11 de septiembre de 1973, día glorioso en que
las Fuerzas Armadas y de Orden de nuestro país, apoyadas por la mayoría de la ciudadanía, pusieron fin a la aventura marxista con que Allende y sus amigos pretendieron transformarnos en un apéndice del imperialismo Soviético, abrogando todos los derechos y libertades de los chilenos.
El pueblo cansado del
experimento allendista, que prometió justicia, pero que nos sumió en las odiosidades, polarizó extremadamente al país e intentó someternos por el hambre,
llamó a los hombres de armas a cambiar una situación que nos conducía directamente al despeñadero de una guerra civil y solo nos ofrecía una retardataria revolución que nos llevaba a la miseria.
Fue un día de explosiones de bombardeos y de trepidar de armas, las milicias populares armadas por la unidad popular, más una legión continental de terroristas enfrentaron a repeler la acción de nuestros institutos castrenses atrincherándose en La Moneda, los edificios públicos y en los cordones industriales fortificados fuertemente y armados hasta los dientes.
Para el pueblo normal, sin duda alguna, fue un día de alivio, pues se ponía fin a un Gobierno, que si bien es cierto había llegado al poder por la vía legal, se caracterizó por sus accionares totalitarios, las ilegalidades y arbitrariedades mas escandalosas, la incapacidad, la inmoralidad y una corruptela hasta esa fecha desconocida en nuestro Patria.
Renacieron las esperanzas, aunque todos sabíamos que venían tiempos difíciles, en los que habría que poner con firmeza el hombro para restañar los daños provocados a la convivencia, para reconstruir una economía que había sido brutalmente atacada y en ruinas, que que era indispensable reconstruir una institucionalidad que había sido herida de muerte.
Los más cínicos, nos referimos a la democracia cristiana, esperaban que los uniformados hicieran el trabajo sucio limpiando el país de extremistas, retornando a la cultura del esfuerzo como herramienta de progreso, que sanearan la economía y luego les llamaran a ellos para que volvieran a hacerse cargo del poder que habían entregado irresponsablemente a los rojos.
Fueron tiempos difíciles, el daño ocasionado en los mil días negros de Gobierno marxista era mucho más profundo de lo esperado, lo que sumado al inmediato e inclemente ataque de
las internacionales adictas al izquierdismo comenzaron a atacar al país con una inmisericorde campaña internacional de presiones y con un violento ataque terrorista.
Es cierto que hubo víctimas, menos de las que se dice, pero no es menos cierto que la guerra desatada contra la Junta Militar de Gobierno fue brutal, una alta cantidad de los fallecidos eran miembros de las Fuerzas Armadas, Carabineros e Investigaciones que cayeron en emboscadas asesinas y/o como resultado de bombazos indiscriminados que ocasionaron bajas civiles.
Con toda certeza podemos afirmar que hubo una lucha feroz, en el que
nuestros hombres de armas debieron sacrificar en aras de la libertad y la tranquilidad del pueblo su propia vida familiar y se transformaron en blancos de la venganza de quienes fueron aventados del poder por las armas de la Nación y la voluntad de la ciudadanía.
Millones de casas, al saberse de la determinación de las Fuerzas Armadas y de Orden, de poner fin a la desastrosa experiencia zurda fueron embanderadas por sus moradores para demostrar su apoyo al nuevo Gobierno que nacía de las cenizas de nuestra Patria arrasada por la voluntad del allendismo de imponernos una tiranía de corte castro-marxista que recomendaba la URSS.
Hoy, pasados 36 años de esta noble acción, algunos pretenden olvidar los que realmente sucedió en nuestro país en el infausto trienio de las izquierdas, descontextualizando los sucesos en la búsqueda de pequeños dividendos electorales y/o de suculentas indemnizaciones con las que los Gobiernos de la Concertación, los mismos rojos con piel de oveja, premia a sus incondicionales.
Concientes de las causas, que obviamente fueron producidas por el totalitarismo y la competencia del Gobierno defenestrado, saludamos a quienes nos devolvieron las libertades, a aquellos que reconstruyeron el país social, política, económica y moralmente, para, sin que nadie se los exigiera, institucionalizarlo como lo establecía la Constitución de 1980.
Es cierto que fue un largo período de Gobierno, 17 años, tres menos que la concertación, pero también es cierto que dejaron firmes bases de desarrollo y un país distinto, que salia de la mediocridad del Tercer Mundo para a pasa firme y rápido proyectarse a estadios superiores que nos han llevado a la prosperidad que ostenta hoy y con la que pretende “vestirse” el oficialismo.
Sin un 11 de septiembre hoy tendríamos situaciones similares a las que tiene el resto del Continente, en estado de postración económico-institucional y son perdida absoluta de las posibilidades de mejoría, con Estados monstruosamente sobredimensionados amenazando con convertirse en los únicos empleadores y con la desesperanza como único futuro.
Fuente
