De Guzmán a Cubillos
4 enero, 2022
Eugenio Tironi
Partió como una humorada. A pocas horas de la elección escribí una carta a «El Mercurio» donde decía que los grandes derrotados habían sido Kast y Parisi, y los triunfadores Boric y Sichel: todo lo demás, agregué (usando una metáfora de la que me arrepiento), es arroz graneado (espero que con esta no me pase lo mismo). La carta se prestó a una extendida polémica, tanto sobre la aseveración misma como sobre la desgraciada alegoría. De ahí que me sienta obligado a precisar mis dichos.
Lo de Boric y Parisi supongo no admite gran discusión. El primero logró una votación espectacular reintegrando a un ejército de votantes jóvenes al sistema. El segundo blufeó hasta el final, y cuando llegó el momento de mostrar sus cartas resultó que no tenía juego. Su apoyo a Kast fue irrelevante y su publicitada amenaza al sistema político terminó siendo un tigre de papel.
En cuanto a Kast, se han levantado voces arguyendo que, para los estándares de la derecha, obtuvo una buena votación. Pobre argumento. Desde luego no le alcanzó para ganar, y ante solo dos alternativas las diferencias nunca son abismales. Su respaldo no superó al de Pinochet, fantasma que la derecha ha buscado exorcizar desde 1988. Y tras de sí no deja nada, con un Partido Republicano en vías de fragmentación y una centroderecha enzarzada en una guerra civil.
Curiosa evolución. Cuando todo hacía presagiar que la centroderecha se estaba moviendo en dirección a lo que representaba el otro Kast, Felipe, distanciada del pinochetismo y con un talante social liberal, terminó en los brazos de su tío, José Antonio. Digno de Sucesión, la gran serie de HBO. Esto revela un problema que ya es congénito: su propensión a sustituir los desgarros de la reflexión y la creación paciente de organizaciones y coaliciones, por el sometimiento a figuras carismáticas que generalmente elige fuera de sus filas y a las que abandona al primer contratiempo. La lista es larga: Piñera, Golborne, Sichel, José Antonio Kast. Este último, a veces se olvida, había roto con la UDI, fue duro opositor a Piñera, se negó a participar de la primaria, se sometió a escenas bochornosas mendigando el apoyo de Parisi, y aun así fue abrazado con fervor.
Marcela Cubillos lo ha dicho de un modo inmejorable. “No hay ningún documento en que el sector haya hecho una reflexión para entender el estallido de 2019”. Tampoco hay “un debate horizontal y profundo respecto de las causas del fracaso”: ante “una derrota tan contundente, lo inmediato es salir con una cuña de un dirigente y con eso dar casi por zanjado el debate”. Solo le faltó agregar: “y rápidamente hacer un nuevo casting para ensayar con otra figura salvadora”.
Cabe esperar que la voz de Cubillos se escuche. Que esta vez la centroderecha se dé el tiempo para hacer el duelo, y retome rápidamente el curso que venía siguiendo antes de plegarse a JAK: dejar atrás el escenario del SÍ/NO de 1988 y construir una fuerza netamente diferenciada de la extrema derecha, siguiendo el ejemplo del Partido Popular frente a VOX en España. Si emprende este camino —y más allá del aprecio por su persona—, Sebastián Sichel podría tener un lugar, avalado por ser quien mejor resistió la borrachera con el neopinochetismo. Por eso, nada más, lo coloqué en la lista de los vencedores.
Para deshacer el entuerto y volver a ser un actor competitivo en la escena democrática, a la centroderecha no le viene bien erguirse en una fuerza obstruccionista en la Convención y frente al nuevo gobierno. Al revés, debe alzarse en un factor de colaboración, incluso con gestos dramáticos en tal sentido, tal como lo hiciera Jaime Guzmán en 1990. Es lo que sugiere su alumna y discípula, Marcela Cubillos. (El Mercurio)