Fruto del cruce del soldado español con el indio que deambulaba desde Atacama al Bío Bío, emergió un pueblo agresivamente individualista, un si es no es irresponsable y abúlico, condenado a sobrevivir a fuerza de sudor y lágrimas en una tierra cicatera que nada lo entrega fácilmente.
Descendientes de la especie de aristocracia de comerciantes vascos del siglo XVIII, los gobernantes que tomaron las riendas del poder después de la emancipación política sólo atinaron a diseñar una Nación conforme a sus modestas empresas personales.
No previeron ni valoraron el Chile trasandino atlántico, que no encajaba en sus planes inmediatos.
La carencia de vías de comunicación con que se ha pretendido justificar su menosprecio por tan vastas regiones, carece de consistencia si se recuerda la activa movilidad de los estancieros entre Coquimbo - La Serena y San Juan del Pico, San Felipe- Los Andes y Mendoza- San Luis y Buenos Aires, y Concepción y la capital platense.
Su aparente ausencia de imaginación y visión del porvenir constituye otra de las simplezas que se han avanzado para explicar tal conducta derrotista. La tuvieron y en dosis fuera de lo normal, pero orientada a incrementar su fortuna personal.
De sus antepasados heredaron también· esa instintiva aversión al servicio militar, lastre, a sus ojos, que encarecía el gasto público con el consiguiente incremento de las contribuciones que debían servirse para su mantenimiento.
La corriente fraternalista insuflada por Miranda y Bolívar actuó de soplador, empujando al país por el plano inclinado de un americanismo derrotista.
Por esta grieta mental, indiferencia por la auténtica configuración geográfica y ausencia de una cabal concepción de la seguridad nacional, penetraron los embates imperialistas argentinos tendientes a dominar el cono austral sudamericano.
Dueño absoluto de un inmenso territorio que se extendía desde las márgenes del río Loa, en los 21 030' de latitud sur, al poniente de Los Andes y desde la línea que partiendo del río de Diamante, a la altura de Rancagua en los 34020' de latitud sur, al oriente del macizo andino, alcanza el actual balneario de Mar del Plata en el Atlántico, en los 380 y hasta el Polo Sur, luego de una cadena no interrumpida de errores el Gobierno de Chile creyó comprar la paz con Argentina cediéndole motu proprio 1.357.643 kilómetros cuadrados, cancelados en ocho cuotas. En 1878 cuando el General Roca ocupó hasta el río Negro, 436.300 kilómetros cuadrados; en 1881, al entregar la Patagonia, la mitad de la Isla Grande de la Tierra del Fuego, la Isla de los Estados y demás ubicadas en el Atlántico, 727.266 kilómetros cuadrados; en 1893, al aceptar correr el límite en la mencionada Isla Grande hacia el poniente, 779 kilómetros cuadrados, renunciando a la única margen atlántica que le quedaba en bahía San Sebastián; en 1899, al entregar las tres cuartas partes de la Puna de Atacama, 60.000 kilómetros cuadrados; en 1902, al autorizar al árbitro inglés para emitir un fallo transaccional, 39.915 kilómetros cuadrados de los mejores valles cordilleranos; en 1966, al reconocer la ocupación de fuerza de Argentina en parte de Palena, 340 kilometros cuadrados; en 1976 al renunciar a defender la mitad septentrional aguas del canal Beagle y sus islas, 43 kilómetros cuadrados; y, en 1984, al entregar las nueve décimas partes de los espacios marítimos al sur del canal Beagle, 93.000 kilómetros cuadrados de aguas del océano Pacífico.
(esto fue escrito en 1984 así que no esta incluido el regalo de Patito)
Así fue como el pacifismo mercantilista y antimilitarista de corte vasco se dio la mano con el americanismo para sellar el destino de Chile.
Y, mientras en España la pérdida de Cuba originó la combativa generación del 98, en Chile la entrega de la Patagonia, la Puna de Atacama, los ricos valles cordilleranos, las tres cuartas partes de Palena, la mitad de las aguas del Beagle y las nueve décimas partes de los espacios marítimos australes, no sólo no inquietó a nuestros intelectúales, sino que hasta hubo plumas que aplaudieron estos cercenamientos territoriales como grandes triunfos. Incluso, hoy nuestros hombres de peso se preocupan más de los problemas de Sudáfrica, Guatemala, El Salvador, El Líbano, Afganistán, que los continuos atropellos a nuestra soberanía territorial.
Obnubilados por su gran quimera, los chilenos son los únicos que confían ciegamente en la integración continental.
Olvidan que para arribar a una efectiva colaboración internacional se requiere previamente una idéntica formación moral, social y económica entre las distintas secciones que pretenden fundirse en un solo haz. Ni la Europa con sus quince siglos de ventaja, que le han dado una cultura homogénea y un similar nivel de industrialización, ha logrado consolidar la unidad utópica. Se mascan, pero no se tragan y por motivos de mera supervivencia.
Los diferentes países americanos tienden cada día a un nacionalismo más acentuado: Brasil, quiere ser más Brasil; Argentina, más Argentina; Perú, más Perú; Bolivia, más Bolivia.
Por extraña ironía, las peculiares características raciales del chileno, agresivo individualismo, abulia combinada con laboriosidad cuando necesita sobrevivir, pacifismo y respeto a la palabra empeñada, fueron paulatinamente enajenándole las simpatías de sus congéneres americanos.
Sobre este caldo de cultivo, las diferentes intervenciones en el Perú y las ásperas disputas limítrofes con Bolivia y Argentina que no ocultaba sus anhelos expansionistas, concluyeron por acorralamos entre Los Andes milenarios y el inconmensurable océano Pacífico.
Las últimas entregas en aras de la paz, han puesto de relieve que Chile no logrará por esta vía la anhelada amistad con Argentina, que ve detrás de estas cesiones no el espíritu altruista de los chilenos, sino erradamente lo atribuyen a temor a su aparente potencial bélico.
El cuantioso aparato militar que ha comprometido la tercera parte de su Presupuesto nacional sumiendo al país en la más severa postración socio-moral de su convulsionada historia, transparenta sin lugar a dudas sus claros objetivos imperialistas.
En verdad, la paz ha descansado hasta ahora en el temor de la Casa Rosada del valor, energía y virilidad del sufrido pueblo chileno, que en condiciones también precarias salvó la honra nacional en 1879.
La sugestiva experiencia vivida en la escaramuza de las Islas Falkland debió convencerlos de que no basta contar con armamentos sofisticados. Se requiere además de un pueblo con la capacidad espiritual para enfrentar el inevitable cuerpo a cuerpo final.
Lo anterior nos lleva a pensar que la guerra no estallará porque se defiendan con energía y voluntad nuestros claros derechos e impongamos nuestros títulos irredargüibles.
Como puede percibirlo el menos docto, la integración con Argentina constituye el mejor expediente para consumar la absorción de Chile. Los caminos internacionales trasandinos son las rutas de penetración ideales para derribar la única barrera defensiva: la cordillera, ésa que la miopía de nuestros mayores, los vascos, fijaron como frontera natural.