El experimento que sí ocurrióEl número de abril de 1907 de American Medicine fueel vehículo de este trascendental avance en el cono-cimiento del hombre, bajo el título de “HypothesisConcerning Soul Substance, Together with Expe-rimental Evidence of The Existence of SuchSubstance” (“Hipótesis concerniente a la sustanciadel alma, junto con la evidencia experimental de laexistencia de tal sustancia”). En su artículo, el Dr. MacDougall comenzó esbozan-do una muy materialista hipótesis sobre la “sustanciadel alma”, partiendo del supuesto de que “si las fun-ciones psíquicas continúan existiendo como unaindividualidad o personalidad separada después dela muerte del cerebro y del cuerpo, entonces tal per-sonalidad sólo puede existir como un cuerpo ocu-pante de espacio”. Y como se trata de un “cuerposeparado”, diferente del éter continuo e ingrávido,debe tener peso, igual que el resto de la materia. Esasustancia, obviamente, se desprende del cuerpo enel momento de la muerte, y por lo tanto la pérdida depeso debe ser medible.A continuación, pasó a poner a prueba su hipó-tesis. Instaló un lecho sobre un marco ligeroconstruido en una romana de plataforma “muydelicadamente balanceada”. Sus sujetos deexperimentación fueron seis enfermos termina-les, de los cuales solo señala su diagnóstico, susexo, y que se encontraban agonizantes. Cuatropacientes habían sido diagnosticados comotuberculosos, uno sufría coma diabético y delúltimo no se precisa dato alguno; cada uno deellos fue mantenido en observación (garantizán-dose su comodidad) hasta que sobrevino lamuerte. Durante ese lapso, MacDougall reajustóperiódicamente el fiel de la balanza de acuerdo ala disminución de peso esperable por las pérdi-das insensibles. Estos fueron (resumidamente) los resultados:Paciente N° 1: pérdida de “tres cuartos de onza”(unos 21,3 gramos) “súbitamente coincidiendo con lamuerte”.Paciente N° 2: pérdida de “una onza y media y cin-cuenta granos” (o sea 45,84 gramos) en “los diecio-cho minutos que transcurrieron desde el cese de larespiración hasta que estuvieron seguros de sumuerte” (sic). Paciente N° 3: pérdida de “media onza coincidiendocon la muerte, y una pérdida adicional de una onzapocos minutos mas tarde” (42,65 gramos en total).Paciente N° 4: MacDougall consideró esta pruebasin valor, debido a que la balanza no pudo ser bienajustada “por la interferencia de personas opuestas asu trabajo”.Paciente N° 5: en este caso, se registró una pérdidainicial de “tres octavos de onza” (10,66 gramos)“simultáneamente con la muerte”, pero luego el fielde la balanza regresó espontáneamente a su posi-ción inicial y se mantuvo allí por quince minutos apesar de retirar los pesos (!).Paciente N° 6: esta prueba también resultó invalida-da al fallecer el paciente antes de que la balanzafuera calibrada.MacDougall también efectuó un experimento control,consistente en envenenar a quince perros sanos (!)para pesarlos en el momento de la muerte, con resul-tados uniformemente negativos. Pero antes de hacernos una mala imagen del doctor, reconozca-mos que al menos se queja de su escasa fortunapara conseguir perros que estuvieran muriendo dealguna enfermedad.ObjecionesAnte todo, evitemos las explicaciones fáciles, comosospechar que la pérdida de gas intestinal o del airepulmonar da cuenta de la (supuesta) pérdida de pesoque MacDougall observó en sus experimentos. Lasegunda posibilidad fue descartada por él mismo,pues verificó que inspiraciones y espiraciones forza-das no alteraban el equilibrio de la balanza. En cuan-to a la primera, ya sean veintiuno o cuarenta y picolos gramos de gas, estos equivalen a un volumen demuchos litros, fácilmente detectables tanto pre comopostmortem.En realidad, es inútil pretender buscarle explicacio-nes “naturalistas” a la pérdida de peso que (supues-tamente) se observó, por la sencilla razón de quetodo el experimento está viciado por severas fallas.Empezando por una descripción en general confusade los procedimientos y una muestra demasiadopequeña: se pudieron analizar los datos de apenascuatro pacientes. Por otra parte, no se utilizó un cri-terio claro para definir “el momento exacto de lamuerte”. Dadas las limitaciones de la época, esteelemento crucial resultaba muy difícil de determinar,y esto queda bien patente en el caso del paciente N°2: este siguió presentando espasmos faciales duran-te quince minutos después del cese aparente de larespiración, y solo tras cesar los espasmos se le aus-cultó para comprobar la ausencia de latidos cardía-cos. ¿Cuál fue el “momento exacto de la muerte”?Esta vaguedad conduce, además, a una insólita fle-xibilidad a la hora de registrar las variaciones delpeso: en un caso se considera positiva una pérdidade peso “instantánea”, pero en otros se asumencomo positivas las pérdidas ocurridas a lo largo devarios minutos, sin límite fijo ni relación clara con eldeceso. ¿Pero podemos, al menos, confiar en la forma enque se hicieron las mediciones? Pues ni siquieraeso. MacDougall afirma que sus escalas eransensibles a “dos décimas de una onza” (5,68gramos), lo que no es óbice para que en un casonos ofrezca una precisión de “50 granos” (3,2gramos), lo que resulta tan poco serio comomedir milímetros con una regla graduada solo encentímetros. Obviamente, la seguridad de lasmedidas ni de lejos se aproxima a la que se pre-tende. Si seguimos adelante observamos también que losresultados ni siquiera resultan congruentes entre ellos.Uno de los pacientes presentó una pérdida de pesoinstantánea y nada más, dos a lo largo de varios minu-tos, y el último hizo malabarismos con la romanadurante quince largos minutos. Para conciliar esto conla hipótesis inicial es preciso tramar muchas explica-ciones ad hoc, como la influencia del temperamentodel paciente (ya cadáver para ese momento).Conclusión¿Qué queda, al final, de este experimento? Puespoca cosa: en realidad solo una colección de datosque se debaten entre la incongruencia y la anécdota,con una posibilidad inmensa de errores instrumenta-les. Para poner esto en perspectiva, consideremossimplemente que MacDougall intentó medir variacio-nes de peso del orden del 0,05 %, lo que no resultafácil en condiciones clínicas ni siquiera hoy en día.Habla en su favor que no pretendiera haber probadoalgo: expresamente reconoce que se requiere unagran cantidad de experimentos “antes de que estetema pueda ser zanjado más allá de cualquier posibi-lidad de error”.Los consabidos “21 gramos” quedan reduci-dos a pura leyenda basada en un experi-mento mal hecho, que hasta la fecha nadie parece ansioso de repetir.