Redler dijo:
Claro es bien facil andar diciendo que los que nopiensan como tu estan cagasdos de la cabeza...
Allende tiene su monumento El presidente Pinochet tambien deberia tener el suyo haci de facil.
A ver, a ver, a ver....debería tener un Monumento un dictador que puso a Chile en peligro durante todo su mandato???...
Así es estimados, y neofachitos varios. La gestión militar de Pinochet fue mediocre a desastroza...Lean a continuación un artículo muy interesante de Raúl Sohr, quien entiende de estos temas. Es un poco largo pero LEAN, no sean flojos!
Fachitos varios, sin llorar
La herencia militar de Pinochet
Nunca corrió Chile más peligro militar que bajo el régimen de Augusto Pinochet. El aislamiento internacional, los embargos a la venta de armas, la agresividad de países vecinos y las disputas en el seno de las Fuerzas Armadas dejaron al país en una situación de extrema vulnerabilidad.
Por Raúl Sohr
Las posturas amenazantes primero de Perú, en 1974-1975, y luego de Argentina, en 1978, pudieron desembocar en conflictos de resultados muy inciertos por la debilidad bélica chilena. El balance de los arsenales en esos años críticos, era muy adverso para Santiago. Se podría argumentar que la agresividad argentina era algo ajeno al control del gobierno nacional. Sin embargo, la precariedad de la defensa y la ausencia de alianzas internacionales no podían más que alimentar las posturas más belicosas en el ámbito vecinal.
Todo comenzó con el propio golpe de Estado, que fue ejecutado con absoluta inconsciencia de su impacto internacional. El empleo de fuerza militar totalmente desmedida, el 11 de septiembre de 1973, contra un gobierno democráticamente electo y sus partidarios, marcó a fuego al régimen. La utilización de aviones de guerra para bombardear el palacio presidencial fue exhibida infinitas veces a lo largo y ancho del mundo. Las imágenes de los bombarderos Hawker Hunter disparando contra La Moneda, apenas defendida por algunos miembros de la guardia personal del Primer Mandatario, causaron rechazo incluso entre simpatizantes extranjeros de los golpistas.
¿Qué podía justificar semejante despliegue bélico contra la sede del Gobierno con el Presidente Salvador Allende en su interior? Era una situación sin precedentes incluso en tiempos en que abundaban los pronunciamientos militares en América Latina. Cabe suponer que quienes ordenaron el bombardeo fueron guiados por el teórico prusiano Karl von Clausewitz que pregonó que: “El que usa la fuerza con crueldad, sin retroceder ante el derramamiento de sangre por grande que sea, obtiene ventaja sobre el adversario”. El que puede lo más, puede lo menos. Si no hay escrúpulos para utilizar las armas más potentes contra La Moneda, los pobladores y trabajadores en sus lugares de trabajo ya sabrán a que atenerse. Que nadie se llamase a engaño: era una declaración de guerra y fueron utilizados los más letales medios de combate nacionales. A modo de justificación se ha señalado que más vale un golpe inicial decisivo que desaliente al enemigo. Aunque resulte doloroso, a la larga puede salvar vidas al disminuir la voluntad de lucha del oponente.
El accionar castrense partió de la idea errada de que en el país se libraba una guerra. En realidad se trataba de una compleja encrucijada que pudo tener una salida política. Y aún si no la tenía, nada pudo justificar un bombardeo como el ejecutado. Fue la primera vez en su historia que la FACh empleó aviones en una misión bélica destructiva. La violación de elementales normas humanitarias, que rigen en todos los conflictos, tuvo consecuencias severas para la defensa. La indignación pública internacional llevó a los sindicatos de la planta Rolls Royce de East Kilbride, en Escocia, a boicotear la entrega de los motores Avon sometidos a mantenimiento así como de repuestos. Luego el propio gobierno británico respaldó la medida. De esta forma, ya en 1974, la FACh perdió el abastecimiento regular para su principal avión de combate. La continua y metódica violación de los derechos humanos llevó a Francia, Holanda, Austria, Suecia y Alemania a decretar diversos embargos a la venta de armamentos. Las cosas empeoraron en forma drástica en octubre de 1976 luego del asesinato en Washington de Orlando Letelier y Ronni Moffit, digitado por el gobierno de Pinochet.
La Enmienda Kennedy
El régimen militar chileno protagonizó el primer acto terrorista ejecutado en la capital norteamericana. Hasta hoy resulta inexplicable el pensamiento de quienes urdieron la detonación del vehículo en plena Embassy Row. Washington respondió en forma mesurada, considerada la magnitud de la afrenta, con la Enmienda Kennedy, que entró en vigor en 1976, y vedaba toda venta de armas a Chile hasta que se cumpliesen tres condiciones:
Un progreso significativo en el respeto de los derechos humanos.
Que la venta fuese del interés nacional de Estados Unidos.
Que las autoridades chilenas no ayudasen o encubriesen al terrorismo internacional, y tomasen todas las medidas apropiadas para someter ante la justicia a los acusados de los asesinatos.
La Enmienda Kennedy significó, entre muchas otras cosas, que el otro modelo de aviones de combate, la quincena de F-5 Tiger II de la empresa norteamericana Northrop, también se quedó sin repuestos en el mercado formal. La prohibición se mantuvo a lo largo de la dictadura y solo fue levantada con el restablecimiento de la democracia y la condena de Manuel Contreras por su responsabilidad en los hechos.
Así Chile fue obligado a conseguir buena parte de sus insumos militares en el mercado negro. Ello significó pagar precios mucho más altos. Algunas estimaciones sitúan en más de mil millones de dólares lo que el erario público debió desembolsar a causa de los sobreprecios. Además los elementos adquiridos en el mercado informal carecen de garantías de manera que hay mayor incertidumbre a la hora de utilizar los equipos.
En estas circunstancias comenzó a dibujarse la crisis con Argentina por las tres islas del Canal de Beagle y la delimitación marítima del extremo austral. En los momentos en que ya soplaban vientos de guerra se agravó la pugna de poder entre Pinochet y el Comandante en Jefe de la FACh general Gustavo Leigh. Las desavenencias entre ambos y sus respectivas ramas culminaron en julio de 1978 con la salida forzada de Leigh de la FACh y la Junta. Con él dejaron la institución la totalidad de los generales salvo dos excepciones. A pocos meses de una de las crisis más agudas en el plano militar vividas por el país, Pinochet hizo primar su permanencia en la jefatura del Estado por encima del interés nacional. Descabezar a la FACh fue amputarse un brazo, pues de haber estallado un conflicto abierto con Argentina a la aeronáutica le hubiese correspondido un papel protagónico. Baste señalar el rol de la Fuerza Aérea argentina durante la Guerra de las Malvinas donde tuvo el mejor desempeño bélico de las tres ramas. Queda la sensación mortificante de que Chile hubiese estado en una notable inferioridad.
En buena hora la guerra no tuvo lugar pero Chile debió renunciar a una importante zona de proyección marítima que le había sido otorgada por arbitrajes anteriores. Superada esta crisis, Argentina volvió sus ojos a las Islas Malvinas a las que invadió en abril de 1982, lo que desencadenó la guerra con los británicos. En esta oportunidad el Gobierno chileno puso en práctica el principio de que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Santiago facilitó inteligencia a las fuerzas inglesas y les permitió el empleo del territorio nacional para ciertas operaciones. El desenlace del conflicto fue satisfactorio para Chile por partida doble. Los agresivos generales argentinos debieron abandonar el gobierno, y los lazos trabados con la Primera Ministra Margaret Thatcher ayudaron a levantar parte del bloqueo a las ventas de armas.
La doctrina Pinochet.
El mando ejercido por Pinochet al interior del ejército estuvo marcado por un fuerte personalismo en contraste con las tradiciones republicanas anteriores. Los ascensos eran comunicados en forma personal por él en la llamada “última cena” y no a través de las instancias institucionales. La lealtad al jefe fue más importante que los merecimientos profesionales. El ejercicio del poder dañó no solo a las fuerzas de tierra sino que al conjunto de las Fuerzas Armadas. De hecho el único Ministerio que no fue modernizado durante los 17 años de dictadura fue el de Defensa. Ello cuando, entre otras cosas, la modernización era el eufemismo en boga para aludir a las reducciones de personal. El resultado fueron ramas completamente sobredimensionadas. Ha tomado muchos años para un lento retorno a estructuras más ágiles y acordes a las necesidades, pero aún hoy el ministerio de Defensa carece de una estructura operativa. Pero hay progreso desde los días en que fue casi una oficina de partes, y el ministro era un subordinado de los comandantes en jefe de la Junta.
El pensamiento de Pinochet estuvo dominado por el militarismo. Esto es la convicción que los militares son superiores a los civiles. Su frecuente sorna sobre “los señores políticos” era clara evidencia de ello. En una oportunidad, en 1995, señaló: “Nosotros los militares somos distintos de los civiles”, porque tenían “tradición, formación y disciplina, características que no todos tenemos” (aludiendo a los civiles). A lo largo de la historia ha sido una constante de los dictadores buscar el divorcio entre los militares y el resto de la nación.
Al respecto el historiador catalán Julio Busquets, que proviene de las filas militares, escribe: “Para que un tirano pueda utilizar un ejército contra su pueblo, es preciso separarlo de él, aislarlo, pues si el ejército está unido al pueblo resultará muy difícil poder usarlo contra él. Así lo entendieron ya hace milenios los faraones y los sátrapas orientales; así lo entendieron los emperadores de Roma, que formaron con bárbaros o extranjeros sus legiones pretoriana, y así lo entendieron los reyes absolutistas de la Edad Media, que fomentaban el reclutamiento de tropas extranjeras y dispusieron la rotación de unidades, en las guarniciones, a fin de que, no arraigado en población alguna, no se identificaran con los ciudadanos. En la época actual, los gobiernos democráticos se esfuerzan por aumentar la integración del ejército y el pueblo”.
Esta última es la sana doctrina que las Fuerzas Armadas, también en Chile, intentan retomar. Ello significa dejar atrás fueros injustificados y una justicia militar extralimitada, que actuó como escudo protector de crímenes cometidos por uniformados a la par que perseguía a disidentes. Una mención especial merecen los desnaturalizados servicios de inteligencia, que no solo espiaron a compatriotas sino que llegaron a tal grado de desorientación que en una ponencia del Ejército de Chile, a la XVII Conferencia de Ejércitos Americanos (CEA) realizada en Argentina en noviembre de 1987, postuló: “Todos los flagelos que azotan a la humanidad, y América Latina en particular, como el narcotráfico, la subversión, la homosexualidad, la promiscuidad y la desinformación son tácticas que responden a una táctica de dominación mundial… El marxismo, que nutre las acciones subversivas en todo el mundo, aprovecha las flaquezas de la sociedad moderna para alcanzar sus objetivos”. El desquiciamiento había alcanzado cotas alarmantes.
El oneroso fracaso del Rayo.
En materia de armamento el gran proyecto de Pinochet fue el cohete Rayo iniciado a mediados de los `80 bajo gran secreto. Fue una coproducción entre Fabricaciones y Maestranzas del Ejército (Famae) y la empresa estatal británica Royal Ordenance ahora privatizada y absorbida por British Aerospace. No se sabe con exactitud cuanto fue dilapidado en estas lanzaderas múltiples de cohetes. Por la parte baja se calcula que fueron gastados 60 millones de dólares y por la alta se empinaría sobre los 80 millones de dólares.
Los cohetes con un alcance superior a los 30 kilómetros estaban diseñados para bombardeos de saturación. Cada cohete es lanzado sobre una cuadrícula de manera que un conjunto de cohetes destruye una gran superficie. En el competitivo mundo de los armamentos, en que las semanas cuentan, Famae tardó 15 años en ponerlo a punto. Ello bajo la atenta mirada del propio Pinochet que visitó Gran Bretaña varias veces para verificar los avances.
Al final, cuando el sistema más caro desarrollado por cualquiera de las ramas, fue puesto a la venta no encontró clientes. Ni siquiera el Ejército de Chile lo compró. Alguna responsabilidad le cabe a las autoridades civiles por haber permitido el desarrollo de un arma que ni siquiera el ministerio de Defensa tenía la intención de adquirir. Pero, como se decía en el Ejército, era el proyecto que llenaba de orgullo a su Comandante en Jefe.
Las Fuerzas Armadas acaban de rendir honores militares al hombre que las condujo en momentos críticos. Lo hicieron amparándose en ordenanzas que los gobiernos civiles debieron haber modificado. Cabe preguntarse cuánto de estos rituales fueron una obligación impuesta por la historia o en que medida responden a una identificación de la institución con la gestión de Pinochet.
Lo ocurrido esta semana muestra que aún los militares gozan de un grado de autonomía no compatible con un sistema democrático. La tendencia hasta ahora ha sido la de una creciente subordinación castrense al poder político representativo. Es más, los uniformados han dado más de una muestra de su voluntad de integración. Cada rama ha subrayado que son de Chile, de todos los chilenos, algo que no fueron a lo largo de la dictadura, cuando persiguieron a los que no compartían sus doctrinas.
Los honores militares a un comandante en Jefe que fue por sobre todo un conductor político, son mucho más que una ceremonia institucional. Debiera ser la última de este género, ya sea porque los militares no reincidirán o porque las autoridades no lo permitirán. Todos, civiles y uniformados, tienen mucho que ganar de la mayor integración posible. Todos dicen que el deseo existe. Es cuestión, entonces, de sellar la debida subordinación de los instrumentos de la defensa a la autoridad democrática. LN