoras (ver recuadro). Por ejemplo, en el parámetro “Investigación & Desarrollo”, pasamos del lugar 70º a nivel mundial (2012) al lugar 44º (2013), aunque gran parte del “salto” se puede explicar por cambios metodológicos al medir la “calidad de las instituciones de investigación”. En otros parámetros, como “Colaboración academia/Industria”, también se exhiben mejoras importantes. Todo hace indicar que el gran Talón de Aquiles se relaciona con la capacidad del conocimiento científico de transformarse en “outputs” (producción) creativos y tecnológicos, ambos “pilares” en los que Chile cae en el ranking.
Tabla: Algunos indicadores seleccionados, relacionados con actividades de I+D, obtenidas de los informes GII del año 2011, 2012 y 2013. Fuente: Global Innovation Index.
La falta de una institucionalidad científica nos sigue pasando la cuenta
Una de las múltiples razones por las cuales nuestra campaña ha defendido la creación de una nueva institucionalidad científica ha sido potenciar los procesos de transferencia de conocimiento, tanto al sector productivo como al sector público para elaborar políticas públicas para el desarrollo social y cultural, impulsando la relación “horizontal” entre la ciencia y las demás áreas de desarrollo, que hoy difícilmente conversan entre sí debido a la fragmentación del sistema, a la débil relación “vertical” entre las diversas agencias de fomento de ciencia e innovación (que ni siquiera están al nivel de Subsecretaría o División), y debido a la escasa relevancia y accountability político, tan propia de las “agencias”.
Los últimos gobiernos de la Concertación buscaron impulsar la innovación a través de la identificación de “clústers productivos”. Para todos quienes desarrollamos nuestras carreras de pregrado en aquella época, en especial en aquellas más directamente relacionadas con la “I+D+i”, se hizo frecuente el incentivo para hacer Tesis en la industria en temas sobre el cobre, acuicultura o ciencias silvoagropecuarias. La llegada de la Alianza al Gobierno supuso un cambio en la estrategia: se apeló a la necesidad de evitar la idea de la selección “ex ante” y de promover una “neutralidad sectorial” para que todas aquellas áreas en donde existiesen potencialidades, pudiesen desarrollarlas. Para ello perfeccionó la Ley de Incentivo Tributario para la I+D (con cambios con aspectos muy positivos y otros criticables), y potenció la difusión e instrumentos para facilitar la incorporación de científicos al mundo productivo, descuidando en el camino la investigación básica. Dos ejemplos dan cuenta de este descuido que bien puede calificarse como “ideológico”: a) mientras siguen existiendo restricciones y problemas en diversos programas de becas para actividades de ciencia básica (ver los recientes casos 1, 2 y 3), la situación es diametralmente opuesta para los diversos concursos de “valorización” de la investigación; b) se impulsó un programa llamado “Escuelas de Ingeniería de Clase Mundial”; para todo aquel que conoce las universidades que hacen investigación en el país, es más que evidente que las Escuelas de Ciencias presentan evidentes carencias de infraestructura y recursos, ameritando con mayor urgencia una política pública que les facilite el alcanzar un estatus de “clase mundial”.
Aunque se podría argumentar que es difícil evaluar en cuatro años la gestión del gobierno en materia de fomento a la ciencia y la innovación, tres hechos son claros: a) persisten problemas de gestión en diversos instrumentos de apoyo, mientras que se impulsan con mayor ímpetu aquellos programas de apoyo a la “ciencia orientada por misión”; b) Chile habrá perdido su posición de liderazgo en materia de innovación en América Latina; c) no se han resuelto (hasta la fecha) las deficiencia en materia de institucionalidad. La pérdida de la posición de liderazgo (que podría revertirse a corto plazo gracias a incrementos graduales en la inversión privada en I+D, esperados por los cambios a la Ley de Incentivo Tributario a la I+D) era esperable, considerando que la “ciencia orientada por misión”, que ha intentado abrirse paso en los últimos gobiernos (en formas distintas, pero variantes de una misma idea conceptual) ha demostrado débiles (en el mejor de los casos) resultados a nivel mundial. Y todo esto, en lo que se ha catalogado como el “Año de la Innovación“, del cual han transcurrido ya seis meses, sin medidas y políticas destinadas a transformar de manera potente la investigación científica.
Una película con desenlace conocido
Afirmamos hace un par de años que Chile sufriría una caída en el ranking GII. Era esperable también el perder una posición de liderazgo regional y que comenzara a acortarse la brecha con los vecinos, puesto que otros países se habían embarcado en reformas a sus institucionalidades científicas. Uruguay, que pisa los talones de Chile, lanzó a fines del 2010 su nuevo plan nacional de desarrollo científico. Cosa similar ocurre en Argentina, quien además creó su MINCYT.
La pregunta que cabe hacer es: ¿Por qué los distintos Gobiernos de la Concertación y la Alianza se han rehusado a realizar reformas pertinentes en esta materia, especialmente en materia de institucionalidad científica? Sin dudas, una de las principales razones es ideológica, y se arrastra desde las disputas que existieron en la década de los 70, y que además prácticamente fragmentaron a la comunidad científica.
En esta misma senda, existen muchos científicos que no ven con buenos ojos un cambio institucional, pensando en que no desean que “un Ministerio nos diga qué investigar” (frase recurrente que escuchamos al discutir este tema), revelando de paso que parte de la comunidad científica aún no comprende las razones (algunas de las cuales hemos expuesto previamente) por las que se hace necesaria una institucionalidad de rango Ministerial. No es sorprendente, entonces, que la discusión respecto a la creación de un Ministerio para la ciencia esté sujeta a ataques de diversa índole.
Un nuevo capítulo (que ya habíamos aventurado) se vivió con la entrega del informe de la Comisión Asesora Presidencial para la Institucionalidad de Ciencia, Tecnología e Innovación (más conocida como ‘Comisión Philippi’).Si bien se pensó que la creación de dicha Comisión buscaba legitimar la idea del Gobierno de traspasar Conicyt al Ministerio de Economía (propuesta que había generado un rechazo prácticamente transversal desde diversos sectores), el informe de la Comisión Philippi sorprendió a todos ante su lúcido diagnóstico y la ratificación de la propuesta de crear una estructura de rango ministerial para la Ciencia y Tecnología como la mejor alternativa para modernizar la obsoleta institucionalidad científica del país.
Sin embargo, luego de hacerse público este informe, el nuevo Ministro de Economía, Félix de Vicente, afirmó en una entrevista que no existiría interés por crear “nuevos ministerios”, pese a que se trabaja en un Ministerio del Deporte (bastante menos urgente, tanto bajo argumentos de política pública como de benchmarking internacional), y ya se han sumado propuestas sobre un Ministerio de Ciudad y Territorio, un Ministerio de Cultura y la modernización del Ministerio de Agricultura, a lo que se suma el Ministerio de Desarrollo Social.
¿Por qué el Gobierno hace oídos sordos a la propuesta entregada por la Comisión que él mismo creó?
Poco importó, al parecer, que una comisión defendida por varios como “transversal” haya entregado muy buenos argumentos para proponer una institucionalidad de rango Ministerial para la ciencia, reafirmando por enésima vez que es la mejor alternativa de institucionalidad científica para nuestro país, como señalamos previamente.
Preocupa también que se haya instalado la idea de que la creación de un Ministerio de Ciencia deba tomar “años”. Pareciera que la jugada de algunos sectores o actores es dilatar la discusión para esperar a que desaparezca del debate público, o bien para esperar a un futuro gobierno para imponer “otro modelo industrial” que busque nuevamente una política científica “orientada por misión”.
En cualquier caso, el desenlace de esta historia es conocido: pese a los argumentos, al consenso, y a los resultados empíricos que muestran ya no nuestro estancamiento (como titulamos el año pasado), sino que una franca caída, seguiremos teniendo que esperar por una nueva institucionalidad de rango ministerial para la ciencia, y escuchando proyectos de política pública para la I+D con escaso consenso y respaldo empírico.
Fuente: http://www.mascienciaparachile.cl/?p=5609
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Condenados al Subdesarrollo estimados contertulios. La clase política hace oídos sordos a la profunda necesidad de establecer una institucionalidad que empuje el desarrollo de conocimiento y ciencia para el país. Chile país de mercanchífles digno de Cencosud, Walmart, Falabella, etc....
Chile Desarrollado en 5-6 años