Primero que nada, el protagonista de esta historia no soy yo, sino un amigo (sí, sé que suena megatrucha la huevada, pero es así no más). Por lo mismo, me da igual si quieren citarme (no es necesario), agarrarme para el hueveo, etc., etc.
La situación es la siguiente: este individuo, a quien ya he caracterizado como mi amigo, se puso a pololear con una determinada señorita, quien además se había convertido recientemente en madre soltera (el papá es otro sujeto, de una relación anterior). Creo que llevaban con cueva un par de meses cuando decidieron irse a vivir juntos (sí, así de huea). Eso sí, se conocían de hace años.
Por mi cercanía a mi amigo, siempre fui testigo presencial del trato o la dinámica de la relación. La mina no es bruja ni malvada, pero siempre abusó del bolas tristes para que cumpliera un rol de padre que jamás le correspondió, pero que este último, sin embargo, aceptó por iniciativa propia desde un primer momento (sí, así de huea). No bastando con las funciones propias de un padre —pseudopadre en este caso—, lo cual incluía situaciones tan patéticas como tener que levantarse a las dos de la mañana a hacer una mamadera, o levantarse todos los días temprano para ir a dejar al niño en auto al jardín, no bastando con todo eso, digo, lo tenían para el hueveo con la limpieza, la cocina, el suministro de lucas, etc., etc. (una situación que casi llega a dar pena).
Sucede, entonces, que un día este par de especiales personajes termina su relación. Entonces, dirán ustedes, como hombre sensato, él la habrá mandado a la cresta, o al menos habrá puesto punto final a la situación de forma diplomática, y cada uno habrá seguido su rumbo. Nada más lejos de la realidad.
La mina evidentemente
ya no lo pesca ni en bajada como pololo (igual dice que lo sigue queriendo como amigo y toda esa mierda, pues se conocían de varios años),
pero él sigue enganchado. Entonces, en un vuelco totalmente anómalo e insólito, el compadre
decide seguir yendo a la casa donde vivían antes y ayuda a la mina a hacer el aseo, le hace el desayuno, almuerzo, hace los mandados que le pidan y, cómo no, también sigue haciendo el rol de padre (sí, así de emperador de saco de huea
).
Si a mi amigo le acomodara la situación actual y a la mina también (cómo no le va a acomodar a ella, por cierto, si es puro beneficios y poco y nada de obligaciones), daría lo mismo. Después de todo, cada uno es libre de hacer lo que le dé la gana. Sin embargo, el compadre anda frustrado por la vida, pateando la perra y haciendo puras cagadas en contra de todos, porque es evidente que quiere que la mina lo pesque y esta última no lo hace y dudo que lo haga (él se creé monje y asegura que no espera nada a cambio, pero es evidente que la situación lo frustra). Y a uno, como amigo, obviamente no le parece bien que una persona cercana y de confianza ande dando botes por la vida de manera olímpica.
El argumento que ambos utilizan es que son amigos y quieren seguir siéndolo. Sin embargo, y en la medida en que él pasa todo el día en la casa, le hace favores a la mina, la trata como princesa, y encima sigue haciendo de Papi Ricky, parece obvio que el paradigma de la relación sobrepasa con creces los derechos y obligaciones propios de una mera o simple amistad.
Si de mí dependiera, insisto, el huevón debería ponerse los pantalones, dejar de lloriquear, asumir que la relación terminó, y cortar el contacto con la mina y con el cabro chico. Sin embargo —y aquí es donde admito opiniones—, ellos siguen empeñados en creer en la posibilidad de que se puede seguir siendo amigos después de una relación, aunque para mí la situación esta ya pasa a ser tóxica.
¿Comentarios? ¿O soy yo el errado, y todos ustedes, habiendo terminado sus relaciones de forma definitiva, siguen arrastrándose para que los pesquen, y encima creen que es posible seguir siendo amigos?