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El paso del tiempo

geraldmayr

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2015/01/05
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Macho
Hola, me hago un clon para contar una historia que me ocurrió hace escasos días.

Hubo un tiempo en mi niñez y entrando a la adolescencia en el cual viví en una humilde casa en la periferia de Los Ángeles. Una casa construida por mi fallecido abuelo.
Mi mamá tenía que trabajar al igual que me viejo, a si que de muy pequeño tuvimos una nana, la señora Magdalena, que vivía en una zona más rural de Los Ángeles y que no conocía otra vida que no fuera esa esforzada labor.

Prácticamente me crió y me conocía todas las mañas. Una de éstas era una fobia que se gatilló por un episodio traumático en el cual me enfermé grave del estómago a los 4 años y que desde entonces hasta los 13 años me llevó a sufrir crisis de pánico cada vez que algo me sentaba mal.
Ni mi mamá, entre lágrimas y angustiadamente desesperada, podía entender lo que le ocurría a mi cuerpo. La única que sabía todo lo que pasaba y tenía solución a esos dolores que me llegaban en los peores momentos era la doña Magdalena. Siempre que comenzaba uno de esos dolores y angustias cuando algo me sentaba mal, llamaba a gritos a doña Magdalena, y no se me pasaba el malestar hasta que ella llegaba con sus recetas de campo y a contarme cuentos para calmarme. Siempre funcionaba.

A medida que crecía y siendo hijo único recuerdo que la hice rabiar muchas veces, siempre me arrepentía pero era muy orgulloso para pedir disculpas.

Hasta que a los 12 años mis viejos tomaron la triste decisión de dejar nuestra antigua casa por un trabajo en Chillán. Fue la última vez en años que vi a la señora Magdalena, y por verguenza no me despedí de ella ni la miré a los ojos para recordarla.

Ahí quedó esa señora de 70 años, una mujer de campo de toda la vida de ese Chile profundo que cada año desaparece más y más, viuda, sin hijos, a quien en agradecimiento le dejamos nuestra humilde casa de campo, donde crecían damascos, cerezas y ciruelas en el patio gracias a que ella había plantado esos tres árboles cuando tenía uno 5 años como regalo de cumpleaños.

Los años pasaron y la señora Magdalena era ya un recuerdo borroso de mi infancia, y yo, a los 14 años ya había superado mi enfermedad de infancia. Hasta que cuando tenía unos 27 años, por el 2012, comencé otra vez a sentir esas angustias, pero de forma más fuerte, tanto así que tuve que dejar mi carrera el último año de tesis, y desde entonces no he podido casi salir de mi casa en estos tres años, no he podido trabajar, he perdido a mis amigos de infancia y con mi vieja, ya viuda, como única fuente de ayuda.

Pero hace dos semanas mi vieja dijo que viajáramos a nuestra vieja casa a ver a doña Magdalena. Fue un duro viaje, pero llegamos a la casa. El camino todavía era de tierra y nuestro antiguo hogar estaba irreconocible. Visiblemente afectado por el terremoto, el adobe cedió en varias partes, pero ahí estaba doña Magdalena, con un pelo completamente blanco, con una voz más rasposa y débil, ya de 80 años, pero que se emocionó al verme. Como la última vez que estuvimos juntos, me dio verguenza verla al rostro. Me preguntó si quería duraznos como los que comía cuando pequeño, le dije que la acompañaba al patio para ver como estaba.

Apenas lo reconocí. Los árboles habían crecido muchísimo y los frutos eran numerosos. Me dijo que como sabía que veníamos y como quedaban días para mi cumpleaños me tenía un regalo, y me dio un pequeño quillay. Me dijo que daban buena sombra y lo cuidara, al tiempo que recordaba cuando era pequeño. En ese momento le dije "doña Magdalena, venga con nosotros a Chillán, la necesito más que nunca, quiero recordar cómo eran esas curas que usted tenía para mis males" le dije entre risas. A lo que ella respondió pensativa "Sí, pero todo acaba. Todo tiempo tiene su momento".

Le dije que volvería en 4 días más a verla. Nos despedimos, yo sin mirarla nunca a los ojos para seguir teniendo en la memoria a aquella mujer más llena de vida de mi niñez.

Llegué cuatro días después con el quillay en la mano para agradecerle ya que mi cumpleaños había sido el día anterior. Pero no me respondió nadie. Fui a hablar con un vecino y me dijo "¿La señora Magdalena? Jóven, murió hace 2 días".

En ese momento lo único que hice fue entrar a la ya abandonada casa de mi infancia, ir al patio donde habían crecido los árboles que ella me regaló en mi infancia y plantar ese quillay.

Quería contar éso. :sm:
 
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Hola, me hago un clon para contar una historia que me ocurrió hace escasos días.

Hubo un tiempo en mi niñez y entrando a la adolescencia en el cual viví en una humilde casa en la periferia de Los Ángeles. Una casa construida por mi fallecido abuelo.
Mi mamá tenía que trabajar al igual que me viejo, a si que de muy pequeño tuvimos una nana, la señora Magdalena, que vivía en una zona más rural de Los Ángeles y que no conocía otra vida que no fuera esa esforzada labor.

Prácticamente me crió y me conocía todas las mañas. Una de éstas era una fobia que se gatilló por un episodio traumático en el cual me enfermé grave del estómago a los 4 años y que desde entonces hasta los 13 años me llevó a sufrir crisis de pánico cada vez que algo me sentaba mal.
Ni mi mamá, entre lágrimas y angustiadamente desesperada, podía entender lo que le ocurría a mi cuerpo. La única que sabía todo lo que pasaba y tenía solución a esos dolores que me llegaban en los peores momentos era la doña Magdalena. Siempre que comenzaba uno de esos dolores y angustias cuando algo me sentaba mal, llamaba a gritos a doña Magdalena, y no se me pasaba el malestar hasta que ella llegaba con sus recetas de campo y a contarme cuentos para calmarme. Siempre funcionaba.

A medida que crecía y siendo hijo único recuerdo que la hice rabiar muchas veces, siempre me arrepentía pero era muy orgulloso para pedir disculpas.

Hasta que a los 12 años mis viejos tomaron la triste decisión de dejar nuestra antigua casa por un trabajo en Chillán. Fue la última vez en años que vi a la señora Magdalena, y por verguenza no me despedí de ella ni la miré a los ojos para recordarla.
Ahí quedó esa señora de 70 años, una mujer de campo de toda la vida de ese Chile profundo y que está muriendo poco a poco, viuda, sin hijos, a quien en agradecimiento le dejamos nuestra humilde casa de campo, donde crecían damascos, cerezas y ciruelas en el patio gracias a que ella había plantado esos tres árboles cuando tenía uno 5 años como regalo de cumpleaños.

Los años pasaron y la señora Magdalena era ya un recuerdo borroso de mi infancia, y yo, a los 14 años ya había superado mi enfermedad de infancia. Hasta que cuando tenía unos 27 años, por el 2012, comencé otra vez a sentir esas angustias, pero de forma más fuerte, tanto así que tuve que dejar mi carrera el último año de tesis, y desde entonces no he podido casi salir de mi casa en estos tres años, no he podido trabajar, he perdido a mis amigos de infancia y con mi vieja, ya viuda, como única fuente de ayuda.

Pero hace dos semanas mi vieja dijo que viajáramos a nuestra vieja casa a ver a doña Magdalena. Fue un duro viaje, pero llegamos a la casa. El camino todavía era de tierra y nuestro antiguo hogar estaba irreconocible. Visiblemente afectado por el terremoto, el adobe cedió en varias partes, pero ahí estaba doña Magdalena, con un pelo completamente blanco, con una voz más rasposa y débil, pero que se emocionó al verme. Como la última vez que estuvimos juntos, me dio verguenza verla al rostro. Me preguntó si quería duraznos como los que comía cuando pequeño, le dije que la acompañaba al patio para ver como estaba.

Apenas lo reconocí. Los árboles habían crecido y los frutos eran numerosos. Me dijo que como sabía que veníamos y como quedaban días para mi cumpleaños me tenía un regalo, y me dio un pequeño quillay. Me dijo que daban buena sombra y lo cuidara, al tiempo que recordaba cuando era pequeño. En ese momento le dije "doña Magdalena, venga con nosotros a Chillán, la necesito más que nunca, quiero recordar cómo eran esas curas que usted tenía para mias males" le dije entre risas. A lo que ella respondió pensativa "Sí, pero todo acaba. Todo tiempo tiene su momento".

Le dije que volvería en 4 días más a verla. Nos despedimos, yo sin mirarla nunca a los ojos para recordar a aquella mujer más llena de vida de mi niñez.

Llegué cuatro días después con el quillay en la mano para agradecerle ya que mi cumpleaños había sido el día anterior. Pero no me respondió nadie. Fui a hablar con un vecino y me dijo "¿La señora Magdalena? Jóven, murió hace 2 días".

En ese momento lo único que hice fue entrar a la ya abandonada casa de mi infancia, ir al patio donde habían crecido los árboles que ella me regaló en mi infancia y plantar ese quillay.

Quería contar éso. :sm:

Citado.


Pd1:No te leí.


Pd2: para que mierda te creaste un clon?
 
Hola, me hago un clon para contar una historia que me ocurrió hace escasos días.

Hubo un tiempo en mi niñez y entrando a la adolescencia en el cual viví en una humilde casa en la periferia de Los Ángeles. Una casa construida por mi fallecido abuelo.
Mi mamá tenía que trabajar al igual que me viejo, a si que de muy pequeño tuvimos una nana, la señora Magdalena, que vivía en una zona más rural de Los Ángeles y que no conocía otra vida que no fuera esa esforzada labor.

Prácticamente nos crió y me conocía todas las mañas. Una de éstas era una fobia que se gatilló por un episodio traumático en el cual me enfermé grave del estómago a los 4 años y que desde entonces hasta los 13 años me llevó a sufrir crisis de pánico cada vez que algo me sentaba mal.
Ni mi mamá, entre lágrimas y angustiadamente desesperada, podía entender lo que le ocurría a mi cuerpo. La única que sabía todo lo que pasaba y tenía solución a esos dolores que me llegaban en los peores momentos era la doña Magdalena. Siempre que comenzaba uno de esos dolores y angustias cuando algo me sentaba mal, llamaba a gritos a doña Magdalena, y no se me pasaba el malestar hasta que ella llegaba con sus recetas de campo y a contarme cuentos para calmarme. Siempre funcionaba.

A medida que crecía y siendo hijo único recuerdo que la hice rabiar muchas veces, siempre me arrepentía pero era muy orgulloso para reconocerlo.

Hasta que a los 12 años mis viejos tomaron la triste decisión de dejar nuestra antigua casa por un trabajo en Chillán. Fue la última vez en años que vi a la señora Magdalena, y por verguenza no me despedí de ella ni la miré a los ojos para recordarla.
Ahí quedó esa señora de 70 años, una mujer de campo de toda la vida de ese Chile profundo y que está muriendo poco a poco, viuda, sin hijos, a quien en agradecimiento le dejamos nuestra humilde casa de campo, donde crecían damascos, cerezas y ciruelas en el patio gracias a que ella había plantado esos tres árboles cuando tenía uno 5 años como regalo de cumpleaños.

Los años pasaron y la señora Magdalena era ya un recuerdo borroso de mi infancia, y yo, a los 14 años ya había superado mi enfermedad de infancia. Hasta que cuando tenía unos 27 años, por el 2012, comencé otra vez a sentir esas angustias, pero de forma más fuerte, tanto así que tuve que dejar mi carrera el último año de tesis, y desde entonces no he podido casi salir de mi casa en estos tres años, no he podido trabajar, he perdido a mis amigos de infancia y con mi vieja, ya viuda, como única fuente de ayuda.

Pero hace dos semanas mi vieja dijo que viajáramos a nuestra vieja casa a ver a doña Magdalena. Fue un duro viaje, pero llegamos a la casa. El camino todavía era de tierra y nuestro antiguo hogar estaba irreconocible. Visiblemente afectado por el terremoto, el adobe cedió en varias partes, pero ahí estaba doña Magdalena, con un pelo completamente blanco, con una voz más rasposa y débil, pero que se emocionó al verme. Como la última vez que estuvimos juntos, me dio verguenza verla al rostro. Me preguntó si quería duraznos como los que comía cuando pequeño, le dije que la acompañaba al patio para ver como estaba.

Apenas lo reconocí. Los árboles habían crecido y los frutos eran numerosos. Me dijo que como sabía que veníamos y como quedaban días para mi cumpleaños me tenía un regalo, y me dio un pequeño quillay. Me dijo que daban buena sombra y lo cuidara, al tiempo que recordaba cuando era pequeño. En ese momento le dije "doña Magdalena, venga con nosotros a Chillán, la necesito más que nunca, quiero recordar cómo eran esas curas que usted tenía para mias males" le dije entre risas. A lo que ella respondió pensativa "Sí, pero todo acaba. Todo tiempo tiene su momento".

Le dije que volvería en 4 días más a verla. Nos despedimos, yo sin mirarla nunca a los ojos para recordar a aquella mujer más llena de vida de mi niñez.

Llegué cuatro días después con el quillay en la mano para agradecerle ya que mi cumpleaños había sido el día anterior. Pero no me respondió nadie. Fui a hablar con un vecino y me dijo "¿La señora Magdalena? Jóven, murió hace 2 días".

En ese momento lo único que hice fue entrar a la ya abandonada casa de mi infancia, ir al patio donde habían crecido los árboles que ella me regaló en mi infancia y plantar ese quillay.

Quería contar éso. :sm:

Por que crearse un clon para esto.
 
Hola, me hago un clon para contar una historia que me ocurrió hace escasos días.

Hubo un tiempo en mi niñez y entrando a la adolescencia en el cual viví en una humilde casa en la periferia de Los Ángeles. Una casa construida por mi fallecido abuelo.
Mi mamá tenía que trabajar al igual que me viejo, a si que de muy pequeño tuvimos una nana, la señora Magdalena, que vivía en una zona más rural de Los Ángeles y que no conocía otra vida que no fuera esa esforzada labor.

Prácticamente me crió y me conocía todas las mañas. Una de éstas era una fobia que se gatilló por un episodio traumático en el cual me enfermé grave del estómago a los 4 años y que desde entonces hasta los 13 años me llevó a sufrir crisis de pánico cada vez que algo me sentaba mal.
Ni mi mamá, entre lágrimas y angustiadamente desesperada, podía entender lo que le ocurría a mi cuerpo. La única que sabía todo lo que pasaba y tenía solución a esos dolores que me llegaban en los peores momentos era la doña Magdalena. Siempre que comenzaba uno de esos dolores y angustias cuando algo me sentaba mal, llamaba a gritos a doña Magdalena, y no se me pasaba el malestar hasta que ella llegaba con sus recetas de campo y a contarme cuentos para calmarme. Siempre funcionaba.

A medida que crecía y siendo hijo único recuerdo que la hice rabiar muchas veces, siempre me arrepentía pero era muy orgulloso para pedir disculpas.

Hasta que a los 12 años mis viejos tomaron la triste decisión de dejar nuestra antigua casa por un trabajo en Chillán. Fue la última vez en años que vi a la señora Magdalena, y por verguenza no me despedí de ella ni la miré a los ojos para recordarla.
Ahí quedó esa señora de 70 años, una mujer de campo de toda la vida de ese Chile profundo que cada año desaparece más y más, viuda, sin hijos, a quien en agradecimiento le dejamos nuestra humilde casa de campo, donde crecían damascos, cerezas y ciruelas en el patio gracias a que ella había plantado esos tres árboles cuando tenía uno 5 años como regalo de cumpleaños.

Los años pasaron y la señora Magdalena era ya un recuerdo borroso de mi infancia, y yo, a los 14 años ya había superado mi enfermedad de infancia. Hasta que cuando tenía unos 27 años, por el 2012, comencé otra vez a sentir esas angustias, pero de forma más fuerte, tanto así que tuve que dejar mi carrera el último año de tesis, y desde entonces no he podido casi salir de mi casa en estos tres años, no he podido trabajar, he perdido a mis amigos de infancia y con mi vieja, ya viuda, como única fuente de ayuda.

Pero hace dos semanas mi vieja dijo que viajáramos a nuestra vieja casa a ver a doña Magdalena. Fue un duro viaje, pero llegamos a la casa. El camino todavía era de tierra y nuestro antiguo hogar estaba irreconocible. Visiblemente afectado por el terremoto, el adobe cedió en varias partes, pero ahí estaba doña Magdalena, con un pelo completamente blanco, con una voz más rasposa y débil, ya de 80 años, pero que se emocionó al verme. Como la última vez que estuvimos juntos, me dio verguenza verla al rostro. Me preguntó si quería duraznos como los que comía cuando pequeño, le dije que la acompañaba al patio para ver como estaba.

Apenas lo reconocí. Los árboles habían crecido muchísimo y los frutos eran numerosos. Me dijo que como sabía que veníamos y como quedaban días para mi cumpleaños me tenía un regalo, y me dio un pequeño quillay. Me dijo que daban buena sombra y lo cuidara, al tiempo que recordaba cuando era pequeño. En ese momento le dije "doña Magdalena, venga con nosotros a Chillán, la necesito más que nunca, quiero recordar cómo eran esas curas que usted tenía para mis males" le dije entre risas. A lo que ella respondió pensativa "Sí, pero todo acaba. Todo tiempo tiene su momento".

Le dije que volvería en 4 días más a verla. Nos despedimos, yo sin mirarla nunca a los ojos para seguir teniendo en la memoria a aquella mujer más llena de vida de mi niñez.

Llegué cuatro días después con el quillay en la mano para agradecerle ya que mi cumpleaños había sido el día anterior. Pero no me respondió nadie. Fui a hablar con un vecino y me dijo "¿La señora Magdalena? Jóven, murió hace 2 días".

En ese momento lo único que hice fue entrar a la ya abandonada casa de mi infancia, ir al patio donde habían crecido los árboles que ella me regaló en mi infancia y plantar ese quillay.

Quería contar éso. :sm:
images
 
@Lacrimogeno
Una de las últimas y más tristes señales del paso del tiempo, es cuando comienzan a irse las personas que de verdad estuvieron pendientes de que estuvieras bien.
Cuando ocurre eso y comienzas a quedar solo frente a un Mundo que no te conoce ni quiere conocerte, sólo te queda recordar que en el algún lugar y tiempo de este mundo, alguien se preocupó por tí. :sm:
 
@Lacrimogeno
Una de las últimas y más tristes señales del paso del tiempo, es cuando comienzan a irse las personas que de verdad estuvieron pendientes de que estuvieras bien.
Cuando ocurre eso y comienzas a quedar solo frente a un Mundo que no te conoce ni quiere conocerte, sólo te queda recordar que en el algún lugar y tiempo de este mundo, alguien se preocupó por tí. :sm:
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y te dio las recetas :ear:??
Le dije que se viniera conmigo a Chillán, para que no estuviera sola y me ayudara con las recetas de campo que ella conocía. Le dije ésto casi entre risas, para que no supiera que estaba mal.

Y me respondió, y esto es lo último que me dijo antes de morir:
"Sí, pero todo acaba. Todo tiempo tiene su momento"
"Que este bien mijito, nos vemos"
:sm:
 
wnes rudos por dioh! :lol2:

tiernita la historia...wn cobarde que ni le dijiste cuan importante era la doña, ni fuiste capaz de mirarla a loh ojitoh
feo, feo :nunu:
 
Y volviste a verla sabiendo que cuando pendejo fuiste un tonto reculiao y 14 años despues vuelves a ser un tonto cocnhesumadre y ni las gracias le diste?
 
puta no lo leí hermanito, pensé que era Ermakeas por el papiro
 
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