Para mis padres fue la posibilidad de tener el hijo que biológicamente no podían, pero para mí fue la oportunidad de una vida feliz. Algo debería convocarnos transversalmente: que todos los niños vulnerados puedan acceder a familias que los quieran y favorezcan su mejor desarrollo posible.
Hoy los diputados votarán una reforma integral al sistema de adopción que, entre otros, la abriría a parejas del mismo sexo. El tema pega de cerca: yo fui adoptado, y feliz formaría familia adoptando algún día. Me dio dos padres increíbles, que se esforzaron por darme buena educación y oportunidades, y a quienes agradezco todo lo que soy. Para ellos fue la posibilidad de tener el hijo que biológicamente no podían, pero para mí fue la oportunidad de una vida feliz. Algo debería convocarnos transversalmente: que todos los niños vulnerados puedan acceder a familias que los quieran y favorezcan su mejor desarrollo posible.
Nuestro sistema requiere mejoras importantes. La institucionalización de un niño vulnerado no tiene un máximo de duración, por lo que puede pasar años en hogares, lejos de una familia, a la sombra de procedimientos muy lentos. El paso del tiempo, por cierto, hará más difícil su adopción, en tanto la mayoría de los adoptantes prefieren guaguas. Por su parte, las causales de inhabilidad parental son ambiguas, se ha usado la de insuficiencia económica para separar familias por pobreza o no se ha intentado reconectar la familia biológica o de contactar a la familia extendida. También existen reglas que perjudican a los guardadores, exponiéndolos a separaciones cuando ya existe un vínculo afectivo. Urge avanzar en un sistema más expedito y que proteja adecuadamente la infancia desde la realidad del niño.
Comúnmente se dice que la adopción no es un derecho a favor de los adultos sino de los niños, pero en realidad es una moneda de dos caras: la no discriminación y el debido proceso asisten a los adultos mientras que el interés superior, a los niños. En un país en que casi 75% de los niños nacen fuera del matrimonio, priorizarlo legalmente parece tan anacrónico como ingenuo. Madres y padres solteros, familia extendida, parejas del mismo sexo y cualquier otra forma de familia merece igual respeto y reconocimiento, y son igualmente legítimas para adoptar que un matrimonio, en tanto la idoneidad parental no vendrá dada por la mera existencia de un contrato sino de capacidades y habilidades que deberán ponderarse según lo que más beneficie al niño. A la vez, apremia ir superando estereotipos de género trasnochados: una mujer puede ser tan buena proveedora como un hombre puede ser un gran educador, y el “rol de padre y madre” parece más un ideal moralista que una verdadera razón de interés público.
Toda decisión que involucre niños debe considerar, ante todo, el interés superior del niño, que lejos de ser una declaración de buenas intenciones es uno de los principios más relevantes para las políticas públicas. Impone la debida consideración de sus derechos en su integralidad, exigiendo un examen objetivo e imparcial entre distintas alternativas y poniéndolos en el centro de toda reflexión. Pero si buscamos lo objetivo ¿Qué dice la ciencia respecto a la adopción homoparental?
La evidencia científica en la materia es contundente en el sentido de que la orientación sexual de los padres no tiene relevancia para determinar su idoneidad para proveer un adecuado desarrollo emocional, cognitivo y social a sus hijos. 79 estudios realizados a familias homoparentales desde los años ’80, recopilados por la Facultad de Derecho de la Universidad de Columbia, han concluido que los hijos de parejas del mismo sexo no son más propensos a desarrollar problemas de salud mental ni tienen peor rendimiento académico ni son más suicidas que hijos de parejas heterosexuales, ni se les “transmite” la orientación sexual de sus padres ni están más expuestos a violencia sexual por parte de estos.
El debate sobre la adopción homoparental llegó para quedarse. Desde el respeto por las legítimas diferencias que podamos tener frente a los “temas valóricos”, es de esperar mayor consideración por la evidencia científica que por la moral interna y los prejuicios preexistentes. Mal que mal, no son sólo ideales de sociedad lo que está de juego sino la oportunidad de niños cuyas vidas fueron vulneradas de tener lo que la vida sí tuvo la gracia de darme: una segunda oportunidad.