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Originalmente publicado por engendro2
A ver...Comunismo en democracia?
Fácil..Cuba.
Si wnes, Cuba.
No me creen?
Hay elecciones municipales en septiembre. Al presidente lo eligen, sí, lo eligen "democráticamente".
Está más que bigoteada la wea, pero hay elecciones.
No salgan con la mierda de que no hay oposición y todas las estupideces que argumentan los adherentes de la derecha, ya que en Cuba los únicos
opositores reprimidos son los mercenarios y sediciosos pro puterío Yankee dirigido en miami por la mafia Stefan. (
Puta que me salió panfltario lo último...Estoy listo pa vocero de gobierno)Por otro lado...Por la cresta que son megalómanos estos fachos RCSM!
Saludos."
kharas dijo:
¿Como es que nadie había citado a este pastelito?
Está clarito.
Democracia y Comunismo son compatibles y el que diga lo contrario es un facho de mierda intolerante, desgraciado, burgués, opresor del pueblo, enemigo de la verdad y un apátrida vendido a los intereses corporativos de los grandes empresarios transnacionales de EE.UU.
Sera por que es un engendro, osea, no es humano...
Es un pobre weon al que no vale la pena darle bola pr la weas que habla...
sera...
PD Para el que le interese, sobre la democracia y el PC, aqui les dejo una entrevista del Diario La tercera a Roberto Ampuero, un escritor chileno de izquierda que vivio en Cuba durante la epoca de Pinochet, y que de su experiencia se puede sacar mas de alguna leccion:
Por Roberto Ampuero *
El escritor chileno relata la ocasión en que casi fue reclutado como parte del aparato militar que luego se transformó en el FPMR y critica el manto de silencio que ha predominado sobre el tema hasta hoy.
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Tuve por primera vez la certeza de que presenciaba momentos históricos el día en que vi desde la distancia el bombardeo aéreo de La Moneda, en cuyo interior resistía Salvador Allende. Tuve una sensación semejante en 1975, en una tarde asfixiante y húmeda de La Habana, cuando dirigentes del Partido Comunista chileno me citaron a una mansión de El Vedado para reclutarme como cadete para las escuelas militares de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba. Seríamos, supuestamente, los oficiales del ejército popular de un futuro Chile socialista.
Ese día perdí definitivamente la confianza en la racionalidad de la dirigencia. Los aparatos de seguridad del régimen militar habían desatado una represión criminal y desarticuladora en contra de la izquierda, y en ese momento, dos años después del “golpe”, el partido apostaba por la “crítica de las armas”, la misma que había desechado sabiamente en el pasado. Ahora se proponía no sólo derrotar a las fuerzas armadas chilenas sino también instaurar el socialismo. Cuba era el ejemplo a seguir y la prueba de que aquello era posible.
En una tarde asfixiante y húmeda de La Habana, dirigentes del Partido Comunista chileno me citaron a una mansión de El Vedado para reclutarme como cadete para las escuelas militares de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba.
Guiado por un fogonazo de racionalidad, que se alimentaba de la convicción de que en Chile no bastarían unas columnas de rebeldes barbudos para derrotar al Ejército chileno y de que la Cuba de Castro no podía servir de forma alguna como modelo democrático ni económico para Chile, rompí desilusionado con la tienda política. Quizás a eso le deba que aún esté entre los vivos.
Muchos compatriotas jóvenes, militantes de partidos de izquierda, ingresaron entonces voluntariamente a las FAR cubanas, se hicieron oficiales y combatieron en guerras de Centroamérica y Africa. Suponían tal vez que esa experiencia en los trópicos les serviría más tarde para tomar el poder en Chile. Algunos cayeron en tierras lejanas, otros decidieron olvidar para siempre ese pasado y hay quienes realizaron acciones armadas y terroristas en el país. Todos ellos son piezas de un sorprendente y vasto plan, fraguado por políticos, que fracasó, significó frustraciones y también sangre, y del cual la mayoría de los chilenos nada sabe.
Si bien esa tarde habanera intuí que me hacían partícipe de un proyecto delirante —desembarcar en un futuro no lejano un ejército chileno revolucionario en nuestras costas para derrotar a la dictadura de Augusto Pinochet—, no fue sino muchos años más tarde que caí en la cuenta de que debía relatar ese episodio o nunca nadie lo conocería. No se trataba de impedir el olvido, porque sólo se puede olvidar aquello que se conoció, sino de algo más básico: relatar lo desconocido. Así nació la novela “Nuestros años verde olivo”.
En 1996, mientras residía en Estados Unidos, comencé a escribirla convencido de que era inconcebible que trascurridos veinte años del surgimiento del embrión del ejército del exilio, nadie hubiese hablado al respecto. Parecía que la necesidad —muy justa, por cierto— de esclarecer la violación a los derechos humanos durante el régimen militar había eclipsado la memoria de la izquierda. Ibamos conociendo gradualmente la historia de la derecha bajo la dictadura militar, pero un manto de silencio cubría la otra historia, ésa de los errores, los actos heroicos y condenables de la izquierda.
Bajo la dictadura, el relato de la historia había sido abordado como patrimonio privado de un sector de la sociedad. La historia que se enseñaba en los colegios y universidades desvirtuaba gran parte de lo que había ocurrido en los años setenta y ochenta. El régimen y sus ideólogos eran los únicos propietarios de la historia, los encargados de difundir su discurso, de destacar ciertos aspectos y de ocultar otros.
En sectores de la izquierda, especialmente en aquel identificado con la vía armada, se impuso el mismo concepto autoritario de narrar la historia. Y ese concepto exigía mantener en secreto la creación en Cuba del nuevo ejército chileno. Primero, porque la lucha contra la dictadura así lo exigía, después, ya en democracia, porque el relato de esa experiencia, en verdad el silencio, era propiedad exclusiva de esa izquierda. Ella era la única indicada y legitimada para difundirlo, valorarlo u ocultarlo.
Supongo que el silencio sobre esa etapa de nuestra historia se debe a que algunos intentan esconder su responsabilidad.
Llama la atención que a sus dirigentes no les inquietó la idea de que los países tienen derecho a conocer toda su historia, y que es inadmisible que instituciones relevantes de una sociedad se arroguen la potestad de ocultar su historia, aunque constituya parte esencial de la historia nacional. Supongo que el silencio sobre esa etapa de nuestra historia se debe a que algunos intentan esconder su responsabilidad. Constituye, desde luego, la versión izquierdista de la postura derechista de “mejor demos vuelta la hoja y miremos hacia el futuro”.
“Nuestros años verde olivo” pretendía colocar sobre el tapete una etapa trascendental y oculta de nuestra historia, a la que ni los historiadores, ni los políticos ni los periodistas habían dirigido una mirada escrutadora. Supuse que una novela podía dar el primer paso en la indagación de esa historia, y que el siguiente lo intentarían quienes estuviesen convencidos de que allí se encerraba algo valioso para entender nuestro presente y avanzar en la reconciliación nacional.
Cuando este periódico me informó que mi novela le había servido de estímulo e hilo conductor a un grupo de periodistas para iniciar una acuciosa investigación de esa historia, en especial aquélla relacionada con el papel de la revolución cubana en la política chilena, sentí que mi obra comenzaba a dar los frutos esperados: echar a andar la indagación histórica para que el país pudiera extraer conclusiones y lecciones.
No conozco la totalidad de la investigación, sólo los capítulos que el lector encuentran en este suplemento, pero tengo la impresión de estar ante una obra investigativa ágil, responsable, fundamentada y profunda, que sitúa al periodismo investigativo chileno en un nuevo nivel. Me enorgullece que “Nuestros años verde olivo” haya desencadenado una investigación de estas proporciones. La historia no es patrimonio de nadie y todos tienen derecho a conocerla. Es obvio que los reportajes generarán controversia, pero el debate sobre los años verde olivo de la izquierda es preferible al manto de silencio que algunos intentan mantener. Es preferible y necesario.
* Roberto Ampuero militaba en el PC cuando se exilió en Cuba tras el Golpe. Se casó con la hija de uno de los hombres de confianza de Fidel, lo que lo vinculó a la clase influyente de La Habana. También vivió en Alemania Oriental. Ya alejado del PC, en 1999 escribió Nuestros Años verde Olivo, donde recrea todos los años que vivió en la isla.