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El revelante tráfico de haitianos; El Ida y vuelta a la tierra de las cucarachas abordo de LAW

Bullet Tooth

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Ida y vuelta en el avión del éxodo haitiano

Un periodista de "Sábado" se embarcó en un vuelo de la línea aérea Law, que realiza el trayecto entre Haití y Chile, nueve veces a la semana, trasladando mensualmente a cerca de cinco mil ciudadanos de la isla. Aquí cuenta la odisea de los pasajeros, desde el caos en el aeropuerto de Puerto Príncipe hasta la incertidumbre al arribar

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-Allá no importa la vida de uno. Matan a la gente buena, a la gente mala. Por eso mejor vivir una vida tranquila en Chile, aunque sea con poca plata.

Joseph Jeanty, 39 años, está parado afuera de la habitación que arrienda junto a su esposa, Nadine Elas, en una casa en Conchalí. Con sus manos saca cuentas: en Haití ganaba más de los 400 mil pesos que ahora recibe trabajando en una fábrica de camas y colchones, pero aquí está libre del temor que tenía de ser secuestrado o asesinado. En Haití era soldador y eléctrico, y Nadine administraba un restorán de comida casera.

Joseph fue el primero en venirse: ya lleva un año y seis meses en Chile. Nadine llegó hace siete meses. Y en los próximos días vendrá Shella Jean, una sobrina de Joseph.

Por eso estoy acá, le explico a Joseph. Le digo que soy periodista y que en los próximos días viajaré a Puerto Príncipe y me gustaría conocer a Shella Jean. Que según los datos del pasaje de Shella Jean, que me facilitaron en la agencia, ella tomará el mismo vuelo en el que yo regresaré desde Haití en los próximos días.

Joseph dice que lo hablará con ella, pero que no debería haber problemas. Antes de despedirme, me cuenta que el viaje de su sobrina tiene un propósito mayor: no solo viene a Chile a tratar de conseguir un trabajo para ayudar a su madre en Haití, sino que el principal motivo es que Shella les traerá al hijo de casi cinco años que dejaron a su cuidado.

Conseguir un pasaje

Días antes, me acerqué a las oficinas de Latin American Wings (Law), la única compañía chilena con ruta entre Puerto Príncipe y Santiago, que con nueve vuelos semanales traslada mensualmente a cerca de cinco mil haitianos desde Puerto Príncipe a Santiago. En lo que va del año, según datos de la PDI, casi 70 mil haitianos han llegado a Chile, el doble del total ingresado en todo 2016. Pero son las operaciones de Law que han llamado la atención de la Fiscalía Centro Norte, que incluso abrió una investigación por supuesto tráfico ilegal de migrantes, que aún no tiene formalizados.
En las oficinas de Law en Santiago, le pregunté al gerente comercial de la aerolínea, Héctor Valenzuela, por estas acusaciones. Su respuesta fue categórica.

-Nosotros somos transportistas. No podemos traficar, porque no autorizamos el ingreso al país. A nosotros se nos acusa. ¿Y Copa? ¿Alguien dice algo? Anda a Antofagasta, parece que fuera Cali, Medellín. ¿Por qué nos han acusado, pero todo ha quedado en nada? No tenemos ningún problema ni temor, porque hacemos todo en regla. ¿Ahora nos van a acusar de que también traemos venezolanos?

Mientras busco pasaje, una ejecutiva me confirma lo que ya me habían respondido por el call center de la aerolínea: no hay disponibilidad. La única opción, me dice, es comprarlo a través de una agencia. Cuando lo dice, apunta a un hombre que habla por celular en el hall de la oficina. Pierre Richard Aladin, haitiano, ocho años en Chile. El hombre me estrecha la mano.

-¿Cuándo quieres viajar? -me pregunta, antes de darme la dirección de su agencia.

Una hora después subo al segundo piso de un edificio en Bandera, en Santiago Centro. En las murallas hay afiches de conciertos de cantantes haitianos y varias oficinas que ofertan pasajes hacia Haití, tanto en Law como en Copa.

Una mujer venezolana de la agencia me pregunta las fechas del viaje y me da el monto: 1.214 dólares. Setecientos ochenta mil pesos chilenos. Entre 300 y 400 dólares más caro que a través de la aerolínea. El pago, me dice la mujer, es en efectivo o por depósito. Un hombre haitiano, en el modulo vecino, saca un fajo de billetes para pagar su pasaje. Le digo que le depositaré y entonces anota los datos de la Cuenta Rut de Pierre Richard Aladin en un papel. Cuando termina el trámite, la mujer me entrega un documento con un código y el horario de los viajes.

Es viernes 22 de septiembre. Hasta último momento no supe si volaba. Ninguno de los códigos que la agencia de Pierre me envió al Whatsapp para hacer el check in en la página de la aerolínea fueron aceptados como válidos. Solo en el counter de Law, en el aeropuerto, confirmé que mi nombre estaba dentro de los pasajeros.

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El vuelo dura ocho horas y media, cinco desde su escala técnica en Lima, donde los pasajeros peruanos que abordaron en Santiago despoblaron casi por completo el avión: salvo las tripulantes de cabina y dos funcionarios chilenos de la aerolínea que viajan para cumplir su turno de 15 días en el counter de la compañía en el aeropuerto de Puerto Príncipe, solo quedaron ocho personas a bordo, todos haitianos, desparramados en la parte delantera del avión: un matrimonio radicado hace varios años en Chile y que viaja para visitar a sus familiares, y dos mujeres y cuatro hombres visiblemente angustiados.

-¿Y ustedes? ¿Qué pasó? ¿No les gustó Chile? -les pregunta una azafata minutos antes del descenso.

"Mucho frío", "no trabajo", "no gustó", se oye al unísono. Uno de ellos es Jean Benis, 24 años. Durante los cuatro meses y medio que vivió en Chile compartió una pieza con uno de sus hermanos en San Felipe y trabajó cosechando limones y paltas. Su último empleo fue cortar leña de lunes a viernes, de ocho de la mañana a seis de la tarde. Con dos gotas de español intenta explicar que ese trabajo le destrozó la cadera. Que desde entonces comenzó a enfermarse. Y que sin trabajar, las últimas semanas solo se dedicó a incubar el resfrío que lo tiene tosiendo desde que subió al avión.

Jean Benis mira por la ventanilla. Dice que Chile no es lo que pensaba. Que no es como el rumor que corre en Haití. Son las una de la tarde y el Boeing 737 se hunde sobre los nubarrones que cubren la costa sur de Haití. Tal como me lo adelantó una azafata de la aerolínea en Santiago, el vuelo hacia Puerto Príncipe es tranquilo. Lo difícil, me advirtió, es el regreso.

Esperar entre rejas

Los 34 grados y la humedad de Puerto Príncipe achicharran al bajar del avión en el Aeropuerto Internacional Toussaint Louverture. Son casi las dos de la tarde y una cacofonía de gritos en créole ofrece taxis y baratijas en la zona de arribos. Desde afuera, es posible contemplar el tamaño del aeropuerto. Es pequeño. Un rectángulo de cemento clavado en un extremo de la ciudad y que aún presenta trabajos de rehabilitación arrastrados desde el terremoto 7,7, que en 2010 dejó en el suelo a gran parte del país. Ese desastre, sumado a los huracanes y sobre todo a los altos niveles de corrupción política, han hecho de Haití el país más pobre de América. Las cifras de 2016 del Banco Mundial, por ejemplo, calculan el Producto Interno Bruto per cápita es de 740 dólares, el más bajo del continente. Los servicios básicos en varias zonas no operan con normalidad: muchos sectores de la capital tienen luz eléctrica racionada durante el día, y campamentos surgidos tras el terremoto no tienen acceso al agua potable. La mayoría de los haitianos, según datos del mismo Banco Mundial, vive con apenas 2 dólares diarios, y más de 70 por ciento de la población no tiene trabajo, mismo porcentaje de personas en situación de pobreza.

-¿Ya vio a los que van para Chile, papá? Mire nada más.

Paulin León, 42 años, pequeño, movedizo, captador de pasajeros para los taxistas, es uno de los pocos que hablan español en el aeropuerto. Antes de trasladarme al hotel, me muestra el lugar donde son agrupados los pasajeros haitianos con vuelos a Chile con Law. La escena es dura: cientos de personas al interior de una plazoleta enrejada, con el pasaporte en una mano y en la otra la carpeta amarilla que parecen haber comprado en el mismo sitio, donde guardan los documentos para el ingreso a Chile.

La mayoría de las personas al interior de la plazoleta son hombres jóvenes y mujeres, algunas de ellas embarazadas o con hijos de la mano. No hay un baño cerca. Tampoco agua. Ubicarlos ahí, explicará después el gerente comercial de Law, Héctor Valenzuela, fue la solución que encontró la autoridad aeronáutica de Haití a comienzos de este año, en cooperación con la policía local y la compañía chilena. Fue, dirá Valenzuela, la única manera de resolver el problema: son demasiados pasajeros con destino a Chile. Demasiados para la capacidad del aeropuerto. Las quejas de las demás aerolíneas que operan en el aeropuerto por los gritos y discusiones, según Valenzuela, forzaron a las autoridades del aeropuerto a tomar la medida.

Paulin León mira y dice:

-Ustedes tienen la puerta abierta. Chile es la puerta abierta, papá. Estados Unidos ya no. No es fácil entrar allá. Y Brasil antes, pero ya la economía está muy mala allá. Ahora todos quieren ir a Chile.

En las calles de Haití, de hecho, una broma se ha vuelto popular. Si dos amigos no se han visto durante algún tiempo, el chiste cae de cajón: "Pensé que ya te habías ido a Chile".


Es sábado por la mañana. Ayer, Shella Jean, la mujer que viajará en el mismo vuelo que tomaré hacia Santiago en tres días más, respondió algunos de mis mensajes de Whatsapp. Me espera esta tarde en su casa. Se lo cuento a Berthony Jean Philippe, 33 años, delgado, barba de candado, ingeniero en informática y ex voluntario de la fundación chilena América Solidaria, que me ayudará durante el resto de los días con la traducción. Juntos ingresamos a la plazoleta enrejada, que como todos los días luce atiborrada de pasajeros de Law.

-Me recuerda cuando nos llevaban a cortar caña a República Dominicana -comenta un hombre, lamentando las condiciones en las que deben esperar.

-Esto es humillante -agrega una mujer exaltada.

Marcel Eximond, 32 años, en cambio, no dice nada: en su horizonte solo está llegar a Chile, sin importar estas condiciones. Su hermana lleva seis años viviendo Chile y lo ayudó con los 600 dólares para comprar su boleto en una agencia de Santiago. Como él, la mayoría de quienes deciden emigrar, consiguen los boletos de ese modo: a través de familiares o amigos en Chile.

-Hace mucho que estoy motivado de ir a Chile -dice Eximond, que trabajaba como mecánico-. Es un país desconocido para mí, pero no tengo miedo. Mi hermana me ha dicho que allá hay trabajo y posibilidades de surgir. No he escuchado hablar de que maltraten a los haitianos de la forma en que los maltratan en República Dominicana. No me voy feliz, pero creo que allá tendré más libertad: además de las necesidades, acá uno vive con miedo. Tengo una hermana que la mataron unos delincuentes. A un primo lo mataron mientras estaba en su auto, sentado, en el centro. En Chile sé que si no molesto a nadie, podré tener una vida tranquila.

De pronto todos comienzan a alborotarse. Un hombre grande y de azul les ordena abrir un pasillo y guardar silencio, para que pase un haitiano con polera de Law que trae un cúmulo de pasaportes entre las manos. Un par de horas antes, el mismo hombre había retirado los pasaportes de todos los presentes, para que fueran chequeados por el personal de la aerolínea, un proceso que a diferencia del resto de las compañías que operan en Puerto Príncipe, se lleva a cabo de forma manual, con lápiz y papel: no cuentan con computadores que les permitan realizar el trámite en línea.

A medida que los hombres gritan los nombres de los pasajeros, estos deben armar una fila. Luego se hará otro llamado, hasta completar los 141 pasajeros de cada vuelo. Sin embargo, explicará el gerente comercial de la compañía, Héctor Valenzuela, como todas las aerolíneas, Law vende un porcentaje por sobre la venta total de pasajes. En su caso, el 14 por ciento. Si bien en más de alguna ocasión hay quienes no llegan a tomar el vuelo, es muy raro que eso suceda, quedando a diario el remanente de pasajeros de la sobreventa en las afueras del aeropuerto. Además de aquellos que no fueron ingresados correctamente a los listados por sus agencias, o que derechamente fueron estafados o intentaron chequearse a propósito con pasajes o documentos falsos.

Es normal, durante las noches, ver pasajeros que duermen afuera del aeropuerto -que cierra sus puertas a las siete de la tarde-, esperando al día siguiente para intentar embarcarse una vez más, en medio del caos.

Shella y el niño

Berthony Jean Phillipe, mi traductor, no quiere irse de Haití. Lo dice mientras maneja su viejo Chevrolet blanco, que tiembla como un tractor por las calles de la zona de Maïs Gate. En el trayecto, de vez en cuando, un semáforo parece funcionar, pero en general los vehículos prefieren comunicarse a bocinazos en los cruces. Por la ventana se ve la ciudad en su esplendor: barberías coloridas y el tránsito acelerado de los taps-taps, furgones que trasladan a más pasajeros de los que caben, ornamentados con pinturas chillonas en las que conviven con armonía retratos de Gandhi y Rambo, o Shakira junto a Batman; también hay chivos, muchos chivos caminando por las veredas, y un hombre como este, con la cabeza de un chivo en la mano y un machete en la otra.

-Mi padre me ha insistido para que me vaya de Haití -dice Berthony-. Me dice que me vaya a Estados Unidos o a Chile. Yo ya estuve en Santiago e Iquique, por América Solidaria. Pero no me iría de esta forma tan traumática, y sin saber a qué condiciones llegaré a vivir. El problema es que cuando veo gente con menos preparación que yo y que luego les está yendo bien, o al menos eso se ve, pienso que estoy equivocado. ¿Van a querer esforzarse y estudiar mis hermanos si ven que yo nunca he podido trabajar en lo que estudié? ¿Que tengo que vender mercancías para mantenerme y ayudarlos a ellos? Si Haití se queda sin jóvenes que quieran arreglar esto, ese será el verdadero problema.

Berthony frena su vehículo en una esquina. Ahí nos espera Shella Jean, 28 años, junto a una bomba de bencina. Es primera vez que nos vemos. Con un accidentado español, explica que viene de retirar el dinero que su tío Joseph le envió de Santiago, parte de los mil dólares necesarios para ingresar a Chile como turista. Ahora le da las indicaciones a Berthony para que suba este camino de tierra imposible, y el viejo Chevrolet, a pesar de las tres luces de advertencia encendidas en el panel, se abre paso como un animal herido. Shella nos hace pasar a su casa, un cuadrado de cemento, sin ventanas ni baño, en el que vive junto a su madre, Loudie Jeannine, y su prima, Loudie Romelus. También está el hijo de Joseph, pequeño, ojos grandes, camisa y jeans, sentado en una silla.

Shella me cuenta que después de terminar su bachillerato estudió un curso de informática, pero no ha tenido suerte. Que en cierta medida, todo eso tiene que ver con sus intenciones de irse a Chile, pero también por el hijo de su tío.

-Es una obligación para mí cumplirle a mi tío con esto. Anteriormente ya habíamos intentado enviarlo con un amigo que vino de vacaciones a Haití, pero su nombre no estaba en la lista de pasajeros cuando quiso volver. El del niño sí, pero el suyo no.

Shella mira a su madre, una mujer delgada y de estampa serena.

-Lo único que me duele es dejarla a ella, pero esto me permitirá enviarle dinero para que pueda cambiarse de casa e instalar un negocio, y que no tenga que salir todos los días al mercado a vender sus mercancías. Soy su única hija. Por suerte, mi primita se quedará con ella para cuidarla.

El hijo de Joseph y Nadine, sentado a un lado, con los ojos bien abiertos, escucha en silencio. Según Shella, desde que no está con sus padres hay días que llora, o días que no come, o días en que dice que en cualquier momento se irá de la casa.

-Siempre está preguntando por ellos -dice Shella Jean-. Los extraña mucho. Él no sabe dónde están sus padres. Le dijeron que estaban en Aquin, en su pueblo. Les cuesta explicarle la verdad.

Ahora Shella se levanta y trae su carpeta amarilla para mostrar los documentos necesarios para salir del país y entrar a Chile. El Yvers, un papel que le permite salir con un menor de edad. Su ficha social. Las fotos carné suya y del niño. Una carta de invitación, y una reserva de hotel para probar el alojamiento. Fotocopia del pasaporte. El boleto del pasaje. El contrato de trabajo de Joseph. La traducción en francés del contrato de Joseph, y la autorización notarial enviada desde Santiago para permitirle viajar con el niño.

Shella se sienta. Espera, dice, que todo salga bien esta vez. Que el pequeño pueda encontrarse con sus padres.

El regreso

Martes 22. 04:30 am. Berthony maneja a toda velocidad por las calles de Puerto Príncipe, que a esta hora lucen vacías. Antes de salir de la casa de Shella el día de la visita, ella se acercó a Berthony para pedirle un favor: si podíamos trasladarla a ella y al niño al aeropuerto el día del regreso.

-Yo no entiendo por qué Shella quiere irse tan temprano -me dice Berthony, acelerando su Chevrolet.

-Para que nadie del barrio se entere. Eso dijo el otro día, ¿no?

Berthony acelera un poco más.

-Sí, pero yo creo que ya todos deben saber.

Berthony acelera todavía un poco más.

-Además, su vuelo es a las una y media de la tarde. No entiendo -insiste, acelerando otro poco, lo suficiente para que ¡paf!, termine pasando lo que me advirtió días atrás sobre lo único que le parecía peligroso de manejar en Puerto Príncipe a oscuras: pinchar un neumático y quedar a merced de algún delincuente.

Berthony se quita el sudor de la frente con el trozo de toalla blanca y me pide que me pase al asiento trasero. Por suerte quedamos detenidos bajo un poste de luz, dice Berthony, que cambia el neumático con una velocidad inusitada.

Continuamos hasta la casa de Shella. Al llegar, nos espera afuera de la mano junto al niño. Mientras abre el maletero, la madre de Shella se acerca en la oscuridad equilibrando la maleta de su hija en la cabeza, y su prima hace lo mismo con la del menor. La despedida, que ya lleva meses de espera, es breve y silenciosa.

Cuando llegamos al aeropuerto, las puertas aún están cerradas. Sin embargo, decenas de personas ya se agolpan en la plaza enrejada de enfrente antes del amanecer. Shella nos advierte que ella no irá hasta a ese lugar. Que no quiere pasar por eso, mucho menos con el hijo de Joseph. Que un contacto suyo, un amigo policía de la comisaría del aeropuerto, la ayudará a ingresar su pasaporte antes que los del resto y acelerar su chequeo. Es la única ayuda con la que cuenta. La otra forma, al menos para corroborar si su nombre está o no en la lista de pasajeros, y tal como confirman varios pasajeros en la plaza enrejada, es pagando entre 50 o 100 dólares a trabajadores con acceso al aeropuerto, que usualmente no regresan con el dato.

-Uno se va enterando de las cosas que hacen -dirá luego en Santiago Héctor Valenzuela, el gerente comercial de Law-. Los mismos maleteros se acercan al pasajero y le dicen: "Deme 100 dólares y lo subo". Y los tipos pagan. Los sacan de la fila y se los llevan. Y lo dejan por ahí. Nos pasó que un pasajero estaba ahí parado, y cuando le preguntamos nos dijo que, claro, que lo habían dejado ahí para subirlo al avión. No, le dijimos, los pasajeros ya se embarcaron.

Recién a las nueve, Shella, que ha pasado toda la mañana afuera del aeropuerto junto al niño, logra comunicarse con su amigo. Es un policía joven, que recibe su pasaporte y lo ingresa al aeropuerto. Shella luce más tranquila. Horas más tarde, cuando ya debería haber sido llamada para el embarque, ve cómo filas y filas de personas son traídas desde la plaza enrejada para ingresar al aeropuerto. Shella comienza a desesperarse. Se acerca a las filas. Pregunta por qué no la han llamado. Su nombre, le informará luego el policía, no está en la lista del primer vuelo, tal como decía su pasaje. Está en el segundo. El de las 18:30. Lo mismo, corroboro luego, ocurre con mi nombre.

Los recuerdos del anterior viaje fallido del niño hacen que la espera de Shella sea angustiante. Sin saber bien a dónde ir, entramos a una pequeña cocinería al lado de la comisaría. Adentro huele a pollo frito y guiso de cabrito. Cansado, el niño se tiende sobre la maleta de Shella y se queda dormido. En una radio encendida al interior de la cocinería, me alerta Berthony, entrevistan a un periodista local que adelanta el próximo estreno de su documental sobre el éxodo haitiano, titulado: Chile, a toda costa.

Berthony se ríe. Shella parece poco interesada en eso, y preocupada se para y regresa una y otra vez, pensando si quizá es mejor estar en esa plaza enrejada, o insistiendo en la ayuda de su amigo policía. Recién a las tres de la tarde, su contacto aparece otra vez y la toma de la mano, para hacerla ingresar al aeropuerto. Una vez adentro, se sienta en el suelo, junto a las maletas y al niño, hasta que en los próximos minutos la primera fila de personas traídas desde la plaza ingresa al aeropuerto. La desesperación vuelve otra vez a Shella. No es la única. Más pasajeros, que de alguna manera ingresaron al aeropuerto, o simplemente rezagados del vuelo anterior, comienzan a alterarse y a exigir a gritos su puesto en el siguiente vuelo. El estrés se palpita en el counter de la compañía. En el resto de las aerolíneas apenas hay movimiento.

Para suerte de Shella, su amigo policía aparece otra vez en escena y la ayuda a ubicarse al final de la fila de embarazadas o con niños menores de edad. Shella llora, no sabemos si de emoción o de estrés.

Entre el caos, he olvidado acercar mi pasaporte al counter para chequearme. El funcionario chileno a cargo de la operación de embarque toma mi documento, me chequea y me entrega una tarjeta de embarque. Así de fácil. No necesito hacer fila, ni sumarme a la angustia de los cientos de haitianos que deben esperar ser llamados. Todo es parte de un sistema implementado por la aerolínea en abril de este año, que además incluye la revisión de los documentos necesarios para el ingreso de los haitianos como turistas a Chile, como la reserva de hotel. El objetivo: que no tengan problemas de admisión en su ingreso a Santiago.

-El pasajero que no es aceptado tiene que irse deportado de regreso -dirá Héctor Valenzuela-. Eso efectivamente es un gasto para nosotros.

Con el ticket en la mano, le digo al funcionario chileno que no tengo problema en hacer la fila, como el resto de los pasajeros, pero me responde que por ningún motivo me permitirá eso. Que me vaya a la sala de embarque. Berthony, mi traductor, menea la cabeza. Minutos más tarde, esperando que Shella y el niño consigan de una vez sus tarjetas de embarque, parados a un costado de la fila, Berthony rompe en llanto.

-Se están yendo, loco -dice, girándose para que nadie lo vea-. Es gente buena la que se está yendo, loco. Se van y no van a volver.

La última vez que veo a Berthony es en la entrada del control policial. Ahí nos despedimos, y también se despide de Shella Jean y del niño, para desearles buen viaje.

Ya estamos en la zona de embarque. Los asientos comienzan poco a poco a llenarse y Shella parece por primera vez en calma, mirando los ventanales que dan a la losa del aeropuerto. Su escaso español y la ausencia de Berthony impiden que podamos comunicarnos con fluidez. Casi en silencio, ambos cansados, esperamos que se inicie el embarque, que sucede ahora: dos policías llaman primero a las mujeres embarazadas y con niños, entre ellas Shella y el pequeño, para que ingresen al avión. Luego es el llamado para el resto de los pasajeros y el caos regresa: personas se saltan la fila, peleándose por un puesto. A pesar de haber llegado a este punto, nadie se siente lo suficientemente seguro de que se subirá al avión hasta que esté dentro de él.

En la puerta del Boeing un funcionario chileno se encarga de ubicar a los pasajeros por orden de entrada. Las tarjetas de embarque no vienen con asientos asignados. Mi intención es sentarme con Shella y el niño, pero me ubican en la primera fila. Dos mujeres haitianas quedan sentadas a mi lado. Antes de partir, un haitiano contratado por la aerolínea se encarga de darle las indicaciones a los pasajeros en créole. Me lo mencionó la azafata en Santiago, en el vuelo de ida: durante los primeros viajes, muchos pasajeros que no entendían las indicaciones en español e inglés, orinaban en botellas o en cualquier casillero, sin conocimiento de dónde se encontraban los baños. Poco a poco, me explicó, esa situación ha cambiado.

Un hombre levanta las manos en señal de oración cuando las turbinas se encienden a las 19:30. Trato de buscar a Shella, pero está algunos asientos atrás del mío. El avión parte. Hay gritos y risas de alivio. Una de las dos mujeres sentadas en mi fila toma la revista de la aerolínea para practicar su español. Y después de comer quífaros con salsa boloñesa, yo y ambas compañeras de fila caemos rendidos. Recién en la escala en Lima despierto y le pido cambiar de asiento a una mujer para sentarme con Shella.

Cuando me acomodo, el hijo de Joseph me dice algo en creole. Shella me traduce: me pregunta que por qué no uso chaqueta, como él. Luego añade otra cosa: que va a encontrarse con sus padres. Cuando lo dice, me percato que va sentado sobre una bolsa: del puro susto con el despegue, me explica Shella, se orinó en los pantalones.

Y ahora el avión despega de nuevo.

Y el niño se queda en silencio, asustado otra vez, hasta que en tres horas más, en mitad de la noche, parado en la salida tres del aeropuerto de Santiago, agarrado a la mano de Shella Jean, Nadine y Joseph, sus padres, se aparezcan para abrazarlo.​


FUENTE


a pesar de ser un texto largo y con su cuota de victimizacion, no deja de ser relevante la forma en que opera LAW a todas luces parte del tráfico de haitianos, funciona casi como un servicio de buses rurales.
 
Última edición:
la aerolinea es tan mierda que los asientos son asignados por orden de entrada :lol2:

con esto les debe quedar claro a todo que estan traficando con estos negros, ya no los traen encadenados en barcos, ahora los traen en aviones amparados por el gobierno chileno que se hace el huevon :nonono:
 
hasta los mismos negros se dan cuenta:
-Mi padre me ha insistido para que me vaya de Haití -dice Berthony-. Me dice que me vaya a Estados Unidos o a Chile. Yo ya estuve en Santiago e Iquique, por América Solidaria. Pero no me iría de esta forma tan traumática, y sin saber a qué condiciones llegaré a vivir. El problema es que cuando veo gente con menos preparación que yo y que luego les está yendo bien, o al menos eso se ve, pienso que estoy equivocado. ¿Van a querer esforzarse y estudiar mis hermanos si ven que yo nunca he podido trabajar en lo que estudié? ¿Que tengo que vender mercancías para mantenerme y ayudarlos a ellos? Si Haití se queda sin jóvenes que quieran arreglar esto, ese será el verdadero problema.
 
Hacer los tramites con lapiz y papel, asegurarse que entren al pais "para eliminar costos", tenerlos apiñados como si fuera perrera afuera del recinto, hacer vista gorda a las coimas, coolaborar con revendedores, dar weas por orden de entrada... :nonono:
 
Hacer los tramites con lapiz y papel, asegurarse que entren al pais "para eliminar costos", tenerlos apiñados como si fuera perrera afuera del recinto, hacer vista gorda a las coimas, coolaborar con revendedores, dar weas por orden de entrada... :nonono:
esto es claramente facilitar el tráfico encubierta de inmigracion, LAW ayuda en todo el proceso para asegurarse que no los manden de vuelta donde ellos corren con estos costos abaratan en gastos no teniendo un sistema computaciónal ordenado.

podría apostar que LAW tiene weoned que trabajan como "captadores de inmigrantes" para llenar los aviones en cada viaje, la empresa sabe que la gente que trae no son turistas si no que vienen directamente a quedarse a la mala eso es fomentar ls inmigracion ilegal.
 
En la puerta del Boeing un funcionario chileno se encarga de ubicar a los pasajeros por orden de entrada. Las tarjetas de embarque no vienen con asientos asignados. Mi intención es sentarme con Shella y el niño, pero me ubican en la primera fila. Dos mujeres haitianas quedan sentadas a mi lado. Antes de partir, un haitiano contratado por la aerolínea se encarga de darle las indicaciones a los pasajeros en créole. Me lo mencionó la azafata en Santiago, en el vuelo de ida: durante los primeros viajes, muchos pasajeros que no entendían las indicaciones en español e inglés, orinaban en botellas o en cualquier casillero, sin conocimiento de dónde se encontraban los baños. Poco a poco, me explicó, esa situación ha cambiado.
En este párrafo se puede ver:
1- lo callampera que es la línea aérea
2- lo simiescos que son los negros culiaos

Andar meando en una botella, puta los weones mongos
 
tenia entendido que en esos aviones venian solo fisicos nucleares y neurocirujanos con 500 años de escolaridad, no micos que mean en botellas.

como se caen las mentiras progres. trafico de esclavos moderno, a vista y paciencia de un estado pusilanime, y a costo nuestro :hands: porque sacan de nuestros impuestos pa arreglar la zorra que dejan estos culiaos.

y esta aerolinea sigue y sigue todos los putos Dias. hasta la corneta.
 
Así que no hay pasajes en la aerolínea hasta el 2020, sin embargo, las agencias de viajes siempre tienen...

Cuando quieres viajar papá?...


Hay que ser weon Pa no darse cuenta.
 
Un haitiano dice que cansaba más de 400 lukas en Haití , que en Chile se gana menos . Me asalta una duda : si en un reportaje decía que el sueldo promedio en una fábrica de ropa era de 5 dólares a la semana , en qué trabajaba el culiao allá ?
 
en unos años mas van a tener hartos ahitianos para que le pinten la casa a un precio mas bajo que el pintor shileno
 
El gobierno y los empresarios saben que Chile para mantener el crecimiento necesita de más gente, y más aún con la baja productividad que cuentan los procesos de las empresas chilenas, lo demás "es música" (para ellos).
 
El gobierno y los empresarios saben que Chile para mantener el crecimiento necesita de más gente, y más aún con la baja productividad que cuentan los procesos de las empresas chilenas, lo demás "es música" (para ellos).

Carlos Larrain mo dijo sin asco

(los inmigrantes) son un hecho económico: necesitamos más gente para que la economía siga creciendo y rodando y, ya digo, tenemos la obligación de tener las puertas abiertas porque somos un país abierto
 
Carlos Larrain mo dijo sin asco

(los inmigrantes) son un hecho económico: necesitamos más gente para que la economía siga creciendo y rodando y, ya digo, tenemos la obligación de tener las puertas abiertas porque somos un país abierto

La banca y la SOFOFA también hace un tiempo dijo lo mismo.
 
Carlos Larrain mo dijo sin asco

(los inmigrantes) son un hecho económico: necesitamos más gente para que la economía siga creciendo y rodando y, ya digo, tenemos la obligación de tener las puertas abiertas porque somos un país abierto
no, el unico sector e la economia que ha crecido es la venta de super8 todo lo demas va decreciendo

si fuera cierto eso se "necesita mas gente" india seria el pais mas rico del mundo
de hecho en haiti hay bastante gente tienen una densidad poblacional muy alta
asi que tambien deberia crecer y mas aun ya que todos tienen muchos años de escolaridad
ademas que son muy trabajadores y alegres
 
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