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Constantinopla todavia es un tema candente, 600 años despues:

Turkey Will Not Allow Istanbul to Transform Into Constantinople - Erdogan
https://sputniknews.com/middleeast/201903181073345508-turkey-istanbul-no-constantinople/

Erdogan tells Netanyahu to twist son’s ear for calling Istanbul ‘Constantinople’
https://www.timesofisrael.com/erdog...sons-ear-for-calling-istanbul-constantinople/

UNESCO Stakes Aghia Sophia Claim, Erdogan Says “No Constantinople”
With Turkish President Recep Tayyip Erdogan saying he plans to turn the revered Greek Orthodox Aghia Sophia cathedral in Constantinople into a mosque after March 31 elections, The United Nation’s cultural arm, UNESCO, said changing the World Heritage site’s status would require approval by the Paris-based organization.
Undeterred, Erdogan took another shot at Greece – at the same time he’s been sending fighter jets into Greek airspace – and said that “Constantinople will never exist again.” “The name of this area is Islambol (full of Islam) and you know that,” staying defiant.
https://www.thenationalherald.com/2...-sophia-claim-erdogan-says-no-constantinople/

En resumen, a Erdogan no le gusta que le digan Constantinopla a Estambul.
 
Constantinopla todavia es un tema candente, 600 años despues:

Turkey Will Not Allow Istanbul to Transform Into Constantinople - Erdogan
https://sputniknews.com/middleeast/201903181073345508-turkey-istanbul-no-constantinople/

Erdogan tells Netanyahu to twist son’s ear for calling Istanbul ‘Constantinople’
https://www.timesofisrael.com/erdog...sons-ear-for-calling-istanbul-constantinople/

UNESCO Stakes Aghia Sophia Claim, Erdogan Says “No Constantinople”
With Turkish President Recep Tayyip Erdogan saying he plans to turn the revered Greek Orthodox Aghia Sophia cathedral in Constantinople into a mosque after March 31 elections, The United Nation’s cultural arm, UNESCO, said changing the World Heritage site’s status would require approval by the Paris-based organization.
Undeterred, Erdogan took another shot at Greece – at the same time he’s been sending fighter jets into Greek airspace – and said that “Constantinople will never exist again.” “The name of this area is Islambol (full of Islam) and you know that,” staying defiant.
https://www.thenationalherald.com/2...-sophia-claim-erdogan-says-no-constantinople/

En resumen, a Erdogan no le gusta que le digan Constantinopla a Estambul.
No es raro que a los turcos no les guste que le digan a la ciudad por su verdadero nombre, porque eso revela que ellos son simplemente unos patudos ocupantes de la ciudad imperial griega.

Yo no le digo Estambul si no Constantinopla. Además "Estambul" es un nombre muy estúpido porque es una turquización de la frase griega "eis tein polis" que significa "en la ciudad" ¿cuál? Constantinopla, obvio. O sea es la ciudad de "en la ciudad" :retard: El nombre de la ciudad es Constantinopla. Los griegos le siguen llamando así. Es cosa de ver la wikipedia de "Estambul" en griego: https://el.wikipedia.org/wiki/Κωνσταντινούπολη
 
Historia 4 Jul, 2017

Constantino XI Paleólogo, el último emperador bizantino/romano


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Constantino XI Paleólogo por el artista Dennis Wong/Imagen: Art Station

Aunque generalmente se considera que el último emperador romano fue Flavio Rómulo Augústulo, un adolescente que apenas superó el año en el poder y fue depuesto por el hérulo Odocacro el 4 de septiembre de 476 d.C. poniendo final a la Edad Antigua para abrir el paso al Medievo, no hay que olvidar que el imperio había sido dividido en dos, Occidente y Oriente. El Imperio Romano de Oriente, aunque con el tiempo se convirtió en una entidad cultural muy distinta a la parte occidental denominada Imperio Bizantino por los erúditos de los siglos XVII y XVIII, aún se mantuvo muchos siglos como depositario de aquel fabuloso legado político, militar y cultural.

Pero los bizantinos nunca se dieron a sí mismos ese nombre, sino que siempre se consideraron como Imperio Romano. Y cuando finalmente cayó ante el expansionismo otomano en el siglo XV, ocupaba el trono el que ya sí fue definitivamente postrer representante del Imperio: Constantino XI Paleólogo.

Había nacido en Constantinopla, la capital imperial, en 1402 y era el cuarto hijo de Manuel II Paleólogo y Helena Dragas. El heredero de Manuel era Juan VIII y, en efecto, asumió el poder con la difícil misión de contener la presión del Imperio Otomano hacia occidente, tal como había conseguido su padre a base de tratados.

Constantino era déspota, título honorífico reservado generalmente a los miembros de la familia imperial, que en su caso fue acompañado del señorío de Morea, la península del Peloponeso.

Durante su estancia allí, donde realizó una eficiente gestión, formó un duro ejército que aplastó a la levantisca familia Tocco, que gobernaba el Épiro, pero hábilmente aceptó casarse con la hija de su líder para asegurarse de que todo quedaba en paz. Ella se llamaba Magdalena pero fue rebautizada como Teodora, según la tradición. Lamentablemente falleció antes de un año y su marido se centró en el cargo, expandiendo sus dominios por todo el Peloponeso, lo que le llevó a chocar con Venecia y Francia, que tenían posesiones allí.

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Mapa de situación a mediados del siglo XV/Imagen: Anonimo en Wikimedia Commons

Pero al llegar a Beocia se encontró con los otomanos, un hueso mucho más duro de roer, que había ido fagocitando los territorios imperiales desde siglos atrás, en parte porque las oprimidas poblaciones indígenas les recibían como libertadores. Fue entonces cuando su hermano Juan marchó a Roma para participar en el concilio que trataba la reunificación de las iglesias Católica y Ortodoxa, que Juan apoyaba para conseguir un nuevo aliado estratégico contra la amenaza oriental, y entretanto dejó a Constantino como regente. No era la primera vez -ni seria la última, dada la frágil salud de su hermano- pero en ésta tuvo que lidiar con un fuerte movimiento de oposición a esa reunificación.

El concilio empezó en 1431 y se prolongaría hasta 1445, terminando con la aceptación de la Iglesia Ortodoxa de la autoridad suprema del Papa mediante la bula Laetentur coeli, aunque con algunas cesiones doctrinales por ambas partes, aparte de la fusión de las iglesias armenia y copta. Sin embargo, la cosa no duraría; aparte de que el clero regular griego se opuso radicalmente, la nueva unión no se tradujo en ayuda militar concreta y cuando finalmente cayó el Imperio Bizantino se volvió a romper. Pero no adelantemos acontecimientos.

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La bula Laetentur caeli/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Juan regresó en 1440 y Constantino retomó su señorío de Morea. Fue entonces cuando tomó una nueva esposa, Catalina Gattiluiso, hija del gobernador genovés de Lesbos. Pero la historia se repitió y Constantino volvió a quedar viudo en un año; para entonces estaba en la capital ayudando al emperador en una grave crisis: su hermano Demetrio y Lucas Notaras, megaduque del Imperio (algo así como el primer ministro) habían pactado con los otomanos un ataque para derribar a Juan y usurpar el trono.

La conspiración fracasó cuando los otomanos fueron derrotados en el verano de 1442. Demetrio tuvo que huir y Constantino aprovechó para casarse una vez más, ahora con Catalina Notaras; de ella, salvo que pertenecía a la familia del megaduque, no hay casi datos porque increíblemente también murió al cabo de un año. El pertinaz viudo se consoló ampliando una vez más sus dominios de Morea con la conquista del Ática y varios territorios otomanos del centro de Grecia como Beocia y Focia, algo meritorio teniendo en cuenta el creciente poderío del enemigo, que acababa de aplastar a una coalición húngaro-polaca en Varna.


De hecho, el sultán Murad II empezó a considerarle peligroso y lanzó contra él un ingente ejército -que incluía artillería- con el que fue recuperando lo perdido y puso a Constantino contra las cuerdas, obligándole a convertirse en tributario a cambio de no seguir sus conquistas a costa del imperio. Pero las cosas iban a cambiar en el otoño de 1448 con su coronación como emperador tras la muerte de Juan; se hizo de forma algo precipitada para sortear la ambición de Demetrio y porque el patriarca ortodoxo, que debía oficiar la ceremonia, tuvo que marchar al exilio repudiado por los contrarios a la unión de las dos iglesias. Eso sí, el nuevo Basileus Rhomaíōn tenía el apoyo de todo el estamento militar.

Lo primero que necesitaba era una emperatriz a su lado para asegurar la descendencia, buscándose entre princesas de Iberia (actual Georgia) y Trebisonda. Durante esas gestiones, en 1451 llegó la noticia de que Murad II también había fallecido y se planteó una hábil jugada que, de haber tenido éxito, quizá hubiera cambiado la Historia de Bizancio: el matrimonio de Constantino con la viuda del sultán, que era ortodoxa por su origen (hija del déspota de Serbia Đurađ Branković). Todos los interesados de una y otra parte se mostraron entusiasmados con la idea… excepto ella, que se negó y prefirió retirarse a un convento echando por tierra aquella esperanza.

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Constantino XI con la corona imperial/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Se decidió entonces aceptar la propuesta de la princesa ibera, que vendría acompañada de una fabulosa dote. Tampoco salió bien el plan porque se supo que el nuevo sultán, Mehmed II, preparaba un gran ejército para conquistar el Imperio Bizantino y no atendía los requerimientos diplomáticos para negociar. Constantino solicitó ayuda a Venecia, Roma, Nápoles y Ferrara pero nadie quiso comprometerse y, así, los otomanos iniciaron su campaña construyendo una fortaleza en el continente (la actual Rumelia) que les serviría de base para el traslado de tropas a través del Bósforo. Y empezaron los ataques.

Viendo que sus colonias en el Egeo también peligraban, Venecia y Génova aceptaron unirse a Nápoles y el Papa para auxiliar al imperio. Ello facilitó la unión de las iglesias Católica y ortodoxa en diciembre de 1452, más oficial que real. Tres meses después los otomanos llegaban al pie de las murallas de Cosntantinopla y ponían sitio a la ciudad gracias a una formidable flota de cientos de barcos que la bloqueaban por mar mientras por tierra más de ciento cincuenta mil hombres iniciaban las labores de asedio. Para demoler los poderosos muros exteriores contaban con artillería y muy especialmente con un gigantesco cañón que, se cuenta fantasiosamente, tenía que ser movido por setenta parejas de bueyes.

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Recreación del gran cañón de Mehmed II/Imagen: Weapons and Warfare

La desproporción de fuerzas era tremenda, pues los bizantinos apenas podían oponer una treintena de naves y alrededor de siete mil efectivos, además no muy unidos por las diferencias religiosas. Incluso las ayudas que llegaban del exterior eran exiguas comparadas con los continuos refuerzos que recibía el sultán, por lo que Venecia y Génova terminaron renunciando a enviar más barcos. En la madrugada del 29 de mayo de 1453, con las defensas de Constantinopla convertidas en escombros, Mehmed II ordenó el ataque final.

Se realizó en tres oleadas sucesivas y los bizantinos resistieron cinco horas. Cuando empezaba a amanecer cedieron y abandonaron el frente en un sálvese quien pueda. Constantinopla, y con ella lo que quedaba del imperio, sólo había podido resistir dos meses y pasaría a ser conocida como Estambul (nombre solo oficializado en el siglo XX). No se sabe cómo murió Constantino; unas fuentes dicen que cayó combatiendo y otras que lo hizo mientras se retiraba intentando alcanzar un barco. En cualquier caso, se identificó su cuerpo por las vestiduras que llevaba (unas botas rojas que eran exclusivas de los soberanos imperiales) y los soldados musulmanes lo profanaron, eviscerándolo y colgándolo de una columna para hacer escarnio de él.

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Recreación de los últimos momentos de vida de Constantino XI/Imagen: Imtw

Después, en una ironía histórica que cumplimentaba las que se consideran sus últimas palabras (“¿No hay un solo cristiano dispuesto a perder la cabeza?”), decapitaron el cadáver y llevaron la cabeza al sultán, que la conservó embalsamada. Sus restos mortales no fueron enterrados acorde a su rango sino en una fosa común para propiciar su olvido. No lo consiguieron porque su figura sería el modelo utilizado por los griegos en su guerra de independencia y porque, al fin y al cabo, era el último emperador del Imperio Romano.

Fuentes: Breve historia del Imperio Bizantino (David Barreras y Cristina Durán)/Historia del Estado Bizantino (Georg Ostrogorsky)/Constantinopla 1453. Mitos y realidades (Pedro Bádenas de la Peña e Inmaculada Pérez Martín)/Breve historia del Imperio Otomano (Eladio Romero García e Iván Romero)/Wikipedia .

https://www.labrujulaverde.com/2017/07/constantino-xi-paleologo-el-ultimo-emperador-romano
 
Constantino XI Paleólogo, el último emperador bizantino/romano
Tengo una inquietud con respecto a esta frase. Resulta que me cuesta discernir cuando terminó realmente el Imperio Bizantino.
Pues si el criterio es que terminó cuando Constantinopla cayó, entonces resulta que el último emperador fue Alejo algo, puesto que en 1204 los venecianos y los cruzados lograron tomar Constantinopla e instalarse como por 60 años como gobernantes de casi todo lo que quedaba del imperio en esa época :ohno:.
Ahora bien, si el criterio es que terminó cuando ya no quedaron territorios gobernados por descendientes de la realeza bizantina, entonces esa fecha debería ser 1475 o por ahí, cuando cayó el ultimo territorio bizantino, Trebizonda creo que era (al noreste de la actual Turquia, por ahi).
Mas encima, creo que una hija de Constantino Paleologo se casó con un principe ruso que después fue zar, y desde ahí que el Imperio Ruso aseguraba ser la continuación (política, espiritual, etc.) del imperio Bizantino, lo que hubiera quedado sellado si en 1878 los rusos le hubieran quitado Constantinopla a los
:monomeon:turcos.
En realidad quisiera creer que el imperio Bizantino duró más allá de 1453.
 
Tengo una inquietud con respecto a esta frase. Resulta que me cuesta discernir cuando terminó realmente el Imperio Bizantino.
Pues si el criterio es que terminó cuando Constantinopla cayó, entonces resulta que el último emperador fue Alejo algo, puesto que en 1204 los venecianos y los cruzados lograron tomar Constantinopla e instalarse como por 60 años como gobernantes de casi todo lo que quedaba del imperio en esa época :ohno:.
Ahora bien, si el criterio es que terminó cuando ya no quedaron territorios gobernados por descendientes de la realeza bizantina, entonces esa fecha debería ser 1475 o por ahí, cuando cayó el ultimo territorio bizantino, Trebizonda creo que era (al noreste de la actual Turquia, por ahi).
Mas encima, creo que una hija de Constantino Paleologo se casó con un principe ruso que después fue zar, y desde ahí que el Imperio Ruso aseguraba ser la continuación (política, espiritual, etc.) del imperio Bizantino, lo que hubiera quedado sellado si en 1878 los rusos le hubieran quitado Constantinopla a los
:monomeon:turcos.
En realidad quisiera creer que el imperio Bizantino duró más allá de 1453.
Si te pones a pensar Bizancio es el Mundo Cristiano Ortodoxo, que sigue en pie: Grecia, Serbia, Bulgaria, Rusia, etc.. Lo único es que no tiene bajo su control la ciudad de Constantinopla que sigue bajo ocupación turca.
 
Si te pones a pensar Bizancio es el Mundo Cristiano Ortodoxo, que sigue en pie: Grecia, Serbia, Bulgaria, Rusia, etc.. Lo único es que no tiene bajo su control la ciudad de Constantinopla que sigue bajo ocupación turca.
Yo diria que el mundo bizantino sigue vivo principalmente en grecia, pues siguen sintiéndose "griegos" por la persistencia de la cultura y la religion ortodoxa y su onda mas mistica, los monasterios, los mosaicos, etc, aunque igual se nota que durante la ocupacion turca (mas de 300 años) hubo fertilización cruzada entre lo ortodoxo y el Islam. Hasta la primera guerra mundial todavia vivian griegos en turquia y viceversa.
En cambio en los balcanes y rusia su población es "eslava", por tanto no creo que se sientan algun dia en el mismo nivel que los bizantinos originales. O sea siempre seran los "convertidos", igual que nosotros los latinoamericanos seremos los hijos de la iglesia catolica, nunca pares.
Sobre Constantinopla, el momento fue en el siglo xix, rusia tuvo varias oportunidades de capturarla pero gracias a nuestros amigos ingleses no se pudo. Aunque dudo que la hubieran cedido a grecia.
Y está claro que esto ultimo no va a pasar, Constantinopla seguirá siendo turca por mucho tiempo. Es como el mar para Bolivia, nunca ocurrirá y punto.
Perdon por el papiro.
 
Yo diria que el mundo bizantino sigue vivo principalmente en grecia, pues siguen sintiéndose "griegos" por la persistencia de la cultura y la religion ortodoxa y su onda mas mistica, los monasterios, los mosaicos, etc, aunque igual se nota que durante la ocupacion turca (mas de 300 años) hubo fertilización cruzada entre lo ortodoxo y el Islam. Hasta la primera guerra mundial todavia vivian griegos en turquia y viceversa.
En cambio en los balcanes y rusia su población es "eslava", por tanto no creo que se sientan algun dia en el mismo nivel que los bizantinos originales. O sea siempre seran los "convertidos", igual que nosotros los latinoamericanos seremos los hijos de la iglesia catolica, nunca pares.
Sobre Constantinopla, el momento fue en el siglo xix, rusia tuvo varias oportunidades de capturarla pero gracias a nuestros amigos ingleses no se pudo. Aunque dudo que la hubieran cedido a grecia.
Y está claro que esto ultimo no va a pasar, Constantinopla seguirá siendo turca por mucho tiempo. Es como el mar para Bolivia, nunca ocurrirá y punto.
Perdon por el papiro.


Sigue viva en RUSIA, heredera religiosa y cultural (y politico) del imperio Bizantino. Al igual que en Latinoamérica sigue viva la iglesia católica, somos el futuro y la esperanza de que el cristianismo religioso y cultural no morirá.
 
Que buen tema wn, en esa ciudad ocurrieron tantos hechos que marcaron la civilización actual.

Que hubiese pasado si Constantino no se hubiera vuelto al cristianismo....
Convertirse al cristianismo... no le quedaba otra a constantino. O los esclavos se le iban encima. Aparte que los moros ya se estaban asomando.
 
Historia 4 Jul, 2017

Constantino XI Paleólogo, el último emperador bizantino/romano


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Constantino XI Paleólogo por el artista Dennis Wong/Imagen: Art Station

Aunque generalmente se considera que el último emperador romano fue Flavio Rómulo Augústulo, un adolescente que apenas superó el año en el poder y fue depuesto por el hérulo Odocacro el 4 de septiembre de 476 d.C. poniendo final a la Edad Antigua para abrir el paso al Medievo, no hay que olvidar que el imperio había sido dividido en dos, Occidente y Oriente. El Imperio Romano de Oriente, aunque con el tiempo se convirtió en una entidad cultural muy distinta a la parte occidental denominada Imperio Bizantino por los erúditos de los siglos XVII y XVIII, aún se mantuvo muchos siglos como depositario de aquel fabuloso legado político, militar y cultural.

Pero los bizantinos nunca se dieron a sí mismos ese nombre, sino que siempre se consideraron como Imperio Romano. Y cuando finalmente cayó ante el expansionismo otomano en el siglo XV, ocupaba el trono el que ya sí fue definitivamente postrer representante del Imperio: Constantino XI Paleólogo.

Había nacido en Constantinopla, la capital imperial, en 1402 y era el cuarto hijo de Manuel II Paleólogo y Helena Dragas. El heredero de Manuel era Juan VIII y, en efecto, asumió el poder con la difícil misión de contener la presión del Imperio Otomano hacia occidente, tal como había conseguido su padre a base de tratados.

Constantino era déspota, título honorífico reservado generalmente a los miembros de la familia imperial, que en su caso fue acompañado del señorío de Morea, la península del Peloponeso.

Durante su estancia allí, donde realizó una eficiente gestión, formó un duro ejército que aplastó a la levantisca familia Tocco, que gobernaba el Épiro, pero hábilmente aceptó casarse con la hija de su líder para asegurarse de que todo quedaba en paz. Ella se llamaba Magdalena pero fue rebautizada como Teodora, según la tradición. Lamentablemente falleció antes de un año y su marido se centró en el cargo, expandiendo sus dominios por todo el Peloponeso, lo que le llevó a chocar con Venecia y Francia, que tenían posesiones allí.

Constantino-XI.jpg

Mapa de situación a mediados del siglo XV/Imagen: Anonimo en Wikimedia Commons

Pero al llegar a Beocia se encontró con los otomanos, un hueso mucho más duro de roer, que había ido fagocitando los territorios imperiales desde siglos atrás, en parte porque las oprimidas poblaciones indígenas les recibían como libertadores. Fue entonces cuando su hermano Juan marchó a Roma para participar en el concilio que trataba la reunificación de las iglesias Católica y Ortodoxa, que Juan apoyaba para conseguir un nuevo aliado estratégico contra la amenaza oriental, y entretanto dejó a Constantino como regente. No era la primera vez -ni seria la última, dada la frágil salud de su hermano- pero en ésta tuvo que lidiar con un fuerte movimiento de oposición a esa reunificación.

El concilio empezó en 1431 y se prolongaría hasta 1445, terminando con la aceptación de la Iglesia Ortodoxa de la autoridad suprema del Papa mediante la bula Laetentur coeli, aunque con algunas cesiones doctrinales por ambas partes, aparte de la fusión de las iglesias armenia y copta. Sin embargo, la cosa no duraría; aparte de que el clero regular griego se opuso radicalmente, la nueva unión no se tradujo en ayuda militar concreta y cuando finalmente cayó el Imperio Bizantino se volvió a romper. Pero no adelantemos acontecimientos.

Constantino-XI-1.jpg

La bula Laetentur caeli/Foto: dominio público en Wikimedia Commons

Juan regresó en 1440 y Constantino retomó su señorío de Morea. Fue entonces cuando tomó una nueva esposa, Catalina Gattiluiso, hija del gobernador genovés de Lesbos. Pero la historia se repitió y Constantino volvió a quedar viudo en un año; para entonces estaba en la capital ayudando al emperador en una grave crisis: su hermano Demetrio y Lucas Notaras, megaduque del Imperio (algo así como el primer ministro) habían pactado con los otomanos un ataque para derribar a Juan y usurpar el trono.

La conspiración fracasó cuando los otomanos fueron derrotados en el verano de 1442. Demetrio tuvo que huir y Constantino aprovechó para casarse una vez más, ahora con Catalina Notaras; de ella, salvo que pertenecía a la familia del megaduque, no hay casi datos porque increíblemente también murió al cabo de un año. El pertinaz viudo se consoló ampliando una vez más sus dominios de Morea con la conquista del Ática y varios territorios otomanos del centro de Grecia como Beocia y Focia, algo meritorio teniendo en cuenta el creciente poderío del enemigo, que acababa de aplastar a una coalición húngaro-polaca en Varna.


De hecho, el sultán Murad II empezó a considerarle peligroso y lanzó contra él un ingente ejército -que incluía artillería- con el que fue recuperando lo perdido y puso a Constantino contra las cuerdas, obligándole a convertirse en tributario a cambio de no seguir sus conquistas a costa del imperio. Pero las cosas iban a cambiar en el otoño de 1448 con su coronación como emperador tras la muerte de Juan; se hizo de forma algo precipitada para sortear la ambición de Demetrio y porque el patriarca ortodoxo, que debía oficiar la ceremonia, tuvo que marchar al exilio repudiado por los contrarios a la unión de las dos iglesias. Eso sí, el nuevo Basileus Rhomaíōn tenía el apoyo de todo el estamento militar.

Lo primero que necesitaba era una emperatriz a su lado para asegurar la descendencia, buscándose entre princesas de Iberia (actual Georgia) y Trebisonda. Durante esas gestiones, en 1451 llegó la noticia de que Murad II también había fallecido y se planteó una hábil jugada que, de haber tenido éxito, quizá hubiera cambiado la Historia de Bizancio: el matrimonio de Constantino con la viuda del sultán, que era ortodoxa por su origen (hija del déspota de Serbia Đurađ Branković). Todos los interesados de una y otra parte se mostraron entusiasmados con la idea… excepto ella, que se negó y prefirió retirarse a un convento echando por tierra aquella esperanza.

Constantino-XI-3.jpg

Constantino XI con la corona imperial/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Se decidió entonces aceptar la propuesta de la princesa ibera, que vendría acompañada de una fabulosa dote. Tampoco salió bien el plan porque se supo que el nuevo sultán, Mehmed II, preparaba un gran ejército para conquistar el Imperio Bizantino y no atendía los requerimientos diplomáticos para negociar. Constantino solicitó ayuda a Venecia, Roma, Nápoles y Ferrara pero nadie quiso comprometerse y, así, los otomanos iniciaron su campaña construyendo una fortaleza en el continente (la actual Rumelia) que les serviría de base para el traslado de tropas a través del Bósforo. Y empezaron los ataques.

Viendo que sus colonias en el Egeo también peligraban, Venecia y Génova aceptaron unirse a Nápoles y el Papa para auxiliar al imperio. Ello facilitó la unión de las iglesias Católica y ortodoxa en diciembre de 1452, más oficial que real. Tres meses después los otomanos llegaban al pie de las murallas de Cosntantinopla y ponían sitio a la ciudad gracias a una formidable flota de cientos de barcos que la bloqueaban por mar mientras por tierra más de ciento cincuenta mil hombres iniciaban las labores de asedio. Para demoler los poderosos muros exteriores contaban con artillería y muy especialmente con un gigantesco cañón que, se cuenta fantasiosamente, tenía que ser movido por setenta parejas de bueyes.

Constantino-XI-5.jpg

Recreación del gran cañón de Mehmed II/Imagen: Weapons and Warfare

La desproporción de fuerzas era tremenda, pues los bizantinos apenas podían oponer una treintena de naves y alrededor de siete mil efectivos, además no muy unidos por las diferencias religiosas. Incluso las ayudas que llegaban del exterior eran exiguas comparadas con los continuos refuerzos que recibía el sultán, por lo que Venecia y Génova terminaron renunciando a enviar más barcos. En la madrugada del 29 de mayo de 1453, con las defensas de Constantinopla convertidas en escombros, Mehmed II ordenó el ataque final.

Se realizó en tres oleadas sucesivas y los bizantinos resistieron cinco horas. Cuando empezaba a amanecer cedieron y abandonaron el frente en un sálvese quien pueda. Constantinopla, y con ella lo que quedaba del imperio, sólo había podido resistir dos meses y pasaría a ser conocida como Estambul (nombre solo oficializado en el siglo XX). No se sabe cómo murió Constantino; unas fuentes dicen que cayó combatiendo y otras que lo hizo mientras se retiraba intentando alcanzar un barco. En cualquier caso, se identificó su cuerpo por las vestiduras que llevaba (unas botas rojas que eran exclusivas de los soberanos imperiales) y los soldados musulmanes lo profanaron, eviscerándolo y colgándolo de una columna para hacer escarnio de él.

Constantino-XI-7.jpg

Recreación de los últimos momentos de vida de Constantino XI/Imagen: Imtw

Después, en una ironía histórica que cumplimentaba las que se consideran sus últimas palabras (“¿No hay un solo cristiano dispuesto a perder la cabeza?”), decapitaron el cadáver y llevaron la cabeza al sultán, que la conservó embalsamada. Sus restos mortales no fueron enterrados acorde a su rango sino en una fosa común para propiciar su olvido. No lo consiguieron porque su figura sería el modelo utilizado por los griegos en su guerra de independencia y porque, al fin y al cabo, era el último emperador del Imperio Romano.

Fuentes: Breve historia del Imperio Bizantino (David Barreras y Cristina Durán)/Historia del Estado Bizantino (Georg Ostrogorsky)/Constantinopla 1453. Mitos y realidades (Pedro Bádenas de la Peña e Inmaculada Pérez Martín)/Breve historia del Imperio Otomano (Eladio Romero García e Iván Romero)/Wikipedia .

https://www.labrujulaverde.com/2017/07/constantino-xi-paleologo-el-ultimo-emperador-romano
UN CONSTANTINO LA CONSTRUYO, UNO LA PERDIO Y OTRO LA RECUPERARA, profecia segun los :maestro: griegos y creo en ellos que esa profecia se cumplira :sisi3:
 
Sigue viva en RUSIA, heredera religiosa y cultural (y politico) del imperio Bizantino. Al igual que en Latinoamérica sigue viva la iglesia católica, somos el futuro y la esperanza de que el cristianismo religioso y cultural no morirá.

Usted sabe cipadrito, rusia es la tercera roma, le toca recuperar constantinopla.

También mi imperio favorito es el bizantino, sobretodo como continuación de roma (siguieron siendo el imperio romano de oriente y ellos se consideraban romanos) y grecia en la edad media. Gracias a ellos (y a los musulmanes también) por preservar el legado de la antigüedad como la filosofía, ciencia, literatura, arquitectura, etc.

Recomiendo el libro "Bizancio, el imperio que hizo posible la europa moderna", entretenido ya que cuenta el desarrollo político, social y religioso de bizancio. No es un libro largo, porqué sirve como introducción a la historia bizantina, si tienen un libro bueno relacionado me lo recomiendan.
 
Hoy, 29 de Mayo de 2019, se cumplen 566 años de la Caída de Constantinopla:

Constantinopla, 1453: sitiadores y sitiados
Por Hilario Gómez Saafigueroa​

Quizás una de las cosas más sorprendentes de la etapa final de la historia del Imperio Bizantino es la extremadamente larga y patética agonía a la que se vio sometido. Arruinado por las guerras civiles y la peste, despedazado por las ambiciones de serbios, búlgaros, latinos y turcos otomanos, víctima de una imparable desvertebración social y, en consecuencia, privado de los mínimos recursos económicos y humanos necesarios para asegurar su supervivencia, el Imperio de Bizancio entró en el siglo XV reducido a lo que quedaba de una capital una vez esplendorosa, algunas ciudades tracias y parte del Peloponeso. Fuera de la autoridad del basileo quedaban el ducado de Atenas, unas cuantas islas en manos italianas y el Imperio de Trebisonda.

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Con los turcos expandiéndose a su antojo en todas direcciones desde mediados del siglo anterior, y sin una acción militar coordinada, contundente y decisiva por parte de las potencias cristianas, el fin de la Romania parecía inminente, y sólo se salvó in extremis del sitio turco en 1402 gracias a la providencial irrupción de los mongoles en Asia Menor, que desarticuló el dominio otomano en Anatolia y provocó una crisis sucesoria entre los hijos del sultán Bayaceto que tardaría veinte años en resolverse a favor de Murad II (1421-1451). Asentado en el Trono, Murad lanzó a sus soldados contra Constantinopla en 1423, pero la falta de máquinas de asedio, la insuficiencia naval y los problemas internos hicieron que el desfalleciente Imperio pudiese mantenerse precariamente a flote tres décadas más. Sería el hijo y sucesor de Murad, el joven Mohamed II (1451-1481), el que -decidido a poner punto y final a aquel anacronismo histórico situado en el centro de sus dominios- movilizase todos sus recursos económicos y militares con un único objetivo: tomar Constantinopla. Iniciado el asedio por mar y tierra a principios de abril de 1453, la ciudad fue tomada al asalto el 29 de mayo de 1453.

¿Cómo eran las fuerzas enfrentadas en esas dramáticas jornadas? ¿Cuántos hombres se vieron implicados? Vamos a trazar un breve esbozo sobre los ejércitos turco y cristiano en los últimos días de la Constantinopla bizantina de la primavera de 1453.

Los sitiadores
El ejército otomano
El creador del ejército turco que protagonizó la primera expansión otomana en Europa fue Orján (1326-1369) que, además, reestructuró el Estado otomano y creó una moneda propia. En lo que al ejército respecta, su objetivo era el disponer de una fuerza militar eficiente y profesional, un paso adelante con respecto a la caballería ligera irregular que hasta ese momento habían formado la base de las fuerzas turcas. Orján las reorganizó sobre cuatro pilares: una milicia regular de carácter feudal (los timar y ziamet), en cierta manera similar a las antiguas milicias de los themas bizantinos; los contingentes sipahis, que constituían el grueso del ejército (infantería, servicios generales...); los bashi-bazuk o irregulares dedicados al pillaje, y finalmente los famosos regimientos jenízaros, la élite del ejército. Estos últimos constituían una fuerza permanente y profesional de infantería, formada por jóvenes cristianos entregados por sus familias como tributo forzoso. Educados en una estricta fe islámica y una férrea formación militar, dependían única y exclusivamente del sultán, por el que luchaban con fanatismo. Los jenízaros participaron tanto en las campañas de conquista como en las guerras civiles bizantinas del siglo XIV, y fueron reorganizados por Murad, quien fijó su número en 20.000. En la toma de Constantinopla participaron -según el arzobispo de Lesbos, Leonardo de Quíos, contemporáneo pero no testigo directo de los hechos- unos 15.000, siendo su papel determinante, como en tantas otras ocasiones.

¿Cuántos hombres llevó Mohamed II ante las murallas de Constantinopla? Tomemos como guía el clásico de Runciman La caída de Constantinopla -cuyas notas son tan interesantes como el texto principal- y veremos que las fuentes medievales, en especial las griegas, dan cifras desorbitadas: Miguel Ducas da un total de 400.000; otro cronista bizantino, Critóbulo, cuenta 300.000, excluidos los no combatientes; el cortesano Jorge Frantzés -el único cronista que estuvo en Constantinopla durante el asedio- informa de no menos de 262.000; el ya mencionado Leonardo de Quíos estima en unos 300.000 el total de hombres puestos sobre el campo de batalla por el sultán; finalmente, el veneciano Nicolò Barbaro (también testigo de los acontecimientos) se muestra más moderado y reduce la cifra a 160.000.

Pues bien, excepto en el caso de Barbaro, todas las cantidades que acabamos de ver son manifiestamente exageradas; tal y como afirma F. Babinger, un estudioso alemán de la primera mitad del siglo XX, por simples razones demográficas los turcos otomanos no podrían haber movilizado más de 80.000 efectivos regulares para una campaña.

¿Sólo 80.000? Puede que se antojen pocos, pero basta recordar que en 1349 a Juan VI Cantacuceno (1347-1354) le bastaron 20.000 otomanos aliados para arrebatar Tesalónica a los serbios, y que una cifra similar fue la empleada unos años después, en 1354, para tomar Gallípoli. Un ejército de unos 80.000 hombres es una fuerza muy considerable, tanto entonces como ahora, que obliga a un notable esfuerzo logístico y organizativo, y para los otomanos su movilización debió suponer un gran desafío. En Tracia se concentraron tropas regulares y contingentes feudales procedentes de todas las provincias, en las que sólo quedaron las guarniciones imprescindibles. A ellas -como bien señala Runciman- se añadieron millares de irregulares y aventureros de muchas nacionalidades: turcos, eslavos, húngaros, alemanes, italianos, griegos...

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Aunque siempre es difícil hacer estimaciones demográficas rigurosas para la época medieval, sabemos que a mediados del siglo XV la extensión de los dominios turcos en Asia Menor era inferior a la del Imperio Romano de Oriente en el siglo IX, época en la que se estima que el ejército bizantino estaba formado por unos 120-130.000 hombres para una población total de unos 12 millones de habitantes, según las estimaciones de J. C. Russell en Late Ancient and Medieval Population (1958). Es dudoso que bajo la soberanía otomana vivieran más de 10 millones de personas en Anatolia y Europa, así que no parece demasiado aventurado decir que el total del ejército turco regular debía estar formado por unos 100.000 hombres, lo que equivaldría a un 4% de la población masculina adulta. Esto significaría que la toma de Constantinopla movilizó a un 80% de los recursos militares regulares (los aventureros e irregulares debían apañárselas por su cuenta).

Soldados otomanos
Pero además hay que tener en cuenta que en un dispositivo militar relativamente sofisticado como el otomano, no todos los integrantes de un ejército eran combatientes. Un porcentaje nada desdeñable estaba compuesto por vivanderos, ingenieros militares, herreros, médicos, marinos, peones, caballerizos, carpinteros, forrajeros, escribas, ordenanzas...; así que quizás no fuesen mucho más de 60.000 los combatientes regulares disponibles para operaciones militares, y de éstos una parte también importante estaría comprometida en tareas secundarias de patrulla en la retaguardia, vigilancia de caminos y estrechos, protección de campamentos, etc. Teniendo en cuenta que las murallas terrestres de Constantinopla se extendían a lo largo de 5,6 km., y que era preciso controlar también el frente marítimo y sectores anexos como Gálata (en manos de los genoveses, que procuraron mantenerse neutrales), no causa ya tanta extrañeza que los defensores pudieran resistir casi dos meses. Y también se entiende que el sultán tuviese la precaución de lanzar siempre por delante de sus valiosas tropas regulares a los irregulares a los que hemos hecho mención con anterioridad, auténtica carne de cañón desechable. Y hablando de cañones...

La artillería otomana
Mohamed II no dejaba de interesarse por las novedades de la tecnología militar y el poder de la flamante artillería no le pasó por alto. El antes mencionado Nicolò Barbaro afirma que los otomanos disponían de unos 12 grandes cañones. El mayor de ellos era tan pesado (aproximadamente, unas 9 toneladas) que su desplazamiento desde la fundición de Adrianópolis hasta Constantinopla fue encomendado a una compañía de 100 hombres y a un tiro de 15 pares de bueyes. Este monstruo de bronce tenía una longitud de 8 metros, su grosor era de 20 centímetros y su diámetro oscilaba entre los 80 centímetros en la culata a 240 centímetros en la boca. Aunque sea difícil de creer, las fuentes aseguran que podía lanzar proyectiles de 850 kilogramos a 1,6 kilómetros de distancia, y que el estruendo del disparo podía escucharse en 15 kilómetros a la redonda. Este cañón fue diseñado por el ingeniero húngaro Orbón, que primero ofreció sus servicios a los bizantinos, pero la impotencia técnica y económica del Imperio hizo que Orbón decidiese vender sus habilidades al sultán.

La artillería otomana comenzó a bombardear las murallas el 6 de abril y no dejó de hacerlo hasta el final del sitio, realizando una media de 100-120 disparos al día. Como consecuencia, considerables porciones de la muralla exterior fueron reducidas a ruinas, a lo que se sumó el efecto de las operaciones de minado y contraminado practicadas por los contendientes. A pesar de todo, la resistencia del triple cinturón de murallas y la determinación de los defensores hizo que, al final, la toma de Constantinopla tuviera que decidirse en el cuerpo a cuerpo.

La flota turca
Una de las bazas que permitió a los bizantinos sortear los múltiples asedios a los que se vio sometida la capital a lo largo de los siglos fue su dominio del entorno marítimo. Pero en esta ocasión Mohamed -que siempre sintió gran interés por el estado de su flota y procuraba nombrar él mismo a los oficiales de ésta- no estaba dispuesto a que el flanco naval escapase a su control y se convirtiese en su talón de Aquiles, así que, antes de iniciar el sitio de Constantinopla, dispuso que una gran flota se concentrase en Gallípoli. Allí había de todo: viejos navíos y flamantes bajeles, fustas (botes grandes dotados de una vela), birremes, trirremes, galeras con remos y sin remos, grandes barcazas de transporte, mercantes... Barbaro informa que la flota otomana estaba formada por 12 galeras y unos 80 navíos, mientras que Leonardo de Quíos dice que la componían 6 trirremes, 10 birremes y un total de 250 barcos; por su parte, Frantzés cuenta 30 grandes navíos y 330 pequeños. Otro testimonio muy interesante es el de marineros italianos que aseguraron que los turcos desplegaron 6 trirremes, 10 birremes, 15 galeras con remos, 75 fustas, 20 pandarias y gran cantidad de chalupas y embarcaciones menores.

Conviene mencionar aquí, como curiosidad, un dato que suele desconocerse, y es que buena parte de los remeros de los barcos turcos no eran esclavos cristianos, sino voluntarios atraídos por la paga que recibían.

Los sitiados
Cuando comenzó a hacerse evidente la voluntad otomana de tomar Constantinopla, el emperador Constantino XI (1448-1453) ordenó que se realizara un rápido censo con el objetivo de evaluar los recursos humanos disponibles para la defensa. El resultado fue desolador. En aquel momento, Constantinopla estaba habitada por apenas 50.000 personas, dispersas en núcleos de población aislados por campos de cultivo y descampados, cuando en sus momentos de gloria, en los siglos VI y XII, había alcanzado los 500.000 habitantes. Lo que antaño había sido un poderoso ejército imperial, de más de 150.000 hombres, estaba ahora reducido a una pequeña fuerza de entre 1.000 y 1.500 soldados, a lo que se sumaban pequeños contingentes de las colonias latinas. Con grandes esfuerzos pudo levantarse una fuerza de unos 8.000 hombres, de los cuales -según Frantzés- 4.983 eran propiamente romanos; el resto (unos 2.000 si hacemos caso a Frantzés y 3.000, según Leonardo de Quíos) eran voluntarios extranjeros y mercenarios, principalmente venecianos, genoveses de Gálata (aunque ya hemos dicho que este suburbio procuró mantenerse al margen del conflicto) y catalanes. Sin embargo, puede que estas cifras sean exageradas y la cifra de defensores no fuera más allá de 5.000. Algunos cañones de escaso calibre y dos o tres docenas de barcos completaban el magro conjunto de recursos defensivos.

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Uno de los personajes más destacados del bando cristiano fue el genovés Giovanni Giustiniani Longo, que financió de su bolsillo una fuerza compuesta por dos galeras armadas y 700 hombres, y que recibió el cargo de protostrator y jefe de las defensas de Constantinopla. También notable fue la aportación del veneciano Girolamo Minotto, que contribuyó con cinco barcos y unos 1.000 hombres. Otro contingente italiano a destacar fue encabezado por el cardenal Isidoro, legado papal, que mandaba una fuerza de 200 hombres.

Tampoco podemos dejar de señalar a los miembros de la colonia catalana, agrupados en torno a su cónsul Pere Julià, que se desplegaron en los alrededores de las ruinas del Hipódromo y del antiguo palacio imperial; a valerosos y peculiares individuos, como el noble castellano Francisco de Toledo -que pretendía estar emparentado con la familia imperial de los Comnenos-; al ingeniero escocés (otros dicen que alemán) Juan Grant o al príncipe otomano Orchán, pretendiente al Trono otomano refugiado en Constantinopla. Claro que también hubo griegos y occidentales menos aguerridos que, en cuanto las intenciones otomanas se vieron claras, decidieron poner pies en polvorosa y escapar del inminente asedio. Es lo que ocurrió con los 700 italianos de Pietro Davanzo, que se embarcaron en la noche del 26 de febrero en media docena de barcos.

Y esto era todo. La desproporción entre los dos bandos era abismal, pero los defensores sabían que tenían muy poco que perder una vez que Constantinopla rechazó la rendición incondicional. Según la tradición islámica, las poblaciones que se rendían sin oponer resistencia eran respetadas y todo se arreglaba con una indemnización de guerra, pero cuando había resistencia no se daba cuartel y a los vencidos sólo les esperaba el pillaje, la esclavitud y la muerte. Por eso lucharon con tanta fiereza, haciendo morder el polvo en más de una ocasión a las tropas del sultán.

Pero el 24 de abril los turcos transportaron por tierra sobre plataformas tiradas por yuntas de bueyes casi la mitad de sus barcos hasta el Cuerno de Oro, permitiendo así un bloqueo más eficaz. En la madrugada del 29 de mayo de 1453, tras el fracaso de un ataque turco en las cercanías de la Puerta de San Romano, Mohamed decidió que había llegado el momento del asalto final. Las primeras embestidas de los jenízaros fueron rechazadas, pero un error de los defensores (un portón en la muralla de Blaquernas que quedó mal cerrado tras una salida de hostigamiento de los defensores) fue aprovechado por los otomanos para introducir un pequeño contingente, cuya presencia desconcertó a los cristianos. En ese momento Giustiniani resultó herido y su ánimo se quebró. Considerando que ya había hecho más que suficiente y que toda resistencia era fútil, ordenó a sus hombres que le retiraran del campo de batalla, a pesar de los ruegos del emperador. Conocida la noticia, cundió el pánico, la resistencia se desorganizó y los turcos ampliaron la brecha, penetrando en masa. Fue el fin de Bizancio.

Los que pudieron (entre ellos Giustiniani, que moriría en Quíos a consecuencia de sus graves heridas), escaparon en unos pocos barcos que se las arreglaron para sortear el bloqueo otomano, pero otros decidieron combatir hasta el final, entre ellos el propio emperador Constantino que, en un gesto poco frecuente en la Historia y que dignificó a toda su dinastía, se desprendió de las insignias imperiales y se lanzó contra las fuerzas enemigas en compañía de su primo Teófilo Paleólogo, de su amigo Juan Dálmata y de Francisco de Toledo. Murió combatiendo, junto a otros 3.000 ó 4.000 bizantinos y latinos que sucumbieron ese día, según la fuente que se escoja. A pesar de los intentos del sultán, su cuerpo nunca pudo ser identificado con seguridad.

Otros combatientes tuvieron una suerte dispar. Los catalanes, que defendían el sector del viejo palacio imperial, continuaron combatiendo hasta que todos murieron o fueron hechos prisioneros; cerca de ellos, donde antaño estuviera el puerto Eleuterio, los turcos de Orchán se batieron también bravamente, hasta que Orchán decidió poner fin a la resistencia y trató de escapar disfrazado de monje griego, pero finalmente fue descubierto y ejecutado, como lo fue el cónsul Pere Julià y varios de sus hombres. En cuanto al cardenal Isidoro, tuvo más suerte, pues intercambió vestimentas con un mendigo y logró ponerse a salvo en Pera, mientras que el pobre pedigüeño fue apresado y decapitado en su lugar.

Durante tres días se sucedieron el pillaje y los asesinatos. Sólo fueron respetadas las zonas de Constantinopla que se rindieron sin oponer resistencia. Pero una vez saciadas las tropas, Mohamed decidió que ya había sido suficiente y que tocaba la hora de la reconstrucción. No había prisa para hacerse con el resto de los diminutos territorios griegos y latinos, que serían tomados en los años siguientes. El Imperio Romano de Oriente había muerto, pero de sus cenizas surgió otro, el Imperio Otomano, que perduraría casi cinco siglos.

Bibliografía
Este breve trabajo no habría sido posible sin la consulta de las siguientes obras:

  • BRÉHIER, Luis, «Vida y muerte de Bizancio», en El mundo bizantino, México, Unión Tipográfica Hispano-Americana, 1956, volumen 1.
  • «Byzantine Armies, 1118-1461», en Men-at-Arms Series. Osprey Military, Londres, 1995.
  • HATZOPOULOS, Dionysios (Universidad de Montreal), The fall of Constantinople.
  • MAIER, Franz Georg, Bizancio, Madrid, Siglo XXI, 1987.
  • RUNCIMAN, Steven, La caída de Constantinopla, Madrid, Espasa-Calpe, colección Austral, 1973.
http://www.cervantesvirtual.com/portales/la_caida_de_constantinopla/sitiadores_y_sitiados/


 
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